El Caribe: un botín
09/11/2009
- Opinión
En Colombia y el mundo se habla mucho de lo Caribe, de su identidad y de las características de la región y sus habitantes. Resolver la cuestión sobre la formación y composición del Gran Caribe es lo único que dará luces para entender su presente y así construir su futuro; un futuro en el cual el Caribe no navegue a la deriva en un mar de contradicciones, intereses encontrados propios y extraños, saqueos y apropiaciones lícitas e ilícitas.
Descifrar el cardumen de acertijos que boga en el Caribe desde la llegada de Colón y elaborar unas cartas de navegación legibles, dará la claridad suficiente, y si bien ello no calmará las corrientes ni las tempestades que lo cruzan y a cuyos vaivenes flota, por lo menos su comprensión permitirá aprovecharlas y ponerlas al servicio del desarrollo.
Hay una pregunta clave, cuya tradicional respuesta fácil surge de la ignorancia: ¿Qué es ser Caribe? Ser Caribe es mucho más que expresar una supuesta alegría innata, hablar de cierta forma, ser creativo y ocurrente, y vivir danzando en medio de ritmos musicales íntimos. Eso es importante y hay que promoverlo porque es el único lenguaje uniforme que tienen los habitantes de la Gran Cuenca del Caribe; pero es sólo una parte.
Ser caribe es muy difícil. O mejor, llegar a ser Caribe, de verdad Caribe, es algo complejo y serio. En el caso colombiano es mucho más profundo que un “juepajé” o un “ayhombe”.
Para algunos esa apetecida, diagnosticada y discutida región debe seguir allí en la superficie (y hasta válido será, por ese sosiego vacío propio de la ignorancia humana) chapoteando sobre esa espuma alegre y colorida, y a lo mejor sus habitantes sigan viviendo como lo han hecho durante los últimos cinco siglos (hoy me incluyo, como aprendiz de paisamario), a veces amodorrados como las naves de Colón cuando los alisios dormían, o a veces atormentados por huracanes, como le pasó a tantas naos europeas que se aventuraron tras las columnas de Hércules en este mar indescifrable.
Y sí…, nos podemos quedar allí a merced de los vientos, a ras, sin preguntarnos mucho, sin indagar demasiado, pero el fin está cantado: seguiremos en un “alegre” subdesarrollo, en una “rítmica” escasez, en una “exótica” idiosincrasia disfrazada para el turismo, y en una “explosiva” creación artística, pero en un estancamiento pétreo que no nos perdonaremos más, ni nos perdonarán nuestros descendientes, propiciado hoy más que nunca por el salvaje mundo globalizado, siempre acechando por lo ajeno para absorberlo.
El mar Caribe ha sido más un medio que un fin durante toda la historia. Un medio “para llegar a” alguna parte, un medio “para salir hacia” otra parte, un coto de caza, un ring de pelear y arrebatar riquezas, de sacar ventajas políticas ajenas y de urdir estrategias imperiales. Un utensilio hasta para extraer el arte e incluso la alegría así parezcan inagotables.
“La condición de crucero del mundo por el lugar geográfico donde nos ubicamos hizo confluir la presencia de las principales potencias colonialistas desde el siglo XV hasta el XX”, dijo la historiadora habanera Francisca López Civeira, “Paquita”, refiriéndose a Cuba pero aplicable a todo el Caribe (Los mil un Caribe…, Jorge Elías Caro y Fabio Silva Vallejo, editores). Hoy, a costa de sus carencias y pleitos, al Caribe se lo siguen disputando potencias como Rusia, Irán, Israel y Estados Unidos, que se aprovechan además del ego de sus caribeños patriarcas en otoño, invierno, verano o primavera.
Y cuando se es un medio para lo que sea, sólo queda la insatisfacción de quien se siente usado, la pobreza de quien es saqueado, y la indignación de quien es visto como objeto. Un sólo vistazo a nuestro subdesarrollo y arrasamiento de costas y bosques caribes, da cuenta de esa condición de herramienta “para otros” que ha sido la región.
Y cuando una región térrea o líquida es considerada como medio “para”, es imposible que se forme una identidad clara y que se desarrolle, pues así la historia no conduce a una decantación aleccionadora de hechos, sino que se queda en un constante defenderse y en un reflejo de otros. Sus pueblos son recipientes donde se echan cosas y de donde se sacan otras. ¡Ay Caribe ya me dueles!; te aprendí a querer…
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Álvaro González Uribe
Abogado, columnista, coordinador del Centro de Investigación en Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia.
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