Haití: Un país rehén
30/05/2005
- Opinión
Después de 14 meses de Gobierno de transición y 11 meses de
presencia de la Misión de las Naciones Unidas para la
Estabilización de Haití (MINUSTAH), que deberían encaminar al
país hacia elecciones libres, aceptables y aceptadas por
todos, la situación social y de seguridad se ha deteriorado
considerablemente. La capital haitiana vive sumida en la
violencia y sobresaltos constantes, que afectan la vida de
todas las capas sociales. Detrás de esta violencia se
vislumbra una ofensiva planificada y coordinada que tiene como
principal objetivo volver al país ingobernable.
Violencia política, violencia mafiosa
Por el momento, es la población de Puerto Príncipe que está
tomada de rehén. Se somete diariamente a los ciudadanos y
ciudadanas, cualquiera sea su origen social, a la dura ley del
secuestro. Y si bien el sector de la economía formal (el
comercio, las escuelas, los servicios privados y públicos)
sufre fuertemente la inseguridad, los más penalizados son,
sobre todo, los más pobres. Son innumerables los taxis
quemados, cuyos propietarios o choferes se encuentran de la
noche a la mañana sin herramienta de trabajo, los casos de
pequeños comercios incendiados, pillados o destruidos, y de
niños u obreros alcanzados por balas al paso de tales
excursiones armadas, curiosamente llamadas "manifestaciones
pacíficas" de los partidarios de Lavalas.
La vida en los barrios populares de Cité Soleil, Bel Air,
Grande Ravine del lado de Carrefour se ha vuelto intolerable.
El terror ha llegado para añadirse a la miseria: se obliga a
los habitantes de estos barrios, especialmente a los niños, so
pena de muerte, a participar en estas "manifestaciones
pacíficas", y a las mujeres, a servir de escudos humanos a
"manifestantes" fuertemente armados. La aparición de estos
niños soldados en el paisaje haitiano representa una
catástrofe social sin precedentes que comenzó en el régimen de
Aristide (la Fundación "La Fanmi Se La Vi", creada para
aportar una esperanza a los niños de la calle, se convirtió en
un verdadero vivero de secuaces para el régimen anterior).
Los habitantes que salen a trabajar al exterior de los barrios
mencionados se ven obligados a escaparse en la madrugada, para
no ser reclutados a la fuerza. Los más pobres entre los
pobres son cada vez más sometidos a la paga de rescate: a
menudo para entrar o salir, los habitantes deben pagar un
peaje. Y quienes quieren abandonar definitivamente tales
barrios deben hacerlo huyendo o pagando una suma sustancial,
con la triste certidumbre de que perderán todo: después de
tres días se requisa o incendia toda casa abandonada. Y no
olvidemos las violaciones, arma espantosa usada tan
frecuentemente que se la trivializa.
Día tras día, los habitantes de estos barrios, desesperados,
vienen a pedir ayuda a las organizaciones de la sociedad
civil, para ocultarse, para curar sus familiares heridos, para
enterrar sus muertos o para simplemente contar su desamparo.
Los orígenes de la violencia
Nos parece importante recordar que esta violencia, a la cual
se añaden la destrucción de las instituciones y la corrupción
generalizada, tiene por origen la irresponsabilidad de los
regímenes de los presidentes Aristide y Préval. Estos mismos
que solían emplear en su chantaje político, la metáfora de la
"vela encendida" por las dos puntas, para describir lo que se
dibujaba en nuestro horizonte.
En efecto, desde el regreso al poder de Aristide en 2001, los
ingresos de armas legales e ilegales en el país se
multiplicaron. No obstante las conclusiones por lo menos
curiosas de la organización internacional Small Arms Survey,
en su último informe del mes de marzo de 2005, ni la oposición
política ni la sociedad civil fueron las beneficiarias de
estas armas.
En cambio, fue bajo Préval y más tarde Aristide que las
pandillas hicieron su entrada, en primer lugar al Palacio
Nacional y luego en la Policía. ¿Quién se acuerda aún de
Christine Jeune? Esa joven mujer del cuerpo de la Policía, en
una sorprendente ceremonia dicha de "reconciliación",
organizada por el Presidente Aristide en el Palacio Nacional,
en presencia de la prensa, se negó a apretar la mano de un
famoso jefe de pandilla armado; pocos días después fue violada
y luego asesinada.
