Biocombustibles renovables: No siempre sustentables

26/03/2007
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Más allá de los discursos políticos, la realidad muestra que la disyuntiva energía o alimentos es real. Esto es lo que ya se está viendo por ejemplo en Méjico donde la presión de Estados Unidos por utilizar mayor cantidad de maíz para la producción de etanol ha impulsado un incremento del precio del grano con un fuerte impacto sobre las economías locales que basan su dieta fundamentalmente en el maíz.

Empiezo por el final, los biocombustibles son una fuente de energía renovable, condición necesaria pero no suficiente, ya que su producción y uso puede ser fuertemente insustentable.

Dólares más, dólares menos, la tonelada de aceite de soja se vende aproximadamente a U$S 450, mientras que la tonelada de biodiesel de soja se vende a unos U$S 650. Esta sencilla ecuación ha provocado que prácticamente todos los productores de aceite de soja de la provincia de Santa Fe se encuentren montando plantas para transformar ese aceite en biodiesel. Plantas sumamente automatizadas, según sus fabricantes, tal que la promoción de empleo de las mismas es prácticamente nulo.

La estructura de precios de los combustibles en nuestro país hace que sea inviable, bajo la ecuación actual, que los mismos vayan a ser utilizados en el mercado local bajo estas circunstancias, incluso a pesar de la puesta en marcha de la ley de biocombustibles.

De esta manera, el "negocio" de los biocombustibles en nuestra provincia se podría encuadrar en la idea de que esencialmente representa un incremento de las ganancias de las empresas del sector, con el agravante de que este incremento de ganancias se transformará en una nueva presión sobre los territorios, de manera de seguir extendiendo la frontera agrícola. Sólo el salvavidas que representaría que el Senado de la Nación apruebe la Ley de presupuestos mínimos de protección del Bosque Nativo, y nuestros funcionarios apliquen la norma, impediría que se extienda a expensas del poco monte que aún queda en pie.

Para completar el cuadro, el gobierno provincial ha anunciado que a las empresas que produzcan biocombustibles se les aplicará una exención total de los impuestos pertinentes. Por lo cual a aquellas empresas que han logrado alcanzar una ganancia diferencial por cuestiones de mercado, o sea que han aprovechado una oportunidad de "negocios", adicionalmente se les eliminan todos los impuestos. ¿Qué es lo que ganamos los santafesinos con esto?

Este parece ser el paradigma desarrollista de la generación de riqueza, en donde realmente lo que se generan son ganancias pero para un solo sector. Más allá de los discursos respecto a la posibilidad de que pequeños agricultores puedan acceder a estos beneficios, la realidad muestra que estas medidas tienden a consolidar un modelo de agricultura sin agricultores. Recordemos que sólo entre 1998 y 2002 se perdieron en la región pampeana el 30 % de los establecimientos agropecuarios, esto significa aproximadamente 60.000 establecimientos a manos de un fuerte proceso de concentración de la tierra agudizado por un actualmente en curso fuerte proceso de extranjerización.

Esta parece ser la cuestión doméstica

Ahora bien, los biocombustibles pueden considerarse técnicamente una fuente renovable de energía y podrían aportar a un desarrollo más limpio. Pero esto no es algo intrínseco del producto biocombustibles, depende de su uso, del cómo, del para qué y del para quién.

Y hay muchos datos, por ejemplo, que si toda la producción mundial de aceites vegetales se transformará en combustibles sólo se lograría reducir el consumo de petróleo en un 3%. O el hecho de que los granos necesarios para fabricar el combustible para llenar el tanque de una camioneta alcanza para alimentar a una persona durante un año, o que en muchos casos y para ciertos productos la ecuación energética nos diga que necesitamos poner más energía que la que obtenemos del biocombustible, son solo datos que muestran la locura de intentar abastecer un modelo de desarrollo mundial petroadicto con vegetales.

Más allá de los discursos políticos, la realidad muestra que la disyuntiva energía o alimentos es real. Esto es lo que ya se está viendo por ejemplo en Méjico donde la presión de Estados Unidos por utilizar mayor cantidad de maíz para la producción de etanol ha impulsado un incremento del precio del grano con un fuerte impacto sobre las economías locales que basan su dieta fundamentalmente en el maíz.

Entonces, nos parece que es necesario atender dos cuestiones fundamentales.

