América Latina: un continente con desazón y esperanza
Por los ríos que recorren todo el continente latinoamericano, fluye un dolor que conecta a todos los países, dejando en cada uno de ellos una dosis de angustia que incrusta sus vidas, y provoca inundaciones de desazón y desesperanza.
En efecto, con diferentes matices, en las distintas naciones latinoamericanas se puede hallar el mismo sombrío panorama. Por sus calles, es habitual encontrar niños y niñas, extraviados y sin rumbo, que mendigan por un trozo de pan, o por sobras de comidas, para acallar el crujir de sus estómagos. Por su parte, en muchos casos, los padres y madres de estos chicos y chicas, son millones de personas que están excluidos del mercado laboral, con una posibilidad mas remota que lejana de volver a tener un trabajo digno; o, por el contrario, son seres que trabajan – como comen – en forma salteada y precaria, y reciben como pago unas pocas monedas que rara vez les alcanza para vivir decorosamente.
Todos ellos, padres y madres, hijos e hijas, en el mejor de los casos, y cuando la suerte los acompaña, viven amontonados en los barrios mas humildes y periféricos de las grandes ciudades latinoamericanas, compartiendo sus pesares – para intentar hacerlos mas livianos –, y sus alegrías – que aunque pequeñas y, en muchas ocasiones fugaces, hace que en su alma exista una llama de vida -.
De vez en cuando, también ocurre que algún país latinoamericano es recorrido por una brisa de esperanza e ilusión, que contagia al resto de las naciones, y hace que los latinoamericanos, los que siempre estuvieron en la cola del reparto de las riquezas, piensen que, de una vez y para siempre, podrán hacerle una gambeta a la desilusión y conquistar para ellos el bienestar tan anhelado y merecido.
Los ´60: años de profundos cambios políticos y religiosos
A partir de la década del ´60 del siglo pasado, el mundo en general, y América Latina en particular, fue escenario de profundos cambios políticos y religiosos que todavía hoy en día tienen consecuencias.
Por un lado, en la esfera política, puede decirse que los Estados grandes y poderosos que existían en la región en ese entonces, llamados de Bienestar o Benefactores, que aseguraban que la mayoría de la población tenga acceso a los servicios de salud, educación, transporte, seguridad social, etc., e intervenían asumiendo directamente la realización de las actividades productivas, protegiendo el desarrollo de la industria local, etc., entraron en crisis, principalmente, debido a que, por un lado, los Estados se habían tornado gigantescos, burocráticos, y en muchos casos ineficaces; y, por otro lado, había comenzado a descender la tasa de ganancia de los grandes capitalistas, y les resultaba cada vez mas difícil, y costoso, mantener los altos salarios que cobraban los trabajadores. Como respuesta a la crisis planteada surgió la doctrina neoliberal, que comenzó a ganar terreno en la década del ´70, hasta que en la década del ´80 se convirtió en un sistema hegemónico a nivel continental y mundial. En líneas generales puede decirse que el neoliberalismo, que no es una ideología nueva, ya que sus puntos de referencia son los padres del liberalismo clásico, tuvo como propósito principal la " desestructuración " del Estado, y la privatización de todas las empresas que se encontraban bajo su órbita, las cuales desde ese entonces pasaron a estar en manos privadas.
Así mismo, en este contexto de cambios políticos y sociales, y en el seno de la Iglesia Católica de América Latina, se produjo un acercamiento del cristianismo hacia los sectores mas pobres del continente, los que nada tienen, más allá de su hiriente desesperanza, y su tímida ilusión. Es por esta época que nace en el continente un movimiento teológico que pugna por la liberación integral - económica, cultural, social y espiritual - de aquellas personas que se encuentran sumergidas en una situación de dominación estructural.
En este sentido, una y otra vez, en las Conferencias del Episcopado Latinoamericano llevadas a cabo en Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992), se insta a los cristianos a realizar una opción preferencial por los pobres, en quienes se descubre el rostro del Cristo que, siendo rico, fue el mas pobre entre los pobres, y con su vestimenta de harapos logró propagar por la tierra la Buena Nueva del Reino del Señor y, también, sembró Su Mensaje de amor al prójimo, solidaridad con los mas necesitados y justicia social para los oprimidos.
En efecto, en todas estas conferencias, partiendo del Evangelio, los obispos latinoamericanos hablan de las frustraciones de los hombres latinoamericanos. En este sentido, se plantea que “ ... el creciente empobrecimiento en el que están sumidos millones de hermanos nuestros, hasta llegar a intolerables extremos de miseria, es el mas devastador y humillante flagelo que vive América Latino y el Caribe ... La política de corte neoliberal que predomina hoy en América Latina y el Caribe profundiza aún mas las consecuencias negativas de estos mecanismos ... ” ( Sto. Domingo, 179 ).
En este sentido, además de describir la situación latinoamericana, los obispos en su conjunto avanzaron un paso mas, e hicieron un llamado de atención hacia las personas que mayores riquezas tienen, advirtiéndoles que “ ... si retienen celosamente sus privilegios y, sobre todo, si los defienden empleando ellos mismos medios violentos, se hacen responsables ante la historia de provocar “ las revoluciones explosivas de la desesperación ”. De su actitud depende, pues, en gran parte el porvenir pacífico de los países de América Latina ... ” ( Medellín, Paz, 17 ).
Algunos laicos, de la lectura de estas palabras creyeron entender que los obispos latinoamericanos, al criticar las políticas neoliberales, estaban acercándose a la ideología marxista. En líneas generales, puede decirse que ésta fue una conclusión apresurada y simplista, que desvirtúa lo expuesto por el Episcopado Latinoamericano, ya que ellos con claridad y contundencia plantean que “ ... el colectivismo marxista conduce ... a una idolatría pero en su forma colectiva. Aunque nacido de una positiva crítica al fetichismo de la mercancía y al desconocimiento del valor humano del trabajo, no logró ir a la raíz de esta idolatría que consiste en el rechazo del Dios de amor y justicia, único Dios adorable ... ”( Puebla, 543 ).
