La era atómica

25/01/2007
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En los años siguientes mi interés por los efectos de la radioactividad no sólo causados por las guerras sino también como resultado de los accidentes en las plantas nucleares, como fue el famoso en Ucrania en la planta de Chernovtsy, me hacen hoy escalofriarme ante la posibilidad de que en Costa Rica se establezcan fábricas norteamericanas para producir armas de guerra que utilicen componentes nucleares. Esa posibilidad es una certeza en el caso de aprobarse el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, puesto que ninguna ley ni decreto puede oponerse a lo que permite el TLC.

"Hemos entrado en la era atómica". Ese era el titular con grandes letras en la primera página de uno de los principales periódicos neoyorquinos, el seis de agosto de 1945. Un avión de guerra norteamericano había lanzado ese día la primera bomba atómica para que explotara sobre el centro de la ciudad japonesa de Hiroshima. Nunca en la historia de la humanidad había sucedido algo tan devastador y terrible. Tres días después otro avión dejó caer la segunda bomba sobre la ciudad de Nagasaki. Nuevamente, devastación y muerte para cientos de miles de ciudadanos japoneses. El Japón se rindió y la II Guerra Mundial terminó con el triunfo de Estados Unidos de América sobre su enemigo en el Pacífico.

Como estudiante universitaria en ese país, no pude entender en esos momentos el significado del inicio de la era atómica o nuclear. De regreso en Costa Rica, un profesor de química me prestó un pequeño libro publicado en Inglaterra, donde se explicaba el alcance del horror de la destrucción causada por esas bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La oportunidad de viajar a Japón en 1979 para investigar durante seis meses los cambios en ese país durante la posguerra, me permitió una visita a las dos ciudades bombardeadas en 1945, y ponerme en contacto con académicos japoneses de las universidades en ambas ciudades. También busqué toda clase de literatura que se refiriera a las consecuencias de esos bombardeos sobre la población civil. Me estremecí leyendo tantas cosas en novelas como La lluvia negra del escritor Masuji Ibuse o los dibujos en los libros de Keiji Nakasawa en su serie titulada Hadashi no gen (Gen descalzo). Pude también visitar un pequeño museo de unos pintores que dedicaron su vida a exponer visualmente la tragedia de las ciudades bombardeadas.

En los años siguientes mi interés por los efectos de la radioactividad no sólo causados por las guerras sino también como resultado de los accidentes en las plantas nucleares, como fue el famoso en Ucrania en la planta de Chernovtsy, me hacen hoy escalofriarme ante la posibilidad de que en Costa Rica se establezcan fábricas norteamericanas para producir armas de guerra que utilicen componentes nucleares. Esa posibilidad es una certeza en el caso de aprobarse el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, puesto que ninguna ley ni decreto puede oponerse a lo que permite el TLC.

Me pregunto si en nombre de la libertad de comercio y de la apertura del país a las empresas norteamericanas de cualquier tipo, tenemos el derecho de comprometer la supervivencia de la población costarricense.

- Hilda Chen Apuy, intelectual costarricense
https://www.alainet.org/es/articulo/118950

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