A Fidel, en su 80 Aniversario

02/03/2007
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En Ojo de Agua, en el barrio de Matún, Ciénaga de Zapata, recién nos habíamos instalado en nuestra casa de piso de tierra, techo de guano de palma cana y paredes de tablas de algarrobo. Era el primero de diciembre de 1961. Por la noche, Clarita y yo fuimos a visitar a nuestros vecinos más cercanos: la familia de Toño y Amelia, pequeños agricultores a quienes la Revolución había beneficiado con la Ley de Reforma Agraria, campesinos muy revolucionarios. Al llegar, tenían sintonizado un radio de batería y escuchaban a Fidel. En un momento del discurso, afirmó llana y sencillamente que era y sería marxista-leninista hasta el final de su vida. Aquellas palabras fueron una sacudida tan fuerte, que estremecieron mi manera de entender la Revolución.

Antes me he referido a la contradicción visible en muchos de nosotros. Mi origen social me acercaba con simpatía a la obra revolucionaria; pero el anticomunismo, bien hondo en nuestras conciencias, me llenaba de dudas, temores y reservas. Los acontecimientos que de una manera u otra se observaban por la Zona LV-17 -la manera como el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) dividía el territorio nacional- nos provocaban demasiadas sospechas. En pocos días, los principales dirigentes del Movimiento 26 de Julio eran sustituidos por militantes del Partido Socialista Popular (PSP) procedentes de Aguada de Pasajeros y Yaguajay. De inmediato comenzamos a sentir presión ideológica sobre nuestro trabajo misionero. Y Algunas familias comenzaron a alejarse de las actividades de la capilla; varios jóvenes que recibían clases de mecanografía en nuestro hogar, dejaron de asistir. Y en los diferentes centros de predicación sucedía lo mismo. Nadie se metía directamente con nosotros, pues era muy reciente la historia de nuestra participación durante Playa Girón. Sin embargo, sentíamos un cerco que se iba estrechando y limitaba nuestra labor. En nuestra percepción, no había dudas: el Gobierno Revolucionario estaba dominado por los comunistas. Algunas familias hasta ese momento identificadas con la Revolución comenzaron a expresarnos frustraciones, en vez de preocupaciones: ´Pastor, ¿esto es comunismo"? Mi respuesta -y realmente así lo creía en aquellos momentos- era la misma que compartía con Clarita: ´ Sí, es cierto, hay comunistas en el gobierno, pero Fidel no es comunista´.

Aquella noche en casa de mis amigos campesinos, la confesión de fe marxista de Fidel convertía en cenizas la última justificación a mis temores y prejuicios. Nos despedimos sin haber terminado el discurso. Vista en retrospectiva, fue una de las peores noches de mi vida. Me sentía traicionado y engañado por un movimiento que, por su obra humanista a favor de los sectores más empobrecidos de Cuba, había conquistado mi simpatía y colaboración. Por eso apenas dormí. Tuve pesadillas. Y todas giraban sobre lo mismo: la persecución religiosa. Pero esta experiencia tenía su razón de ser.

En el Instituto de Pastores de ese año, Mario Casanella, secretario ejecutivo de la Convención Bautista de Cuba Oriental, nos había ofrecido un estudio misionero sobre la persecución religiosa en la República Popular China. Con lujo de detalles, nos narró el martirologio de Juan y Betty Stam -misioneros protestantes norteamericanos- a manos de los comunistas chinos. Sin dudas, los malos sueños respondían a que yo asociaba la confesión de Fidel con lo que había escuchado en Yumurí. Las contradicciones entre nosotros se agudizaron. La ideologización de nuestra fe religiosa se enfrentaba a diario con la realidad de las obras revolucionarias, que le devolvían la dignidad humana a cientos de familias campesinas de la Ciénaga de Zapata.