Así mismo, algunos integrantes de la Iglesia Católica entendieron que la opción a favor de los desposeídos de nuestras tierras, de la que hablan una y otra vez los obispos latinoamericanos, debía hacerse en forma violenta, o que, cuanto menos, el Episcopado Latinoamericano veía con buenos ojos la utilización de medios violentos para la construcción de sociedades mas justas y solidarias. Nuevamente, este es un posicionamiento que podría ser considerado apresurado y simplista, ya que en repetidas ocasiones los obispos plantearon que “ ... la violencia engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y esclavitud, de ordinario mas graves que aquellas de las que se pretende liberar ... ” ( Puebla, 532 ).
En última instancia, y en relación a la legitimidad o no del uso de la fuerza como vía para suprimir las injusticias sociales, habría que recordar que “ ... las insurrecciones y las revoluciones - salvo en el caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país - engendran nuevas injusticias, introducen nuevos desequilibrios y excitan a los hombres a nuevas ruinas. En modo alguno se puede combatir un mal real si ha de ser a costa de males aún mayores ... ” ( Pablo VI, Populorum Progressio 31 ).
De esta forma, y de lo expuesto con anterioridad, puede concluirse que, en líneas generales, existe una oposición de principio entre el cristianismo y el uso de medios violentos, ya que estos representan un atentado contra la vida que solo depende del Señor. Sin embargo, esto no debería entenderse como una “ invitación ” a aceptar, resignadamente, situaciones de grave y marcada injusticia, tiranía o dictadura, en donde se violen los derechos humanos. Es únicamente en estos casos absolutamente “ excepcionales ” donde sería legítimo, de no existir ninguna otra alternativa, el uso de la violencia en defensa de la dignidad humana y el bien común.
Como se puede apreciar, este es un tema difícil de abordar, y sobre el cual se debe reflexionar con absoluta seriedad y con mucho cuidado, sobre todo en continentes como América Latina, en donde el subdesarrollo es una injusta situación promotora de tensiones que conspiran contra la paz, tales como diversas formas de marginalidad – económica, política, cultural, etc. -; desiguales distribuciones de las riquezas, que conllevan diferentes formas de exclusión social; numerosas fugas de capitales, que podrían ser utilizados para la realización de obras públicas para mejorar el bienestar común, etc.. Desafortunadamente, un análisis ligero e interesado de las palabras de Pablo VI, desembocó en que muchos grupos adoptaran, sin mas, medios violentos que, en si mismos, no son cristianos ni evangélicos.
América Latina en pleno SXXI: un continente con marcadas diferencias sociales
Hoy en día, primeros años del SXXI, la situación política y económica de la población latinoamericana, lamentablemente no ha mejorado, sino mas bien todo lo contrario: luego de décadas de implementación de las políticas neoliberales, la situación social, en muchos países, es sencillamente dramática. En efecto, en muchas de nuestras sociedades el desempleo ha crecido en forma alarmante y sin control alguno; la brecha que separa a ricos de pobres es cada vez mayor; día tras día aumenta la desigualdad entre los países desarrollados y los países subdesarrollados; las libres fuerzas del mercado, lejos de garantizar el pleno empleo, propiciaron que los ricos acrecienten cada vez mas sus fortunas, y que los pocos que tienen trabajo, al desaparecer las instituciones que defendían sus derechos, se encuentren cada vez mas desprotegidos en la defensa de sus derechos laborales.
En este contexto, los cristianos en particular, y el resto de la sociedad en general, desde la palabra y los actos, debemos realizar acciones concretas y eficaces, que tiendan a mejorar la situación de aquellos que se encuentran en situación de opresión material y espiritual, identificándonos con sus problemáticas, aspiraciones y anhelos de justicia y libertad.
Así mismo, debemos trabajar por una Cultura de Paz a través de la cual se pueda construir sociedades mas justas y solidarias, en donde se promueva el desarrollo humano, y exista plena satisfacción de las necesidades básicas de hombres y mujeres. Ahora bien “ ... es de augurar que la exaltación del ideal de la paz no favorezca la cobardía de aquellos que temen deber dar la vida al servicio del propio país y de los propios hermanos cuando éstos están empeñados en la defensa de la justicia y de la libertad, y que buscan solamente la huida de la responsabilidad y de los peligros necesarios para el cumplimiento de grandes deberes y empresas generosas: paz no es pacifismo, no oculta una concepción vil y negligente de la vida, sino proclama los más altos y universales valores de la vida: la verdad, la justicia, la libertad, el amor ... ” ( Pablo VI, Mensaje por la Jornada de la Paz, 1 de enero de 1968 ).
En resumen, y teniendo en cuenta que en la mayoría de las sociedades de América Latina existe una creciente marginación de sectores cada vez mas amplios de la población, que ven sus necesidades básicas insatisfechas y sus derechos violados, es hora que desde el cristianismo surja un movimiento evangelizador, que traduzca la Palabra del Señor en actos para mejorar la situación de vida de quienes se encuentran excluidos del " ostentoso y obsceno " banquete que disfrutan unos pocos. En este sentido, teniendo el corazón en el Evangelio y las " manos en el barro ", los cristianos seremos capaces de asemejarnos cada día un poco mas a Cristo, quién siendo Dios, se convirtió en hombre, compartió las dichas y penurias de los que menos tienen, y trabajó junto a ellos, " codo a codo ", por la construcción de sociedades mas justas, solidarias e igualitarias.
- El Lic. Daniel E. Benadava es psicólogo.