Educar para la ciudadanía
24/05/2008
- Opinión
Ciudadanía
rima con democracia.
Si no se acuerda del nombre del político a quien
votó en las últimas
elecciones, y mucho menos lo que hizo (o
deshizo), ¿cómo va participar
en las decisiones nacionales? Por eso nuestra
democracia sigue siendo
meramente representativa. Se le da un buen empleo
a un político. Sin
darse cuenta de que son resultados directos de la
política el precio del
pan, la mensualidad de la escuela, la calidad de
vida, el precio del
alquiler y la posibilidad de unas vacaciones.
Ser ciudadano es entrar en un nudo de relaciones.
Desencadenar un
proceso socioeconómico con efectos en la calidad
de vida de la
población. Es sencillo: cuando se pide una
factura se evita la economía
subte rránea y aumenta la recaudación fiscal que,
al final de cuentas,
permite al gobierno invertir en equipamiento y
servicios esenciales para
una vida mejor: carreteras, hospitales, escuelas,
seguros... Cuando se
le niega la propina a un agente se contribuye a
moralizar el aparato
policial. Cuando se protesta contra la violencia
y la pornografía
televisivas, exigiendo que la sociedad controle
el contenido de la
televisión y deje de consumir productos de los
patrocinadores antiéticos
(no se confunda con la censura, practicada por
los dueños de las
emisoras), se ensancha el proceso democrático.
Ciudadanía supone pues conciencia de
responsabilidad cívica. Es como la
parábola del niño que, en la playa, devolvía al
mar uno tras otro los
pececitos que la marea había arrojado a la arena.
Alguien le dijo: “¿Qué
adelantas con eso? No vas a poder salvarlos a
todos”. A lo que el niño
respondió: “Ya lo sé. Pero éste -y le mostró un
pececito que bailaba en
su mano- estará a salvo”. Y lo devolvió al agua.
Nada más anticiudadano que esa lógica de que no
vale la pena llover
sobre mojado. Sí vale. Experimente el recurrir a
la defensa del
consumidor, escribir a los periódicos y a las
autoridades, dar ejemplo
de conciencia de ciudadanía. Los políticos
corruptos quieren que les
demos un cheque en blanco para continuar tratando
la cosa pública como
negocio privado. Y eso hacemos siempre que
arrugamos el hocico ante la
política con cara enojada.
Ciudadanía rima también con solidaridad. Cada uno
en lo suyo y Dios con
nadie es lo que propone la filosofía neoliberal.
Sin conciencia de que
todos somos resultados de la lotería biológica.
Ninguno de nosotros
escogió la familia y la clase social en que
nació. Es injusto que de
cada 10 brasileños 6 hayan nacido entre la
miseria y la pobreza (y nacen
al año casi tres millones de gentes en este
país). Haber sido sorteado
¿no implica una deuda social?
La solidaridad se practica participando en los
movimientos sociales
–iglesias, movimientos populares, sindicatos,
partidos, ONGs,
administraciones políticas volcadas a los
intereses de la mayoría... Una
golondrina no hace verano. Como dice la canción:
el sueño de uno es
sueño, el de muchos auténtica realidad.
Si prefiere “dejarlo todo como está para ver cómo
queda”, no se asuste
cuando le pongan una pistola en la cara o le
exijan que trabaje más por
menos salario. Al fin, usted obtendrá lo mismo
que todos cuantos no se
dan cuenta de que ciudadanía y democracia son
siempre una conquista
colectiva que depende del valeroso empeño de cada
uno de nosotros.
Es necesario intensificar la educación para la
ciudadanía. Es equivocada
la idea de que los voluntarios son personas que
no necesitan un trabajo
remunerado porque disponen de rentas. La mayoría
de los que conozco son
personas pobres o que van tirando y que, además
de su trabajo
profesional, dedican tiempo a obras asistenciales
o a movimientos
sociales. Repartida por el país, hay una inmensa
red de casas cuna,
asilos, escuelas informales para niños
deficientes, hospitales, talleres
de arte y de artesanía, cooperativas, etc. que
cuentan con la
participación de hombres y mujeres que se sienten
allí felices haciendo
felices a otros.
La dificultad para encontrar voluntarios es mayor
en la clase alta, que
objetivamente dispone de tiempo y de recursos
para ayudar a los más
pobres. Es como si la educación para el egoísmo,
en función de preservar
el patrimonio, prevaleciese sobre la educación
para el altruismo. Cuando
mucho, un té para recaudar fondos a pedido de la
primera dama. Pero nada
de contacto con los pobres, “esa gente sucia que
sólo sabe pedir”...,
como oí de boca de un ejecutivo.
Hay excepciones, claro, generalmente personas que
pasaron por algún
trauma -enfermedad, separación, muerte de un
hijo...- y que descubrieron
que la solidaridad es el mejor remedio para las
angustias individuales.
Como enseñaba Carlos de Foucauld, los pasatiempos
son un lujo para el
que no se preocupa con el problema de los demás.
El amor al prójimo es
la mejor terapia, basada en una motivación ética
o espiritual.
Recuerdo mi alegría infantil al repartir en un
hospital pediátrico
juguetes y ropas que sobraban en mi armario. Hoy
muchas escuelas tienen
acuerdos con asociaciones de pobladores y
movimientos populares,
educando a sus alumnos en servicios a la
población más pobre, tales como
alfabetización, teatro, aprendizaje de
habilidades profesionales. Una de
ellas promueve, cada fin de año, una excursión de
los alumnos al Valle
del Jequitinhonha (MG), donde pasan un mes
prestando ayuda en salud y en
educación. En esos casos quien va a enseñar
regresa lleno de nuevas
lecciones aprendidas. En esa misma línea actúan
también los programas
“Escuelas Hermanas”, vinculado al programa Hambre
Cero, y el “Joven
Voluntario. Escuela Solidaria”.
Muchos se quejan de que el mundo va mal, que el
gobierno es
incompetente, que los políticos son oportunistas;
pero ¿qué hago yo para
mejorar las cosas? Nada más ridículo que la
persona que se queda
sentada, erigiéndose en juez de todo y de todos.
Es, al menos, un mediocre.
Había en São Paulo un travesti, Brenda Lee, a
quien bauticé como
Cleopatra en mi novela “Alucinado son de tuba”,
que antes de morir
asesinado se ocupó de cuidar a sus compañeros
contagiados de vih/sida.
No esperó a que el poder público lo hiciera.
Transformó la pensión donde
vivía en hospital de campaña. Fue el primero en
obtener, en la Justicia,
pública aprobación para su iniciativa.
El dilema es educar para la ciudadanía o dejarse
“educar” por el
consumismo, que rima con egoísmo. (traducción de
J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor, junto con Paulo
Freire y Ricardo
Kotscho, de “Esa escuela llamada vida”, entre
otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/117332?language=es
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