Durante aquella época, la imagen de un marxista-leninista estaba muy lejos de ser de lo que después pude percibir en la manera de entender y aplicar la teoría revolucionaria en Fidel Castro. Unos meses después, llegué constatar que él era un marxista que no andaba por caminos trillados; ni mucho menos un exponente de recetas universales formuladas para todo tiempo y lugar. Fidel ha sido y será hasta el final de su vida un marxista que, frente a una nueva situación, reflexiona y a partir de la realidad, busca nuevas soluciones. Ha hecho, hace y hará marxismo al andar, como lo demostró el 13 de marzo de 1962 en un discurso en la Escalinata de la Universidad de La Habana, dedicado a los héroes y mártires del 13 de marzo de 1957, fecha en que el Directorio atacó el Palacio Presidencial para ajusticiar al tirano Batista. En ese acto, el compañero que actuaba como locutor leyó varios documentos, entre ellos el testamento político de José Antonio Echeverría. Pero omitió la parte en la que su autor había escrito: “Confiamos en que la pureza de nuestra intención nos atraiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria”.

La reacción de Fidel nos ofrece la imagen ética, política y teórica de qué es lo que exactamente quiere decir "soy, he sido y seré marxista-leninista hasta el final” En primer lugar, veamos el contexto humano de aquel acto. El propio Fidel lo explica:

Con la presencia de tres mil becados y con la presencia de miles de jóvenes de las escuelas de becados preuniversitarios y de institutos tecnológicos, estamos conmemorando este aniversario con una juventud que surge y se desarrolla en medio de la Revolución... Estamos conmemorando este aniversario con la presencia nutridísima de los hijos y las hijas de los obreros y de los humildes de la Patria... Hay que hacer de esta juventud el porvenir de la Patria. 1)

Era evidente la extraordinaria importancia de lo que se trataba: la formación de la generación que tendría la responsabilidad de prepararse para llevar a cabo las más profundas aspiraciones sociales y económicas del país. En otras palabras, el futuro de Cuba estaría en las manos de miles y miles de estudiantes y de otros jóvenes que, en esos momentos, estaban dedicados al trabajo socialmente útil. Frente a esta cantera del porvenir, ante la que no se podía andar con sectarismos ni censuras, Fidel señala:

No se puede pasar eso por alto, porque eso ¿qué es? Un sistema, una corriente miserable, cobarde, mutilada, de quien no tiene fe en la Revolución, de quien no tiene fe en sus ideas... ¿Podrá llamarse marxismo semejante manera de pensar? ¿Podrá llamarse socialismo semejante fraude?... Quien conciba la Historia como debe, quien conciba el marxismo como debe y lo interprete y lo aplique a la Historia, no comete semejante estupidez.

¡El invocar sus sentimientos religiosos -si esta frase fue expresión de ese sentimiento- no le quita a José Antonio Echeverría nada de su heroísmo, nada de su grandeza, nada de espíritu generoso de aquella juventud, que por boca de uno de sus dirigentes escribió tan sereno y desinteresado testamento! 2)

En mi niñez los medios de prensa y la propia cultura del sistema capitalista dependiente -que lo impregnaba todo- me fueron moldeando una imagen perversa de todo lo que oliera a comunismo. Sin embargo, a partir de mi entrada al protestantismo -dependiente también-, esa idea se hizo más profunda, hasta convertirse en una suerte de fobia capaz de interrumpirme el sueño y hacerme pasar malas noches. Por otra parte, jamás entendí algunas actuaciones del PSP en la vida política nacional, y esto ahondaba aún más mis reservas y rechazos a las ideas comunistas. Honradamente, nada sabía de ellas.

Esta intervención de Fidel en fecha tan temprana como marzo de 1962, me enseñó lo que después he podido confirmar y ya escribí: Fidel es un marxista-leninista de nuevo tipo que no transita por caminos trillados, ideas prefabricadas y esquemas rígidos de pensamiento. Sin dudas, aquel discurso constituyó uno de los primeros durísimos golpes al espíritu anticomunista que el capitalismo había sembrado en nuestros corazones y mentes.

