Una Bolivia nueva
Diálogo o controversia en la sociedad
03/02/2010
- Opinión
La oposición al gobierno del presidente Evo Morales se resiste a ver la realidad política del país. De su pretenciosa proclama, en enero de 2006, de enfrentar al triunfador de las elecciones creyendo representar a la mitad del país, bajaron el tono hasta el lamentoso reclamo de un trato igualitario, cuando están reducidos a un tercio. No entienden, porque entenderlo sería suicida, que han sido desplazados del escenario político y son otros los protagonistas que han comenzado a dialogar sobre el futuro de Bolivia. Con rupturas, con violencia, con graves discrepancias porque, estando en la misma dirección, han tomado distintas rutas, pero esos son los actores de este momento histórico. Los partidos tradicionales, como ADN, MIR o MNR, las fusiones y dispersiones como Unidad Nacional, PODEMOS o Convergencia, se resisten, pero terminarán desapareciendo del escenario.
Bastaría revisar nuestra propia historia para darnos cuenta que es así como ocurren los cambios. En 1950, el PURS y el Partido Liberal dominaban la escena política. El triunfo de la revolución de abril los eliminó limpiamente. Sus adherentes se agruparon en FSB, pero este partido terminó disolviéndose. Nuevos actores, con el MNR en primer plano, dominaron el momento histórico y se proyectaron con suerte diversa. Hoy, estamos viviendo un acto semejante.
A partir de 1982 comenzó a gestarse un cambio social que, en este momento, se halla en un punto alto. Básicamente, las etapas fueron éstas: agotamiento del modelo nacionalista, implementación de un mecanismo que preservara los grupos de poder formados en el nacionalismo y, finalmente, estructuración de un nuevo modelo basado en las aspiraciones y demandas de los sectores postergados, que se concretó en el programa de cambio hacia el socialismo.
Cuando, en 1985, Paz Estenssoro dijo: “el país se nos muere” y Sánchez de Lozada reclamó “hay que exportar, desde rosas hasta piedras”, se referían al país que ellos formaron en 1952. Las aspiraciones populares, entonces, manifestadas en la construcción de la Central Obrera Boliviana (COB), la organización de las milicias obreras y campesinas, la participación en el gobierno con ministros obreros, fueron consecuencias no deseadas que, en poco tiempo retiraron de su escenario. La revolución del ’52 se proponía desplazar a la oligarquía retrógrada y crear una burguesía nacional. No pudieron cumplir estos propósitos. La oligarquía se mimetizó en el nuevo proceso y, la burguesía creada en base a prebendas, nunca tuvo carácter nacional. De todos modos, para los líderes del MNR, ese era el modelo que debían defender. Trataron de hacerlo, en 1985, con el 21060, que terminó entregando las riquezas del país Quince años después, el experimento había fracasado.
La guerra del agua y el bloqueo de carreteras en 2000, fueron los golpes que terminaron con el neoliberalismo. Bastaron cinco años más para cerrar ese episodio. Quienes siguieron actuando con la misma mentalidad, e insisten todavía en hacerlo, no se han dado cuenta de su muerte.
Entre 2006 y 2010 pusieron en práctica una serie de técnicas de diálogo o controversia –que, para ellos, es lo mismo- desde la violencia más cruel hasta la exigencia de acuerdos condicionados a sus deseos. No pueden avenirse a un diálogo entre iguales, un intercambio de ideas que busque llegar a un acuerdo con el gobierno. En todos los casos, se afirman en una sola premisa: volver al esquema que diseñaron, es la única opción. Al gobierno, sin tomar en cuenta el apoyo que tiene del 64%, le exigen que muestre propuestas que se acomoden a su esquema. No es una exageración. Si no bastaran los acontecimientos, tal como ocurrieron en los dos años anteriores, para no abundar en ejemplos, revisemos el trabajo de los comentaristas de prensa. Personajes que fueron autoridades, periodistas que se especializaron en el análisis, profesionales con capacidad de expresión, se cierran a cualquier consideración distinta. Es obvio que así sea. Criados, educados y formados en los principios de aquella sociedad que ha muerto, se esfuerzan por revivirla. Creen poder hacerlo si eliminan a quienes han comenzado a construir una nueva estructura. Y, aunque no tienen ninguna herramienta para ese propósito, insisten en su pretensión y buscan, desesperados, que alguien les preste las herramientas y, si es posible, les haga el trabajo.
El gobierno actual tuvo la virtud de crear las condiciones para el diálogo y se sentó a conversar hasta el cansancio, con muy pobres resultados. Los opositores tuvieron la oportunidad de participar en este proceso, desde sus puntos de vista, con sus críticas, hasta con sus incredulidades, pero asumiendo como referente, como no lo habían hecho antes, los intereses del pueblo, que son de la nación. El país que ayudaron a formar o, al menos, con el que estaban de acuerdo, nunca incluyó a los sectores que, hoy, son los protagonistas principales del proceso histórico. Mientras no entiendan que ellos dejaron de ser protagonistas, no podrán participar en ningún diálogo.
Por supuesto, este momento es de crisis. Sin interlocutor válido, el gobierno actual puede cerrar el escenario político para cualquier otra alternativa. La falta de crítica, es una falla que conduce, siempre, a una deformación de los procesos históricos. Es preciso dejar abierto el escenario y propiciar la participación de otros actores que logren el equilibrio necesario. Pero, por supuesto, los representantes del modelo que murió, no son interlocutores válidos.
- Antonio Peredo Leigue es periodista, senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
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