Puede un exguerrillero ser presidente?

16/05/2010
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La respuesta es si, pero depende del país. Tal vez en Suráfrica, tal vez en Uruguay, tal vez en Nicaragua, tal vez en El Salvador, tal vez en Brasil pero no en Colombia. Por lo menos no por ahora.
 
Colombia es un país atípico en materia política. Es una sociedad taimada, rezandera, “respetuosa de la tradición”, conservadora y dada a la apariencia. Con una clase política en exceso derechizada que no se para en mientes para lograr sus propósitos.
 
Es una sociedad que le ha perdonado a sus partidos históricos la estela de sangre y de violencia, en cambio fustiga sin ambages las tendencias izquierdistas que optaron por la lucha armada; que apenas cuestiona el influjo criminal de las bandas privadas de paramilitares, pero las tolera y las considera un mal menor, en cambio odia y descalifica en grado sumo la historia violenta de las guerrillas sin atreverse a explicarla.  Es una sociedad que disimula su entronque con los sectores emergentes del narcotráfico pero se escandaliza con el “gramaje” de los rebeldes. Sabe del compromiso de la jerarquía eclesiástica en todo el periodo de la violencia y la connivencia con el genocidio estimulado por su partido, el conservador, pero en cambio ve con malos ojos que un intelectual pacifista se atreva a explorar los caminos del agnosticismo. La historia política de Colombia se sintetiza en el perdón inmemorial de los abusos de la derecha y un constante reclamo desproporcionado a la izquierda.
 
Es una sociedad que no obstante el compromiso homicida de Santander contra Bolívar, perdona y encumbra al victimario y en cambio aborrece a la víctima. Esa dirigencia monacal y de talante “cristiano” no gusta del debate ni del argumento, opta por el gatillo antes que por la razón. La lista es larga: Desde Sucre, pasando por Gaitán, hasta Galán… Ni qué hablar del sacrificio de Pardo Leal, Jaramillo, Pizarro. Todos asesinados indefensos, sin armas en la mano, incluido –oh paradoja- Camilo Torres. 
 
Es una sociedad que en medio de la camándula fue falangista, le dio cobijo a los nazis, disimula su admiración por las dictaduras de derecha y es la más confiable y dócil seguidora de las políticas del norte.
 
Ese es el paisaje sobre el cual se mueve la actual campaña electoral, por eso resulta bizantino hablar de “elegir el mejor programa”.
 
Uribe no se imaginó la refriega electoral del 2010 sin él de protagonista. Por eso con antelación diseñó el antídoto para garantizarle el éxito a su evangelio derechista. Liquidó a sus posibles contendores primero dentro de la congregación y luego por fuera de la doctrina. Sólo le quedaba el Polo, que era un blanco fácil: “pro-Farc, pro-Chávez y plegado al terrorismo”. Con eso es suficiente para espantar a los hijos del sagrado corazón y a los devotos de la virgen del carmen.
 
Lo extraño es que ocurrió algo no contemplado; la reelección se cayó y por ahí se coló el inaudito fenómeno de la “ola verde”.
 
Mockus se desató en las encuestas con la bandera de la honestidad y el respeto a la ley, nada revolucionario por cierto, sin embargo el establecimiento le encontró rápido su tendón de Aquiles para no darle largas en los sondeos. ¡Usa barba y es ateo!
 
Y claro esa sociedad conventual que fue incapaz de procesar a los responsables de la noche septembrina, que dejó enmalezar el crimen de Berruecos, que se encerró en las iglesias en “el bogotazo”, que cambió de canal en la noche de Soacha y que se hastió de acumular genocidios de los “paras” se declara vacilante ahora porque un profesor no se afeita a ras y de contera no va a misa. Es de esas trizas de la que esta hecha el alma del colombiano promedio.
 
Lo anterior da una idea de la magnitud del reto que tiene Gustavo Petro. Convencer a este país que un exguerrillero, mejor parlamentario y formidable político puede acceder al gobierno mediante el favor electoral. Petro lo sabe y por ello se dio a la tarea en la presente coyuntura de ganar el presente y el futuro venciendo su pasado. El día que ello suceda Colombia habrá hecho su ingreso a la modernidad lanzando a las profundidades exteriores la espada y la cruz de la colonia. En un momento excepcional Antonio Navarro lo logró, pero debió hacerlo de la mano del cancerbero de la heredad: Álvaro Gómez Hurtado, el hijo de Laureano. Mientras tanto la logia de la moral hace todo lo posible por ungir al adalid de los falsos positivos.
 
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