Posteriormente, tanto en su proyección nacional como en su perspectiva política latinoamericana, Fidel Castro ha sido y es la expresión de un pensamiento marxista creador y muy contextualizado en la realidad de nuestros pueblos. En el propio discurso ante los estudiantes universitarios, sus ideas no dejan dudas. Al referirse a la “Declaración de La Habana”, documento apoyado por todo el pueblo y votado por más de un millón de cubanos en la Plaza de la Revolución, y que encontró en América Latina un extraordinario eco, se pregunta:

¿Qué decimos nosotros en él? Que en la lucha por la liberación nacional, en la lucha contra el imperialismo, deben unirse todos los elementos progresistas, todos los elementos patrióticos, y que en ese frente debe estar desde el católico sincero que no tenga que ver con el imperialismo, ni con el latifundismo, hasta el viejo militante marxista. Declaramos eso ante todo el mundo, y venimos -con una cobardía que no tiene nombre- a quitar del testamento de un compañero la invocación que hizo del nombre de Dios. 3)

Esta reacción de Fidel determinó que emergiera en mí una convicción sobre su obra y su pensamiento que desde entonces ha fundamentado mi actitud comprensiva, de respeto y admiración hacia su persona. No sé si llamarle una tesis o un criterio personal, pero ha marcado mi identidad cristiana, mi vocación pastoral y mi conducta ciudadana durante todo el proceso revolucionario. Siempre que a Fidel lo ha desafiado un pensamiento honesto y una acción consecuente, sus gestos y reflexiones avanzan mucho más allá de lo que en la historia del pensamiento revolucionario nacional o internacional se han tenido como fórmulas universales.

En mi modesta manera de pensar -y confieso que no tiene que ser la única-, tanto la alta jerarquía de la Iglesia Católica cubana como las estructuras protestantes no consideraron este factor durante los primeros años de la Revolución. En sentido general, nuestra lectura de la Biblia y nuestra teología no constituyeron un reto a la manera de pensar y actuar de Fidel respecto a la religión y la misión de la Iglesia en la nueva sociedad. Así lo comprueban las pocas excepciones que se han producido dentro de nuestras iglesias y las muchas que se han verificado internacionalmente, sobre todo en América Latina.

Me parece de suma importancia detenerme en dos imágenes de la fe religiosa que aparecían ante el líder de la Revolución Cubana. Lamentablemente, no fueron tenidas en cuenta, ni desafiadas. En mi criterio, ello hubiera sido un estímulo para crear, desde el principio del proceso revolucionario, un clima de confianza mutua entre Iglesia y Revolución que beneficiara la vida espiritual de nuestro pueblo. Estoy hablando de la imagen del cristianismo que dejó en Fidel la educación religiosa recibida desde los cinco hasta los diecisiete años y, después, de la concepción que generalizó la crítica marxista-leninista de tipo soviético a la religión mediante textos y manuales de filosofía utilizados en la educación preuniversitaria y superior en Cuba.

En cuanto a la educación religiosa de Fidel en los colegios católicos Dolores, en Santiago de Cuba, y La Salle en La Habana, su ideas al respecto figuran en las conversaciones con el fraile dominico Frey Betto, Fidel y la religión (1986), en la reunión con líderes religiosos en Jamaica (1977) y, desde luego, en algunos discursos de los años 1959 y 1960.4) La imagen que ofrece Fidel de la educación religiosa recibida puede resumirse de la siguiente manera:

• Una ética motivada por premios y castigos después de la muerte.
• La fe en Dios contrapuesta a la fe en el ser humano.
• El poco énfasis en la negación de la mediación humana en la transformación de la realidad.
• La fe como un asentimiento intelectual de verdades irracionales.
• La religión tiene que ver con el reino del otro mundo.
• La Iglesia debe ocuparse de las cosas espirituales.
• El compromiso de la jerarquía eclesiástica con las clases privilegiadas de la sociedad y con los gobiernos de turno.

