Cumbre de Guadalajara: Canadá ¿vecino distante?

10/08/2009
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En medio de fuertes medidas de seguridad, la ciudad de Guadalajara albergó, por día y medio (9 y 10 de agosto) la Cumbre de Líderes de América del Norte en la que participaron los Presidentes de México, Felipe Calderón; de Estados Unidos, Barack Obama; y el Primer Ministro de Canadá, Stephen Harper. Esta reunión se produjo en el marco de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), iniciativa creada en 2005 y que busca profundizar las relaciones entre los tres países en los terrenos de la seguridad y el desarrollo. Claro que en la ASPAN se trabaja más en torno a la “seguridad” y muy poco respecto a la “prosperidad.” Para que América del Norte sea una región próspera, hacen falta iniciativas encaminadas a mejorar la calidad de vida de sus sociedades, en particular de la mexicana. Pero ni Estados Unidos ni Canadá parecen interesados en invertir en la “prosperidad.”
 
La ASPAN cuenta con comisiones trinacionales abocadas a temas específicos que incluyen la migración, el comercio, la seguridad de las fronteras y la procuración de justicia, entre otras. Para algunos, la ASPAN es una consecuencia lógica del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en el entendido de que más allá de las relaciones comerciales y de inversión que se desarrollan entre los tres países, hay otra serie de tópicos de interés común que demandan atención y un trabajo coordinado de parte de los participantes. La primera reunión de la ASPAN se llevó a cabo en 2005, la segunda en 2007 y la recién concluida en Guadalajara, fue la tercera.
 
La Cumbre de Líderes de Guadalajara fue muy peculiar por varias razones. A diferencia de encuentros previos en que las comisiones de los tres países en los temas referidos se reunían para gestionar acuerdos, en esta ocasión el encuentro sólo se llevó a cabo a nivel ejecutivo. Ello obedece a que muy posiblemente las comisiones no estaban en condiciones de llegar a consensos importantes, salvo en el caso de la procuración de justicia, por lo que se optó sólo por el diálogo entre los Presidentes mexicano y estadounidense y el Primer Ministro canadiense. Otra peculiaridad es que es la primera vez, desde que se llevan a cabo estas reuniones (y de hecho desde que se negoció el TLCAN), que las relaciones entre México y Canadá están tan deterioradas, en gran medida debido a la imposición de visas, por parte del gobierno canadiense, contra ciudadanos mexicanos. Una rareza más que se observó en Guadalajara, es la fluidez con la que México y Estados Unidos convergen en torno a algunas agendas bilaterales como la seguridad, en contraste con el enfriamiento entre México y Canadá, y, sorpresivamente, entre Canadá y Estados Unidos. Podría pensarse que dadas las afinidades ideológicas entre el Presidente Calderón y el Primer Ministro Harper, tendría que existir una empatía mutua, pero como ya se explicó, no es el caso. Harper también tiene problemas para relacionarse con Obama, en parte porque previamente el Primer Ministro canadiense se esmeró en desarrollar vínculos estrechos con la administración Bush y ahora le está costando mucho trabajo entenderse con el demócrata Obama. Pareciera entonces que en Guadalajara, Canadá se vio un tanto aislado respecto a sus socios norteamericanos.
 
Las Cumbres de Líderes al amparo de la ASPAN dan la impresión de desarrollar la bilateralidad en la trilateralidad, esto es, entre México y Estados Unidos, entre Estados Unidos y Canadá, y entre México y Canadá. Idealmente esta bilateralidad debería ser superada, aunque, de momento, esta opción se antoja difícil. Guadalajara parecería sugerir que, a falta de acuerdos en el seno de las comisiones de los tres países, no había una agenda clara a desarrollar y en su lugar se abordaron diversos temas y se omitieron otros.
 
Un tema omitido (pero que antes de la reunión fue planteado por México a la cancillería canadiense, sin obtener una respuesta favorable), fue, justamente, el de las visas impuestas a ciudadanos mexicanos por parte de Ottawa. Es evidente que el Presidente Calderón deseaba aprovechar la presencia de Harper en Guadalajara, para buscar acuerdos en la materia, pero el tópico ni siquiera se abordó. Es posible también que Harper llegara a México atado de manos por su Parlamento que, a final de cuentas, fue la entidad que presionó para imponer a México las citadas visas (Harper, dicho sea de paso, enfrenta un panorama político muy complejo en su país tras los comicios de octubre del año pasado, que aunque le dieron la victoria a su partido, no fue por amplio margen, y por lo tanto, gobierna en condiciones precarias). A propósito de los temas migratorios, México tuvo igualmente dificultades para abordar esta problemática con el Presidente Obama, quien también tiene serias limitaciones en la materia por la clara oposición que impera en el Capitolio sobre el particular. Ambas situaciones evitaron que se avanzara en la gestión de las llamadas “visas TLCAN” (o NAFTA visas, como se les conoce en inglés), para facilitar entre los tres países el flujo de especialistas en ciertas esferas y de hombres de negocios.
 
