27F: El Parto Revolucionario
- Opinión
Fue tanto el empeño de Rodríguez Ochoa, el General, que por fin logró sacarme de aquellas profundidades del Cajón de Arauca, allá en las sabanas de Alcornocal, por donde pasa el caño Cubarro entre profundas barrancas, rumbo al Capanaparo. “Ya te me pareces a Lorenzo Barquero”, me había dicho un día cuando me consiguió por allá metido entre los Cuivas y los Yaruros, comandando una patrulla de soldados que más bien parecían guerrilleros. Y fue así como, de un día para otro, y sin que los Generales Alliegro ni Heinz Azpurua ni Peñaloza Zambrano, quienes me la tenían jurada, pudieran evitarlo, llegué al Palacio Blanco de Miraflores, como Mayor Ayudante del Secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. Corría para entonces el mes de agosto del año 1988 y ya el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 era una extensa red, que tenía más de una década penetrando en profundidad la conciencia y el alma de la juventud militar venezolana; y desde 1982, a partir del juramento del Samán de Güere, mis camaradas de armas me habían reconocido y designado Comandante del Directorio Revolucionario.
De allí en adelante vendrían para mí unos meses tumultuosos, lejos de la tranquilad de la linda población de Elorza y el heroico llano Apureño. A las pocas semanas me sacaron del país y fui a parar a Guatemala, como producto de las componendas del alto mando militar de entonces.
En octubre ya estaba de regreso y la campaña electoral presidencial había entrado en la recta final. “El Gocho” y “El Tigre” eran los principales contendores en aquellos carnavales puntofijistas, donde la izquierda, mayormente atrapada por la pequeña burguesía y su pensamiento reformista, estaba relegada a jugar en el banco y sin la más remota esperanza de salir a coger ni un solo turno al bate. Apenas habían pasado dos o tres semanas de mi retorno al país, cuando ocurrió el hecho aquel, nunca aclarado, de los tanques de guerra que rodearon Carmelitas y llegaron a la esquina de Miraflores. A pesar de que esa noche estábamos jugando una partida de softbol en el campo de Pagüita, sin embargo fui señalado como uno de los responsables de aquel movimiento de tropas sobre puntos sensibles del gobierno. Por aquellos días ocurrió también la masacre del caño Las Coloradas, por allá en el alto Apure.
Así andaban las cosas, pues, en plenos estertores del nefasto gobierno de Jaime Lusinchi, el Presidente que logró “el mejor refinanciamiento del mundo”, el mismo de “la sonrisa más simpática de nuestra era”. Me tocó vivir en el mismo vientre del monstruo esa época y ser testigo cercano de acontecimientos que comenzaron a marcar el fin de una era y el comienzo de otra. Llegó diciembre y Carlos Andrés Pérez ganó las elecciones presidenciales, para iniciar el llamado “gran viraje” el dos de febrero de 1989.
Necesario es ahora que recordemos el contexto internacional en medio del cual ocurrían esos eventos políticos internos. La Perestroika marcaba la asombrosa ruta del fin de la Unión Soviética y ello constituía un verdadero golpe mortal a casi todas las luchas revolucionarias en el planeta. Se tambaleaba el gobierno Sandinista en Nicaragua como consecuencia del terrorismo y la contrarrevolución planificada, financiada y dirigida por el imperio yanqui; y en nuestra América Latina, con la excepción honrosa de la Cuba revolucionaria y socialista, todos los gobiernos caían arrodillados ante el llamado “consenso de Washington” y sus políticas colonialistas neoliberales impuestas a través del Fondo Monetario Internacional.
Para el momento de iniciarse el gobierno de CAP, habían pasado ya casi seis años del “viernes negro”, Venezuela era un país quebrado y endeudado y además con un pueblo hundiéndose en la pobreza y en la miseria más espantosa.
Y sobre tan espeluznante realidad vino a caer, inclemente, la plaga neoliberal y sus políticas de “shock”.
Y ocurrió entonces lo que tenía que ocurrir: se desató la tormenta, apenas veinticinco días después de la llamada “coronación”. Yo lo recuerdo clarito, como si hubiese ocurrido ayer.
Ese domingo 26 de febrero lo habíamos pasado en casa y nosotros, la familia Chávez – Colmenares, andábamos de lo más felices, pues por fin, después de quince años de andar juntos, la negra Nancy y yo, ya para entonces con los tres muchachos, Rosita, María y Huguito, habíamos conseguido comprar una modesta casa en San Joaquín de Carabobo, con sendos créditos del IPSFA y de Seguros Horizontes. Apenas nos habíamos mudado unas semanas atrás y era como si comenzase una nueva vida. Claro que siempre supimos que aquella placidez familiar estaría amenazada por futuras tempestades, pues nadie lo dudaba: andábamos sembrando vientos.
Sólo que había una novedad en casa: nuestros hijos tenían lechina y yo me vine por la noche a Caracas ya contagiado y sintiendo los primeros malestares.
El lunes 27 comenzaron las protestas, las que para nada eran extrañas, pues se habían convertido en el pan nuestro de cada día. Cerca de las 4 de la tarde salí del Palacio y me dirigí por la Av. Sucre hacía Flores de Catia para tomar por allí la autopista a Tazón y llegar por Sartenejas, a la Universidad “Simón Bolívar”, mi muy querida y recordada Universidad, donde había comenzado la Maestría de Ciencias Políticas.
Se podía percibir en el ambiente algo así como el rumor de un ejército moviéndose sobre el campo de batalla. Yo no lo sabía a esas alturas. Nadie podía saberlo. Pero en esos precisos instantes estaba iniciándose en esta Caracas de tantos aconteceres históricos, desde los lejanos días en que el Cacique Guaicaipuro dirigía magistralmente la resistencia aborigen contra la invasión de la España Imperial, un proceso que estaría destinado a convertirse en vanguardia de un verdadero cambio epocal que hoy, veinte años después, recorre con intensidad creciente toda la tierra Latinoamericana.
Si, realmente fue así. Manejando un modesto carro por la Av. Sucre, con la lechina incubada a través del amor sublime de las hijas y el hijo, casi bebé todavía, aflorando ya con la fiebre aquella enfermedad, el Mayor Hugo Chávez Frías, Ayudante del General Secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa y Comandante del Directorio Revolucionario del MBR – 200 a la vez, vio con sus propios ojos el parto de los tiempos y de los pueblos: ¡¡El inicio de la Revolución Bolivariana!!
Después vino la masacre, el genocidio.
Aquel día, al pueblo rebelde le hizo falta su Ejército, sus soldados y sus fusiles.
Tres años después, el 4 de Febrero de 1992, al Ejército Bolivariano, a los soldados rebeldes, les faltó su pueblo en la calle.
Hoy, veinte años después, aquí estamos juntos pueblo y soldados, construyendo el camino que comenzó entonces, haciendo posible la Venezuela Socialista.
Y ahora, después de la gran victoria revolucionaria del pasado 15 de febrero, hemos sellado el nacimiento del tercer ciclo histórico de la Revolución Socialista Bolivariana, que abarcará el periodo 2009-2019.
Como dijo Jorge Eliécer Gaitán, te lo digo yo hoy, compatriota venezolana, venezolano que me lees: ¡¡Siempre adelante, nunca atrás; y lo que ha de ser, que sea!!
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