Las Líneas de Chávez 8

"La maisantera" La vida bonita, el amor bonito

07/02/2009
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"Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando, convoca la Soberanía Nacional para que ejerza su voluntad absoluta".

Todos sabemos que estas palabras fueron pronunciadas por el padre Bolívar el 15 de febrero de 1819, en aquel memorable discurso que dejó instalado el Congreso de Angostura, allá en la ribera sur del soberbio Orinoco. Ciento noventa años después, exactamente eso es lo que va a ocurrir en Venezuela. El pueblo, gran hijo de Bolívar, de nuevo va a hacer uso de su soberanía para expresar su democrática voluntad.

Y de nuevo, como en estos últimos diez años de revolución, se hará lo que la mayoría decida en las mesas electorales.

La conmemoración del cuatro de febrero fue en Maracay una verdadera apoteosis popular-militar. Tuve la ocasión de visitar nuevamente el viejo Cuartel Páez y saludar a los bizarros oficiales y tropas paracaidistas del Batallón Antonio Nicolás Briceño.

Y allá, intactos, como si el tiempo se hubiese detenido, el patio de formaciones bordeado de grandes árboles. Y hacia arriba, la misma escalera de caracol, la oficina del comandante, el estandarte... Los recuerdos..."Parece que fue ayer".

Y luego, la Avenida Constitución atiborrada de pueblo y de soldados. Allí conseguí viejos compañeros, grandes camaradas, todos ratificando con su presencia nuestro compromiso patrio.

La campaña, en su quinta fase, continúa su marcha. Un verdadero huracán recorrió los pueblos de Mariara, San Joaquín, Guacara y los Guayos.

Es indescriptible la emoción, el frenesí, la pasión desatada.

Como también son indescriptibles los sentimientos que me invadieron cuando llegamos a aquella casa, "La Maisantera", la que fue el humilde hogar de Rosita, María, Huguito, Nancy, y yo, desde 1989 hasta 1992.

La calle, la inolvidable calle llena de gente. Los viejos vecinos, sus niños que ya son hombres y mujeres, jóvenes estudiantes y profesionales. Mi compadre José Rafael, mi comadre Mimina, mi ahijado Ronald...Mauro Araujo, por aquellos años capitán y hoy General de División de nuestra Fuerza Aérea Bolivariana... Alejo y Zulay, de los vecinos más entusiastas, allá en cuya casa se armaban las buenas partidas de dominó, sobre todo los viernes por la noche.

Los Granadillo, Jenny y Arnoldo, junto a sus hijos que son coleadores y sus hijas, ahora lindas mujeres que trabajan por la Revolución...

Y
conmigo, pegadas como la hiedra, mis muchachas, Rosa Virginia y María Gabriela, hechas toda una palpitación misteriosa, una presencia mágica. Entramos al fin, recibidos en la puerta por donde salí aquella madrugada tormentosa para no volver sino hasta ahora, diecisiete años y tres días después, por una muy hermosa familia luso-venezolana, llena de comprensión, de afecto y amor. Ella, la señora Ana María Pereira nacida en Madeira, esa paradisíaca Isla de Portugal, con un niño de apenas quince días de nacido, llamado Anthony Gabriel.

Lo ofreció, madre generosa, a mis brazos. Y el bebé dormidito y sin hacer el menor caso al bullicio, vino a reposar tranquilito junto a mi pecho.

Él, Freddy Moreno, nacido allá mismo en San Joaquín, trabajador y padre de familia, con una sonrisa afectuosa, abrazando a Freddy Alejandro y Ana Patricia, los hijos mayores del matrimonio Moreno Pereira.

Mis lágrimas eran sencillamente inevitables. Y las dejé allá, regando aquel lugar sagrado, como tributo a lo que fue para mí, un verdadero nido de amor, de sublime amor. Como tributo al pasado que allí palpita. Y sobre todo, como tributo al futuro que por todas partes se asoma.

Generosos, me permitieron ver los cuartos. La habitación matrimonial con la ventana que da hacia el garaje, esa misma a través de la cual me llegó una tarde la voz inconfundible de mi comadre Mimina Angarita, en un grito que fue como un balazo: "¡Compadre, mataron a Felipe Acosta!".

Fue durante el "Caracazo", exactamente cuando recién caía el sol del primero de marzo de 1989.

Y de allí los versos del alma para el catire Acosta:

"Mataron a Felipe Acosta,
a Felipe Acosta Carlez,
la tormenta de los pueblos
se desató por las calles,
no quedaba nada en pie,
desde Petare hasta el Valle...
¡ay balazo en un instante
te llevaste a mi compadre!".

Más allá, al fondo del pasillo, ay Dios mío, los cuartos de los niños. A la izquierda, más arregladito siempre, el de Rosita y María Gabriela, con su ventanita hacia el patio, donde habíamos sembrado un mango que hoy ya no está y donde la "Negra" tenía una muy productiva micro-siembra de tomates y pimentones. Y a la derecha, con la puerta del bañito de por medio, el siempre alborotado cuarto de Huguito Rafael, donde mi niño cantaba, dibujaba y soñaba.

Después entramos a la cocina. ¡¡la misma cocina!! Y allí me tomé dos cafecitos, creo que los dos más sabrosos de tantos en estos últimos diecisiete años.

Y me obsequiaron tres cocos del árbol de cocotero que sembramos una noche de canciones y luna llena. ¡¡Cómo creció esa mata de coco!! Se levanta imponente, señorial, generosa con sus frutos como pechos de diosa...

Por fin, nos fuimos con la despedida generosa y la sensación de haber hecho un viaje al pasado. Con mis dos hijas mujeres allí, símbolos vivos y hermosos de la vida bonita, del amor bonito... ¡¡Gracias digo, desde el fondo de mi corazón!!

Luego, entramos en caravana a San Joaquín, con sus calles largas inundadas de pueblo... y de recuerdos. Después Guacara y los Guayos, ya casi a las diez de la noche.

¡¡ El doble ataque blindado avanza sin tregua!!

Y llevo en mi pecho un arma muy poderosa que cada día se hace más grande, regalo de los caminos y de los pueblos, de los hijos y los recuerdos:

¡El amor,
el amor,
el amor!

Por amor, vamos todos y todas el 15 de febrero:

SÍ,
SÍ,
SÍ.

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