Quedar en la calle
20/07/2009
- Opinión
El desarrollo de la crisis capitalista sigue su curso rampante sin visos de atenuación y mucho menos de reversión. Continúa en consecuencia la sobreproducción no ya de riqueza, cuya manufactura se estanca o decrece, sino contrariamente, de valores de cambio. Las necesidades insatisfechas y deseos frustrados aumentan tanto como desbordan las mercancías en góndolas y anaqueles comerciales. Puede configurarse inclusive la ingenua ilusión de la sobreabundancia. Pero lo que sobreabundan son los precios, en igual proporción en que escasean los billetes y saldos solventes capaces de cortejar a las cosas, tanto más cuanto elementales e indispensables sean. Y así el apetito se escurre en el resumidero de la impotencia hasta que colapsa para inundar la vida entera. La suntuosidad, sin embargo, sobrevive al aumento exponencial de la miseria.
Una crisis capitalista es esencialmente una autodestrucción social, un goce en sentido lacaniano enajenado en el rito de la parálisis y el discurso exculpatorio con altas dosis de inveterada naturalización. Es la crisis de su especificidad, la que portan los cromosomas que garantizan genéticamente la reproducción histórica en cada formación social y expresan su recurrente sintomatología a lo largo de la historia. Siguen la huella de la repetición. Acompañan secuencialmente con diversos niveles de amplitud y profundidad el curso del devenir del capital. Comenzaron a ser estudiadas inclusive antes de Marx por un clásico como Sismondi, para instalarse como objeto de estudio en el siglo XX desde Kondrátiev, la tercera generación de marxistas y el propio Keynes, hasta desembocar en los años ´70 en Mandel, Amin, Braverman y Aglietta para mencionar sólo a los más difundidos. No obstante estas crisis pueden convivir con otras de signo inclusive inverso como las de subproducción de riqueza. Las guerras, las pestes, la destrucción medioambiental que diezman fuerzas productivas (recursos naturales, humanos y materiales), no le son ajenas al capitalismo, sino que han acompañado y acompañan hoy mismo su supervivencia. Sobreproducción de valores de cambio y subproducción de valores de uso no sólo pueden convivir sino además complementarse en su ensañamiento. También las crisis políticas despabiladas a la sombra, no exentas de criminalidad en casos extremos como el nazismo, el fascismo, los terrorismos de estado, las teocracias y fundamentalismos, entre tantas otras negaciones de la modernidad política.
Si bien es indisimulable la emergencia y consolidación de una crisis capitalista internacional de las más profundas de la historia, con correlatos de crisis políticas y conflictividad potenciada, aún en un contexto de creciente globalización e interdependencia, su instalación es sumamente heterogénea y sus vectores infecciosos encuentran diferentes resistencias y mecanismos de defensa, según los casos. Las bifurcaciones son tantas que dificultan la generalización. Sin embargo, aún a riesgo de simplificaciones y con varias excepciones al interior de la seguidamente precaria delimitación, es posible reconocer una profundización de su penetración y consecuencias, si dividimos el globo verticalmente hacia el oriente y transversalmente hacia el norte. Aunque con puntos ciegos (China e India lo son claramente) el epicentro está en la región noroccidental, respecto a nuestra ubicación.
Mi hipótesis es que allí dónde la implementación acrítica del neoliberalismo ha tenido lugar, donde la aquiescencia ante la reproducción ampliada del capital financiero y de la mera circulación tuvieron lugar, la crisis, tanto económica como política, cala más hondo y se transfiere inmediatamente a los más vulnerables segmentos sociales. Inversamente, aquellos que lograron en el último tiempo realizar cierto giro más desarrollista, aún social-liberal, y armar cierta malla de contención social, logran atenuar sus devastadores efectos. España es seguramente el ejemplo más contundente. Allí los indicadores sociales groseros que superan inclusive niveles propios del franquismo (como la tasa de desocupación que es récord en la Unión Europea), se deben a una indiferenciación y hasta cuasi identificación del PSOE con la derecha (hegemónica en los últimos 20 años, a excepción del interregno del Partido Popular) y terminó confundido, entre la timidez y el pragmatismo, con las directivas del establishment y las exigencias de exportación de capital hacia las antiguas colonias.
Toda Europa, sin embargo, acompaña esta tendencia aunque sus números no alcancen picos tan dramáticos. Al igual que en la Argentina de la crisis del 2001, el gran ganador indiscutible de las elecciones con mayoría absoluta en los recientes comicios para el parlamento europeo fue la abstención, que arrasó con el 56,8%, aunque luego las formas políticas de la crisis se expresen en cada nación con sus particularidades. Globalmente, la víctima son los partidos políticos, la democraticidad, la transparencia y el control ciudadano y la propia política aún en su acepción más pobre, clientelar y personalista. La derecha ha triunfado en las urnas y en la batalla por la resignificación, por la reinstauración plena de la hegemonía. En la representación y en la cultura, en los números y en los discursos, en la calle (vaciada) y en los medios.
