Bush se equivoca
03/08/2005
- Opinión
La escalada del gobierno de Bush II contra Cuba no cesa y
podría conducirlo a un error fatal. Su instinto nazi lo hace
odiar irracionalmente todo lo que huela a justicia social,
dignidad e independencia. Por si fuera poco, están sus
estrechos nexos con la mafia contrarrevolucionaria de Miami.
A ella debe el haber llegado por primera vez a la presidencia
mediante el escandaloso fraude electoral en Florida. Así que
la política de Washington hacia La Habana es hoy más que
nunca un rehén de esa mafia.
Durante las dos administraciones de Bush se han arreciado el
bloqueo y la agresividad de Estados Unidos y cortado los
pocos puentes existentes para el desarrollo de una relación
normal entre los cubanos de las dos orillas y entre las dos
sociedades. Fidel Castro denunció el pasado 26 de julio
nuevas y graves provocaciones de Washington, incluyendo el
incremento de los vuelos ilegales del avión militar EC-130J,
que trasmite ondas de radio y televisión contra Cuba y la
reanudación de los vuelos de las aeronaves de exploración RC-
135, que hace tiempo no se producían. Las transmisiones
anticubanas violan el derecho internacional sobre el uso del
espacio radioeléctrico y ascienden a más de 2425 horas
semanales. Paralelamente, se produjeron al menos dos intentos
de provocación por parte de los llamados opositores o
disidentes, grupúsculos insignificantes que nadie respeta en
la isla por que todo el mundo sabe a quien sirven, punto que
se ha hecho cada vez más evidente. Y es que la Oficina de
Intereses de ese país ha asumido a plena luz del día y sin
intermediarios la dirección de los “disidentes”, cuyo tren de
vida se ha hecho ostentosamente distinto al de la mayoría de
los cubanos en virtud de las crecientes sumas que reciben por
distintas vías, entre ellas la valija diplomática de la
representación estadunidense.
Nada de esto debiera sorprender por cuanto el gobierno de
Bush ha proclamado reiteradamente su intención de estimular
el desarrollo de una “sociedad civil” dentro de Cuba para
liquidar cuanto antes el régimen social y político existente.
No habían pasado 48 horas de la denuncia del presidente
cubano y ya se difundía la noticia de la designación por
Condolleza Rice de un coordinador “para la transición en
Cuba”. El honrado, según él, con la encomienda, es Caleb
McCarry, empollado en el nido de la guerra sucia en
Centroamérica y más tarde en el reducto de asesores
ultraderechistas incrustado en el Comité de Relaciones
Exteriores de la Cámara de Diputados. La intención es
disponer de un procónsul, como varios que los cubanos
debieron padecer desde la intervención yanqui de 1898, una
suerte de réplica de Paul Bremmer en el Irak ocupado. Sólo
que desde el triunfo revolucionario la isla es soberana y
aquél deberá ejercer el cargo por teledirección desde
Washington. El nombramiento de un funcionario para
expresamente intervenir en la política interior de Cuba es un
paso del más desfachatado corte injerencista. Dicho en la
jerga gansteril de Rice, McCarry tendrá el cometido de
“acelerar la desaparición de la tiranía de Castro”. La
irresponsable declaración de la funcionaria da cuenta, o de
su olímpico cinismo, o de su ignorancia supina sobre las
profundas raíces y fortaleza en el alma cubana de la
revolución iniciada en el Cuartel Moncada.
La designación de un “coordinador para la transición en Cuba”
es parte de las medidas anexionistas contempladas en el
llamado Plan para la Asistencia a una Cuba Libre, elaborado
por una Comisión presidencial y aprobado por Bush el 10 de
octubre de 2004. Entre sus redactores figuran destacados
miembros de la mafia de Miami, como Otto Reich, Roger
Noriega, Mel Martínez y dos legisladores de origen cubano por
Florida conocidos por su devota admiración al tirano
Fulgencio Batista. El plan consiste en el desmantelamiento
del Estado revolucionario para avanzar en la “transición” a
la “libertad económica y política”, o sea, al capitalismo
neoliberal. Una afrenta que los cubanos no aceptarán jamás y
que únicamente podría imponerse por la fuerza después de una
invasión del país, en el supuesto que esta llegara a tener
éxito. Porque lo más apegado a la realidad social y cultural
de Cuba es esta sentencia de Fidel Castro del día antes
citado: “Nada de lo que ha ocurrido en otras partes sería
comparable con lo que ocurrirá aquí con quienes intenten
apoderarse de Cuba…Tendrían que derramar mucha más sangre que
en cualquier otro lugar del planeta”.
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