Revocadores Revocados
05/11/2004
- Opinión
Un vacío debajo del fantasma
Cuando los cansados observadores internacionales verificamos desde
Filas de Mariche, en Caracas, la madrugada del sábado 21 de agosto
que el resultado de las 150 urnas auditadas confirmaban los
resultados proclamados por el Consejo Nacional Electoral la noche
de las elecciones, ya se había hecho cansino el soniquete ruidoso,
monótono y vacío que agitaba la dirigencia opositora, desbocada
hacia una estrategia antisistema que desconocía la victoria del
oficialismo en una suicida huida hacia delante.
Junto a la Coordinara Democrática, y pese a la inexistencia de
pruebas contrastables, los medios de comunicación privados
siguieron haciendo llamados crispados a no aceptar el resultado
del referéndum, a tomar la calle por la fuerza, a conseguir por
vías violentas la salida del Presidente Chávez del Gobierno.
Desmontadas una a una las denuncias de fraude, volvían a la carga
con otras similares en una espiral interminable. Desde Miami, el
ex presidente Carlos Andrés Pérez pedía una intervención armada y,
una vez más, la Plaza Francia de Altamira de Caracas se convirtió
en bastión de la oposición al chavismo, tomada por unos centenares
de vecinos convencidos de que les habían robado las elecciones
porque no podían entender que hay otra Venezuela que no se refleja
en ellos. La oposición exigi una última auditoria para terminar no
acudiendo a ella. El Centro Carter, héroe durante la recogida de
firmas para el revocatorio, cuando demostró su comprensión ante
las irregularidades cometidas por los opositores, se transformaba
ahora en el villano de una película de buenos y malos sin
personajes consistentes. Desde la vocería de la oposición, no
dejaba de chirriar que se pasara del amor al odio tan deprisa.
Demasiadas opiniones incompatibles en tan poco tiempo. Y al final,
como suele ocurrir cuando pretendes ocultar un vacío con una
sábana, lo que termina resultando es un fantasma.
El estruendoso ruido de los tambores de guerra mediáticos hacía
creer al televidente extranjero que poco más allá de la habitación
de su hotel el país ardía en llamas. Pero apenas se registraron
casos de violencia durante la jornada electoral. Resultaba
sorprendente la calma que, pese a la enorme polarización política
y las interminables colas, presidió el día y la noche en la que se
mantuvieron abiertos los colegios. Diez millones de venezolanas y
venezolanos estaban convocados a votar y lo hicieron en un
porcentaje histórico. En la parte oscura, la muerte de Maritza
Ron, abatida por balas de tres partidarios del chavismo que
concentraron en la Plaza de Altamira todo su odio histórico.
También, aunque los medios de comunicación lo silenciaron, cayeron
Juan Páez de 20 años y Alfredo Salazar, de 18, muertos por
disparos de francotiradores contra caravanas chavistas que
celebraban la victoria del No en los barrios pobres de Caricuao y
Carapita. Los que mataron a Maritza fueron inmediatamente
detenidos después de un gran despliegue informativo. De los
asesinos de Juan y Alfredo no hay rastro y ni las televisiones ni
los periódicos han puesto interés en esclarecer los hechos. Para
los medios venezolanos, sólo las clases acomodadas ameritan una
portada.
Algunos observadores coincidimos con Maritza en el avión que nos
llevaba desde Madrid a Caracas. Volaba convencida del triunfo del
sí. "Por fin las aguas van a volver a su cauce en Venezuela", nos
dijo, marcada por un fuerte agravio sobre el que no preguntamos.
Su opinión era la dominante en el avión que nos llevaba al país
caribeño. Ni una sola voz de las muchas consultadas manifestó su
intención de votar por el Presidente Chávez. Sin embargo, en
Caracas, nos bastó ir un par de estaciones de metro más allá de
Capitolio, Bellas Artes o la Hoyada para escuchar y ver una
Venezuela tan irreal en su pobreza como viva en sus expectativas,
la misma que se bañaría el domingo en una marea de camisetas,
gorras y banderas rojas salidas de las colmenas de los cerros y
que acompañaron al triunfo del Gobierno. Un júbilo que se reserva
en Europa para festejar la victoria del equipo local en los
campeonatos deportivos.