En Italia, la tinellización y la censura expresan sus vehemencias latinas. Para decirlo en los términos en que Humberto Eco protesta por la mordaza que se le ha impuesto a la prensa “si una cauta censura de la Iglesia no estuviera turbando en estos momentos la conciencia pública, esa misma nación aceptaría sin vacilar, e incluso con una cierta complicidad maliciosa, que Berlusconi se fuera de ‘velinas’– pero eso pronto estará superado, porque los italianos, y en general los buenos cristianos, se han ido de putas desde siempre, por mucho que el párroco diga que no está bien” (L'Espresso, 9/7/09). En Inglaterra, para traer otro caso extremo, la resultante no le va en saga. Hasta el racismo y la inseguridad urbana resurgen para cuestionar la flema tradicional. Tampoco el laborismo consigue diferenciarse.
Siguiendo hacia el naciente, Rusia se desbarranca con una caída estrepitosa de su producción (9,5%) mientras se consolida el papel de su novel lumpenburguesía y su mercado corporativizado. Más al sur de Asia, el medio oriente y algo más lejos aún Afganistán, Paquistán, Irak y la actual crisis política de Irán y Corea del norte, aunque por muy diversas razones, refuerzan la hipótesis central.
Pero como insinuaba al comienzo, no todo el este asiático acompaña la tendencia. La OCDE prevé un crecimiento de China de un 7,7% este año y de India 7,2%. A la vez rectificó las previsiones de estos dos países para el 2010 en un orden del 20% por sobre el nivel actual (El País de Madrid 12/7/09). ¿Se trata por tanto del auge y consolidación del llamado grupo BRIC (por las iniciales Brazil, Russia, India and China)? En absoluto, por la brutal caída de Rusia y el estancamiento de Brasil, aunque a este último la OCDE le otorgue perspectivas optimistas para el año que viene. La revista The Economist ha llamado a estas raras avis de la experiencia económica en plena crisis capitalista internacional “decoupling 2.0” ¿Pueden ser por tanto motores del crecimiento económico mundial o bien salida a la crisis? Tampoco. Sus limitaciones en materia de desarrollo, de generación de demanda efectiva de bienes de capital y de imposición de nuevos patrones de acumulación lo impiden, a pesar de la magnitud de sus poblaciones, y por arrastre, de sus mercados internos. Se trata tan solo, como la expresión inglesa lo sugiere, de países desacoplados con ciertas posibilidades acotadas de interacción e iniciativa, al igual que la Web 2.0 respecto a su antecesora.
Nuestro continente en general, y América Latina en particular se encuentran a mitad de camino entre la debacle y el giro derechista europeo y la inmunidad indochina. Comenzando por la ambigüedad pragmática de Obama quién, a pesar de ser tratado indulgentemente por Ignacio Ramonet y Carlos Gabetta, es agudamente definido como un verdadero socialdemócrata en comparación con los ya renegados europeos (Le Monde Diplomatique N° 121), aunque en mi opinión juegue ambivalentemente y no haya aún desmontado ni la punta del iceberg diplomático-militar con el que le será casi imposible implementar sus propósitos de cambio, si efectivamente son tales.
Al sur del Río Bravo, la crisis llega atenuada por el racimo de experiencias progresistas que, con su desigualdad, sus limitaciones y debilidades, ha logrado instalarse, sobrevivir, comenzar a integrarse y avanzar parcialmente en sus propósitos de salir del encierro neoliberal. Sin embargo, sin llegar a la caída del norte, la tendencia es al estancamiento, que supone una reversión de las tendencias del último tiempo. Pero junto con esto, se aprecia el rearme de la derecha en casi todos los países. Hemos orientado la mirada en este espacio respecto a las experiencias de Argentina, Chile y Brasil y los riesgos de un retorno. Otro rasgo será la virulencia e inclusive la violencia con la que emprenderá la restauración. Es extrema en Honduras, en Bolivia y Venezuela aunque no es menguada en su discursividad en Argentina y Brasil. Tampoco lo será en Uruguay a medida que avance la campaña.
Y si por caso la sociedad uruguaya le otorgara al señor Lacalle la posibilidad de tirar de la piola de arranque de su afilada motosierra, muchos recordarán lo que es quedar en la calle. O para ponerlo con una expresión que creo sólo uruguaya, allí esta sociedad definitivamente “la queda”.
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
http://www.larepublica.com.uy/contratapa/373341-quedar-en-la-calle
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https://www.alainet.org/es/articulo/135192
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