Qué entiende Felipe Calderón por revolucionario?

10/12/2009
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  • Opinión
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“El abuelo de Felipe Calderón combatió a la Revolución Mexicana
primero como hacendado y después como cristero. Me ofendió
verlo en televisión encabezar el 99 aniversario de la convocatoria de
Francisco I. Madero a alzarse en armas contra el gobierno de Porfirio Dìaz”.
Virgilio González Camacho.
 
I
 
El caro leyente González Camacho escribe, además: “El señor Calderón se exhibió, el 20 de noviembre, como (1) un verdadero ignorante de la historia y las ciencias políticas y sociales o bien como (2) un cínico, demagogo y despreciador burlante del pueblo de México, a quien engaña y pretende convencer mediante jueguitos de frases y premisas falsas”.
 
 Obvio antojaríase que el leyente citado se refiere a la celebración del nonagésimo noveno aniversario de la convocatoria maderista a levantarse en armas contra la dictadura, la cual, si usamos el método historicista, no acusaba la gravedad de la actual, que no tiene precedentes en la historia del México que llamamos “independiente” sin serlo en realidad. México nunca había sido tan dependiente del exterior como ahora.
 
 Mas esa celebración –suspendida durante cuatro años– mostró un sesgo nuevo: un desfile militar y deportivo, contrastante con los anteriores, en el que participaban únicamente deportistas. En ésta ocasión el Ejército fue protagonista, lo cual se interpretó en la ciudadanía como el meollo inferido de un ominoso mensaje del señor Calderón. La Revolución Mexicana es vista por el calderonismo y el priísmo como “subversión trasnochada”.
 
    ¿Por qué es entendida la RM como subversión, aunque “trasnochada”? Porque le dio institucionalidad jurídica a un derecho que en nuestra propia Carta Magna no se recoge específicamente, pero sí en varios códigos: el derecho a rebelarse contra un gobierno, el cual, nos lo dice el 39 del texto constitucional, puede ser cambiado por el pueblo.
 
    De hecho, Jacobo Silva y Gloria Arenas fueron liberados –tras diez años de prisión injusta– hace algunas semanas porque sus abogados, muy habilidosos y recursivos y obviamente muy versados en las leyes, invocaron códigos poco aplicados de que los muertos en un combate no son, técnicamente, asesinados. Su muerte, pues, no fue asesinato, delitos de los que se acusaban al señor Silva y a la señora Arenas.
 
    Pero, ¿qué hizo el señor Calderón para concitar tal reacción en el leyente aquí identificado y, por inferencia válida, de otros mexicanos que bien podríanse suponer muchos, si no es que millones? El causante de ese agravio pudo haber sido el aserto de don Felipe de que “se requieren cambios pacíficos pero tan profundos que tengan la intensidad misma de una revolución en su propio campo”.
 
 II
 
¿Artilugio retórico del señor Calderón, a quien millones de sus compatriotas consideran espurio, si no es que pelele de la gran oligarquía mexicana y consorcios trasnacionales de Estados Unidos, España, Canadá, Alemania e Inglaterra? Dudaríase que don Felipe siente suyos los objetivos de la filosofía de la liberación económica y social ni mucho menos las metas estratégicas de ésta que se traducen en desasirse de la opresión.
 
 No en vano Andrés Manuel López Obrador, abanderado de un movimiento pacífico de resistencia civil y hace tres años ungido por sus partidarios “presidente legítimo” de México, sostiene que las demandas de la RM continúan siendo vigentes; es decir, actuales. “No es posible seguir soportando la opresión en que vive el pueblo de México”.
 
Volvamos al aserto del señor Calderón, el cual fue dicho ante un público invitado por Los Pinos conformado por historiadores, antropólogos y sociólogos que se han distinguido en la investigación de las revoluciones de México, desde la que se emblematiza en el “grito” de Miguel Hidalgo en Dolores, las subsecuentes en ese siglo XIX y las de la llamada Revolución Mexicana y otras en ese siglo XX y las actuales, en la centuria XXI.
 