Como errados hombres del tiempo empeñados en anunciar inminentes
tormentas bajo cielos despejados, la dirigencia opositora y los
medios de comunicación privados hacían suya la consigna
revolucionaria de comienzos del siglo XX y gritaban fiat justitia
pereat mundi, recordando que la weberiana ética de la
responsabilidad parece sólo valer cuando se está en el Gobierno.
Su certeza, como ya habían demostrado durante el golpe, el paro
patronal o la lucha callejera, era que Venezuela podía hundirse si
ellos no la gobernaban. Ética de las convicciones que hacían valer
los que no tenían nada más que perder que sus cadenas pero que se
convierte en dolosa irresponsabilidad en boca de otros que, para
su tranquilidad, se saben en apenas un par de horas en los seguros
cuarteles de Miami.
Que cualquiera tiempo pasado no fue mejor
Pasadas las cuatro de la madrugada del lunes 16 de agosto, el
Presidente Chávez resumi desde el "balcón del pueblo" del Palacio
de Miraflores la nueva que la dirigencia opositora aún no ha
entendido: "la V República es para siempre". Los miles de personas
que escuchaban bajo una recia lluvia a su Presidente se saben
portadores de una conciencia ciudadana que nunca antes tuvieron y
que, por eso, ahora defienden con pasión revolucionaria. La
inclusión de los que nunca fueron admitidos, como ocurrió con la
ciudadanía en Europa desde la Revolución Francesa, viene siempre
para quedarse mientras exista base social movilizada. ¿Lucha de
clases, como insiste la oposición? Los revolucionarios de ayer
llevaban la bomba en el morral y el agravio en el pecho. Hoy, en
Venezuela, los nuevos revolucionarios, en su mayoría del color de
la tierra, llevan en sus bolsillos de pobres una Constitución que
blanden a cada momento con firmeza. Un texto mágico para conjurar
la rueda del tiempo de los que imaginan una marcha atrás al
paraíso de los privilegios. Convengamos que se puede llamar lucha
de clases sólo si también vale el concepto para explicar las
condiciones que han hecho invisible a ese 80% de habitantes de
América Latina durante siglos.
Con la victoria de Chávez en 1998 emergieron nuevas realidades en
Venezuela que nunca habían tenido expresión política. De ahí que
hoy malconvivan tres países en el mismo suelo. Uno, el más
visible, lo representan los líderes de la oposición, agrandados
por los medios de comunicación privados, y que son la gran
influencia para los venezolanos que viven en el extranjero; otro
país es el del oficialismo, donde la sintonía entre el gobierno,
el ejército y la mayoría de la población es enorme, en una
amalgama que sorprende a los observadores europeos, especialmente
españoles, acostumbrados a un ejército dedicado históricamente a
la represión interna. Por último, está la Venezuela de los
votantes del Sí en el referéndum, cuatro millones, donde se
encuentra una parte sustancial de las clases medias, huérfanos
ante una dirigencia que no termina de entender que el pasado no va
a regresar nunca. Pero les faltan mimbres ideológicos comunes. El
cemento que unía a la variopinta oposición se basaba en el odio
visceral a Chávez. Con el enésimo fracaso, la cúpula de la
Coordinadora Democrática sabe que su hora ha pasado y no duda en
pretender hundir un barco que ya no pueden capitanear.
Resulta difícil explicarse el caudal político dilapidado por la
oposición al no aceptar el resultado de las elecciones: tres
millones novecientos mil papeletas con el Si, el 41 % de los
votantes, respaldaban cualquier oferta política de futuro ¿No era
acaso una fuente excepcional para encarar los comicios de
noviembre próximo y las presidenciales de 2006? Las mociones de
censura, aun cuando se presentan desde posiciones perdedoras,
sirven casi siempre para situar al derrotado en posiciones fuertes
de salida. Pero la oposición, como le ocurrió a la derecha
española cuando lleg la democracia, no parece entenderse a sí
misma fuera del poder. El privilegio, cuando se pierde, prima a la
indignación antes que a la inteligencia.
