Foro Social Mundial: El cambio desde los márgenes
30/01/2005
- Opinión
Un sordo desasosiego
atraviesa la quinta edición del Foro Social Mundial: el temor
a la desorganización. En numerosos debates surgió la
inquietud acerca de las dificultades para arribar a acuerdos
abarcativos; sobre la supuesta ineficiencia de miles de
debates que no consiguen convertirse en convocatorias para la
movilización; sobre la lentitud del movimiento contra la
globalización neoliberal frente a la veolocidad de los
cambios que imponen las elites del mundo.
En buena medida este desasosiego, que por momentos se
convierte en desesperación ante la posibilidad de que el
fantasma del caos se instale en el movimiento, aparece
estrechamente vinculado a los cambios -espaciales y en cuanto
a la forma de funcionamiento- que se registran en esta
ocasión en el encuentro de Porto Alegre. Sin embargo, siento
que esta edición del Foro es la más abierta, creativa y
horizontal de todas, aunque ciertamente algunas de las
críticas reflejen parte de la realidad. Por el contrario,
creo que los cambios en este V Foro reflejan la vitalidad del
movimiento, su capacidad de cambiarse a sí mismo, que es un
dato elemental para considerar que estamos ante un organismo
vivo.
Como nos enseñó Henry Lefebvre, los espacios físicos son en
realidad espacios sociales, que reflejan la relación de
fuerzas y los micro cambios que se registran en la vida
cotidiana, y en la interrelación de los diferentes actores
sociales. Si seguimos los cambios registrados desde el primer
Foro de Porto Alegre en 2001 hasta hoy, podemos comprobar que
los cambios en cuanto a los espacios han sido enormes.
El primer Foro, y también los siguientes aunque de forma más
atenuada, tenía su “centro” en la PUC (Pontificia Universidad
Católica). Allí funcionaban las oficinas de registro de los
participantes y de la prensa; allí se realizaban los paneles
y debates más importantes y concurridos; allí tenían lugar la
inmensa mayoría de los talleres. Además, había una clara
jerarquización de espacios y eventos: por la mañana se
realizaban los debates que congregaban a las personalidades
más conocidas, en grandes salas bien acondicionadas; en tanto,
por la tarde tenían lugar infinidad de talleres en salas
pequeñas, sin aire acondicionado y a menudo abarrotadas de
público. En los “márgenes” tenían lugar los recitales y
estaba instalado el Campamento de la Juventud.
Este año la distribución del espacio conoció una verdadera
“revolución”. Fueron definidas once áreas temáticas que
funcionan de forma territorializada de la A a la K,
distribuidas a lo largo de varios kilómetros en la ribera del
río Guaiba. El “centro” de esa larga faja lo ocupa el
Campamento de la Juventud, donde se alojan y conviven no
menos de 30 mil acampantes, de todas las edades. La Usina del
Gasómetro es el edificio más grande pero cumple apenas la
función de espacio destinado a la prensa, sin que se realice
allí ninguno de los eventos importantes. Al final de la larga
faja que ocupa el evento, está el anfiteatro para recitales y
grandes actos y el Gigantinho, donde se realizan macro eventos.
En suma, no hay más “centro” o, si se prefiere, ese lugar lo
ocupa lo que antes estaba en los “márgenes” del Foro. Este
cambio, por sí solo, ya dice mucho. Sin embargo, es apenas el
cambio más visible, no el único. En esta edición, no existe
en realidad un “centro”, estamos ante un evento acentrado, lo
que refleja de forma mucho más fiel la realidad y el espíritu
del movimiento. En segundo lugar, a la horizontalidad -
relativa cierto- debemos sumarle la igualdad: todas las
conferencias y talleres se realizan bajo las mismas tiendas de
lona (donde, por cierto, el calor del mediodía se hace
insoportable); todos caminamos por los mismos caminos de
tierra para llegar a las actividades. Este dato no es menor:
la proximidad entre panelistas y público es mucho mayor y,
sobre todo, desde el más afamado intelectual hasta el más
desconocido activista comparten los mismos espacios.
Esta doble dinámica, de tendencia igualitaria y horizontal, es
el fruto de un proceso, de prácticas que comenzaron en el
Campamento de la Juventud (el espacio más caótico pero el más
creativo) y se fueron expandiendo desde los márgenes,
impregnando al conjunto del encuentro. Ciertamente, el proceso
estuvo atravesado de conflictos y desencuentros puntuales,
pero nunca se llegó a rupturas pese a que el año pasado en
Mumbai hubo un contra-foro.
Este año puede decirse que el Foro ha ganado en coherencia,
las palabras y los hechos se han aproximado. Como suele
suceder siempre, hay quienes se sienten descolocados ante los
cambios y los hay que piden más. Nuestra cultura
antiglobalización o altermundialista, está también atravesada
de contradicciones y no podemos omitir que hemos interiorizado
buena parte de las ideas y actitudes que rechazamos. Dejar de
temerle al caos, a la “desorganización”, es un buen paso. El
Comité Internacional tuvo el valor de darlo, y los resultados
son saludables: inspiran más autoconfianza en quienes
participamos en el movimiento.
Finalmente, hay un debate pendiente sobre la organización. La
crítica más frecuente menciona el problema de la
“desorganización” que habría sido la nota dominante de este
Foro. Vale la pena preguntarse qué entendemos por
organización. Esto, que para algunos es un caos, es apenas
“otra” forma de organización, encarna “otro” orden, menos
jerárquico, diferente, diverso. La transición hacia el “otro
mundo” -en el que quepan todos los mundos, como acertadamente
dicen los zapatistas-, no va a ser un proceso ordenado sino
caótico. Debemos acostumbrarnos a convivir con ciertas dosis
de caos. Pero ese “otro mundo” no será verdaderamente “otro”
si no estamos dispuestos a admitir, y pontenciar, los
aspectos verdaderamente diferentes que ya existen entre
nosotros. Así, cierto caos, o “desorden”, es el precio a
pagar por la creación del mundo-otro que anhelamos.
https://www.alainet.org/es/articulo/111261
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