El eslabón perdido
11/04/2008
- Opinión
Hace ya tiempo que la ciencia investiga el eslabón perdido entre el macaco y el hombre. Pero se da consenso en que Darwin tenía razón. Incluso el papa Juan Pablo 2º, que no daba el brazo a torcer, admitió la pertinencia del darwinismo. Lo que obligó a los obispos de Argentina, adeptos fundamentalistas del creacionismo, a suspender en las escuelas católicas la enseñanza de que entre Dios y nosotros no hubo más intermediario que Adán y Eva.
Los creacionistas no pueden ir más allá de la idea de un dios alfarero que, tras haber trabajado con arcilla y soplado el barro, dio vida a las maquetas humanas. Si dieran un paso más en la genealogía de la primera pareja se encontrarían con mayores dificultades. Si Adán y Eva tuvieron dos hijos varones, Caín y Abel, ¿cómo se explica esa gran descendencia de la que formamos parte? ¿seríamos todos hijos e hijas de un incesto paradisíaco?
Adán y Eva tienen que ver con la costumbre de mandar al tonto a plantar papas. Al encontrar esta expresión en documentos de mil años atrás, los arqueólogos del año 3008, desprovistos de mayores explicaciones, podrían ser inducidos a creer que, en nuestra época, cuando una persona se irritaba con otra, trataba de mandarla a cultivar papas, lo que explicaría la abundancia de dicho tubérculo en la dieta de los humanos a comienzos del siglo 21.
Como los antiguos hebreos no frecuentaban la universidad y por tanto estaban lejos del lenguaje académico, abstracto, en toda la Biblia no hay una sola clase de doctrina o de teología. Su lenguaje es el del minero, a base de ‘sucesos’. Se ve lo que se lee. El lenguaje plástico transforma los conceptos en imágenes. Por eso el vocablo ‘tierra’ dio origen a Adán, y ‘vida’ a Eva.
Pero bueno, regresemos al eslabón perdido antes de que se nos pierda él también. La Biblia sólo pretende enseñar que Dios es el creador del Universo, incluidos los humanos que, aunque obra divina, padecen de dos limitaciones insuperables: tienen plazo de validez y defecto de fabricación. Lo que la doctrina cristiana llama pecado original.
Esto es obvio: todos mueren, a pesar de las academias de letras repletas de ‘inmortales’, y no son pocos los que muestran grandes defectos de fabricación: a lo largo de su vida se vuelven corruptos, mentirosos, oportunistas, segregacionistas, machistas, cínicos… en fin, hombres sin calidad, diría Musil. Y muchos manifestarán una curiosa tendencia hacia la política.
¿Cuándo se habría dado el salto del simio al humano? ¿el día en que un macaco utilizó un palo como extensión de sus manos, tal como muestra Stanley Kubrick en la película “2001, una odisea en el espacio”? ¿o el día en que un orangután decidió, al contrario de toda la familia zoológica, dejar de comer sólo cuando tiene hambre y señalar hora para las comidas? ¿o habrá sido en aquella tarde de sábado en que el macaco untó la caza con pimienta y la asó en la brasa que quedó como residuo de la quema producida por un rayo, sin saber que estaba inventando el churrasco?
Un verdadero humano sería una persona dotada de creatividad. ¿Quién ha visto una casa con forma de pájaro con un balconcito y una terraza para acoger al hijo recién casado? Sucede que la creatividad es también -es, en general, especialmente- un atributo de los maleantes. Quizás sea preferible caracterizar al humano por sus virtudes: una persona generosa, altruista, ética, solidaria, amorosa, capaz de compartir sus bienes y dones. ¿Existe algo así?
Si estamos de acuerdo en que eso todavía es un proyecto, una perspectiva, un sueño, entonces hay que aceptar que el eslabón perdido entre el macaco y el hombre somos nosotros, esa cadena de mamíferos que comienza por la curiosidad de Adán y Eva, que fueron a meter la nariz donde nadie los había llamado, hasta la generación actual contemporánea de Bush y de Bin Laden. Por lo demás, dos buenos ejemplos de la especie prehumana que, como los macacos, tienen preso la cola pateada; donde meten los pies crean una situación crítica; y viven invadiendo el espacio ajeno.
Nosotros somos el eslabón que estaba perdido. Aunque él siempre ha estado en nuestra frente. Sólo basta con mirarnos al espejo. El verdaderamente humano vivirá en el futuro. Eso si adquirimos un poco de vergüenza en la cara. En caso contrario el mismo eslabón se perdería y el proyecto humano quedará como una utopía. Quizás realizable en algún otro planeta donde haya abundancia de eso que tanto falta por acá: vida inteligente.
O quién sabe si el Creador decida pasar a limpio su creación por segunda vez. Dudo que Él la vaya a destruir con un nuevo diluvio. El agua es hoy un bien escaso. Dios es generoso, no despilfarrador. Quizás el calentamiento global sea el primer indicio de que todo va a quedar reducido a ceniza. Y entonces tendría lugar un nuevo Génesis.