En sus luchas políticas, especialmente contra la corrupción administrativa de los gobiernos de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, así como contra la dictadura de Batista, Fidel no podía pasar por alto lo que apunta Aurelio Alonso en su Iglesia y política en Cuba revolucionaria. En el análisis que emprende sobre el catolicismo, su autor afirma: “La Iglesia Católica, tributaria en Cuba como en el continente de una situación dominante en el plano religioso heredada de su status colonial, no estaba preparada, en la hora de la victoria revolucionaria de 1959, para las transformaciones sociales comprendidas en el Programa del Moncada, y mucho menos para la rápida transición a un proyecto socialista”.5) Luego subraya esta idea teniendo en cuenta:

• El marcado compromiso de la jerarquía eclesiástica con las clases explotadoras y con los gobiernos corruptos que aseguraban la continuidad de la dependencia neocolonial.

• La concentración de la acción pastoral en los sectores acomodados de la población.

• La desvinculación del culto católico del sentimiento nacional, ajeno a los intereses y sufrimientos de las capas populares.

• La existencia de sacerdotes y religiosas, mayoritariamente españoles, predominantemente conservadores y con proyecciones franquistas.

• La construcción de muchos templos en zonas residenciales por las ofrendas de políticos acaudalados, especialmente después del golpe de Estado de 1952 y a lo largo del batistato.

Y sentencia el autor: “Por estos motivos, ligados a las raíces coloniales de la Iglesia y sus alineamientos posteriores, el catolicismo en Cuba no se caracterizaba por su arraigo popular, sino por el predominio de una indiferencia generalizada". 6)

En diferentes momentos y lugares, Fidel ha caracterizado sus impresiones sobre la Iglesia Católica con criterios similares. Si a ello se añaden sus valoraciones sobre la educación religiosa que recibió y sus ideas sobre la religiosidad familiar, la Iglesia cubana estaba ante la necesidad de ofrecer una imagen renovada de la manera de entender y vivir el Evangelio, teniendo en cuenta el carácter y el sustento eminentemente popular de la Revolución. Ese es uno de los grandes logros de la Teología de la Liberación latinoamericana: haber recuperado, a la luz de la relectura popular de la Biblia, una imagen radicalmente diferente de Dios y la ética cristiana. Pero en Cuba no supimos interpretar los signos de los tiempos, como nos reclama el propio Jesús (Mateo 16:2-3).

También, como dije, ante Fidel aparecía la tradicional crítica a la religión desde la óptica de los libros de textos utilizados en la enseñanza del marxismo-leninismo, otro serio desafío para el líder de la Revolución. Esta crítica, según aparecía en los manuales soviéticos, asumía posturas que repercutían negativamente sobre la manera como muchos revolucionarios percibían a los creyentes. Puedo caracterizarla así:

• Seguía arrastrando la centenaria definición de la religión como una imagen falseada de la realidad, tal como la había expuesto Federico Engels a finales del siglo XIX.

• Colocaba la fe religiosa como una ideología inexorablemente reaccionaria, opuesta a la ideología de la clase obrera. Identificaba a la educación científica con la filosofía marxista-leninista y sostenía una contradicción insuperable entre la ciencia y la religión.

• Adolecía de una correcta interpretación de la realidad latinoamericana, que ha mostrado con claridad una radicalización revolucionaria desde la fe cristiana que vuelve insostenible la concepción de la fe como un asunto privado.

• Dogmatizaba el ateísmo, al otorgarle un rango doctrinal y científico, lo cual, de hecho, le otorgaba al Estado un carácter ateísta.

• La interiorización de estos elementos traía consigo el prejuicio y la discriminación a los creyentes, y los convertía, en la práctica, en ciudadanos de segunda clase.

