No nos moverán
12/06/2006
- Opinión
Guardo en casa con devoción –lo confieso- el vinilo que Joan Báez grabó en 1974 en castellano, con canciones míticas como El Gracias A La Vida, el No Nos Moverán o El Preso Numero Nueve, y en catalán El Rossinyol. El LP para muchos de los cuarentones de hoy, significó conocer de sopetón las reivindicaciones sociales, pacifistas y ecologistas de toda América, de Norte a Sur. En al portada Joan sonriente sostiene la guitarra y alza su brazo izquierdo. Ahora hemos sabido que Joan, a sus 65 años, se ha subido a vivir en un árbol en el sur de Los Ángeles, para defender una zona agrícola urbana gestionada por 350 familias inmigrantes, muchas de ellas mexicanas.
Este solar ocupado es lo que en México se conoce como “ejidos”, es decir tierras comunales que gestiona la propia comunidad. Deciden qué y cuándo cultivar, distribuyen el trabajo agrícola, los rendimientos, etc. Aún hoy el porcentaje de tierras mexicanas gestionadas como ejidos es significativo, pero la modernización del mundo rural globalizado los está haciendo desaparecer a marchas forzadas. Por ello, la lucha que encabeza Joan por salvar el ejido en Los Ángeles es mucho más que una lucha por salvar unos jardines o una lucha particular de un grupo de inmigrantes. Es una de las muchas expresiones que muestra la lucha de los pequeños campesinos y campesinas que van siendo eliminados de su labor fundamental de alimentar al mundo.
Los ejidos constituyeron históricamente la forma de gestionar el campo mexicano. De forma autónoma en manos de los campesinos, indígenas y no indígenas, hasta principios de los 90. El gobierno de Salinas siguiendo a rajatabla los principios neoliberales, privatizo las tierras, y mató dos pájaros de un tiro: la tierra pasaba a quien más poder adquisitivo tuviera y debilitó fuertemente a las estructuras sociales populares que los ejidos favorecían. Hizo desaparecer las ayudas estatales a la agricultura, los apoyos técnicos y como colofón en 1994 con la firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá se volatilizan las fronteras comerciales. De tal forma que sin aranceles y sin controles estatales de producción, el único mecanismo que manda es la competitividad. Pues bien, más del 70% de los campesinos que aseguraban en sus ejidos la producción de los granos básicos para la alimentación local (maíz, frijoles, arroz, etc.) entran en una crisis insalvable porque no pueden competir con las producciones intensivas y subvencionadas que llegan en millones de toneladas de los EEUU. Así, sólo así, podemos entender que 400 mil campesinos mexicanos crucen la frontera cada año.
El ejido en Los Ángeles está funcionando desde hace 13 años y además de ser un espacio verde, este gran huerto urbano de casi 7 hectáreas produce alimento básico y nutritivo para las familias pobres del barrio alcanzando a 2 mil personas. Lo que no podían cultivar en su tierra natal, lo cosechan ahora: maíz, tomates, patatas, zanahorias, frijoles, etc. En una entrevista publicada en el diario mexicano La Jornada, Rufina Juárez, una de las líderes de la organización, explica muy bien esta lucha: "Está organizado como cooperativa, como el reparto tradicional de tierras que hubo en México, los ejidos, se toma un voto, se hacen asambleas, y se trabaja colectivamente la parcela. También sirve para la educación de nuestros hijos, para mostrarles de dónde viene la comida, no la sintética, que está por todas partes en nuestras comunidades pobres, y que es tan nociva para la salud, donde tenemos altos índices de obesidad y diabetes, ya que sólo se ofrece comida malísima, con poca calidad nutritiva. Esta lucha se ha tratado de cómo levantar una comunidad, ya que está marginada por el sistema, de que vaya a abogar por sus derechos para a quedarse en este lugar; tomamos un voto, no nos queremos ir, y en esa lucha hemos estado durante tres años. Hemos tomado posesión del lugar, tenemos vigilancia día y noche".
No les moverán.
- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras.
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