El silencio de Dios

13/06/2006
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En su visita a Auschwitz el papa Benedicto XVI hizo una oración que sorprendió a muchos: "¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué quedó en silencio? ¿Cómo pudo permitir esa enorme masacre, ese triunfo del mal?" Esta fue la oración de Jesús en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27,46), haciéndose eco del salmo 22: "Dios mío, te grito de día y no me respondes; de noche, y nunca tengo descanso". No siempre nuestra oración es de súplica, gratitud o alabanza. Hay momentos en que el silencio de Dios nos molesta, sobre todo ante el mal practicado y la impunidad. Quizás con ese silencio Él nos esté sugiriendo que nos toca a nosotros reparar la injusticia y evitar el mal. Dios es padre pero no paternalista. "¿Dónde estaban ustedes, hombres y mujeres de bien, en aquellos días? ¿Por qué se ocultaron?" La religión no es para ser creída sino para ser vivida. Vale más hacer que creer; amar al prójimo que darle culto a Dios. Pero ¿quién prescinde hoy de la religión? ¿Cómo celebrar los momentos fuertes de la vida -nacimiento, matrimonio, muerte- sin recurrir a ritos y símbolos religiosos? Muchos ya no buscan la liberación social y política, debido al ocaso de las ideologías progresistas, aunque sueñen aún con un mundo mejor. Ahora la liberación cede su lugar a la salvación. La utopía -situada en el futuro de la historia- es suplantada por la experiencia inmediata de lo sagrado. Las instituciones tradicionales de la modernidad están en crisis, como la familia monogámica, la escuela y la iglesia. Nunca estuvo tan de moda Protágoras como en este comienzo de la posmodernidad. También respecto a la religión, los fieles quieren ser la medida de todas las cosas. Rechazan los canales institucionales de mediación con lo divino. Miran desconfiados hacia las instituciones aferradas al equívoco histórico de que siempre coinciden autoridad y verdad. De ahí el éxodo de tantos fieles de las iglesias históricas hacia las variadas manifestaciones esotéricas. No van en busca de doctrina sino de alivio y de soluciones a sus problemas existenciales. No quieren el perdón sino una explicación a sus angustias y dificultades. Prefieren al gurú capaz de ayudarles a encarar el futuro inmediato más que la promesa de salvación posmortem. ¿Me curaré de esta enfermedad? ¿Mi hijo dejará la droga? ¿Volverá el amado a mis brazos? Hay videntes que garantizan, en sus anuncios, el regreso en tres días del amor perdido o se les devuelve el dinero de la consulta... En las grandes ciudades hay mucha inseguridad. El ritmo de la vida se aceleró y ya no bastan el pan y un lugarcito para ser feliz. El nivel de exigencia incluye riqueza, fama y belleza (sobre todo esbeltez). El ser robótico diseñado por los medios de comunicación acentúa la baja autoestima. ¿Cómo puedo sentirme feliz si tengo deudas, soy anónimo, estoy desprovisto de belleza física y no consigo contenerme ante un buen plato de grasas saturadas y una bandeja de dulces? ¿Cómo sentirme bien si estoy amenazado por el desempleo? Y si la política no me da respuestas y las ideologías están mudas, ¿dónde buscar refugio sino en el esoterismo religioso? ¿Cómo resistir al pastor que me promete prosperidad a cambio de una vida menos desordenada y al pago del diezmo? ¿Cómo no sentirme atraido por el cura que me incluye entre los elegidos del Espíritu Santo y me hace hablar en lenguas extrañas? Las iglesias históricas se dividen entre las que todavía no se urbanizaron e insisten en los mismos métodos arcaicos parroquiales, sin recursos para evangelizar a la juventud, a los sectores profesionales, a los movimientos sociales, y aquellas que, actualizadas por los medios televisivos, "privatizan" la fe, reducida a un medio de consuelo personal e identificación del fiel con su iglesia. Toda la dimensión social encontrada en el Evangelio -el compromiso de Jesús con los más pobres, su crítica a los opresores y a los profanadores del templo, el amor al prójimo que reconoce en los hambrientos la misma imagen de Cristo- es ignorada. Así, la religión ejerce, por un lado, el papel de legitimadora del desorden vigente en la sociedad y, por otro, induce al fundamentalismo que cree en la partidarización política de la iglesia como única forma de salvar la sociedad. Evangelizar, hoy, es rescatar los métodos adoptados por Jesús: antes de pronunciar un discurso moralista, ofrecer el absoluto de Dios, como hizo él con la samaritana; antes que exigir adhesión a su doctrina, proponer la opción por los pobres, como le dijo al joven rico; antes que realzar la sacralidad de las instituciones religiosas, valorizar al ser humano, en especial al hambriento, al enfermo y al oprimido, como templos vivos de Dios. Y anunciar al Dios del amor y del perdón, y no del juicio y la condenación; al Dios de la alegría, no de la tristeza; Dios como pan de vida, y no cruz que debe ser cargada en este valle de lágrimas... Jung demostró cómo Jesús está presente en el inconsciente colectivo de Occidente. Lo cual explica el éxito de "El código Da Vinci" que, supuestamente, esclarece la "historia de la vida privada" de Jesús. Esa tendencia a la privatización de todos los aspectos de la vida, comprobada por el éxito de publicaciones que aparentemente hacen al lector penetrar en la intimidad de las celebridades, es una de las características de la filosofía neoliberal que respiramos en tiempos de unipolaridad del capitalismo. Ese mironismo exacerbado neutraliza nuestro potencial de transformar la sociedad y rescatar nuestra autoestima como seres ontológicamente políticos, como observó Aristóteles. Ante tanta injusticia, no es el silencio de Dios lo que debiera incomodarnos, sino nuestra desmotivación para combatirla y construir "otro mundo posible". (Traducción de J.L.Burguet) - Frei Betto es autor de "Entre todos los hombres", biografía de Jesús, entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/115612?language=es
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