Crónica de un abuso desde el poder
21/12/2005
- Opinión
Nunca cuestionaré el derecho de una persona que se siente calumniada a
demandar a una periodista. Todos los y las profesionales estamos
sujetas a ello.
En los tribunales se debe ventilar con pruebas si hubo o no una
calumnia en un trabajo periodístico. En el peor de los casos se trata,
según la ley, de un delito menor, que alcanza fianza si se responde a
los citatorios. Sin embargo, en este caso, se trata de algo mucho más
grave.
Mi trabajo profesional como periodista, en este caso particular, se
vincula directamente al otro oficio igual de importante en mi vida:
el trabajo de protección y atención directa a mujeres y niñas víctimas
de violencia.
Primero: las cosas fueron maquinadas para fabricar una orden de
arresto. Cuando hay una denuncia por difamación, la o el juez pide que
la o el periodista acuda para responder a la demanda. El problema es
que a mí los citatorios del juez nunca me llegaron, pero al juzgado le
hicieron pensar que yo los ignoré. Ese desacato, del que yo estaba
ajena, es lo que desencadenó la orden de aprehensión por parte del
juez quinto de lo penal en Puebla, ciudad en donde origina la denuncia
mi demandante, a 1,500 kilómetros de Cancún.
Esta es una violación a mis garantías individuales más elementales,
porque no se puede girar una orden de aprehensión sin asegurarse de
que la o el acusado no ha recibido los citatorios. Violaron mis
garantías constitucionales correspondientes a los artículos 14,16 y 20,
que aseguran mi derecho a ser escuchada ante los tribunales.
Segundo: Una vez lograda la orden de aprehensión, se orquestó todo un
operativo para desencadenar un verdadero infierno sobre mi persona:
"Se traslada desde Puebla un convoy de dos autos con cinco judiciales;
y a ellos se incorporan al menos otros tres vehículos en Quintana Roo
para efectuar un operativo sobre mi persona digno de la aprehensión
de un capo del narcotráfico.
"La detención se realizó el viernes a las 12:30 al arribar yo a mi
oficina. Me rodearon cuatro judiciales armados para subirme a un
vehículo, escoltados por otros cuatro vehículos. El despliegue me
hizo pensar lo peor en ese momento. Luego se confirmaría.
"Fui llevada a la Procuraduría de Quintana Roo, porque una diligencia
en otro estado requiere la autorización de la Procuraduría local. Lo
que normalmente es un trámite de varias horas sospechosamente se hizo,
en versión fast track, en no más de 20 minutos.
Un "secuestro legal"
"Se hizo la estrategia para deshacerse de la custodia de agentes de
la AFI que me asignó el gobierno federal luego de las numerosas
amenazas de muerte que he recibido. En el momento en que me
aprehendieron, los AFI no estaban conmigo, pero llegaron tras de mí a
la Procuraduría Estatal en Cancún. Los judiciales poblanos les
aseguraron a los agentes federales que podrían acompañarme en el
recorrido por carretera a Puebla pero, tan pronto hicieron su gestión,
me sacaron por la puerta trasera; engañándome y asegurando que
iríamos por mi gente, me forzaron a entrar a un auto y se dieron "a la
fuga", para tomar la carretera.
"En las oficinas de la Procuraduría se me hizo un examen médico que
establece el hecho de sufrir de bronquitis, de encontrarme en
recuperación de una neumonía y de la inconveniencia de trasladarme en
un viaje largo por carretera. La médica legista responsable expidió
el certificado correspondiente, pero los judiciales me sacaron antes
de que llegase mi expediente médico del hospital. Cabe señalar que en
estos casos de enfermedad la ley contempla la posibilidad de que el
desahogo de pruebas se haga a distancia, o el traslado por vía aérea
(1:45 hrs Cancún-Puebla).
"Durante mi detención no me permitieron acceder a teléfonos ni el
contacto con mi abogado. Me impidieron tomar medicinas o ropa de
abrigo para el viaje a Puebla; les insistí en mi derecho a la salud y
me aseguraron que me acompañarían por mis medicamentos y un suéter
antes de salir.
"La fuga se realizó con el apoyo de judiciales de Quintana Roo,
quienes escoltaron al convoy para permitir que escaparan con fluidez
sobre el tránsito local. Participaron al menos una decena de agentes
locales para sacarme a la carretera.
