Democracia

02/03/2009
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El tiempo lo amansa todo. Es nuestro amigo y es nuestro enemigo”

El político/ Azorín

Para un político profesional no es extraño reconocer que la democracia no cumple, generalmente, con todas las expectativas de los ciudadanos, ni siquiera de una mayoría. Por ello el político profesional busca siempre que los ciudadanos moderen sus demandas y, en la medida de lo conveniente, él mismo debe ser capaz de reconocer sus limitaciones. Y es que en una democracia lo importante para los partidos políticos y la clase dirigente es que el “control” esté garantizado.

Por lo anterior es que, generalmente, las impresiones ciudadanas sobre la política y los políticos suelen ser muy controversiales, negativas. No obstante hay quienes consideran a los políticos imprescindibles e inevitables, una necesidad y un obstáculo. Y aunque para muchos sea una evidencia su descrédito, la animadversión hacia sus personas forma una mezcla indiscriminada de prejuicios y buenas razones porque en nuestra época la culpa la han acumulado los “tecno-burócratas” que viven disfrazados de políticos.

La expresión "clase política" denota que el ejercicio de ciertas funciones encomendadas a los políticos los iguala en condición y estilo moral, en intereses y comportamientos. Pero la expresión no resulta más precisa que la de "clase dirigente". Muchas de las prácticas que se imputan al ámbito de la política -sistemas negativos de reclutamiento, entornos clientelares o flujos de información distorsionada- no son privativas de ese mundo; porque cunden en cualquier esfera social donde se abusa de las asimetrías de información y poder.

El político mejor intencionado está forzado a oficiar la representación política en un marco institucional contradictorio, con reglas pensadas unas para la figura (irreal) del representante como mandatario individual y otras para “blindar” una democracia de partidos o “partidocracia”. Se exige a los políticos comportarse responsablemente, velar por el interés general, pensar en el corto, mediano y largo plazo. Que sean capaces de pensar a lo grande. Pero la democracia, que requiere elecciones periódicas, obliga a satisfacer las demandas de una clientela que, sobre todo, quiere "comida hoy", “empleo hoy”, “seguridad hoy” no mañana, no después de las elecciones. Y es que la democracia no puede cumplir todas las promesas de quienes actúan a nombre de ella, sobre todo porque la brecha entre aquello a lo que aspira y lo que obtiene abona al descontento y la insatisfacción.

Lo que sí es muy diferente es que una cosa es que las democracias decepcionen y otra, muy distinta, que defrauden. Defrauda aún más cuando las trampas al “estado de derecho” dejan de escandalizar y la legalidad pierde capacidad obligatoria, sobre todo cuando se utiliza el recurso de que toda regla puede ser interpretable. Defraudan cuando en la comunicación política prevalece la charlatanería y las palabras huecas, a fuerza de significar cualquier cosa, cuando terminan por no significar nada; cuando solo sirven -las palabras-  como munición para confundir o manipular.

El fraude más dañino se produce cuando los ciudadanos estiman irrelevante su capacidad de control, cuando sienten que ya no vale la pena hacer nada para que las cosas cambien. Resulta muy dañino -el fraude- cuando los ciudadanos confirman la asimetría de recursos de poder a disposición de quienes les gobiernan o representan; cuando éstos -los gobernantes- perciben a los ciudadanos vulnerables e incapaces para usar su poder de influencia, su poder de votar y aún de ser “votados”. Eso es lo que ha ido pasando en cada proceso electoral que asumimos “democrático” y que termina por no serlo. En ese momento se apodera de los ciudadanos un sentimiento de incredulidad en el sistema: una suerte de rabia sorda con lo cual cunde la desafección y nuevas tendencias. ¿Y usted, cómo la ve?

 

- Francisco Velasco Zapata es politólogo. Presidente de Parlamento Ciudadano A.C.

https://www.alainet.org/es/articulo/132573

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