De candidatos y elecciones
12/05/2006
- Opinión
Simulacros. Fuegos de artificio. Un discurso que mientras más habla más encubre. La sociedad del espectáculo en todo su esplendor. La política como show y la realidad como bussines. Es curioso que mientras más se acerca el periodo electoral, menos se habla de política. Se habla de los candidatos, de sus preferencias, de sus discursos, de sus opciones. Pero los problemas fundamentales quedan atrás. No se los menciona. No existen.
Los candidatos procuran no aludirlos para no comprometerse y no comprometer a sus posibles votantes. Así, como por arte de magia, desaparece del escenario político la discusión sobre la dolarización, sobre el Plan Colombia y las bases militares norteamericanas, la disputa de los recursos naturales, como el agua y la biodiversidad, sobre las reformas estructurales, en fin, el mundo se cierra sobre sí mismo, y la política se reduce a una aritmética elemental de porcentajes, votos, alianzas, nombres, disfraces y simulacros.
Pero eso es el fulcrum de la democracia liberal representativa. Una democracia que tiene que amputarse la política para ser funcional al poder. Que tiene que convertirse en mascarada y espectáculo para lograr legitimidad. Una vez más, el ritual se cumple: el sistema político abre sus aduanas a la participación política, pero con reglas estrictas, con requisitos fundamentales: la política, en esa tautología del poder, la hacen los políticos. Pero los políticos están desgastados, tantos años de democracia neoliberal no convencen a nadie. El país está peor. La depredación humana, social, cultural y ecológica es imparable.
Los pueblos y naciones ancestrales están por desaparecer. Los ríos están contaminados casi en su totalidad. Los bosques primarios están desapareciendo. La pobreza es cada vez mayor. La conflictividad social crece. Las estructuras del poder oligárquico son cada vez más fuertes. Las señales de que el sistema está en crisis están por todos lados.
El neoliberalismo fracasó en toda la línea, no solo en nuestro país sino en el continente. Ningún candidato quiere que su discurso sea emparentado con la propuesta neoliberal. Todos saben, o al menos intuyen, que presentarse de manera abierta como neoliberal no es una buena posibilidad de ganar ninguna elección. Y por eso la mayoría, o guardan un silencio bastante parecido a la complicidad, u optan por ser levemente críticos, con esa insoportable levedad de ser políticamente correctos, por ello, de manera prudente, no se dicen ni de derecha ni de izquierda, se autodenominan del centro: espacio ambiguo desde el cual pueden decir cualquier cosa sin comprometerse con nadie, que no sea el poder.
Y allí los tenemos hablando desde el “centro derecha”, o desde el “centro izquierda”. Y todos terminan pareciéndose, desde los más vociferantes hasta los más prudentes. Todos quieren acomodarse en el centro, es decir, ganar las elecciones y adecuarse al poder. Quizá sea por ello que haya que extrañar esos tiempos en los que las fronteras no eran tan sinuosas, y se sabía dónde comenzaba la izquierda y dónde terminaba la derecha.
Uno estaba claro que la izquierda optaba por la revolución antisistema y apostaba por el futuro, y que la derecha defendía la tradición, la familia y la propiedad, y perpetuaba el pasado. Pero ahora las fronteras se confunden, y el escenario está hecho precisamente para eso. Quizá por ello ahora sea necesario reivindicar el derecho a ser radical, es decir, a asumir las cosas desde su raíz, y sabemos desde el humanismo que la raíz es el ser humano. Quizá por ello no me sienta representado al momento por ninguno de los candidatos existentes, y aún espero a un candidato que se arriesgue a ser radical, y obviamente de izquierda, que es casi como exigir que sea un hereje en el medioevo cristiano. Quizá ahora sea más necesario que nunca seguir apostando por aquella vieja etimología que decía que ser hereje significa pensar por sí mismo.
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