Tortura psicológica y de la otra
Las primeras horas en la carretera me hicieron sentir que el
secuestro podría terminar en algo peor. Trato hostil, negativa a
permitirme alguna llamada, groserías. Entre ellos comenzaron a
conversar las ocasiones en que habían muerto otros prisioneros.
Habían leído historias sobre mí en Internet y hacían referencia a un
"tipo de Torreón que me quería matar".
Me aseguraron que querían pasar a ver el mar en la noche; me
preguntaron si sabía nadar, y uno de ellos habló sobre "la gente que
se ahoga". Me preguntaron por mi libro "sobre un pederasta" y
hablaron sobre cómo en las cárceles se viola a los que se meten "en
eso". A mí me llevarían a la cárcel.
En las 20 horas que transcurrimos por carreteras sólo me dieron
alimento y bebida en una ocasión. Durante las primeras horas me
negaban la posibilidad de detenernos para ir a algún baño. A lo largo
del traslado, y pese al empeoramiento de mi afección pulmonar, se
negaron a detenerse para comprar algún medicamento. Nunca sabré si
realmente estaban esperando alejarse de la península para proceder a
ejercer algún tipo de agresión física, pero me transmitían todas las
señales en eses sentido.
Por fortuna, en algún momento, luego de algunas horas, recibieron una
llamada de sus superiores, a partir de lo cual el trato fue menos
agresivo, cambiante, a ratos amable y otros hostil. Luego pude
enterarme de que la presión de las ONG y de las redes de periodistas,
enteradas de mi "secuestro", había propiciado llamadas al gobernador
de Puebla para hacerlo responsable de mi integridad. La misma PGR,
que se encontraba a cargo de mi custodia, hizo un señalamiento al
gobierno de Puebla en el sentido de que lo hacía responsable de lo que
pudiera pasarme en el camino, toda vez que ellos me habían dejado en
la indefensión.
Poco antes de llegar a Puebla, en la caseta de entrada, nos
interceptó un vehículo para que dos mujeres de la policía
intercambiaran lugares con mis captores. La procuraduría de Puebla
había informado a los medios que me habían detenido y trasladado
mujeres policías, acompañadas de un representante de derechos humanos.
Eso es absolutamente falso, aunque lograron montar su mascarada para
que yo entrara a las oficinas en Puebla flanqueada por mujeres.
Una vez en Puebla, el trámite de mi presentación ante el juez fue
lenta y tortuosa. No se me ahorró ninguna de las molestias: detención
en un calabozo inmundo, foto de rigor, revisión médica con desnudez,
al lado de un cuarto lleno de judiciales con una mampara transparente
de por medio.
Finalmente, salí a las 15:00 horas, luego de fincarse una fianza de
$70,000 pesos pagaderos en efectivo, aunque originalmente era de
$108,000 pesos. Hasta el último momento fui advertida de que el
trámite no podría terminarse a tiempo: los bancos cierran en sábado a
las 2:00 de la tarde y no me sacaban de la cárcel para declarar ante
la jueza (estaban haciendo tiempo), por lo que me tendría que quedar
hasta el 2 de enero, es decir 17 días más.
En resumen
En el escenario más optimista, lo que se orquestó fue una orden de
aprehensión artificial para tener la posibilidad de inflingirme el
mayor castigo posible; una especie de vendetta por haberme atrevido a
hablar de los poderosos. El traslado, el despliegue desproporcionado
de recursos policíacos, la tortura física y psicológica y el típico
sabadazo que intentaban aplicarme formaron parte de una maquinación
que sólo puede explicarse por la "compra" de la justicia por un
particular para afectar a una periodista y defensora de derechos
humanos.
En el peor escenario, en el caso de que mi equipo y las redes de
mujeres y periodistas no hubieran denunciado a tiempo para exhibir
este "secuestro legal", podríamos temernos una ley fuga o alguna
agresión física.
Lo cierto es que una simple denuncia por calumnia, improcedente -
porque tengo las pruebas de lo que publiqué- consiguió lo que
agresores de mujeres y otros delincuentes de alto calibre no habían
logrado en todos mis años como periodista y activista feminista contra
la violencia: sacarme de mi ciudad, despojarme de la protección y
dejarme completamente indefensa y vulnerable durante más de 20 horas,
en zonas aisladas y deshabitadas, sin saber si podría perder la vida a
manos de quienes deben impartir justicia.
Fuente: CIMAC
https://www.alainet.org/es/articulo/113924?language=en
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