Obviamente, Fidel no ignoraba este esquematismo ideológico. Me di cuenta en dos ocasiones. En noviembre de 1984, casi al final de un encuentro con catorce líderes del Consejo Ecuménico de Cuba, dijo: "Hagamos un trato: ustedes trabajen para que los suyos nos comprendan, que yo trataré que los nuestros los comprendan a ustedes. Mi tarea es más difícil". El 2 de abril de 1990, reunido con más de setenta representantes de nuestras iglesias, nos habló del fuego cruzado al cual fuimos sometidos, y nos dijo que habíamos sido víctimas de dos infiernos: el de nuestros enemigos y el socialista.

Entonces, crear un clima de confianza y avanzar hacia una nueva relación entre la Iglesia y la Revolución significaba, para muchos de nosotros, ofrecer una nueva imagen de la fe, de su comprensión y práctica en la nueva coyuntura histórica de nuestro pueblo; también desafiar la honestidad y la consecuencia revolucionaria del máximo líder de la Revolución Cubana. En esta tarea, teníamos una rica tradición en el movimiento ecuménico cubano, y la labor de nuestros hermanos y hermanas latinoamericanos también resultó decisiva.

Antes del triunfo de la Revolución, Fidel no pasó por alto la opción revolucionaria del padre Sardiñas. Él lo recuerda como una evidencia de que en el proceso revolucionario no hay incompatibilidad entre ser católico y guardar fidelidad a la Revolución. La figura de Sardinas, su condición de comandante del Ejército Rebelde, miembro de su Estado Mayor y párroco de una iglesia de La Habana, demuestra que no hay contradicción entre ambas cosas. Junto a Camilo Torres Restrepo, Fidel señala que Sardiñas escogió también el camino de la revolución como única vía posible para la liberación de los pueblos. 7)

Al Congreso Cultural de La Habana, en 1968, asistió un grupo de sacerdotes como invitados especiales del Primer Ministro. En el discurso que clausuró el Congreso, Fidel destacó:

Sin embargo, hay algunas cosas, particularmente una cosa, que a nosotros nos impresionó mucho, a decir verdad, porque evidencia la amplitud que cobra el movimiento revolucionario en el mundo, y que fue la ponencia de un grupo de sacerdotes católicos que participaron en el Congreso. No voy a decir sus nombres porque no he consultado con ellos pero sí voy a leer la ponencia para nuestro pueblo, suponiendo que ustedes conocen esta ponencia, y que dice así:

Nosotros, sacerdotes católicos, delegados al Congreso Cultural de La Habana, convencidos:

De que el imperialismo constituye en la actualidad y particularmente en el Tercer Mundo un factor de deshumanización que destruye los fundamentos de la cultura, impide las formas de auténticas del desarrollo humano y propicia situaciones de subdesarrollo cada día más agudas y oprimentes;

De que pese a las divergencias existentes entre el cristianismo y el marxismo sobre la interpretación del hombre y del mundo, es el marxismo el que proporciona el análisis científico más exacto de la realidad imperialista y los estímulos más eficaces para la acción revolucionaria de las masas.

De que el sacerdote Camilo Torres Restrepo, al morir por la causa revolucionaria dio el más alto ejemplo de intelectual y cristiano comprometido con el pueblo.

Nos comprometemos:

Con la lucha revolucionaria antimperialista, hasta las últimas consecuencias, para lograr la liberación de todo el hombre y de todos los hombres.

Por tanto:

Condenamos el bloqueo económico y cultural que el imperialismo norteamericano tiene establecido a la República de Cuba, primer territorio libre de América.

Condenamos la guerra de los Estados Unidos contra Vietnam como el atentado más monstruoso del imperialismo contra la libertad de un pueblo situado en el área del Tercer Mundo.