Las denuncias de fraude realizadas desde televisiones, radio y
periódicos deberán estudiarse en los laboratorios de manipulación
mediática. Ninguna denuncia fue presentada ante los organismos
correspondientes (su evidente falsedad hubiera hecho incurrir en
un delito a los que las presentaban) sino que fueron jaleadas a
cinco columnas en los periódicos y presentadas en las televisiones
acompañadas de música de fondo de película de terror (a tales
niveles grotescos han llegado los medios en Venezuela).
Los observadores escuchamos consternados que habían aparecido
papeletas de voto en la calle y que, con toda certeza, procedían
de una urna robada. Quedaba as demostrado que la custodia de los
votos por el ejército formaba parte del fraude. Mal empezaba el
día después. Cuando pudimos ver las papeletas, unas docenas,
descubrimos con sorpresa de novatos que no eran sino parte del
ejercicio con el que se habían probado previamente las máquinas de
voto. En ellas aparecía una pregunta muy comprometida: "¿Cree
usted que la cachapa es mejor que la arepa?" Los que gritaron
indignados agitando las supuestas papeletas de voto delante de
cámaras y reporteros, al igual que los medios que dieron cobertura
a esa denuncia deben muchas explicaciones al pueblo venezolano y a
la comunidad internacional que los creyó. Explicaciones que nunca
llegan a los venezolanos en el extranjero. ¿Seguirán creyendo que
aquellas papeletas procedían de una urna robada?
Algo similar ocurrió con quienes decían que habían votado Si
mientras que la papeleta emitida por la máquina habría registrado
No. Fueron paseados por emisoras y cadenas anunciando el fraude,
para después, delante de las autoridades del CNE reconocer que, o
bien se habían equivocado o bien habían mentido. Y otrosí con la
denuncia de que había un tope en las máquinas, de manera que, al
llegar a un número de votos del Sí empezaban a contabilizarse como
Noes. Además de la imposibilidad material de cometer ese fraude
(han sido las elecciones con mayores controles que ningún
observador recordaba), ni la oposición ni los observadores
internacionales encontramos ninguna anomalía en las auditorías
previas, en las intermedias y en las finales. Por último, los
resultados idénticos obtenidos tanto para el Sí como para el No en
diferentes lugares eran estadísticamente consistentes para Mesas
constituidas con el mismo número de electores y sólo dos opciones
de voto (s y no). Como señal de mala fe, hay que añadir que
también se disponía de la tendencia marcada por el conteo manual
de casi un millón de votos correspondiente a sitios donde no había
máquinas de recuento. Ahí, la victoria del No sobre el Sí era aún
mayor: 30 puntos. Algo ignorado por oposición y medios, pues en
ese recuento no cabía manipulación informática de ningún tipo.
Finalmente, una pregunta quedaba sin respuesta ¿por qué la
oposición no planteó todas sus objeciones antes del proceso y no
solamente una vez que el resultado le result adverso? Parece que
algunos sólo están dispuestos a respetar los semáforos si siempre
los encuentran verdes cuando cruzan.
El amigo americano
"Nos ha abandonado Bush", rezaba la semana posterior al referéndum
un titular del diario El nuevo país. "El Centro Carter y la OEA
nos han dejado solos", se quejaban dirigentes opositores ante
numerosos medios de comunicación. El mismo ex Presidente Carter
que había forzado al Gobierno a aceptar como válidas firmas más
que dudosas en la convocatoria del referéndum, ahora pasaba a ser
el enemigo. Y donde ayer se dijo por parte de la oposición que
sólo se aceptaría el resultado del referéndum si lo avalaba esa
parte concreta de la observación electoral, ahora se acusaba al
precio del petróleo de la traición de los norteamericanos. Los
norteamericanos los habían acostumbrado a un apoyo ciego y
generoso. Ahora, cuando más falta hacía el apoyo del Norte, el
Gobierno de Bush se dejaba influenciar por la crisis petrolera y
dejaba caer a una oposición desacostumbrada a operar por s misma.
