Juan y Joaquín (y otros inmortales)
16/04/2008
- Opinión
Joaquín Machado de Assís falleció hace cien años. Juan Guimarães Rosa nació hace cien años. Los dos imprimieron dimensión estética al enigma de lo femenino: Capitu, por Joaquín; Diadorim, por Juan. Los dos murieron en Rio de Janeiro, los dos en casa, los dos solos. Joaquín en Cosme Viejo, viudo; Juan en Copacabana, el 19 de noviembre de 1967, cuando la mujer salió para misa.
Carioca, autodidacta, fundador de la Academia Brasileña de Letras, Joaquín construyó una obra de inagotable polisemia. Su estilo revela la levedad de la pena, gracias a sus crónicas en periódicos. Sus textos parecen, a primera vista, al alcance de cualquier lector, pero exigen agudeza para poder captarlos en su profusión de símbolos, subterfugios, entrelíneas y aparentes tautologías.
Originario de Cordisburgo -‘ciudad del corazón’-, en Minas Gerais, políglota, médico y diplomático, Juan reinventó la lengua portuguesa, la brasileñizó, la potencializó, expandió las reglas de la narrativa convencional, hizo del sertão (región agreste, semiárida) una epopeya.
Juan observa el mundo por la cerca del prado; Joaquín por la ventana de la casa. El primero es rural; el segundo urbano. Juan va a las aguas límpidas de los grandes ríos a pescar, en las profundidades, las interrogantes metafísicas de lo humano. Joaquín es intimista, realista, encuentra en los salones, en una conversación banal, la materia prima que le permite desvelar recónditos secretos del alma.
Juan encara el mundo de abajo hacia arriba, situado en el lugar social de los anónimos; pisa en bosta de vaca para describir infinitudes. Joaquín es casi dandy, se presenta con guantes y chistera y poco a poco nos rasga la fantasía, nos perfora la piel, nos abre el corazón, nos muestra las vísceras.
Juan es teólogo, apocalíptico; Joaquín filósofo, irreverente. Juan es asombro; Joaquín ironía. Éste impregna su pluma de pena y penetra en los meandros de nuestra inevitable insensatez; Juan mete la guadaña y desbasta, abre caminos en direcciones inesperadas.
Joaquín es cartesiano, explora la duda, el suspenso, la ambigüedad, lo contradictorio. Juan es barroco, retuerce la gramática, subvierte la sintaxis, arranca el vocabulario de su listado ordenado y lo pone en el cuerpo de baile de los intersticios del espíritu.
Joaquín hace de su literatura una red caprichosa; vista a la distancia, su obra parece impecable mantel sobre la mesa, cuya belleza resulta de sus intrincados bordados, sólo apreciados por el lector agudo.
Juan prefiere juntar los trozos derramados por el suelo de la vida y exponer el vitral de tantas sagas y aventuras. Su talento es inalcanzable, pues se aisló en un universo terminológico y semántico único, singular; comparando mejor, apagó el idioma de la losa y en los laberintos de la sintaxis lo reconstruyó letra por letra, palabra por palabra, en un tejido radicalmente local, esplendorosamente universal.
En ambos, el dominio impecable de la lengua, el estilo cautivante, el ritmo preciso. Ambos son inimitables. Joaquín nos invita a un juego repleto de sorpresas; Juan a un viaje a través del misterioso sertão que cada uno de nosotros lleva dentro de sí.
Éste es un año de muchas conmemoraciones literarias. Hace 400 años nacía el P. Vieira (6-2-1608), que nos enseñó a reverenciar el idioma portugués, y hace 120 años Fernando Pessoa (13-6-1888), para quien “el poeta es un simulador / simula tan completamente / que llega a fingir que es dolor / el dolor que de veras siente”. Hace sesenta años nos dejaba Monteiro Lobato, que encantó mi infancia y me acostumbró a los libros.
