Montesinismo

08/04/2006
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El número de personas bien leídas e instruidas que son capaces de dar crédito a la idiotez de que el levantamiento de Locumba respondió a un plan para distraer la atención de los guardacostas del Callao, para que Vladimiro Montesinos pudiera huir hasta alta mar a bordo del yate Karisma, me ha hecho pensar que tal vez la oclocracia de Aldo M. se este desarrollando al revés. Pero no llego a tanto. Mi opinión es que los que se tragan este sapo lo hacen porque tienen necesidad de reinterpretar la historia reciente y sobrevivir en el intento. A estas alturas se puede decir cualquier cosa y unos van a creerlo hasta la última letra y otros simplemente no le harán caso solamente porque saben de donde viene. Es obvio que Vladimiro no necesitaba cortinas de humo cuando se movía de cuartel en cuartel protegido por sus compadres militares. En esos días finales del fujimorato ciertamente se superpusieron muchos hechos, como parte de una descomposición general. Pero el problema que estaba en el centro de la situación nacional no era el paradero del Doc., sino la negociación que se desarrollaba, miti-miti, entre la representación del gobierno y la de los partidos de oposición que son lo mismos que están presentes en estas elecciones. Locumba, y las marchas y demás manifestaciones de protesta que ocurrían en las calles, expresaron la desconfianza que el país tenía a eso que llamaban “transición” y que se realizaba bajo la batuta de la misma OEA, que ocho años antes ayudo a legitimar el golpe de Fujimori y a la que también capitularon los partidos políticos. Ese era el meollo de la cuestión y el fondo de las distancias que desde el principio diferenciaron la actitud de los insurgentes con los autoproclamados héroes de nuestra democracia. Quién lea de nuevo el Manifiesto del 29 de octubre del 2000, verá que era imposible que tal cosa saliera de la cabeza de Montesinos y los montesinistas, no sólo por la denuncia encendida del régimen, de la corrupción y de la degradación de los institutos armados, sino por el abierto llamamiento a la desobediencia de los mandos intermedios y bajos para fundar un nuevo ejército. A nadie se le ha ocurrido interrogar al comandante sobre cuánto mantiene de sus posiciones de hace cinco años y medio. De hecho el levantamiento marcaba el final de uno de los mitos claves del sistema de los 90, que era que Fujimori había logrado a través del asesor controlar férreamente a las fuerzas armadas y adelantarse a las disidencias. Por eso Salinas cayó antes de mover una sola pieza de su intento de golpe reconstitucionalizador. Y Robles tuvo que hacer su valiente denuncia luego de haber buscado refugio diplomático para él y su familia. En ambos casos, la institución cerró filas con Hermoza y Montesinos y aisló la rebeldía totalmente. Pero en el 2000 las condiciones eran otras. Y hay que estar definitivamente en la luna para imaginar que hubiese oficiales jóvenes dispuestos a aparecer abiertamente como insubordinados tan sólo para servir de coartada a un prófugo. Pero el asunto va más lejos. Porque lo que se sugiere es que esta era también una catapulta para que los hermanos Humala entraran a la política y se convirtieran con los años en candidatos militares con la consigna de llegar el poder para rescatar a los militares presos por actos de corrupción. Cuando personas inteligentes y aparentemente serias siguen la agenda que les marca Chichi Valenzuela, hay que preocuparse, ciertamente. Encontrar lazos con generales montesinistas en quienes eran capitanes, mayores y comandantes en la década anterior, no debe ser muy difícil, porque todos trabajaban para el mismo ejército y como se sabe en esa institución uno no decide sus destinos. Podría hacerse el mismo ejercicio con todos los otros candidatos que provienen de los institutos armados y extenderlo a los empresarios que también sentían que el poder estaba vestido de uniforme. Aquí, en un escenario en que se están definiendo propuestas de fondo en relación a la continuidad o corrección del modelo neoliberal, del tipo de trato que debe tener el Estado con el capital trasnacional, de la convocatoria a la Asamblea Constituyente para cambiar las reglas fujimoristas fijadas en 1993, la acusación a Humala como un Montesinos en piel de candidato, opera como un recurso de fuerza sumamente peligroso. Yo me pregunto qué deberíamos hacer si el tipo fuera realmente eso. No veo otra alternativa que enfrentarlo con todo, sacarlo de las elecciones, encarcelarlo, derrotar a sus seguidores. ¿Es eso lo que buscan Gustavo Gorriti, Valenzuela, Tafur, Mariátegui? Entonces, ¿qué clase de demócratas son éstos que condenan a Humala por decir que el pueblo puede rebelarse a la derecha si mantiene el actual modelo, y son capaces por su lado de empujar a la ilegalización y persecución del candidato que lidera las encuestas?
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