La memorable noche de Frei Betto:
El cristiano misionero
11/11/2007
- Opinión
Fue el 30 de octubre del 2007. Aquella noche, en el auditorio del Centro Cultural de Brasilia, manejado por los padres jesuitas, el dominico Frei Betto iba a ser homenajeado con la entrega del título de ciudadano honorario de Brasilia. A pesar del extremo cansancio en que me encontraba al final de aquel día, asistí. La figura del homenajeado me traía recuerdos y lazos de solidaridad de casi medio siglo.
Sobre la celebración de gala de aquella noche quiero atenerme sólo al testimonio del homenajeado, que premió a sus oyentes con un memorable testimonio. De la abundante riqueza de su pronunciamiento quiero entresacar apenas cinco pepitas de oro de elevados quilates.
La primera es la evocación de un período áureo de la Iglesia del Brasil, caracterizado por la creación de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB) y de la Conferencia de los Religiosos de Brasil (CRB); por la celebración esplendorosa del Congreso Eucarístico Internacional realizado en Rio de Janeiro, con movilización de toda la Iglesia del país; pero también por la vitalidad pujante de la Acción Católica especializada (ACE), sobre todo de sus movimientos juveniles (agrario, estudiantil, independiente, obrero y universitario), con sus respectivas siglas: JAC, JEC, JIC, JOC, JUC. Frei Betto fue dirigente nacional de la Juventud Estudiantil Católica, inserta en el medio de la segunda enseñanza. Esos movimientos ya tenían una visión de la Iglesia que poco después sería asumida por el concilio Vaticano II (1962-1965): la Iglesia como pueblo de Dios, comunión y misión, y también como servicio entre sus miembros y servicio a toda la sociedad humana.
En su actuación durante la segunda mitad de los años 50 y en los primeros años de la década de 1960 esos movimientos, sobre todo el estudiantil y el universitario, fueron influenciados fuertemente por el humanismo del filósofo jesuita padre Lima Vaz. Esta influencia extrapoló a los movimientos de Acción Católica e imprimió sus características en el Movimiento de Educación de Base (MEB), patrocinado por la CNBB, así como en los movimientos de cultura popular que actuaron en el seno de la sociedad brasileña de la época.
La segunda pepita fue el descubrimiento vivencial experimentado por Frei Betto de la realidad del ‘pobre’ en el contexto brasileño. Reconoció que el concepto de pobre con que trabajaba en el tiempo en que era dirigente nacional de la JEC tenía una connotación puramente teórica. Además de que también era teórico el concepto de pobre vigente en la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), en aquel contexto histórico. El descubrimiento de la realidad del pobre lo experimentó por vez primera en los cuatro años que estuvo preso en las mazmorras del régimen militar. Como prisionero convivió en aquel período con auténticos representantes de los excluidos de la sociedad brasileña.
La tercera pepita fue el descubrimiento de los pobres en el Estado de Espíritu Santo junto con el descubrimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Liberado tras cuatro años de cautiverio, rechazó las propuestas para salir al exilio en el extranjero, como era lo normal en la época para los ciudadanos de la categoría de ‘persona non grata’ al régimen. Aceptó en cambio una especie de ‘destierro’ en el Estado de Espíritu Santo, fuera del eje neurálgico Rio-Sao Paulo.
Esta elección estaba en el designio de la divina Providencia. En aquella época la Iglesia en el Estado de Espíritu Santo se encontraba bajo la conducción del arzobispo de Vitoria, el carioca Dom Joao Batista Mota, y de su obispo auxiliar, el paraibano Dom Luis Fernández, que habían promovido un espectacular trabajo de implantación de Comunidades Eclesiales de Base.
Envuelto en sus embates políticos a lo largo de la segunda mitad de la década de 1960, Frei Betto no había tenido la oportunidad de acompañar en sus detalles todo el caminar de la Iglesia en aquel período. En realidad las Comunidades Eclesiales de Base son herederas legítimas de los movimientos de la Acción Católica especializada, pero constituyen respecto a ésta un salto cualitativo en términos de institución eclesial.
En efecto, los movimientos jóvenes de ACE padecían de una seria limitación en cuanto movimientos de Iglesia. Sus dirigentes, militantes misioneros y jóvenes sensibilizados por éstos para una vivencia comprometida de la fe no encontraban comunidades parroquiales con visión renovada de Iglesia donde poder insertarse. A partir de 1964 esos movimientos se sintieron desamparados al ser diezmados por el régimen militar. Por otra parte, la visión de Iglesia que los alimentaba fue asumida de manera excepcional y teológicamente articulada por el concilio Vaticano II, con el apoyo del episcopado católico del mundo entero y de sus respectivas Iglesias particulares (diócesis y arquidiócesis).
