Vigilar y castigar
04/11/2008
- Opinión
Es feriado y llueve en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Con más tiempo que de costumbre enciendo el televisor para ver noticias, y ahí está el escándalo mediático doméstico del día. Las imágenes muestran al Gral. Luis Trigo, abucheado y hostigado para que abandone el café donde está sentado conversando con su familia. Se trata nada menos que del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas bolivianas. Experta en malabarismos imaginativos, la comentarista del noticiero insiste en la idea de que todos los parroquianos repudian la presencia del militar. Sin embargo, sus propias imágenes la desmienten: los clientes están tranquilamente sentados en torno a otras mesas del lugar. No se escuchan gritos, no se produce repulsa.
Sin embargo hay personas fuera del local que sí son parte del espectáculo. Aúllan, insultan, vociferan, gesticulan, amenazan. Una mujer golpea histéricamente con su zapato la ventanilla del vehículo de Trigo. Con escasísima creatividad, y repitiendo un libreto desgastado, la mediocracia local monta el show que necesitan algunos grupos de poder para hacer creer a la audiencia que mantienen el control del territorio. Como ya es hábito, ciertos canales de televisión se encuentran presentes antes de que se produzca la noticia. ¿Premonición? ¿Ubicuidad y omnipresencia periodística? Nada de eso. Se trata en realidad del resultado de un elemental ejercicio de complicidades. Unos buscan y provocan el escandalete, y otros están allí para filmarlo; saben de antemano que se va a producir. En este caso la víctima lo es sencillamente por el hecho de haber nacido en Santa Cruz y a la vez ser parte de un ejército que la derecha local califica sin mayores sutilezas como "masista", por no haberse sumado a las recientes intentonas golpistas, por defender la institucionalidad y la democracia, por respetar y hacer respetar la Constitución.
Me resulta difícil no evocar el título de la obra de Michel Foucault. Vigilar y castigar parece ser hoy la consigna de las élites cruceñas. Fracasadas en sus intentos de fragmentación e incendio del país durante el mes de septiembre, derrotadas en el mismísimo Congreso, "traicionadas" por los de su propio pelaje, redujeron sus pretensiones al control de dos lugares simbólicos de la ciudad: la Plaza 24 de Septiembre y tres cuadras de la Avenida Monseñor Rivero, donde se ubican confiterías frecuentadas por la clase alta.
Exhiben e insisten en la intolerancia que caracteriza, define (y desenmascara) sus proyectos de vida. Durante siglos la ejercieron a látigo en todo el territorio nacional. Intentaron mantenerla y preservarla en la Media Luna. Hoy, en un proceso indetenible y patético de deterioro, la ponen en práctica en una plaza, en una docena de restaurantes y en cuatro o cinco sets de televisión.
Sin embargo hay personas fuera del local que sí son parte del espectáculo. Aúllan, insultan, vociferan, gesticulan, amenazan. Una mujer golpea histéricamente con su zapato la ventanilla del vehículo de Trigo. Con escasísima creatividad, y repitiendo un libreto desgastado, la mediocracia local monta el show que necesitan algunos grupos de poder para hacer creer a la audiencia que mantienen el control del territorio. Como ya es hábito, ciertos canales de televisión se encuentran presentes antes de que se produzca la noticia. ¿Premonición? ¿Ubicuidad y omnipresencia periodística? Nada de eso. Se trata en realidad del resultado de un elemental ejercicio de complicidades. Unos buscan y provocan el escandalete, y otros están allí para filmarlo; saben de antemano que se va a producir. En este caso la víctima lo es sencillamente por el hecho de haber nacido en Santa Cruz y a la vez ser parte de un ejército que la derecha local califica sin mayores sutilezas como "masista", por no haberse sumado a las recientes intentonas golpistas, por defender la institucionalidad y la democracia, por respetar y hacer respetar la Constitución.
Me resulta difícil no evocar el título de la obra de Michel Foucault. Vigilar y castigar parece ser hoy la consigna de las élites cruceñas. Fracasadas en sus intentos de fragmentación e incendio del país durante el mes de septiembre, derrotadas en el mismísimo Congreso, "traicionadas" por los de su propio pelaje, redujeron sus pretensiones al control de dos lugares simbólicos de la ciudad: la Plaza 24 de Septiembre y tres cuadras de la Avenida Monseñor Rivero, donde se ubican confiterías frecuentadas por la clase alta.
Exhiben e insisten en la intolerancia que caracteriza, define (y desenmascara) sus proyectos de vida. Durante siglos la ejercieron a látigo en todo el territorio nacional. Intentaron mantenerla y preservarla en la Media Luna. Hoy, en un proceso indetenible y patético de deterioro, la ponen en práctica en una plaza, en una docena de restaurantes y en cuatro o cinco sets de televisión.
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