Genocidios Cotidianos. VII

Banalidad del Genocidio, Invisibilidad de los Genocidios

20/07/2009
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Ese genocidio fundacional de la república y el poder, y la consiguiente cultura de olvido e impunidad, explica en buena medida la barbarie del pasado inmediato, la banalidad del mal… (Víctor Toledo)
Hablar de la cotidianidad del genocidio puede ofrecer la impresión de que el genocidio se banaliza. Efectivamente se banaliza por parte de quienes cotidianamente lo cometen. No fue la evidencia de la barbarie, sino la forma ordinariamente nada bárbara de comportarse quienes la organizaban o ejecutaban, tal y como si fueran probos políticos o eficientes funcionarios, lo que hizo surgir la expresión bien justa de la banalidad del mal. Ocurrió ante las evidencias de esta conducta funcionarial entre buena parte de los responsables conscientes del holocausto nazi. Si el genocidio no fuera suficientemente terrible de por sí, más terrible aún resulta por la banalidad como puede cometerse. Entre quienes lo sufren se sabe bien. Los pueblos indígenas americanos no sólo se sienten atacados por agresiones violentas en su caso, sino también por políticas cotidianas que otros tienen por buenas y hasta obligadas, por algo de curso perfectamente ordinario y así banal, sin aparente mácula de maldad.
A efectos prácticos, banalidad del genocidio era y es invisibilidad del genocidio. Invisibles los genocidios, la comunidad internacional se acostumbró a la recurrencia de los menos espectaculares, pero no menos efectivos. Entrándose en la segunda mitad del siglo pasado, el XX, inmediatamente después de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, fuera en África todavía colonial, como en el caso de Kenya por obra del gobierno británico, o a lo extenso de las Américas, como por América Latina bajo gobiernos criollos, o en tantas otras latitudes por obra de los colonialismos ya exteriores, ya internos, se pudieron desarrollar genocidios sin cuestionamiento internacional por parte ni de Estados ni de Naciones Unidas. Si hay papel mojado entre los instrumentos de derecho internacional, el de la Convención sobre el Genocidio lo está con sangre y lágrimas. Los mismos Estados genocidas la ratificaban sin mayor problema.
Bastaba con leerla para darse de bruces con una tipificación del genocidio en la que se comprendían políticas en curso de dichos mismos Estados. Conforme a la Convención, no sólo se comete genocidio por exterminio de gentes mediante la matanza en bruto (art. 2.a). Lo cometen quienes procedan a la destrucción deliberada de grupos humanos de carácter nacional, étnico, racial o religioso, aunque no consiguieran llevarla a término, o también quienes deliberadamente los sometieran a condiciones susceptibles de lesionar gravemente la salud mental o física de sus miembros o de poner en riesgo su supervivencia como grupo (arts. 2.b-c). Aplíquese a políticas ordinarias de cara a los pueblos indígenas, aplicación que por entonces precisamente no se hacía. Comenzaban por no hacerlo ni los Estados que procedían a la ratificación ni las Naciones Unidas que habían adoptado el instrumento y lo promocionaban. Lo cual, sin embargo, no era imputable tan sólo a impostura de los Estado ni a connivencia de Naciones Unidas.
En la invisibilidad de los genocidios pesaba la singularidad de un genocidio, de un genocidio tan único en su especie que, a medida que se conocía en todo su alcance, producía un eclipse prácticamente total sobre todos sus congéneres. Se trata naturalmente del holocausto nazi, la matanza sistemática e industrializada de judíos, eslavos, gitanos, africanos, homosexuales, etc. por parte de los regímenes del Eje entre los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Si eso era un genocidio, los genocidios cotidianos del colonialismo británico o de los Estados latinoamericanos parecían tan sólo políticas ordinarias a las que, si acaso, se les iba un poco la mano. ¿Cómo podía hablarse de genocidio en casos como éstos cuando no había asesinatos en serie a escala industrial con toda deliberación? En comparación con el genocidio nazi, los genocidios cotidianos resultaban así algo banal y por tanto, como tales, invisibles.
Aunque éste no sea el planteamiento ni mucho menos de la Convención sobre el Genocidio, el concepto de genocidio vino a quedar marcado por la imagen del holocausto nazi. Si comenzó a hablarse de otros genocidios, como el de algunos países comunistas, era porque, según iban conociéndose, podían comparársele. ¿Otros casos pasados o presentes? ¿Genocidios de ayer? ¿El genocidio masivo de indígenas en América? Imposible, pues no hubo determinación de voluntad comparable con la de la vesania nazi o estalinista, se nos asegura. ¿El genocidio congoleño? Sólo se trató de un exceso en la explotación de la mano de obra africana. ¿Cómo iba a haber deliberación si se le necesitaba? ¿El genocidio armenio? Sólo cayeron unos cientos de miles y además en mitad de una guerra de por sí bien sangrienta. ¿Y genocidios más recientes, los que ya serían de tiempos de la Convención sobre el Genocidio, con la misma en vigor? ¿El genocidio sufrido por el pueblo kikuyu en Kenia? Fue sólo incidencia de una guerra colonial, sin deliberación genocida de parte británica. ¿El genocidio del pueblo aché en Paraguay? Por favor, son solamente unos pocos… Y así sucesivamente. Las respuestas se dan hoy pues entonces las preguntas prácticamente ni se formulaban.
