¿Víctima o ganador en la Globalización? (I)

14/01/2008
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En enero de 1968 se publicó la primera edición del libro “El desafío americano”. Allí, el periodista francés J.J. Servan-Schreiber planteó la perspectiva de la supremacía de las corporaciones norteamericanas, a las que acusaba de “invadir” a Europa, merced a la aplicación de cuantiosos recursos en investigación y desarrollo tecnológico. Auguraba a esa nueva forma de “conquista” el mejor porvenir en deterioro de una Europa que creía cautiva de las empresas transnacionales estadounidenses y a la cual, según él, jamás abandonarían, contrario a lo que podría suceder hasta con Vietnam ya teatro de guerra donde la superpotencia empezaba a mostrar, acorde con Servan-Schreiber, que allá “nada tenía por ganar y sí mucho por perder”.

A partir de entonces y por casi una veintena, se dio una pugna por el control planetario entre Estados Unidos y Unión Soviética. En 1989 cayó el Muro de Berlín, “sin explicación satisfactoria” y “en desenlace providencial”, como acotó Francisco Mosquera. Estados Unidos, que en la refriega había sufrido grandes desarreglos, valido del giro de los hechos y de sus trust de envergadura mundial, los mismos sobre los que 20 años atrás alertaba Servan-Schreiber, entronizó la Globalización, cuyos cimientos había empezado a echar Ronald Reagan para conjurar las averías ocurridas en la crisis financiera de octubre de 1987, peor en cifras absolutas que la de 1929, y desde que se empezó a avisar el inicio del final del hegemonismo soviético. Se inauguró así un “nuevo orden” para recuperar “el espacio perdido por décadas”.

No puede entonces haber mejor balance de esa Globalización que el que se haga respecto a los eventuales beneficios que haya derivado su principal mentor. Si le ha servido para moderar los ciclos económicos del capitalismo en la fase de superproducción, si logró equilibrar con autosuficiencia la oferta y la demanda de la energía, un bien estratégico en el “mundo post-industrial”, si ha alcanzado a extender el “sueño americano”, el del shopping, las hamburguesas, la vivienda propia y el carro familiar, el de los placeres del consumo a un mayor número de sus ciudadanos y a los emigrantes, fuente básica de su crecimiento demográfico, y , en especial, si ha ejercido el predominio establecido sin requerir el uso de la fuerza. En fin, si bajo parámetros claves como estabilidad macroeconómica, equidad y bienestar social, suficiencia energética y paz, la implantación del neoliberalismo a escala global ha sido positiva para Estados Unidos, la nación que esperaba obtener de él las mayores ventajas.

Estados Unidos es hoy un país en guerra. Desde 2001, libra la más intensa campaña de su historia en el Medio Oriente, con énfasis en Irak y Afganistán, y que le ha significado el despliegue de más de 200.000 efectivos de combate en toda la región. Lo que en los cálculos de Donald Rumsfeld era una operación rápida, una segunda versión de la “tormenta del desierto” de 1990, se convirtió en una “guerra desastrosa” (editorial New York Times, 13/01/08) y en un estigma para el Imperio que empieza a tener connotaciones similares a la de la derrota en el sudeste asiático. El relativamente fácil avance de las tropas hasta Bagdad, desestimando a la ONU y alentado por falsos argumentos esgrimidos para justificar la invasión, como la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak o los vínculos de Saddam Hussein con Al-Qaeda, se contrarió con el caos de la “posguerra”, el desorden incubado, la sarracina entre facciones nativas, la muerte de cerca de 4.000 soldados americanos y de más de 100.000 civiles, el control de la mitad del territorio afgano por parte de los talibanes, la desestabilización política en Pakistán, un aliado táctico con armas nucleares, el enfrentamiento con Irán y las contradicciones con Siria, el control de áreas como la franja de Gaza y de una porción de Líbano por parte de grupos hostiles al Tío Sam, la ejecución de torturas (decenas de miles de casos, según Chomsky) y desmanes contra la población. La confusión es tal que el arco iris de soluciones va desde quienes opinan que deben enviarse más soldados (Mc Cain) hasta quienes sostienen que todos deben salir en 10 meses (Edwards). Ya nadie puede responder qué es peor: si salirse o quedarse en Irak y nada de esto puede ocultarse con el periplo de Bush y sus 10.000 guardaespaldas. Entre tanto, todo esto está ligado a otro de sus grandes problemas, el déficit energético ocasionado por la alta dependencia del petróleo para su vida cotidiana y la industria.
https://www.alainet.org/es/articulo/125166

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