Desconfío de que, al sexto día, Dios creará animales inadaptados para desarrollar una cadena evolutiva. Y que en el séptimo se recueste en su trono en el jardín del Edén, porque nadie es de hierro, a contemplar la belleza del Universo –ahora libre de la amenaza de un peligroso depredador descendiente de los macacos, el eslabón entre lo que ya no existe y lo que nunca fue. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin”, entre otros libros.
Los creacionistas no pueden ir más allá de la idea de un dios alfarero que, tras haber trabajado con arcilla y soplado el barro, dio vida a las maquetas humanas. Si dieran un paso más en la genealogía de la primera pareja se encontrarían con mayores dificultades. Si Adán y Eva tuvieron dos hijos varones, Caín y Abel, ¿cómo se explica esa gran descendencia de la que formamos parte? ¿seríamos todos hijos e hijas de un incesto paradisíaco?
Adán y Eva tienen que ver con la costumbre de mandar al tonto a plantar papas. Al encontrar esta expresión en documentos de mil años atrás, los arqueólogos del año 3008, desprovistos de mayores explicaciones, podrían ser inducidos a creer que, en nuestra época, cuando una persona se irritaba con otra, trataba de mandarla a cultivar papas, lo que explicaría la abundancia de dicho tubérculo en la dieta de los humanos a comienzos del siglo 21.
Como los antiguos hebreos no frecuentaban la universidad y por tanto estaban lejos del lenguaje académico, abstracto, en toda la Biblia no hay una sola clase de doctrina o de teología. Su lenguaje es el del minero, a base de ‘sucesos’. Se ve lo que se lee. El lenguaje plástico transforma los conceptos en imágenes. Por eso el vocablo ‘tierra’ dio origen a Adán, y ‘vida’ a Eva.
Pero bueno, regresemos al eslabón perdido antes de que se nos pierda él también. La Biblia sólo pretende enseñar que Dios es el creador del Universo, incluidos los humanos que, aunque obra divina, padecen de dos limitaciones insuperables: tienen plazo de validez y defecto de fabricación. Lo que la doctrina cristiana llama pecado original.
Esto es obvio: todos mueren, a pesar de las academias de letras repletas de ‘inmortales’, y no son pocos los que muestran grandes defectos de fabricación: a lo largo de su vida se vuelven corruptos, mentirosos, oportunistas, segregacionistas, machistas, cínicos… en fin, hombres sin calidad, diría Musil. Y muchos manifestarán una curiosa tendencia hacia la política.
¿Cuándo se habría dado el salto del simio al humano? ¿el día en que un macaco utilizó un palo como extensión de sus manos, tal como muestra Stanley Kubrick en la película “2001, una odisea en el espacio”? ¿o el día en que un orangután decidió, al contrario de toda la familia zoológica, dejar de comer sólo cuando tiene hambre y señalar hora para las comidas? ¿o habrá sido en aquella tarde de sábado en que el macaco untó la caza con pimienta y la asó en la brasa que quedó como residuo de la quema producida por un rayo, sin saber que estaba inventando el churrasco?
Un verdadero humano sería una persona dotada de creatividad. ¿Quién ha visto una casa con forma de pájaro con un balconcito y una terraza para acoger al hijo recién casado? Sucede que la creatividad es también -es, en general, especialmente- un atributo de los maleantes. Quizás sea preferible caracterizar al humano por sus virtudes: una persona generosa, altruista, ética, solidaria, amorosa, capaz de compartir sus bienes y dones. ¿Existe algo así?
Si estamos de acuerdo en que eso todavía es un proyecto, una perspectiva, un sueño, entonces hay que aceptar que el eslabón perdido entre el macaco y el hombre somos nosotros, esa cadena de mamíferos que comienza por la curiosidad de Adán y Eva, que fueron a meter la nariz donde nadie los había llamado, hasta la generación actual contemporánea de Bush y de Bin Laden. Por lo demás, dos buenos ejemplos de la especie prehumana que, como los macacos, tienen preso la cola pateada; donde meten los pies crean una situación crítica; y viven invadiendo el espacio ajeno.
Nosotros somos el eslabón que estaba perdido. Aunque él siempre ha estado en nuestra frente. Sólo basta con mirarnos al espejo. El verdaderamente humano vivirá en el futuro. Eso si adquirimos un poco de vergüenza en la cara. En caso contrario el mismo eslabón se perdería y el proyecto humano quedará como una utopía. Quizás realizable en algún otro planeta donde haya abundancia de eso que tanto falta por acá: vida inteligente.
O quién sabe si el Creador decida pasar a limpio su creación por segunda vez. Dudo que Él la vaya a destruir con un nuevo diluvio. El agua es hoy un bien escaso. Dios es generoso, no despilfarrador. Quizás el calentamiento global sea el primer indicio de que todo va a quedar reducido a ceniza. Y entonces tendría lugar un nuevo Génesis.
Desconfío de que, al sexto día, Dios creará animales inadaptados para desarrollar una cadena evolutiva. Y que en el séptimo se recueste en su trono en el jardín del Edén, porque nadie es de hierro, a contemplar la belleza del Universo –ahora libre de la amenaza de un peligroso depredador descendiente de los macacos, el eslabón entre lo que ya no existe y lo que nunca fue. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin”, entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/126896?language=es
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