Ante las reflexiones de Antonio Mercader
Los camaleones de hoy y de siempre
23/01/2005
- Opinión
A pocas semanas de la asunción del gobierno de las
nuevas autoridades encabezadas por el doctor Tabaré
Vázquez, se ha desatado en Uruguay una polémica sorda que
tiene que ver con estilos y convicciones sobre qué hacer
con la información pública y, fundamentalmente, en relación
a lo que se supone el relacionamiento del futuro gobierno
con la prensa y los intelectuales.
Por supuesto, son temas más que espinosos porque en
los rumbos que se aplicarán desde el 1ro de marzo en
adelante, se define – en alguna medida – la visión que
tendrá la gente sobre el gobierno que iniciará sus
funciones y que deberá mostrar, con total claridad (como
elemento fundamental de la consolidación democrática), una
transparencia absoluta. Que los uruguayos sepamos lo que
pasa, obviamente, no puede ser – además – una expresión de
buena voluntad de los jerarcas sino el resultado de un
trabajo sistemático de apertura informativa, para lo cual
se debieran definir con claridad las tareas de la
Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la
República (SEPREDI), de cada una de las oficinas de prensa
enclavadas en el Estado y, de alguna manera también, la
función de los medios informativos que son propiedad del
propio Estado, que deben tener una obsesiva función, la de
informar.
Es bueno, en torno a este punto, analizar algunas
expresiones, como la del doctor Antonio Mercader, colega
periodista que fuera ministro de Educación y Cultura y que,
durante la campaña política que llevó a Luís Alberto
Lacalle a la presidencia de la República, ocupara el
difícil lugar de encargado del marketing político, tarea
que es recordada por los técnicos en la materia, como
interesante en su concepción publicitaria.
Pero, ¿qué es lo que ocurre? Mercader teme que algunos de
los partidarios del presidente electo, que “lo ensalzan con
fruición”, puedan estar incubando “planes descabellados
como el de crear un Ministerio de propaganda bajo el rótulo
de comunicaciones”
El dirigente herrerista, más allá del fondo mismo del
asunto en que está incluido en derecho de todos a la
información, se olvida de algunas cosas que es bueno
recordarle a los lectores. Qué, por ejemplo, no fue
justamente la izquierda y sus dirigentes quienes, de alguna
manera, se confabularon – como hicieron colorados y blancos
– para que no se cumpliera con la Constitución de la
República, dejándose sin integrar los organismos de
contralor (Corte Electoral y Tribunal de Cuentas), hecho
por supuesto que tuvo un contenido claramente
antidemocrático, destinado a quitarle al sector político
mayoritario la posibilidad de participar, en la medida
fijada por nuestra carta magna, en las necesarias tareas de
contralor. Podríamos seguir reseñando hechos sobre los
perfiles antidemocráticos de muchas expresiones sectarias
de blancos y colorados, que unidos en la llamada coalición
de gobierno, poco les importó la transparencia, pues
sistemáticamente se negaron a que los representantes de la
izquierda se integraran a esos organismos fundamentales,
entre otras cosas, para que la gente pudiera estar
informada de lo que estaba ocurriendo en este país.
Este ejemplo que ponemos sobre la mesa es quizás el
más acabado, el que muestra la falta de escrúpulos de los
gobernantes de turno, que se inclinaron más a esa expresión
de política menuda y sectaria, que a cumplir con lo que
marca la Constitución de la República.
¿Qué podríamos decir sobre el relacionamiento con la
prensa? Que mientras hubieron recursos y posibilidades, los
últimos gobiernos lograron o no adhesiones, “alineando” a
las empresas periodísticas sobre la base del traslado de
recursos, vía avisos, los que tenían el objetivo de buscar
el favor informativo que, en algunos casos, era combinado
con “oportunas” llamadas a las direcciones de empresas
periodísticas con el fin de “sancionar” a periodistas que,
por alguna actitud, habían perdido el “favor” del poder.
Práctica deleznable en que se incurrió más de una vez para
intentar modificar la tarea informativa de algún
profesional.
Tenemos claro, por supuesto, como se han expresado a
través de SEPREDI los distintos gobiernos que se han
sucedido hasta el presente y recordamos las tareas llevadas
adelante por los distintos jefes de prensa que tuvieron en
sus manos ese relacionamiento con los medios, sus estilos
distintos, su activismo o su prescindencia, sus métodos y
su capacidad para trasmitir o “reservar” aspectos del
quehacer estatal.
Es obvio que ahora, cuando el signo de gobierno
cambió, luego de 170 años de preeminencia de blancos y
colorados – sin olvidar los períodos de facto – las futuras
autoridades se planteen la necesidad de encontrar los
mejores caminos para lograr el objetivo de que se cumpla
con el derecho de la gente a estar informada, otro valor
fundamental de la democracia. Y que además, es comprensible
que tengan en el análisis de ese relacionamiento una visión
sesgada, producto de los desencuentros con los medios que –
como el doctor Mercader sabe – no siempre han transitado el
camino de la pluralidad informativa.
