La relación con el pasado
30/11/2005
- Opinión
Nuestra relación personal con el pasado se da a través de la memoria, que es aquella capacidad por la cual recordamos lo sucedido desde nuestra subjetividad.
La otra relación con el pasado, la científica, nos la brinda la ciencia de la historia, que a través de testimonios y documentos intenta una interpretación objetiva de dicho pasado. Quien dice ciencia, dice conocimiento sistemático.
Así memoria e historia son formas distintas de entender el pasado. En un Estado de derecho aquello que forma al ciudadano es la historia, al contrario de lo que sucede hoy en nuestros Estados democráticos postmodernos de corte político socialdemócratas, donde la exaltación de la memoria prima por sobre la historia.
Así la memoria se mantiene mediante conmemoraciones, actos, homenajes, mientras que la historia exige investigación, trabajo de atenerse a los hechos, esfuerzo constante y la más de las veces tedioso.
La historia y su método pasan por distintas etapas: a) heurística, que es la búsqueda de los testimonios. b) la crítica, que realiza el análisis de las fuentes c) la síntesis, que pone en orden lo recabado, y d) la exposición, que debe ser clara, sencilla y acompañada del aparato erudito.
El historiador tiene que realizar todo el esfuerzo posible por desvincular sus juicios de sus prejuicios, e intentar superar la subjetividad. De ahí que sea sumamente importante la idea aportada por la fenomenología de verificación intersubjetiva según la cual se puede hablar de objetividad sólo cuando sobre un mismo hecho (lo sucedido=res gestae) se produce una coincidencia mínima del juicio de los pares, (conocimiento de ese suceder= rerum gestarum) que en el caso de la historia es el juicio de los historiadores.
“Cuando la relación con el pasado, sostiene Alain de Benoist, avanza por el camino de la memoria, nada le importa la verdad histórica. Le basta con decir: ¡Acuérdate!”(1).
Con el recurso a la memoria se trata de que el pasado esté siempre presente, que el pasado no pase sino que esté siempre vivo, siempre ahí.
Como cuenta muy bien Javier Esparza recordando la denominada polémica de los historiadores entre Jürgen Habermas y Ernest Nolte, donde éste último quería tomar distancia y así poder historiar la segunda guerra mundial y aquél primero sostenía que el nazismo estuviera siempre presente. Fue así que Nolte deploró “ese pasado que no pasa” como un daño al logro de la unidad alemana.
Uno de los rasgos de la postmodernidad es el reemplazo cada vez más de la historia por la memoria. Es que ésta es más atractiva y aquella más ardua, pues la memoria tiene el condimento de la imaginación. Además la memoria privilegia la visión de la víctima. Y en una sociedad como la de hoy en donde los Estados otorgan a los ciudadanos infinitos “derechos incumplibles”, el recurso a la memoria les ofrece el simulacro de la reparación. Los ejemplos son tantos y tan recientes que se los dejamos a elección del lector.
En esta parodia de felicidad postmoderna en donde lo único que se nos prohíbe es ser infelices, como bien denunció Fray Betto respecto de la nueva constitución del Brasil, la aliada es la vieja idea romana de damnatio memoriae, la condena y destrucción del pasado. Donde se condena el recuerdo de un hombre público prohibiendo pronunciar su nombre, como ocurrió con Perón en el Golpe del 55, borrando su nombre o retirando sus estatuas, como acaban de hacer en España con Franco o descolgando cuadros, como sucedió aquí hace muy poco.
La damnatio memoriae es otro de los simulacros políticos más utilizados últimamente y de menor eficacia real, pues si funcionara no nos tendríamos que acordar de aquellos que se pretende borrar de la memoria. Pero....“conforma a la gilada” como diría un reo.
La Historia como magistra vitae según la definiera Cicerón, como la formadora del hombre y sobre todo del ciudadano, pues sólo ella le muestra su pertenencia real, ha dejado paso cada vez más a la memoria, en donde el ciudadano ha sido transformado en “público consumidor”. Consume y compra no sólo alimentos sino relatos interesados de “las memorias” que terminan alienando su espíritu.
De modo tal que como la memoria está siempre escrita a favor del narrador, ella transforma muchas veces al victimario en víctima según sea quien la narre. Así los judíos con el mitema por antonomasia del siglo XX, se presentan siempre como los perseguidos por todos; el indigenismo presentará a nuestros pampas como angelicales perseguidos por el opresor blanco; los ingleses del carnicero general Kimberley persiguiendo a los boers para liberar a Suráfrica; los turcos persiguiendo a los bárbaros de los cristianos armenios; las madres de la plaza de Mayo monopolizando el sufrimiento de todos los argentinos y desde hace un siglo, los yanquis sacrificándose por todo el mundo para hacer, por la guerra, “la democracia a palos”.
A los poderes mundiales, a los poderes indirectos que gobiernan este mundo a piacere, más allá de los parlamentos nacionales y de los grandilocuentes gestos de algún gobernante infatuado, les es funcional la categoría de memoria político-cultural porque ella al estar más allá de cualquier examen crítico permite una recreación permanente de relatos míticos, los cuales no sólo oscurecen los hechos reales y tal como han sucedido,(revelación reservada a la historia) sino que “estas memorias” logran desviar a los pueblos (entreteniéndolos con debates culturales) de su verdadero objetivo: La construcción de un poder nacional o regional autónomo y soberano. El asunto es lograr que nuestras comunidades, nuestros pueblos, no se pregunten por la naturaleza del poder, cómo se construye y cómo se conquista, ni cuestionen a quienes lo ejercen.
No al ñudo un marxista lúcido como el esloveno S. Zizek pudo afirmar que en nuestra época el discurso sobre el poder ha sido reemplazado por el discurso cultural, con lo cual los que ostentan el poder siguen haciendo lo que quieren a espaldas y a costillas de los pueblos sometidos a sus designios.
1) De Benoist, Alain: Enfrentarse con la historia, revista El manifiesto N° 3, Barcelona, 2005.-
- Alberto Buela. Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
https://www.alainet.org/es/articulo/113671?language=en
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