¿Abandono norteamericano? Algo de razón tenía la queja opositora.
Las últimas administraciones norteamericanas, especialmente en el
caso de Bush, habían manifestado una profunda hostilidad ante
Chávez, lo que les había llevado a su vez a apoyar sin fisuras a
la oposición representada por la Coordinador Democrática. La
doctrina del ataque preventivo dejó sus secuelas en Venezuela,
arrastrando a ella a cancillerías como la española (recordemos que
fueron los Embajadores estadounidense y español quienes recibieron
al Presidente golpista Carmona en abril de 2002). Si bien es
cierto que España no tenía agravios que presentar a Venezuela,
para la administración norteamericana el comportamiento de Chávez
era inadmisible. Inadmisible que el gobierno venezolano exigiera
reciprocidad a los Estados Unidos para sobrevolar el espacio aéreo
nacional; inadmisibles las críticas al ALCA, al igual que los
intentos de recrear otras alianzas regionales sin el vecino del
Norte (recordemos, desde Europa, la hostilidad manifestada por la
administración norteamericana a la implantación del euro). E
inadmisibles las críticas venezolanas a la militarización del
conflicto colombiano impulsada por los Estados Unidos. Como si
todo esto no bastara, tras colaborar en la reactivación de la
OPEP, los últimos esfuerzos del Gobierno de Chávez han ido
encaminados a la puesta en marcha de varias plataformas regionales
latinoamericanas para aunar esfuerzos en la comercialización de
petróleo y gas en los mercados internacionales. El baúl de las
impertinencias estaba colmado. No en vano, el inquietantemente
astuto Samuel Huntington, tras regalarle al mundo la construcción
ideológica del peligro árabe en El choque de civilizaciones,
recientemente ha publicado ¿Quiénes somos? (editorial Paidós,
2004), recordando a quien quiera oír que el nuevo peligro es
latino y que está prácticamente en casa. ¿No está lleno el eje del
mal de potenciales lectores de Bolivar y Don Quijote?
Pese a tanta animadversión, los observadores del Centro Carter, de
la OEA y los propios Estados Unidos aceptaron los resultados del
referéndum, siempre después de haber mostrado su disgusto con la
Venezuela chavista y hacer recomendaciones de buen comportamiento.
¿Hay alguna lógica detrás? Dos sólidas razones desaconsejaban
negar el resultado del referéndum: primero, la evidencia de que
Chávez había ganado con dos millones de votos de ventaja, algo que
se sabía bien tanto por encuestas previas como por los sondeos a
pie de urna realizados por diferentes organismos y empresas;
segundo, que con esa diferencia y con una base social favorable al
Presidente muy activa, desconocer el resultado situaría al quinto
productor de petróleo del mundo en una situación de gran
incertidumbre. Las complicaciones políticas en Rusia, la demanda
china de petróleo y, principalmente, la guerra de Iraq
desaconsejaron a unos Estados Unidos beligerantes contra Chávez el
mantener su profunda confrontación. Con el barril de petróleo
habiendo roto la barrera de los cuarenta dólares, el resultado del
referéndum tenía que asumirse. Que lo aceptado coincidiera con la
realidad era anecdótico, aunque algunos observadores,
acostumbrados a interpretar abusivamente los deseos de la
administración norteamericana, pretendieron pactar un resultado
más ajustado que dejase en mejor lugar a la oposición.
Interpretaciones del principio de soberanía ¿Acaso han sido los
Estados Unidos escrupulosos con esas cosas cuando se trata de su
patio trasero?
Por eso, la mejor observación internacional es la que no es
necesaria. Y si, pese a todo, debe existir, sólo será creíble si
es plural. De lo contrario, puede ocurrir lo mismo que con las
agencias internacionales de calificación de riesgo-país. No son
sino empresas privadas donde sus aciertos y sus errores se miden
por baremos diferentes a la justicia, la equidad o la
imparcialidad. Los burros pueden hacer sonar la flauta de vez en
cuando, pero, después de leer muchas veces el cuento, sabemos que
eso ocurre sólo por casualidad.