En más de una oportunidad hemos dicho que en una
democracia cada uno es libre de informar de la forma que lo
entienda y que será la gente que, en definitiva, quién
decida sobre la vigencia de un estilo y una forma. Pero,
también tenemos claro, que en materia de medios
audiovisuales, en que permisarios han usufructuado las
ondas que le otorga el Estado, por la razón del artillero,
se deben exigir contrapartidas.
Que nadie se rasgue las vestiduras sobre la
dilucidación de este punto, porque plantearle a un medio la
obligación de colaborar en tareas informativas, formativas
y culturales, de afianzamiento democrático, no significa
una agresión contra la libertad de prensa y de información
como sostienen algunos colegas impregnados por toda una
concepción proveniente de los propietarios de medios,
muchos de los que se expresan a través de la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP), los que ponen el grito en
el cielo cuando se habla de regulaciones.
En España, por ejemplo, los medios audiovisuales están
regulados. Se les exige contrapartidas que, en general,
tienen un contenido adaptado a las necesidades de ese país,
en que se acuerdan programas educativos, periodísticos y
musicales, estableciendo pautas en defensa de las
expresiones nacionales o regionales.
Y que no se diga que esas regulaciones que se deberían
acordar como contrapartida al usufructo de las ondas,
cuestionarían de alguna manera el nivel de los distintos
medios y, de alguna manera con la aplicación de esos
criterios, se establecería un adocenamiento chato de las
emisiones. La programación de la TV uruguaya no es
justamente un dechado de virtudes ni tampoco una fuente de
trabajo importante para los técnicos, creadores, autores y
profesionales de la comunicación.
Las pantallas, por razones en algunos casos
discutibles, se han abierto a la producción audiovisual
extranjera y convierten la emisión en un muestrario de
malos programas que tienen como único valor ser baratos.
Con esto no queremos generalizar, pues reconocemos también
que existen algunos esfuerzos destinados a mejorar los
contenidos y las formas.
Además, desde la puesta en marcha de las cadenas de TV
cable, la realidad de las emisiones audiovisuales se ha
modificado. Los uruguayos, en el marco de una globalización
informativa, ganamos en la variedad, calidad y cantidad de
opciones, pero – en alguna manera – nos encontramos frente
a nuevos desafíos. De alguna manera se ha diluido aún más
el sentido de Estado- Nación, pues de todo ese maremagnun
de canales muy pocos reflejan lo que ocurre en esta latitud
del planeta. Es una nueva realidad reflejo, también, del
avance tecnológico, al que no nos podemos negar. Sería como
tapar el sol con el dedo.
El interesante trabajo publicado el 14 de enero en “El
País” por doctor Mercader tiene otro aspecto sobre el que
nos gustaría reflexionar. El ex ministro de Educación y
Cultura deja traslucir que algunos periodistas tratan de
“granjearse las simpatías de la izquierda”. “Periodistas, a
los que se tenía por profesionales – dice – hicieron
públicos juramentos progresistas, conducta inédita en
nuestro país para las audiencias y que se posa sobre la
futura labor de esos militantes: ¿actuarán como
comunicadores o meros propagandistas?- dice con evidente
ironía.
También se refiere “a ciertos intelectuales hasta
ahora proclives a pensar con su propia cabeza que empiezan
a resbalar hacia la apología del nuevo gobierno, más
uncidos de compromiso político que de búsqueda de la
verdad”
Muchas palabras y bastante mala intención para
referirse a esa lamentable especie de advenedizos, que
siempre se acercan al poder de turno, quienes están
viviendo un período de adaptación a la nueva realidad. Pero
la categoría de alcahuete no se limita a periodistas e
intelectuales. También los hay entre embajadores – si lo
sabrá el canciller designado Reinaldo Gargano – y entre los
dirigentes políticos (qué Mercader le pregunte al futuro
secretario de la presidencia, el doctor Gonzalo Fernández,
que quizás le pueda brindar su testimonio al respecto), o
entre los empresarios, para lo que podría buscar
información de distinto tipo y encarnadura.
Es malo cuestionar a un dirigente político, que
encabeza un gobierno nuevo, lleno de dificultades y
desafíos, basándose en elementos que provienen de la
condición humana. La alcahuetería es reflejo de las
debilidades de cada uno y, por supuesto, ese fenómeno
camaleónico se expresa de manera virulenta en estas etapas
de cambio.
* Carlos Santiago. Periodista, secretario de redacción de
Bitácora y del diario LA REPUBLICA.
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