Al término del concilio el episcopado brasileño era el único que ya había debatido y aprobado por casi unanimidad un plan de renovación de la Iglesia en Brasil en consonancia con la visión de Iglesia preconizada en los documentos elaborados y promulgados por el Vaticano II. Este plan tenía como objetivo apoyar y ayudar a las diócesis a vivir y renovar sus estructuras y su vivencia teologal (fe, esperanza y caridad) en coherencia con las decisiones del concilio. Esta agenda incluía la renovación parroquial. En este contexto adquirió un impulso vigoroso la expansión de las comunidades eclesiales de base, cuya génesis antecedía a la celebración del concilio.
En realidad, la comunidad eclesial de base no constituye un movimiento sino una institución que asume todas las dimensiones de Iglesia para todas las edades y para todas las categorías sociales. En esta condición ella constituye el pivote de renovación parroquial. En el medio rural ella tiene como objetivo la profundización entre los fieles de una fe progresivamente más madura que la simple religiosidad popular, y muchas veces se identifica con la capilla del interior. En el medio urbano, sobre todo en las megápolis, además de la maduración de la vida teologal del pueblo de Dios, que participa en ella, la CEB intenta darle un sello urbano a la comunidad de la Iglesia, que no podía ser provisto por la vigente estructura parroquial. Pues ésta fue copiada en el modelo de parroquia rural y por ese motivo no respondía a la complejidad y a la dinámica de la población urbana.
La cuarta pepita fue la opción tomada por Frei Betto de permanecer como simple religioso dominico y no aspirar al sacramento del presbiterado, ni a puestos de mando dentro de su Orden religiosa, a fin de tener más libertad para dedicarse por completo al servicio de los pobres. Las tribulaciones experimentadas por Dom Paulo Evaristo Arns, Dom Aloisio Lorscheider, Dom Cándido Padim y por otros miembros de la jerarquía católica en menor grado, ilustran de sobra los motivos de esta elección del religioso dominico.
La quinta pepita fue otra opción tomada por este religioso. Al dedicarse al servicio de los pobres no buscó apoyarse en ideologías y corrientes filosóficas extrañas al cristianismo, sino exclusivamente en las exigencias de la Palabra de Dios, especialmente de la Buena Nueva del Evangelio. De esta manera no se sintió enmarañado por las controversias académicas y teológicas, y sus correspondientes prácticas pastorales, que aún hoy agitan a la teología de la liberación.
Esas cinco pepitas constituyen una muestra del extraordinario valor de ejemplo de vida evangélica y de testimonio misionero transmitido por Frei Betto la noche en que, hablando exactamente en el corazón de la capital de la República, fue reconocido con el título de ciudadano brasileño que le fue otorgado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Traducción: Frei José Luis Burguet
Sobre la celebración de gala de aquella noche quiero atenerme sólo al testimonio del homenajeado, que premió a sus oyentes con un memorable testimonio. De la abundante riqueza de su pronunciamiento quiero entresacar apenas cinco pepitas de oro de elevados quilates.
La primera es la evocación de un período áureo de la Iglesia del Brasil, caracterizado por la creación de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB) y de la Conferencia de los Religiosos de Brasil (CRB); por la celebración esplendorosa del Congreso Eucarístico Internacional realizado en Rio de Janeiro, con movilización de toda la Iglesia del país; pero también por la vitalidad pujante de la Acción Católica especializada (ACE), sobre todo de sus movimientos juveniles (agrario, estudiantil, independiente, obrero y universitario), con sus respectivas siglas: JAC, JEC, JIC, JOC, JUC. Frei Betto fue dirigente nacional de la Juventud Estudiantil Católica, inserta en el medio de la segunda enseñanza. Esos movimientos ya tenían una visión de la Iglesia que poco después sería asumida por el concilio Vaticano II (1962-1965): la Iglesia como pueblo de Dios, comunión y misión, y también como servicio entre sus miembros y servicio a toda la sociedad humana.
En su actuación durante la segunda mitad de los años 50 y en los primeros años de la década de 1960 esos movimientos, sobre todo el estudiantil y el universitario, fueron influenciados fuertemente por el humanismo del filósofo jesuita padre Lima Vaz. Esta influencia extrapoló a los movimientos de Acción Católica e imprimió sus características en el Movimiento de Educación de Base (MEB), patrocinado por la CNBB, así como en los movimientos de cultura popular que actuaron en el seno de la sociedad brasileña de la época.
La segunda pepita fue el descubrimiento vivencial experimentado por Frei Betto de la realidad del ‘pobre’ en el contexto brasileño. Reconoció que el concepto de pobre con que trabajaba en el tiempo en que era dirigente nacional de la JEC tenía una connotación puramente teórica. Además de que también era teórico el concepto de pobre vigente en la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), en aquel contexto histórico. El descubrimiento de la realidad del pobre lo experimentó por vez primera en los cuatro años que estuvo preso en las mazmorras del régimen militar. Como prisionero convivió en aquel período con auténticos representantes de los excluidos de la sociedad brasileña.
