Nuestro futuro urbano
- Opinión
En palabras de Italo Calvino, “las ciudades, como los sueños, están hechas de deseos y pesadillas”. Este año, por primera vez en la historia, la mitad de la población mundial vivirá en ciudades. No es difícil comprender la realidad de que un tercio de los más de tres mil millones de personas que habitan en ciudades viven en chabolas, ranchitos, tugurios, favelas o barrios miseria, soportando unas condiciones indignas, sin acceso al agua potable, sin letrinas, sin recogida de residuos y con un alto nivel de desempleo. Con necesidades básicas insatisfechas y con niveles de violencia dignos de situaciones bélicas, como en las favelas de Río. Mil millones de personas que sufren, además, los problemas de transporte, las que sufren más las inundaciones, los deslizamientos y otros tipos de catástrofes que son fruto de la corrupción y de la ineptitud de los gobernantes.
Ese tercio de la población urbana mundial, como recuerda el informe del Worldwatch Institute, sufre lo peor de los dos mundos. Por un lado el pobre, con la carencia de electricidad, agua potable y letrinas, sufriendo la contaminación que ocasiona la leña o el carbón. Por otro lado el mundo industrializado, con sus residuos tóxicos y su contaminación, realizando el trabajo sucio y mal pagado para los privilegiados de la ciudad formal.
La sosteniblidad es, o debería ser, justicia ambiental y social, erradicación de la pobreza urbana, tan olvidada y mal tratada que no se suele observar desde una perspectiva global e integradora ni se suele escuchar la voz de los que la sufren.
La tarta aumenta, pero cada vez se reparte peor. Es una de las consecuencias de la globalización: más riqueza, pero cada vez peor repartida y sin el contrapeso de políticas redistributivas. Políticas fiscales de redistribución de la renta, nueva fiscalidad ecológica, gasto público encaminado a erradicar la pobreza, presupuestos municipales participativos y transparentes que eviten la corrupción, que den prioridad a los productos y a los comercios locales frente a los hipermercados y, sobre todo, la creación de puestos de empleo que garanticen cubrir las necesidades básicas y la autoestima necesaria para salir del círculo infernal de la pobreza y la marginación, serían las soluciones. El informe enumera multitud de alternativas y con dificultad diríamos algo sensato en tan poco espacio.
Pero además del diagnóstico, siempre importante, hay que ver lo que funciona y lo que falla, y apuntar las alternativas. La sostenibilidad urbana pasa por ir hacia ciudades que imiten a la naturaleza. Hacia ciudades que reduzcan la exclusión social y espacial, que den prioridad al transporte público frente al automóvil privado, que reciclen sus residuos, que minimicen el consumo de energía y de recursos materiales, que empleen las energías renovables, que hagan gestión de la demanda del agua y que traten sus aguas residuales, y que profundicen en la democracia con nuevas formas de participación como los presupuestos participativos.
Ciudades donde se invierta menos en grandes y costosas infraestructuras de transporte y más en las necesidades reales de quienes las habitan. Las grandes infraestructuras, además, son proyectos que se prestan más a la corrupción, frente a inversiones más necesarias, modestas y transparentes en educación, cultura y sanidad.
Como recuerda el informe del Worldwatch, una autopista lleva a 2.500 personas por hora, una línea de autobuses de 5.000 a 8.000, una de tranvía o de autobuses con carril propio de 10.000 a 20.000, y el metro y el ferrocarril de cercanías transportan a 50.000 personas por hora.
El alcalde de Londres, Ken Livingstone, implantó un impuesto sobre la congestión que ha logrado reducir el número de automóviles privados que circulan por Londres en un 15% y mejorar el transporte público. Sólo uno de los múltiples ejemplos de que si hay voluntad política se puede hacer política urbana sostenible. En 1970 había en todo el mundo 200 millones de automóviles, pero en 2006 teníamos ya 850 millones y habrá 1.700 millones en 2030. Esta situación creará nuevos problemas, aún en el caso de que funcionasen con hidrógeno y no emitiesen gases de efecto invernadero. Algunas ciudades, como Bogotá en Colombia y Curitiba en Brasil, muestran los buenos resultados de dar prioridad al transporte público urbano por superficie. Otras políticas son posibles para hacer de las ciudades lugares más humanos.
José Santamarta Flórez
Director de la edición española de la revista World Watch
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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