¡No tengamos la memoria corta! Fue también el período cuando
el narcotráfico se vinculó con el poder: no es por casualidad
que Oriel Jean (jefe de la seguridad de Aristide), Jean Nesly
Lucien, (antiguo jefe de la seguridad privada de Aristide,
antiguo jefe de la policía), Evantz Brillant, (antiguo
responsable de la Mesa de Lucha contra el Tráfico de
Estupefacientes - BLTS), Rudy Therassan (antiguo responsable
de la Oficina de Indagación y de Investigaciones - BRI),
Romane Jean-Lustin (antiguo jefe de seguridad del aeropuerto)
y Jean-Marie Fourel Célestin (próximo de Aristide, miembro
fundador de LaFanmi Lavalas y antiguo Presidente del Senado)
se encuentran hoy todos en la cárcel en los Estados Unidos por
tráfico de droga.
Bajo el Gobierno de Aristide, y sobre todo cuando se acercaba
el 24 de febrero de 2004, las reservas de armas fueron
sistemáticamente distribuidas a las pandillas, cuyo eslogan
era: "Si Aristide se va, cortaremos cabezas y quemaremos
casas". Objetivo que se cumplió minuciosamente en la víspera
y al día siguiente del 29 de febrero de 2004. La situación de
violencia que prevalece hoy es un resultado lógico de esa
operación.
Tampoco es casualidad que esté operando en el terreno una
alianza entre el bandolerismo político y el bandolerismo
mafioso en Haití, en estos últimos meses, confirmando el
objetivo común y determinante para sus particulares intereses,
de impedir toda normalización de la vida política, económica y
social, comprometiendo o desviando precisamente este primer
paso obligado hacia la normalización: las elecciones.
Un juego de embustes
Hoy, se llega a poner en duda que el objetivo de un desarrollo
aceptable -o incluso de cualquier desarrollo- de las
elecciones, pueda respetarse. Parece haber escapado a todos y
especialmente a los partidos políticos tradicionales, que los
dados están siendo trucados. Nos preparamos a una contienda
electoral supuestamente democrática, mientras que otros, a la
vista y paciencia de todo el mundo, se dedican en el terreno a
conquistar el poder, por los medios habituales de la
corrupción, las amenazas y el bandolerismo.
Pues, es de eso que se trata: la instauración de un narco-
Estado, bajo un cariz muy fino de régimen seudo-parlamentario.
Un Lavalas II, sin Jean-Bertrand Aristide, justamente con
aquellos que controlan la calle en su nombre, con él o incluso
sin él. ¿Se puede pensar, con todo candor, que los grandes
barones y tenores realmente han dejado de lado sus ambiciones
de poder y sus rentas criminales conexas? El reciente
recrudecimiento de los secuestros y otros actos de
bandolerismo, como la "puesta en aislamiento" de un número
significativo de policías, ponen en claro la interdependencia
entre inseguridad, poder político y elecciones. Son a menudo
los mismos que ya operaban bajo Aristide. ¡Y peor! ¿No será
que ciertos partidos, instalados y deseosos de tomar el poder
por asalto, sufren de amnesia, cuando dan paso a alianzas
subterráneas con esas corrientes?
Los partidos políticos tradicionales parecen niños coristas,
ante la temeridad y los medios desplegados por estos
criminales políticos de una nueva generación, más próximos
socialmente a la mayoría del electorado, y sobre todo en
posesión de un importante tesoro de guerra de varios millones
de dólares, acumulado bajo Aristide y Préval. Estos hombres
también han iniciado, mucho antes que los otros, una eficaz
campaña electoral, repartiendo alegremente dinero, ventajas y
ayudas de toda clase a una clientela cansada de promesas
incumplidas, y dejada de lado una vez más por las ayudas
internacionales, prometidas con bombos y platillos.
La comunidad internacional y nosotros
La responsabilidad de la comunidad internacional es patente.