Rechazamos cualquier forma de colonialismo y neocolonialismo, por ser producto del imperialismo alienante y deshumanizante. 8)

He subrayado deliberadamente la frase pero sí voy a leer la ponencia para nuestro pueblo. Este interés de que el pueblo conozca el pensamiento revolucionario cristiano, tal como se estaba produciendo en América Latina, descarta el criterio errado de que cuando Fidel habla positivamente de la fe religiosa, lo hace para un público extranjero y no para el patio. La honestidad y transparencia de Fidel Castro no permiten otra interpretación. El Libro Fidel y la religión así lo corrobora. En uno de los diálogos establecidos con el sacerdote revolucionario, Fidel me recuerda a los profetas hebreos del Siglo VII A.C. Su voz, no es ajena a la honestidad y consecuencia con los videntes más destacados, como Isaías, el profeta, Amos, Miqueas y Jeremías, entre otros. .

Frei Betto le dice a Fidel: “Para mí el problema del ateísmo no es un problema del marxismo, es un problema entre nosotros los cristianos; el ateísmo existe porque nosotros, los cristianos, históricamente no fuimos capaces de dar un testimonio coherente de nuestra fe. Entonces, por ahí empieza la cosa. Cuando se analiza la inversión que hizo la religión al justificar la explotación en la Tierra en nombre de una recompensa en el cielo, así empiezan las bases que crean las condiciones del ateísmo. 9)

Y a la vez el marxista revolucionario le dice al teólogo:

El nombre de Jesucristo fue uno de los nombres más familiares a lo largo de mi niñez y de mi adolescencia, a lo largo de mi vida revolucionaria y aun cuando, como te conté, realmente no llegué a adquirir una fe religiosa, más bien todo mi esfuerzo, mi atención, mi vida se consagró al desarrollo de una fe política, a la que llegué por mis propias convicciones –no pude, realmente por mi propia cuenta llegar a desarrollar una concepción religiosa, por mi propia cuenta llegué a desarrollar una convicción política y revolucionaria--, nunca percibí una contradicción en este terreno político y revolucionario, entre las ideas que yo sustentaba y la idea de aquel símbolo, de aquella figura extraordinaria que tan familiar había sido para mí desde que tuve uso de razón, y más bien proyecté mi atención hacia los aspectos revolucionarios de la doctrina cristiana y del pensamiento de Cristo, más de una vez, a lo largo de estos años, he tenido la oportunidad de expresar la coherencia que existe entre el pensamiento cristiano y el pensamiento revolucionario. 10)

En ocasión de la toma de posesión del presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, Fidel se reúne con representantes de diferentes Iglesias convocadas por el Consejo Latinoamericano de Iglesias, El doctor Edgar Mora, presidente de la Iglesia Presbiteriana de Venezuela, pregunta a Fidel en dicha reunión:

¿Cómo se formularía, sobre todo en los círculos que asumen el marxismo-leninismo como teoría revolucionaria, la cuestión de la religión como el opio de los pueblos? ¿Se puede todavía afirmar esto? ¿Hay que analizarlo? ¿Cómo lo vería usted? 11)

La respuesta fue coherente y consecuente con su pensamiento. Sin rodeo alguno, lo había señalado en el discurso de clausura en el Congreso Cultural de La Habana, el 12 de enero de 1968:

Es incuestionable que estamos ante hechos nuevos, ante fenómenos nuevos; es incuestionable que los revolucionarios, los que nos consideramos revolucionarios, y dentro de los que nos consideramos revolucionarios, los que nos consideramos marxista-leninistas, estamos en la obligación de analizar estos fenómenos nuevos. Porque no puede haber nada más antimarxista que la petrificación de las ideas. Y hay ideas que incluso se esgrimen en nombre del marxismo que parecen verdaderos fósiles.