Antonio Candido, el mayor crítico literario vivo, autor del clásico Compañeros del Río Bonito, hace noventa años. Y hace noventa años transvivenció Olavo Bilac, que nos invita a oír estrellas. Y hace cuarenta años fallecía Manuel Bandeira, que nos indujo a surfar en la poesía: “La ola anda / ¿dónde anda / la ola? / todavía ola / todavía anda / ¿dónde? / la ola / la ola”. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Alfabeto. Autobiografía escolar”, entre otros libros.
Carioca, autodidacta, fundador de la Academia Brasileña de Letras, Joaquín construyó una obra de inagotable polisemia. Su estilo revela la levedad de la pena, gracias a sus crónicas en periódicos. Sus textos parecen, a primera vista, al alcance de cualquier lector, pero exigen agudeza para poder captarlos en su profusión de símbolos, subterfugios, entrelíneas y aparentes tautologías.
Originario de Cordisburgo -‘ciudad del corazón’-, en Minas Gerais, políglota, médico y diplomático, Juan reinventó la lengua portuguesa, la brasileñizó, la potencializó, expandió las reglas de la narrativa convencional, hizo del sertão (región agreste, semiárida) una epopeya.
Juan observa el mundo por la cerca del prado; Joaquín por la ventana de la casa. El primero es rural; el segundo urbano. Juan va a las aguas límpidas de los grandes ríos a pescar, en las profundidades, las interrogantes metafísicas de lo humano. Joaquín es intimista, realista, encuentra en los salones, en una conversación banal, la materia prima que le permite desvelar recónditos secretos del alma.
Juan encara el mundo de abajo hacia arriba, situado en el lugar social de los anónimos; pisa en bosta de vaca para describir infinitudes. Joaquín es casi dandy, se presenta con guantes y chistera y poco a poco nos rasga la fantasía, nos perfora la piel, nos abre el corazón, nos muestra las vísceras.
Juan es teólogo, apocalíptico; Joaquín filósofo, irreverente. Juan es asombro; Joaquín ironía. Éste impregna su pluma de pena y penetra en los meandros de nuestra inevitable insensatez; Juan mete la guadaña y desbasta, abre caminos en direcciones inesperadas.
Joaquín es cartesiano, explora la duda, el suspenso, la ambigüedad, lo contradictorio. Juan es barroco, retuerce la gramática, subvierte la sintaxis, arranca el vocabulario de su listado ordenado y lo pone en el cuerpo de baile de los intersticios del espíritu.
Joaquín hace de su literatura una red caprichosa; vista a la distancia, su obra parece impecable mantel sobre la mesa, cuya belleza resulta de sus intrincados bordados, sólo apreciados por el lector agudo.
Juan prefiere juntar los trozos derramados por el suelo de la vida y exponer el vitral de tantas sagas y aventuras. Su talento es inalcanzable, pues se aisló en un universo terminológico y semántico único, singular; comparando mejor, apagó el idioma de la losa y en los laberintos de la sintaxis lo reconstruyó letra por letra, palabra por palabra, en un tejido radicalmente local, esplendorosamente universal.
En ambos, el dominio impecable de la lengua, el estilo cautivante, el ritmo preciso. Ambos son inimitables. Joaquín nos invita a un juego repleto de sorpresas; Juan a un viaje a través del misterioso sertão que cada uno de nosotros lleva dentro de sí.
Éste es un año de muchas conmemoraciones literarias. Hace 400 años nacía el P. Vieira (6-2-1608), que nos enseñó a reverenciar el idioma portugués, y hace 120 años Fernando Pessoa (13-6-1888), para quien “el poeta es un simulador / simula tan completamente / que llega a fingir que es dolor / el dolor que de veras siente”. Hace sesenta años nos dejaba Monteiro Lobato, que encantó mi infancia y me acostumbró a los libros.
Antonio Candido, el mayor crítico literario vivo, autor del clásico Compañeros del Río Bonito, hace noventa años. Y hace noventa años transvivenció Olavo Bilac, que nos invita a oír estrellas. Y hace cuarenta años fallecía Manuel Bandeira, que nos indujo a surfar en la poesía: “La ola anda / ¿dónde anda / la ola? / todavía ola / todavía anda / ¿dónde? / la ola / la ola”. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Alfabeto. Autobiografía escolar”, entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/active/23550?language=es
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