Venezuela: de la premodernidad a la postmodernidad
Con el triunfo del No en el revocatorio, el Presidente Chávez ha
ganado ocho elecciones de carácter general. Ocho elecciones
seguidas. Pese a eso, son muchas las puertas que se han mantenido
cerradas en Europa a este proceso. Detrás, críticas aceradas a
Chávez de populismo, militarismo y golpismo, que contrastarían con
las liberales y educadas maneras y formas europeas de las élites
políticas y sindicales venezolanas, con excelentes relaciones con
los partidos y sindicatos del viejo continente. El hecho de que
esa élite sea responsable de condenar al 80% de la población de
Venezuela a la miseria no ha servido para que las cancillerías
europeas escuchen las razones de la V República o, al menos,
sospechen de los representantes eternos de la IV. Desde España,
algunos sectores de la socialdemocracia, incapaces de reconstruir
sus esquemas, alimentaron en los primeros momentos la sospecha de
fraude jaleada por la oposición. La vieja historia de América
Latina pesa demasiado en una vieja Europa a la que nunca le llamó
la atención que no llegaran de Venezuela políticos, empresarios,
sindicalistas, profesores o becarios que no fueran blancos. La
madrastra patria sólo quiere a los hijos sobre los que se
proyecta.
En consonancia con la construcción de variados ejes del mal, una
pregunta ha dominado el escenario político de la oposición: la
transformación de Venezuela en una imitación de La Habana. ¿Es
real el peligro de cubanización de Venezuela? Dejando de lado que
a nadie parece interesar la colombianización de Argentina, Bolivia
o Ecuador o la brasileñización (polarización social) de todo el
continente como riesgos más extremos, esta acusación apenas puede
entenderse sino como otro intento más de sembrar miedo ante el
proceso de ciudadanización que vive el país. En primer lugar,
porque Venezuela es un país petrolero en donde la propiedad
privada no está en cuestión. En segundo lugar, no puede ignorarse
que mientras que Cuba es un producto de la guerra fría, Venezuela
es el resultado del agravamiento de las políticas neoliberales a
partir de los años ochenta. No pueden compararse peras con
melocotones.
Es el carácter petrolero de Venezuela el que permitió que surgiera
dentro del ejército un sector de izquierda no implicado en la
represión, norma en otros países donde la dominación sólo podía
conseguirse a golpe de fusil. De hecho, el chavismo proviene de la
represión militar durante el caracazo de 1989, donde murieron,
bajo el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, al menos
3000 personas que habían bajado a Caracas desde los ranchitos a
asaltar los supermercados en busca de comida. El intento de golpe
de Chávez de 1992, al igual que el levantamiento zapatista de 1994
se articulan una vez desaparecida la Unión Soviética. En ese
momento, se trataba ya de una izquierda que había aprendido de los
errores del socialismo real y que no se dejaba influenciar por las
estrategias caducas de la guerra fría. Mientras la oposición se
convierte en estatua de sal que vuelve el rostro hacia el pasado,
las nuevas transformaciones en América Latina han hecho cierta la
exigencia del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos: no
desperdiciar la experiencia. Mientras Cuba está condenada a la
modernidad, especialmente por culpa del bloqueo que sufre la isla
desde hace décadas, la Venezuela chavista está abriendo sendas en
esa posmodernidad crítica que, con la proa del Foro Social
Mundial, ha dejado de decir que otro mundo es posible para
empezara articularlo.