Esperamos, desde luego, que por afirmar estas cosas no se nos aplique el procedimiento de la “excomunión” y desde luego, tampoco el de la “Santa Inquisición”, pero ciertamente debemos meditar, debemos actuar con un sentido más dialéctico, es decir, con un sentido más revolucionario. 12)

Así como en sentido general la aparición de Jesús de Nazaret marcó un antes y un después en la historia, también lo que se ha logrado en unidad entre auténticos marxistas y auténticos cristianos, digo unidad no manipulación táctica, sino estrategias de liberación basada en los valores de la justicia social, de la igualdad, de la solidaridad internacional, y un proyecto social basado en valores comunitarios, habrá que gritar a pulmón pleno, esta historia se ha realizado por que hay un antes y un después de Fidel.

En diciembre de 1991, inicio mismo del Período Especial, en un salón del Palacio de la Revolución, nos reunimos 250 líderes cristianos de diferentes países. El Obispo metodista argentino, Federico Pagura, dirigiéndose a Fidel Castro le dijo en el discurso de apertura de esta reunión:

Hermanos cubanos, hermanas cubanas,
Cuídennos el jardín de la esperanza,
Límpienlo de cardos y de espinos,
Pero no pierdan el rumbo ni el destino.
En su discurso de clausura Fidel lo terminó diciendo:

Cuidaremos el jardín de la esperanza,
Lo limpiaremos de cardos y de espinos,
Y no perderemos el rumbo ni el destino.

Por todo lo anterior, y por muchas razones más, Fidel Castro está asociado de una manera muy significativa a mi identidad cristiana y vocación pastoral. A Fidel le debo haber superado una de las contradicciones más difíciles y tensas de mi vida. Porque cuando en mi quehacer ciudadano realizaba una obra identificada con la revolución, tenía que hacerla sin vinculación alguna con mi fe cristiana. Por otra parte, cuando realizaba una obra identificada con la fe cristiana, mis sentimientos de simpatía y agradecimiento por la Revolución eran vivencias extrañas y alejadas. La comprensión y los aportes que ha hecho Fidel por la unidad de todos los cubanos, y sus muchas reflexiones sobre la fe cristiana y la Revolución, me ayudaron a romper el maniqueísmo que el esquema ideológico-religioso heredado me había conducido. Hoy me siento un hombre de una sola pieza: Amar a Dios, ejercer mi pastorado, vivir mi fe, y a la vez sentirme comprometido con el humanismo de la Revolución forman una experiencia indivisible, sin contradicción alguna en mi mente y en mi corazón. ¡Gracias, compañero Fidel!

- Extracto del capítulo El Sueño se hizo Realidad, del libro del autor, "Cuando Pasares por las Aguas, Vivir la fe en Revolución ", próximo a su aparición.

Notas

1. Las citas han sido tomadas de Fidel Castro en la conmemoración del 27 de Noviembre, folleto de la Imprenta Nacional de Cuba donde se recoge el memorable discurso del Comandante Fidel Castro, de acuerdo con el Departamento de Versiones Taquigráficas, La Habana, 16 de marzo de 1962.
2. Ibid., pp. 10-12.
3. Ibid., p. 12.
4. Fidel Castro, Fidel y la religión, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1986; también, Religión y revolución, Dirección Política de las FAR, La Habana, 1996.
5. Aurelio Alonso, Iglesia y política en Cuba revolucionaria, Editorial Caminos, La Habana, 2000, p. 9.
6. Ibid., p. 10.
7. Entrevista a Fidel, revista Sucesos, México DF, 10 de septiembre de 1966; véase también Jesús Montané, “Mi recuerdo del padre Sardiñas”, Caminos no. 2, La Habana, 1996.
8. “Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del PCC y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario en la clausura del Congreso Cultural de La Habana”, Granma, La Habana, 13 de enero de 1968..
9. Fidel y la religón, ed. cit.
10. Ibid.
11. Departamento de Publicaciones del Consejo Ecuménico de Cuba, febrero La Habana, sobre la Visita de Fidel a Venezuela febrero 2 al 5 de 1988.
12. Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del PCC y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario en la clausura del Congreso Cultural de La Habana”, Granma, ed. cit..

Fuente: Servicios Informativos CUBARTE
https://www.alainet.org/es/active/16123

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