Descubrir la mente de Dios

24/09/2008
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  • Opinión
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El Gran Colisionador, el acelerador de partículas inaugurado el 10 de setiembre, con 27 kms de circunferencia, construido bajo las fronteras de Suiza y de Francia, es para la física lo que el telescopio es para la astrofísica.

Su principio operacional se basa en la famosa ecuación de Einstein: E = mc2 (E es energía; m es masa; c es velocidad de la luz). La cantidad de energía concentrada en una porción de materia equivale a su masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. La velocidad de la luz es de 300 mil kms por segundo.

Si la energía tiene masa, 1 kg de carbón, convertido totalmente en energía, produciría 25 mil millones de kilovatios/hora (kwh) de electricidad. Toda la energía eléctrica generada en los EE.UU., sumada a la del Brasil, no llega a un 15% de ello.

Antes de Einstein nadie había supuesto que la energía y la masa se igualasen. La constante c, aparentemente inofensiva, representa un número astronómico: el cuadrado de la velocidad de la luz. Si extraemos energía de una cucharada de agua, será suficiente para que un trasatlántico atraviese el Atlántico mil veces.

Lo que se pretende con el acelerador de partículas es captar la energía primitiva que dio inicio al Universo hace 13,700 millones de años: el Big Bang. Es como una inmensa serpiente brotando de una pequeña bola de hidrógeno, cuyas válvulas, controladas por ordenadores, liberan chorros de gas, como si fuera un juego de niños. Sin embargo, en cada uno de esos chorros hay más protones que la suma de todas las estrellas de la Vía Láctea.

Las minúsculas nubes de gas entran por la cavidad eléctrica del generador que separa los electrones de los átomos de hidrógeno, como quien arranca el halo de luz de una estrella, y lanzan los protones, primero, por un túnel de gran velocidad; a continuación por un conducto estrecho como una manguera de jardín, pero con casi 5 kms de extensión. Dentro de ese anillo los protones son acelerados por impulsos provocados por electroimanes, mientras imanes focalizadores los reúnen en un haz tan fino como la barra de grafito de un lápiz.

Al alcanzar una velocidad cercana a la de la luz la masa inicial aumenta cerca de 300 veces, gracias a la propia velocidad. En este momento son desviados del anillo y lanzados contra un objetivo dentro de un detector. Sus rastros, captados por el campo magnético del detector, revelan la identidad de la partícula.

Los aceleradores serían como estrellas mecánicas; su temperatura, elevada a millones de grados, puede hacer que las partículas se muevan tan rápidamente como en el corazón de las estrellas. En el anillo del acelerador protones y antiprotones recorren trayectorias opuestas en velocidades cercanas a la de la luz, colisionando un millón de veces por segundo, y de ese modo, fragmentando los átomos en sus partículas más genuinas, entre las cuales el cuark top, el último de los seis ladrillos fundamentales de la materia, cuya existencia ha sido comprobada en 1995.

Cuanto más perfecto sea el acelerador de partículas, más nuevas partículas serán descubiertas. Así, los científicos se preguntan si algún día esa ‘arqueología’ de la materia se terminará, al encontrarse con aquella partícula que sería, finalmente, la más elemental, base de todas las demás.

El acelerador nos aproxima al parto generador del Universo. Para nuestras dimensiones de tiempo, saber lo que sucedió una centésima de segundo después de la Creación es fantástico. ¡Qué importa saber lo que ocurrió 1 decimilibillonésima de segundo antes de que usted decidiese pestañear el ojo, como hace ahora! Mientras tanto, cuando se trata de la evolución de la materia, cada fragmento de segundo es como un siglo para la historia humana.

Hoy se sabe lo que habría sucedido en los tres primeros minutos después de la explosión del Huevo Primordial que contenía todo el Universo, el Big Bang. Pero esto no basta; otras muchas cosas pasaron en el horno original antes de aquella fracción de segundo.

Lo que busca la ciencia es aproximarse al momento en que el átomo inicial no se contuvo y, pletórico, se abrió cual un botón de rosa que exhibe sus pétalos en todas las direcciones. De ese modo acabaremos sabiendo un poco más respecto a las raíces de nuestro universal y holístico árbol genealógico.

¿Qué hacía Dios antes de crear el Universo? La respuesta ya la dio san Agustín en el siglo 4º: “Preparaba el infierno para quien hiciera ese tipo de pregunta”.


Quien aprecia la culinaria y le gusta dirigir un fogón, sepa que los ingredientes de la receta para hacer el Universo son sencillos: 76.5% de hidrógeno, 21.5% de helio y 2% de otros elementos químicos. A ser posible, el cocinero debe tener manos divinas.

Frei Betto es escritor, autor de “La obra del Artista. Una visión holística del Universo”, entre otros libros.


Traducción de J.L.Burguet

https://www.alainet.org/es/articulo/129950?language=en
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