Su silencio, a pesar de las informaciones verificables, hace
pensar que lo que les interesa, en definitiva, a "nuestros
amigos", es organizar a toda costa y mínimamente un amago de
elecciones, cualquiera sea su validez, y reconocer enseguida
como legítimo el nuevo poder. ¿Qué más se puede desear para
los haitianos? Una vez elegido este poder -piensan
erróneamente-, los expedientes acumulados sobre los unos y los
otros podrán ser utilizados eficazmente para controlarlos, y
constreñirlos a actuar conforme a sus deseos. Como si la
experiencia de Aristide no hubiese comprobado a los EE.UU. lo
absurdo de tal enfoque. Esta postura, que promete conducirnos
irremediablemente a nuestra perdición, es ocultada
momentáneamente por los vaivenes del caso Neptune, otra acción
de chantaje para una parte de la comunidad internacional, y
mal manejado política y mediáticamente por todas las
autoridades involucradas, siendo que el verdadero peligro se
encuentra en otro lado.
La MINUSTAH, por su parte, se ha librado a las
interpretaciones más diversas de su mandato, desde la no
asistencia a la Policía nacional sub-equipada en los momentos
de confrontación con las pandillas, hasta a la protección de
estas mismas bandas contra la Policía, pasando por
intervenciones firmes solamente cuando la violencia de estas
pandillas provoca víctimas entre sus propias tropas. Pero a
pesar de todo, ¿no será de preguntarse si los países
participantes en la MINUSTAH, en particular Brasil y Chile,
no son también víctimas de su propia ingenuidad, y si no están
sirviendo, en suma, para avalar intenciones menos confesables
e intereses más cínicos?
El señor Valdés y el general Héléno, quienes se refugian, a
veces con razón, detrás de los errores y la incapacidad del
Gobierno, cuyas debilidades conocemos, no deberían seguir
subestimando sus verdaderas responsabilidades en este juego de
embustes, que tiene fuertes probabilidades de prolongar la
violencia y de culminar aún con más sangre. Comparando con
Ruanda a la víspera del genocidio, las semejanzas de
comportamiento son sorprendentes: la misma carencia de
voluntad política, las mismas vacilaciones, la misma falta de
valor.
Imaginando asegurarse en Haití, a bajo costo, un éxito como
potencia regional, que podría ayudarle a ocupar un puesto en
el Consejo de Seguridad de la ONU, Brasil en particular,
subestima gravemente la complejidad del expediente haitiano.
Cómo explicar asimismo la insistencia de la comunidad
internacional, pese a las evidencias, sobre un diálogo
nacional de compromisos, que debe incluir al partido Lavalas,
cuando no se ejerce ninguna presión sobre los miembros
"oficiales" de este partido para que denuncien públicamente la
violencia bajo todas sus formas. ¿Por qué no se dice nada
sobre esta pesada herencia de Lavalas, mientras que al
contrario se mantiene un celo manifiesto para dar una
cobertura "política" a actos que son claramente criminales?
Ha llegado la hora de jugar con las cartas sobre la mesa y de
llamar las cosas por su nombre. Ya que nosotros, los
haitianos, tenemos una responsabilidad histórica: evitar
precisamente este desastre anunciado. En primer lugar, el
Presidente de la República, Boniface Alexandre, garante de la
estabilidad de las instituciones, el Gobierno en su conjunto y
en particular el Primer Ministro, Gérard Latortue. En segundo
lugar, nosotros, la sociedad civil, los partidos políticos que
quieren apostar a la opción de la modernización, el CEP
(Consejo Electoral), el Consejo de Sabios.
Ya no podemos pretender seguir jugando un juego que se supone
democrático en superficie, mientras que las cuestiones de
estrategia ganadora para contrarrestar estos problemas
candentes en el terreno se dejan fuera. Nuestra
responsabilidad es dar, antes de que sea tarde, a esa mayoría
silenciosa que espera, una opción real y verdaderas razones
para movilizarse.
(Traducción del francés: ALAI).
* Yanick Lahens es escritor. Raoul Peck es cineasta
Fuente: Alterpresse
https://www.alainet.org/es/active/12567?language=es
Del mismo autor
- Un si doux sommeil 15/12/2013
- Haití: Un país rehén 30/05/2005
- Un pays pris en otage 25/05/2005