Los movimientos y las elecciones
07/08/2005
- Opinión
En un reciente artículo del 6 de agosto en La Jornada titulado “Bolivia: dilemas de los movimientos” Raúl Zibechi escribe que “el problema común que atraviesa en este momento a los movimientos (por movimientos sociales, nota de G:A.) es cómo evitar que la potencia de la movilización (se refiere a la que derribó dos presidentes y obligó a convocar una Asamblea Constituyente. Nota de G.A.) se disuelva en las urnas”. Concluye el periodista: “El problema no se resuelve con un instrumento político sino con la creación de una nueva cultura en la que el poder resida en las bases y se ejerza de forma rotatoria. El terreno electoral no parece el más adecuado para dar vida a esa nueva cultura política, y quizá tampoco lo sea el insurreccional. Se trata de un largo y doloroso proceso, en el que prácticas comunitarias que ya existen en la vida cotidiana se expandan y multipliquen hacia el resto de la sociedad, hasta volverse sentido común”.
La primera frase es un diagnóstico acertado sobre el problema central que enfrenta la sociedad boliviana y la segunda contiene un ciento por ciento de verdad ya que, en última instancia, nos remite a un sistema social sin conflictos de clase y con alto nivel general de cultura, que algunos llamamos socialismo y otros Reino de los Justos.
Sin embargo hay un pero. Estamos en una sociedad dividida en clases y los explotadores se niegan a dejar de explotar, los opresores a dejar de oprimir y los racistas a dejar de considerar inferiores a los indios, los extranjeros y quienes no les gusten. Las clases dominantes se apoyan en buena parte de las clases subalternas (no sólo de las clases medias sino también de los más explotados) y sacan provecho de la promoción de la ignorancia mediante sus instrumentos mediáticos y estatales y de la miseria misma que ellas provocan y que mina la capacidad de autoorganización, la confianza, la autoestima y la capacidad de comprensión de sus esclavos (a lo que habría que agregar los daños a la capacidad física y síquica producidos por siglos de subalimentación y enfermedades). La “nueva cultura” sólo puede surgir del conflicto, de la victoria en éste sobre quienes tratan de perpetuar la vieja cultura de clase, con sus jerarquías, su sistema de jefes, caciques, poder sobre la gente. O sea, de un cambio de régimen que no puede ser indoloro y gradual porque lo viejo tiene el Estado y el dinero y no se deja enterrar vivo de a poquito. Si la construcción de partidos (la “forma partido” sobre la cual tanto se escribió en los 70) se basa en la delegación de responsabilidades y diferencia los líderes que deciden de una “base” que aprueba o rechaza las decisiones de aquéllos, la insurrección exige un mando centralizado, con una táctica y una estrategia con gran margen para la clandestinidad para evitar la reacción preventiva del enemigo. O sea, jefes carismáticos. Es decir que la vía legal afirma desigualdades al igual que la revolucionaria.
¿Qué queda entonces, la parálisis política y social, dar por perdido todo, adaptarse a lo que el capitalismo quiera dar, retirarse a una ermita en el desierto, cosa que, por otra parte, muy difícilmente resultará factible a millones de trabajadores? Zibechi habla de “nudo gordiano”: como sabemos, éste no se podía desatar y Alejandro Magno resolvió el problema cortándolo con su espada.
La solución está en la acción. Y ésta, siempre, lleva a ensuciarse las manos, a enlodarse, a resolver los dilemas partiendo de la realidad y de modo innovativo. Esa realidad, en Bolivia y en el resto de América Latina, México incluido, consiste en que la inmensa mayoría de la población y de las clases subalternas todavía cree en el sistema capitalista, no desea una insurrección y la guerra civil y, en cambio, espera defender lo que queda de su nivel de vida y de sus siempre menguantes conquistas sociales por la vía legal (la del poder actual) y ve las elecciones como una forma de expresarse y de pesar en la vida pública. El hecho de que, al votar por partidos que no quieren cambiar el sistema, lo refuercen y de que los votantes tengan ilusiones es sin duda fundamental Pero así es como ven lo que se puede hacer, ese es su nivel de comprensión y de conciencia y, si se quiere ayudarles a obtener “otra cultura” de ahí hay que partir, ayudándoles a hacer su experiencia.
Marcos sostiene que López Obrador “nos va a partir la madre” si triunfa. Puede ser, aunque también lo hará Madrazo que, sin oposición, triunfará. Pero el asunto no es AMLO sino qué piensan los cientos de miles de personas que llenaron el 24 de abril el Zócalo no tanto para defender a AMLO sino para evitar que Fox, el PAN y el PRI “les partieran la madre” a sus derechos a elegir, a decidir, a ser ciudadanos y no súbditos, a evitar un fraude electoral mediante la supresión de candidatos. Sin duda un millón o más de personas pueden equivocarse, pero entonces hay que tenderles un puente, partir de sus deseos y de sus luchas, educarles dándoles una alternativa también en el terreno electoral. Porque si las elecciones no son el terreno de elección de los movimientos sociales por ellas, le guste o no a muchos, pasa también la lucha de clases sin la cual “otra cultura” es imposible.
¿Qué recomienda Zibechi para Bolivia? ¿la abstención, o sea dejar en el poder a las transnacionales y sus agentes? ¿la insurrección popular y la guerra civil que, a lo mejor, termina por ser el desenlace del proceso pero no puede ser ahora de ningún modo su comienzo? En la actual relación de fuerzas ¿cómo se organiza una Constituyente que realmente produzca un cambio social si no se cambia la relación de fuerzas social y política en el país? ¿si la insurrección como vía de imposición de la Constituyente no funciona o las elecciones, o sea, la obtención de una mayoría en las Cámaras, tampoco, qué sentido tiene hablar de una Constituyente que podría resultar incluso negativa si es dirigida por la derecha y sus aliados? Esta misma pregunta sirve para el EZLN. Porque el tránsito por el camino legal sin duda abolla la pureza principista y enloda, pero las alianzas son indispensables si no se depende sólo de la intervención divina y se quiere hacer avanzar a la gente hacia “otra cultura donde el poder resida en las bases y se ejerza de forma rotatoria”. El problema central, entonces, no reside en no hacer concesiones sino en saber con quién uno se alía y hasta dónde se puede marchar juntos (pero separados) no dejar de decir lo que se piensa, incluso de los aliados, no hacer concesiones fundamentales que impidan avanzar hacia “otra cultura”. Hay que acompañar a los sujetos del cambio en sus experiencias y facilitárselas, pero discutiendo las implicaciones de las mismas y no compartiendo sus ilusiones. Sobre todo, hay que poner en primer plano la acción, guiada por los principios, pero la acción, la acción, no el inmovilismo. Se puede decir “gracias, no fumo” y rechazar un cigarro, pero eso no es válido cuando decenas de millones deben decidir sobre quién y cómo dirigirá el país durante años. En ese caso no basta con el no y se necesita proponer una alternativa y el modo de concretarla.
- Guillermo Almeyra es profesor-investigador en la UAM-Xochimilco, PARA “AL FILO” 7 de agosto del 2005.
https://www.alainet.org/es/articulo/112648
Del mismo autor
- Primeras observaciones sobre las elecciones argentinas 26/10/2015
- La dictablanda clintoniana 01/08/2009
- Los movimientos y las elecciones 07/08/2005
- Realmente hay un "escenario post Lula"? 23/07/2005