Ejércitos detrás de la ayuda humanitaria

20/05/2010
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La ayuda humanitaria ha cambiado en la medida que lo han hecho los conflictos armados y la gestión de las llamadas catástrofes naturales. La intromisión de los ejércitos ha contribuido a la confusión de las funciones que tienen distintos actores en las zonas de conflicto.
 
Asistimos a un “secuestro del lenguaje”, en palabras de Jesús Núñez Villaverde, director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria. “Tony Blair sostenía que el frente humanitario era tan necesario como el militar para mantener la seguridad en los conflictos bélicos”, sostenía este militar retirado en un Seminario de Periodismo Solidario. Los ejércitos defienden cada vez menos fronteras que intereses nacionales, como lo demuestra la presencia del ejército español en Afganistán y en Líbano. Muchas veces se encuentran frente a poblaciones locales divididas por cuestiones étnicas, religiosas y políticas. Para “ganarse” su simpatía, se han involucrado cada vez más en tareas relacionadas con la ayuda humanitaria.
 
Esta “cara amable” de las fuerzas armadas se muestra en campañas de publicidad sensibleras para acometer los problemas de reclutamiento que tienen algunos gobiernos con ejércitos profesionales. Soldados que construyen casas y escuelas, que reparten víveres y que juegan con niños sonrientes. “Dirigimos un ONGército”, llegó a decir un ministro del gobierno español.
 
Este intrusismo de los ejércitos obedece también a su capacidad logística, a su disciplina, a sus herramientas y a sus conocimientos del terreno sobre el que operan. También la necesidad de seguridad en el entorno violento que presentaron algunos medios de comunicación explica el desembarco de marines norteamericanos en Haití, criticada por muchos Gobiernos. En realidad, algunas imágenes desmontaban el tópico de la utilidad de los ejércitos a la hora de abordar dramas humanos como el vivido en la isla caribeña. Lanzaban víveres desde camionetas en marcha, permanecían impasibles cuando los más jóvenes y fuertes dejaran sin ayuda a niños y ancianos durante la distribución de alimentos.
 
Las campañas de publicidad pervierten el lenguaje y confunden la labor de los ejércitos. Se abusa de una supuesta dimensión humanitaria, del papel “estabilizador” y de las tareas para reconstruir lo que, muchas veces, ellos mismos, sus aliados o “los enemigos” han destruido. Pero para “defender la libertad y la democracia”, argumentan. ¿La de quién?
 
La mayor parte de los conflictos armados no se producen en un contexto internacional, sino dentro de los Estados, lo que ha provocado que se dispare la proporción de muertes de civiles en las últimas décadas. Muchas de estas guerras están motivadas por el control de reservas de agua, de petróleo, de coltan y de diamantes y se ven recrudecidas por cuestiones étnicas y por ideologías. Detrás se encuentran multinacionales –protegidas por los ejércitos o por empresas militares y de seguridad privadas –, guerrillas y grupos paramilitares.
 
La labor de muchas agencias de ayuda humanitaria consiste en paliar los efectos de la violencia que generan estos grupos, en contextos cada vez más empobrecidos, inestables y violentos. Esto ha llevado a muchas organizaciones a solicitar más seguridad para que puedan hacer su trabajo. Los ejércitos aprovechan esta dependencia para promover sus intereses por medio de juguetes y comida.
 
En muchos casos, las poblaciones civiles en estas zonas de conflicto identifican los agentes de ayuda humanitaria con los ejércitos que contribuyen en la destrucción y en la muerte de personas inocentes. Han aumentado los secuestros, los ataques y los asesinatos de cooperantes y de personas implicadas en la ayuda humanitaria, lo que ha llevado a muchas organizaciones a retirarse de algunas zonas de conflicto. En otros casos, la consecuencia es un refuerzo en la “seguridad”, entendida como medios militares para repeler ataques lo que contribuye a una escalada de la violencia.
 
Si las necesidades de las agencias de ayuda humanitaria contribuyeran a alimentar las situaciones de conflicto y su acción se limita a reparar lo que destruyen los “intereses nacionales”, se generaría una peligrosa dependencia. El caos y la destrucción dotarían de sentido a algo que tendría que guiarse por valores humanos. Nadie condena unas buenas relaciones entre los soldados y la sociedad civil, pero sí la confusión y los peligros generados por presentarse como lo que no son.
 
- Carlos Miguélez Monroy es Periodista y coordinador del CCS
https://www.alainet.org/es/articulo/141631
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