 A todos esos científicos –Jaime Olveda, Andrés Lira, Friedrich Katz, John Womack, Roger Bartra y Alicia Olivera– los movimientos revolucionarios de México desde 1810 han sido investigados, registrados, identificados y discernidos con arreglo a ópticas que definen los movimientos sociales por sus naturalezas ideológicas, según metodologías avanzadas del conocimiento.
 
Faltantes entre esos invitados fueron aquellos que han documentado puntillosamente los movimientos revolucionarios previos a 1810, los cuales tuvieron por protagonistas y líderes a los indios de México y, en el caso del alzamiento de Yanga en Veracruz, a los esclavos africanos traídos al país por la Corona de España. Esos historiadores no fueron invitados por don Felipe.
 
Señálese que si bien las revoluciones de México, desde los casi 300 años de coloniaje de un virreinato geográficamente inmenso llamado Nueva España –que se extendía por el norte hasta Oregon, por el Pacífico hasta las Filipinas y el sur hasta el Istmo centroamericano–, se remontan al siglo XVI, a éstas se les suele identificar como “rebeliones indias”. En no pocos casos fueron más que eso.
 
III
 
Pero a los dos grandes hitos –o fases, en nuestra modesta opinión– como son la Independencia y la RM habría que agregárseles otros en el siglo XIX, la Reforma; en el XX, el cardenismo reivindicador y las luchas agrarias y urbanas cuyo emblema continúa siendo hasta este momento el zapatismo. El zapatismo es más que icónico: es vital en lo filosófico, actuante en lo ideológico, social en lo político.
 
 En ese siglo XX, en la etapa llamada institucional de la RM, miles de mexicanos –en su mayoría hombres y mujeres jóvenes– han muerto a manos del Estado mexicano, supuestamente revolucionario pero en los hechos dominado desde 1941 por un poder político contrarrevolucionario, como el actual, el que se conforma por panistas como el señor Calderón y priístas de vocación antisocial, como Carlos Salinas.
 
    Todas esas revoluciones –desde el siglo XVI hasta el XXI han tenido causales macrocósmicas, profundas y amplias, las de una opresión que se manifestaba bajo modalidades variopintas que tenían un denominador común:
 
    Uno, las fuerzas productivas y las relaciones de producción eran asaz terribles: esclavitud, pobreza, miseria y desesperanza.
 
    Y, otro, la estratificación de las clases sociales, con una élite dominante, la de españoles, que sometía a otra élite también dominante, aunque en menor grado: los criollos o novohispanos, españoles nacidos en la Nueva España.
 
    Otro más era que el poder lo ejercía una entidad civil sometida a una entidad religiosa, la Iglesia católica, que disponía de los instrumentos del control social y coactivo: aquéllos, la religión; éstos, la Inquisición.
 
    Empero, el detonante de esas revoluciones –incluida la iniciada con el “grito”– fue coyuntural. La secuela de la invasión napoleónica de España, el vacío de poder y la Constitución de Cádiz, inspiró a los criollos en el complot conspirador. Hoy, 199 años más tarde, las coyunturas están detonando desde años –desde 1994, con el alzamiento zapatista– una nueva fase de las revoluciones históricas, sin fin, de los pueblos de México.
 
    ¿Esas revoluciones históricas dan pie a las palabras del señor Calderón? ¿Qué quiso decir con “cambios profundos que tengan intensidad revolucionaria”? ¿Tiene el jefe del espuriato un “plan B” o es un revolucionario que salió del closet? Ni lo uno ni lo otro. Es simplemente lenguaje codificado: Por intensidad revolucionaria se entiende contrarrevolucionaria.
 
 Glosario
 
 Fuerzas productivas: fuerza humana de trabajo y los medios de producción.
 
 Relaciones de producción: forma social, jurídica y económica bajo la cual aparecen y existen las fuerzas productivas.
 
Lecturas recomendadas: Historia de la Revolución Mexicana, de José Mancisidor. Proculmex. Zapata, de John Womack. FCE.
https://www.alainet.org/es/active/34995
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