El nefasto destino del Perú adormecido

24/02/2010
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Embriagado por el espejismo de la prosperidad económica, el Perú se acelera hacia su nefasto destino. Es como una lancha que naufraga con los motores averiados y va hacia las cataratas del Niágara. Sus ocupantes dormitan, sedados por sus comandantes, quienes sin desparpajo se reparten todo lo que queda en la nave,  listos para saltar con el botín.

Con el estridente argumento de modernizar y sacar del empobrecimiento al país, los tres jinetes del apocalipsis peruano (Fujimori-Toledo-García) sometieron y someten a la ciudadanía adormilada a una de sus peores tribulaciones inéditas. Vendieron y venden todo lo que les apetece a los insaciables mercaderes apátridas de estos tiempos. Puertos, empresas, yacimientos mineralógicos e hidrocarburíferos, Amazonía, redes camineras, sitios arqueológicos, ríos, bosques, cerros, islas, mercados. Todo ha sido y es subastado. Ya no existe el Estado peruano en su sentido genuino. En su lugar los tres jinetes han instalado un Súper Estado policial de las transnacionales para reducirlos a perros (bajo el discurso de “perros del hortelano”) a los “pocos” sobrevivientes a la tribulación psicológica del nefasto paraíso neoliberal prometido.

Aprovechando el pánico colectivo ante la violencia terrorista, a las y a los peruanos se les inoculó la ilusión del paraíso terrenal del neoliberalismo como sedante, y no sólo para adormecerlos, sino también para infestar la memoria colectiva con la amnesia senil. Así convirtieron a la activa ciudadanía peruana en frenéticos consumidores teledirigidos y deficitarios. A las y los electores, en amnésicos electarados, enamoradizos de sus políticos salteadores. Convirtieron el quehacer político y la función pública en el más rentable y garantizado negocio seguro. Los partidos políticos, en guaridas y úteros insaciables de malhechores de las arcas del Estado. Castraron, con consultorías, a las y los intelectuales. Pusieron bozal a la gran mayoría de las y los periodistas. Y así, en el Perú actual el 81% de su población dice no creer en la democracia.

Pero, como no podía ser de otra manera, el prometido paraíso terrenal jamás llegó al Perú. Mientras la cleptómana clase politiquera se enseba y vende las mentiras mediáticas del crecimiento macroeconómico, el Perú profundo se emputa, lamiendo sus heridas mortales ocasionados y causados por la maldición de haber vivido ancestralmente sobre yacimientos mineros e hidrocarburíferos, en los bosques amazónicos, en las riberas de las reservas de agua dulce, o simplemente por haber nacido en el Perú neoliberal.

Lo que sí creció en el Perú fue y es la pandemia de la corrupción pública que se engulle las pocas estructuras socio familiares que aún quedan. Los tres órganos del Estado neoliberal peruano se han constituido en indiscutibles referentes morales del asalto y de la corrupción pública que carcome como septicemia la conducta cotidiana del tumulto de las y los peruanos que se consuelan con la letanía de: “roban, pero hacen obras”. ¡Jamás sabremos cuánto nos están robando ahora, porque la sentencia del Secreto de Estado no permite conocer los términos de los contratos por cuestión de seguridad jurídica para las inversiones extranjeras!

César Lévano, Director del periódico peruano La Primera, dice que en el Perú actual la lucha contra la corrupción ya sería una gran revolución. Pero, voces como éstas son apabulladas en el adormecido país por la payasada política. Las y los candidatos cleptómanos ¿de qué nos hablan, ahora, en tiempos electorales? De la naturaleza del matrimonio, del Jaime beylismo y su primera dama, del Estado laico. Y nosotros/as nos divertimos con esa chacota. ¡Caramba! El Perú naufraga directo al precipicio. ¿Dónde quedó el orgullo y la autoestima peruana? ¿Lo hemos reducido sólo a llenar la panza con nuestra narcisista sazón culinaria? ¿No será que jamás existió esa nación y esa cultura peruana que aún arenga el ¡Viva el Perú Carajo!?

Abramos los ojos y veamos por lo menos por inercia el proceso que vive el vecino país de Bolivia. Este país, vapuleado por los gobiernos canallas del Continente, avanza silencioso mientras el Perú vive de glorias de antaño. Bolivia, con sus nuevos actores políticos, (“ignorantes” indios/as, como los califican la corrupta señorial clase política) está demostrando al suicida sistema-mundo-capitalista lo que es gobernarse con soberanía y dignidad en la diversidad para el Buen Convivir. Sin Tratados de Libre Comercio, sin ATPDEA, con un mercado menor, y mientras la economía mundial se desplomaba, el vecino país creció 4.2% en su economía el 2009. ¡Ningún país en la región pasó del 2.5% en la gestión pasada! La “ostentosa” economía primaria peruana no pasó del 1.2%. A un año del TLC con los EEUU, las exportaciones peruanas cayeron en un 27.8%, y muchas textilerías cerradas. ¡De lo que se salvó Bolivia!

El Perú, por consciencia o por instinto de sobrevivencia, despertará y transitará por caminos de transformaciones trascendentales. Y una vez más, serán las y los vilipendiados y excluidos organizados y movilizados del Perú de Mariátegui quienes enrumben al país desde sus cenizas. Después de todo, allí aún está la reserva moral del país. Pero para que este despertar brutal (del león dormido) no sea demasiado sangriento, nosotras y nosotros, privilegiados de la información/formación, debemos acompañar. No para enseñar, ni mucho menos imponer, sino para aprender de ellos/as, reflexionar con ellos/as y así prevenir la violencia sistemática.

En este cometido, es fundamental socializar información para activar voluntades hacia la movilización transformadora, aglutinados en demandas compartidas. Los movimientos sociales e indígenas ya tienen identificado dichas demandas: soberanía nacional, propiedad y defensa de los bienes (recursos) naturales, guerra frontal contra el SIDA peruano (la corrupción), cumplimiento de los derechos fundamentales individuales y colectivos, deslimeñización (descentralización) real y autodeterminación de los pueblos. Sólo así quizás sobrevivamos al nefasto destino al que nos encaminan quienes nos condenan a la maldición del eterno mito del Sísifo.

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