La tercera pepita fue el descubrimiento de los pobres en el Estado de Espíritu Santo junto con el descubrimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Liberado tras cuatro años de cautiverio, rechazó las propuestas para salir al exilio en el extranjero, como era lo normal en la época para los ciudadanos de la categoría de ‘persona non grata’ al régimen. Aceptó en cambio una especie de ‘destierro’ en el Estado de Espíritu Santo, fuera del eje neurálgico Rio-Sao Paulo.
Esta elección estaba en el designio de la divina Providencia. En aquella época la Iglesia en el Estado de Espíritu Santo se encontraba bajo la conducción del arzobispo de Vitoria, el carioca Dom Joao Batista Mota, y de su obispo auxiliar, el paraibano Dom Luis Fernández, que habían promovido un espectacular trabajo de implantación de Comunidades Eclesiales de Base.
Envuelto en sus embates políticos a lo largo de la segunda mitad de la década de 1960, Frei Betto no había tenido la oportunidad de acompañar en sus detalles todo el caminar de la Iglesia en aquel período. En realidad las Comunidades Eclesiales de Base son herederas legítimas de los movimientos de la Acción Católica especializada, pero constituyen respecto a ésta un salto cualitativo en términos de institución eclesial.
En efecto, los movimientos jóvenes de ACE padecían de una seria limitación en cuanto movimientos de Iglesia. Sus dirigentes, militantes misioneros y jóvenes sensibilizados por éstos para una vivencia comprometida de la fe no encontraban comunidades parroquiales con visión renovada de Iglesia donde poder insertarse. A partir de 1964 esos movimientos se sintieron desamparados al ser diezmados por el régimen militar. Por otra parte, la visión de Iglesia que los alimentaba fue asumida de manera excepcional y teológicamente articulada por el concilio Vaticano II, con el apoyo del episcopado católico del mundo entero y de sus respectivas Iglesias particulares (diócesis y arquidiócesis).
Al término del concilio el episcopado brasileño era el único que ya había debatido y aprobado por casi unanimidad un plan de renovación de la Iglesia en Brasil en consonancia con la visión de Iglesia preconizada en los documentos elaborados y promulgados por el Vaticano II. Este plan tenía como objetivo apoyar y ayudar a las diócesis a vivir y renovar sus estructuras y su vivencia teologal (fe, esperanza y caridad) en coherencia con las decisiones del concilio. Esta agenda incluía la renovación parroquial. En este contexto adquirió un impulso vigoroso la expansión de las comunidades eclesiales de base, cuya génesis antecedía a la celebración del concilio.
En realidad, la comunidad eclesial de base no constituye un movimiento sino una institución que asume todas las dimensiones de Iglesia para todas las edades y para todas las categorías sociales. En esta condición ella constituye el pivote de renovación parroquial. En el medio rural ella tiene como objetivo la profundización entre los fieles de una fe progresivamente más madura que la simple religiosidad popular, y muchas veces se identifica con la capilla del interior. En el medio urbano, sobre todo en las megápolis, además de la maduración de la vida teologal del pueblo de Dios, que participa en ella, la CEB intenta darle un sello urbano a la comunidad de la Iglesia, que no podía ser provisto por la vigente estructura parroquial. Pues ésta fue copiada en el modelo de parroquia rural y por ese motivo no respondía a la complejidad y a la dinámica de la población urbana.
La cuarta pepita fue la opción tomada por Frei Betto de permanecer como simple religioso dominico y no aspirar al sacramento del presbiterado, ni a puestos de mando dentro de su Orden religiosa, a fin de tener más libertad para dedicarse por completo al servicio de los pobres. Las tribulaciones experimentadas por Dom Paulo Evaristo Arns, Dom Aloisio Lorscheider, Dom Cándido Padim y por otros miembros de la jerarquía católica en menor grado, ilustran de sobra los motivos de esta elección del religioso dominico.
La quinta pepita fue otra opción tomada por este religioso. Al dedicarse al servicio de los pobres no buscó apoyarse en ideologías y corrientes filosóficas extrañas al cristianismo, sino exclusivamente en las exigencias de la Palabra de Dios, especialmente de la Buena Nueva del Evangelio. De esta manera no se sintió enmarañado por las controversias académicas y teológicas, y sus correspondientes prácticas pastorales, que aún hoy agitan a la teología de la liberación.
Esas cinco pepitas constituyen una muestra del extraordinario valor de ejemplo de vida evangélica y de testimonio misionero transmitido por Frei Betto la noche en que, hablando exactamente en el corazón de la capital de la República, fue reconocido con el título de ciudadano brasileño que le fue otorgado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Traducción: Frei José Luis Burguet
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