Posiblemente donde hubo más coincidencias entre los tres líderes fue en la propuesta de homologar políticas en la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y, en particular, el narcotráfico. Al respecto, la cooperación de Estados Unidos y Canadá con México en materia de seguridad pública, fue ventilada, pero, hicieron falta iniciativas más concretas.
Parte de las dificultades para que la trilateralidad se imponga sobre la bilateralidad, son las asimetrías y prioridades de los participantes. El Presidente estadounidense, por ejemplo, está muy interesado en el papel de México, como “país emergente” en las negociaciones que se llevan a cabo en el seno del Grupo de los 20 (G20) para lidiar con los desafíos de la crisis económica global. México, claro está, no es la única “economía emergente” que participa en el G20, pero se considera que debido a las afinidades que guarda con otros países en desarrollo en el seno de ese grupo, podría ayudar a Washington a cerrar filas en torno a las iniciativas estadounidenses para afrontar la recesión internacional. Algo parecido pasa con la agenda ambiental, en particular de cara a la Cumbre de Copenhague que se llevará a cabo a fines del año en curso, y donde la República Popular China tiene una postura poco proclive a disminuir sus emisiones contaminantes. La administración de Obama tiene interés en buscar acuerdos previos a la reunión de Copenhague, y la Cumbre de Guadalajara pudo haber servido para generar un consenso “norteamericano” en la materia, pero los tres líderes no están en la misma sintonía. Baste recordar que en 2007 en la reunión celebrada en Bali para acordar reducciones a las emisiones contaminantes que provocan el efecto de invernadero, Canadá, al lado de Rusia, fueron los únicos países en oponerse a esta iniciativa.
 
Un tema que preocupa y que es de los pocos consensos existentes entre Estados Unidos y Canadá, son las críticas en el terreno de los derechos humanos por las acciones del ejército mexicano que recibe la administración de Calderón. Estados Unidos incluso ha ventilado la posibilidad de una especie de “certificación” a México, algo que lleva a recordar los tiempos no tan lejanos, en que el país era “calificado” por las autoridades estadounidenses respecto a su lucha contra el tráfico de estupefacientes.
 
La Cumbre de Líderes de Guadalajara fue breve, por lo que la idea de institucionalizar la ASPAN tendrá que dejarse para mejor ocasión, cuando las comisiones de los tres países puedan generar puntos de acuerdo en las diversas agendas existentes. De momento, por ejemplo, la crisis en las relaciones entre México y Canadá por el tema de las visas, ha contaminado al resto de la agenda bilateral y pasará algún tiempo antes de que se pueda volver a la “normalidad.” Con todo, la creación de instituciones para administrar la creciente interdependencia que existe entre los tres países es importante, no sólo porque podrían desarrollarse mecanismos para dar una solución cabal a los problemas que se presenten, sino también porque podrían dotar a América del Norte de una mayor presencia e influencia en las relaciones internacionales vis-à-vis otras regiones. Para muestra basta un botón: el mismo día en que Canadá anunció que le impondría visas a ciudadanos mexicanos que planearan visitar el país norteamericano, la medida se extendió a la República Checa. Este país, con apenas 10 millones de habitantes y escasos 79 mil kilómetros cuadrados, parece vulnerable e indefenso, pero como miembro de la Unión Europea invocó su ayuda y en Bruselas se le hizo saber a Ottawa que las medidas adoptadas contra Praga son un asunto del interés de toda la Europa comunitaria. Así, la República Checa, gracias a la manera en que ha evolucionado su integración con Europa, tiene, en los hechos, quién la defienda. En el caso de América del Norte, no sólo no hay quién defienda a México, sino que incluso los propios “socios estratégicos” del TLCAN, en este caso, Canadá, le meten el pie.
 
Pero tal vez haya justicia divina después de todo. Janet Napolitano, la titular del Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, quien ha dicho estar “muy satisfecha” con el nivel de cooperación que tiene Washington con el gobierno mexicano (otra prueba más de la relativa cordialidad que impera en estos momentos en las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos desde el arribo de Obama al poder), señaló recientemente que las medidas de seguridad que su país aplica en la frontera mexicano-estadounidense podrían extenderse a la frontera canadiense-estadounidense. Como es de imaginar, a las autoridades canadienses no les hace ninguna gracia esta propuesta.
 
- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
 
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