Crisis sanitaria

Las pandemias de la globalización

29/04/2009
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Las últimas dos décadas, coincidiendo con el proceso de globalización tan caro para los poderosos países del G-7, aparecieron pestes mortales frente a las cuales, la mayoría de la humanidad está inerme. El SIDA, algo más antiguo, el virus hanta, el ébola, las vacas locas, la gripe aviar y, ahora, la gripe porcina. En medio de todas estas plagas, reaparecen enfermedades que la OMS dio por erradicadas definitivamente hace 30 o 40 años: la fiebre amarilla, el dengue, hasta la viruela. ¿Las siete plagas de Egipto?, ¿los jinetes del apocalipsis?, ¿anuncios del fin del mundo?

No creo en tremendismos que sólo sirven para atemorizar aún más a la gente, ya suficientemente alterada por los anuncios y prevenciones de los gobiernos y los organismos internacionales. Pero es cierto que, una acumulación de males mortales en tan corto periodo de tiempo, debe tener causas comunes. No es posible suponer que, cada enfermedad por su cuenta, aparece y se vuelve tan dañina que nos hace vivir en una cuarentena permanente, si la cuarentena es válida todavía.

El aumento de la población mundial y la mayor vinculación por efecto del avance en las vías de comunicación, son factores que contribuyen a una propagación más rápida de cualquier mal. De acuerdo.

Está también el hecho de la manipulación genética que está ocurriendo en organismos vegetales y animales. Éste parece ser el factor esencial. Modificaciones genéticas para un crecimiento más rápido de las plantas, para una producción mayor de los cultivos, para lograr un fruto resistente a determinados climas. Manipulaciones genéticas para clonar seres animales, uso de células madre para crear tejidos que supuestamente sirvan al tratamiento de malformaciones o enfermedades. En suma, aquello que ha dado en llamarse ingeniería genética, de la que muy poco conocemos y con la cual estamos desequilibrando el planeta en su conjunto.

Hacia mediados de los años ’70, una treintena de científicos respetados a nivel mundial, lanzó un manifiesto convocando, a sus colegas de todo el mundo, a detener los trabajos de ingeniería genética, hasta tanto no se profundizase más en el conocimiento de ese mundo microscópico. Señalaban el riesgo de desatar epidemias incontrolables, romper el equilibrio ecológico, provocar una catástrofe universal. No sé si esas eminencias tenían alguna esperanza de que los escuchasen o los leyesen, porque el tono del manifiesto mostraba una desesperanza acentuada. Lo cierto es que los trabajos en esa dirección continuaron sin protecciones de ningún tipo.

Unos quince años antes se habían acometido empresas calificadas como revolucionarias con el propósito de mejorar ciertos cultivos o terminar con determinadas plagas. Aún no se hablaba de genética ni cosa parecida, pero es evidente que ya se estaba manipulando en ese terreno. Hubo resultados catastróficos que, con gran irresponsabilidad, no fueron tomados en cuenta. La presencia de ciertos animales, insectos u organismos, según comprobaron los mismos propiciadores, impedía la aparición de otras plagas más nocivas. Hubo carestías alimentarias que se prolongaron por más de una cosecha.

Más grave aún es la sospecha, nunca despejada, de que alguna de estas epidemias, es el resultado de trabajos de laboratorio destinados a una posible guerra bacteriológica. Algún inexperto permitió que el virus saliese del control de los investigadores y la enfermedad mortal se propagó con una virulencia incontrolable. Nadie ha desmentido porque, indudablemente, un desmentido de cualquier organismo sería como una confesión de parte. Pero el hecho está ahí: la plaga se expandió y las explicaciones de su origen son, por decir lo menos, ridículas.

Cada uno de estos hechos nos lleva, en forma ineludible, a una propuesta concreta: nos enfrentamos a la disyuntiva de proteger el medio ambiente o arrojarnos al colapso total. Prohibir expresamente las especies, animales y vegetales, manipuladas genéticamente; desactivar todos los experimentos con plantas, animales y microorganismos, sobre todo con estos últimos; restituir, si aún es posible, las condiciones adecuadas en la atmósfera; cuidar la madre tierra, cuidar la Pachamama.

- Antonio Peredo Leigue es periodista, senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.

https://www.alainet.org/es/articulo/133533

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