El astro al rojo del genocidio nazi hacía desaparecer del firmamento visible las constelaciones de planetas y satélites de tantos y tantos otros genocidios. Se pusieron incluso en circulación, mediante recuperación o acuñamiento, otros términos para denominar lo que entonces, pues no se tenía por genocidio, se quedaba sin nombre. El vocablo de más éxito, sobre todo para América Latina, ha sido el de etnocidio. Desde los años sesenta, el mapa latinoamericano de lo nombrable y lo visible, se pobló de etnocidios tanto como se despobló de genocidios. Etnocidio vino a ocupar un vacío y también a velarlo. Genocidio es el signo de un gravísimo delito tipificado por el derecho internacional mientras que etnocidio es un término científico o político sin esas implicaciones penales a tal escala. A efectos prácticos, el etnocidio no dejaba ver el genocidio. La calificación etnocida podía servir para la concienciación y movilización de carácter social, pero no para la prevención ni la sanción de índole jurídica. En todo caso, pese a la Convención sobre el Genocidio, la calificación genocida tampoco servía para lo segundo. Se les llamara como se les llamase, los genocidios cotidianos resultaban genocidios invisibles, como era el caso de todos los que se estaban cometiendo por América Latina, prácticamente por toda ella.
Banalidad e invisibilidad son fenómenos culturales y sociales, no jurídicos, pero alcanzan efecto y un efecto de lo más serio en el ámbito del derecho. Por razones de seguridad jurídica, el derecho penal escrito ha de interpretarse de forma estricta y literal. La Convención sobre el Genocidio dice lo que dice, ni más ni menos, exactamente lo que contiene, aquello de que cometen genocidio, etc. (art. 2). Una excepción clamorosa respecto a la regla de interpretación de las normas penales se produce con esta Convención, la del Genocidio. La misma viene siendo objeto de las lecturas menos estrictas y más laxas, menos literales y más aproximativas, lecturas que derivan de la comparación implícita y poco controlada con el holocausto nazi. Si no ha corrido la sangre en abundancia irrefrenable y si falta una determinación asesina poco menos que equivalente a la de la reunión de jerarcas nazis junto al lago Wann el 20 de enero de 1942 que decidió la última fase de la solución final, la fase letal, no se aprecia genocidio por la doctrina jurídica, por la mayor y más insana parte de los expertos y expertas en derecho. Leen la Convención sobre el Genocidio superponiendo la cultura dominante de la banalidad, la invisibilidad y, en definitivas cuentas, la impunidad. Sintonizan con el interés imperante de no remover un asunto que tanto inquieta a tantos Estados.
Es evidente que los genocidios cotidianos no responden a nada comparable a la operación organizada para el holocausto nazi. Por este camino, no había posibilidad de que se actuase para parar los pies a los genocidas por muchos genocidios que se siguieran cometiendo. Un cambio de apreciación en la comunidad internacional sólo comenzó a producirse en los años noventa del siglo pasado, hace tan poco. Genocidio se hizo palabra común del lenguaje público no sólo de organizaciones no gubernamentales, sino también de los Estados y de Naciones Unidas ante matanzas como las perpetradas en la antigua Yugoslavia, Europa, y en Ruanda, África. Expresaba una preocupación no sólo por la muerte en masa, sino también por los rumbos que en cada caso podían haber conducido a tan terrorífico desenlace. En Yugoslavia como en Ruana, de diversas formas, se habían venido cometiendo genocidios cotidianos creándose el caldo del cultivo para los respectivos intentos de soluciones finales, genocidios cotidianos como esos que tiene presente, junto a la matanza en bruto, la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio. Ésta vino entonces a resucitar por sí misma y porque a finales del siglo, hace una década, el Estatuto de la Corte Penal Internacional acogió literalmente y por entero su tipificación del delito de genocidio.
En Naciones Unidas cunde la preocupación y el interés ahora no sólo por la sanción, sino también y ante todo por la prevención. Para la Prevención del Genocidio se crean, ya en nuestra década, sendos mecanismos en la Secretaría General de Naciones Unidas y en la propia Corte Penal Internacional. Una misma persona ha sido el primer asesor especial para la prevención del genocidio en la Secretaría General y es el primero en la Corte Penal Internacional. En una y otra sede se organizan las correspondientes oficinas. Pueden estar con ello formándose expertos y expertas en la prevención de genocidios. ¿No se crean ahora las condiciones para reconocerse por fin, en base a la propia Convención sobre el Genocidio, el carácter estrictamente genocida de los genocidios cotidianos, los genocidios que se han banalizado y de este modo invisibilizado? No ha sido así de momento. A lo más, unas políticas sustancialmente genocidas, pero no todavía homicidas, se toman ahora en consideración tan sólo como signos de alarma que activen las alertas para prevenir el genocidio verdadero que sería solamente el genocidio sangriento, como el cometido en tierras ex-yugoslavas o el d las latitudes ruandesas. Al menos el prototipo ya no es sólo uno. Algo, bien poco, se avanza.
¿Cómo vencer y superar la banalidad y la invisibilidad que se muestran tan inflexibles y tenaces? No creo que vayan a ser los Estados ni por separado ni asociados en Naciones Unidas quienes vayan a planteárselo y conseguirlo. La respuesta se encuentra al otro lado del espejo, al lado que no duplica la propia imagen impidiendo con ello que se hagan vivas las imágenes ajenas, las indígenas en el caso. En la comunidad internacional hacen falta más voces, voces que rompan espejos y abran ojos. Es la voz de las víctimas la que puede hacer visible el genocidio cotidiano.
 
- Bartolomé Clavero es Miembro del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas
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