Por un lado, contraponer el actual modelo agroindustrial, generador de pobreza en el campo y de riquezas en las grandes empresas y expoliador de nutrientes con el concepto de soberanía alimentaria, entendido este como el derecho de los países y los pueblos a definir sus propias políticas agrarias, de empleo, pesqueras, alimentarias y de tierra de forma que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas para ellos y sus circunstancias únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a producir los alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades.

Soberanía Alimentaria significa la primacía de los derechos de los pueblos y las comunidades a la alimentación y la producción de alimentos, sobre los intereses del comercio. Esto conlleva el fomento y la promoción de los mercados locales y de los productores más allá de la producción para la exportación y la importación de alimentos.

Por otro lado, como plantean las Dras Elizabeth Bravo y Mae Wan Ho la dificultad es que sencillamente no hay suficiente tierra arable en la cual cultivar todos los cultivos de biocombustibles necesarios para satisfacer el voraz apetito de los países industrializados. Estos ponen su mirada en el tercer mundo para alimentar su adicción, aquí la tierra y la mano de obra son baratas y los daños ambientales de las grandes plantaciones se producen lejos de sus territorios.

El modelo de civilización petrolero en que estamos inmersos ha traído consecuencias nefastas para este planeta y sus habitantes

De acuerdo a la organización Oilwatch -red de Resistencia a las actividades petroleras en los países tropicales- el siglo XX fue el siglo del envenenamiento y de la muerte masiva de la gente y de la vida del planeta. Este envenenamiento es el producto no sólo de los desechos producidos durante la extracción de crudo, sus derrames por tierra y mar y su acidificación de las lluvias. Son además consecuencia de los agroquímicos, los Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), los combustibles, los hidrocarburos policíclicos aromáticos, los fármacos, los desechos hospitalarios y otros compuestos que se producen a partir del petróleo y que se descargan y se acumulan en el planeta y están matando a la Tierra y a nosotros. Mientras, confrontaba y exterminaba a miles de culturas tradicionales, de usos y costumbres sanas y ecológicas. En definitiva se construyó una sociedad que basó su desarrollo y acumulación en la adicción al petróleo y dio lugar a que éste literalmente invada los campos, las mentes, la estética, las calles, el aire, los mares.

Si ante la amenaza del cambio climático y el agotamiento de los recursos hidrocraburíferos se pretende sostener este mismo modelo, pero ahora a costa de combustibles vegetales, esto es físicamente imposible.

El debate no debería ser biocombustibles sí o no, el debate es para qué los queremos, qué tipo de producciones queremos tener, qué modelo de transporte vamos a alimentar cuál debería ser la forma de su producción. Con qué otras fuentes de energía se puede diversificar la matriz energética, de manera de disminuir las emisiones de efecto invernadero.

Finalizo por el principio, los biocombustibles son una fuente de energía renovable, condición necesaria pero no suficiente, ya que su producción y uso puede ser fuertemente insustentable y así se perfila en la Región Centro.

Nota:

El concepto de soberanía alimentaria fue construido por organizaciones como la Vía Campesina y requiere de acuerdo a estas organizaciones: Dar prioridad a la producción de alimentos para mercados domésticos y locales, basados en producciones familiares diversificadas y en sistemas de producción agroecológicos.

Asegurar precios justos para quienes trabajan la tierra, lo que significa el poder para proteger los mercados interiores de las importaciones a bajo precio y dumping.

Acceso a la tierra, al agua, a los bosques y a la pesca y otros recursos productivos a través de una redistribución genuina, no con las fuerzas del mercado y "reformas del mercado de la tierra", financiados por el Banco Mundial.

Reconocimiento y promoción del papel de la mujer en la producción alimentaria y acceso equitativo y control de los recursos productivos. Control de la comunidad sobre los recursos productivos, en oposición a las corporaciones propietarias de tierras, agua y recursos genéticos y otros.

Protección de las semillas base de la alimentación y de la vida misma para el libre intercambio y uso de los campesinos, lo que significa no patentar la vida y una moratoria sobre las culturas genéticamente modificadas que llevan a una contaminación de la diversidad genética esencial de plantas y animales.

Inversión pública para fomentar la actividad productiva de familias y comunidades dirigidas a aumentar el poder, el control local y la producción alimentaria para los pueblos y los mercados locales.

- Ing. Pablo Bertinat, coordinador área energía Taller Ecologista, Santa Fe, docente UTN

Fuente. www.ecoportal.net
https://www.alainet.org/es/active/16719
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