De ahí que coincidan en lo que se conoce como chavismo al menos
tres elementos, amalgamados en la necesidad de un liderazgo que
responde a la amenaza de involución de los sectores más
beligerantes del pasado. Esta mixtura ideológica está compuesta
por una suerte de nacionalismo proveniente de una relectura
abierta del pensamiento de Bolivar (donde el antiimperialismo
español ha sido sustituido por el antiimperialismo
norteamericano), por un socialismo que apuesta fuertemente por la
organización de base en la articulación de la redistribución de la
renta, y por un indigenismo que recupera las raíces del país
perdidas durante siglos de dominación de las élites blancas. Es
este sentido, forma parte de esa respuesta multicultural que está
atravesando América Latina y que se verifica en las situaciones de
transición en México, Bolivia, Argentina, Brasil, Ecuador o Perú.
El chavismo no nace de la nada, sino que es la concreción de
movimientos de larga data en Venezuela. Por eso que el fuerte
liderazgo de Chávez no se asume acríticamente por el movimiento
social que hay detrás, sino que forma parte de la situación extra-
ordinaria vinculada a la virulencia de la oposición. La
normalización de la actividad opositora traerá consigo
necesariamente la normalización del actual liderazgo, orientándose
hacia cauces más institucionales. La principal baza de ese
chavismo que denosta la oposición es precisamente la irracional
oposición a Chávez y a lo que representa de la Coordinadora
Democrática.
Pero no se trata de un ejercicio de ideología o propaganda hueca.
Uno de los elementos esenciales para la victoria del No en el
referéndum revocatorio han sido las misiones, programas populares
de alfabetización, escolarización, sanidad, formación de
cooperativas y distribución de alimentos subvencionados que han
llevado por primera vez estos recursos a millones de ciudadanos.
Un populismo, cuestionado desde elevados templos morales dentro y
fuera de Venezuela, que está usando la renta petrolera para llevar
los primeros rudimentos del Estado social al pueblo venezolano. La
incapacidad de hacer una política diferente con el aparato del
Estado heredado ha llevado a la reinvención de un sector público
no estatal, donde las relaciones entre el Estado, el mercado y una
sociedad civil progresista y atenta son constantemente
reformuladas. De hecho, las misiones son un tipo peculiar de gasto
social gestionado no por funcionarios sino directamente por la
sociedad civil (el elemento más real de la llamada democracia
protagónica). Mientras el sistema de partidos sigue en Venezuela
en barbecho –incluido el Movimiento V República que sostiene al
Presidente Chávez- el movimiento social, muy activo, es la columna
vertebral de esa reinvención del Estado que se observa en
Venezuela.
La falta de protocolos de comportamiento – hay que insistir: tanto
el Estado como el sistema de partidos están en reconstrucción-
lleva a menudo a modos de operar intuitivos sobre la base del
ensayo y el error, donde destaca una masiva presencia del peculiar
ejército venezolano llamado a suplir esas carencias. Sólo
entendiéndose la llamada unidad cívico-militar puede procesarse
esa tarea reservada al ejército. Los observadores internacionales
pudimos constatar cómo la presencia de responsables militares era
una garantía de cumplimiento constitucional en todos los lugares
conflictivos que visitamos.
Sin embargo, el ejército no es el mejor lugar para seleccionar los
cuadros de la administración del Estado, de la misma manera que
las facultades de administración pública o de ciencias políticas
no serían los lugares adecuados para formar élites militares.
Tanto el funcionamiento sobre la base del ensayo y el error como
la desertización de cuadros resultante de la profunda corrupción
de la IV República, generan contradicciones, demoras, malos usos
de los recursos, errores debidos a malas conceptualizaciones,
improvisaciones, al igual que énfasis cuestionables respecto de
fines y medios alentados. Es aquí donde se articulará una nueva
oposición que, cuando actúe dentro de las nuevas reglas de juego,
entrará a formar parte del juego político con posibilidades reales
de incidir en el proceso.
La oposición ob-scena
Como le ocurrió en España a la oposición franquista a la muerte
del dictador, a la dirigencia opositora venezolana aun le falta
entender que la IV República pertenece al pasado. Sólo cuando esto
se asuma, surgirá una oposición dentro del nuevo régimen que, como
ocurrió con el Partido Popular tras dejar atrás los resabios
franquistas, puede incluso llegar a ganar elecciones con mayoría
absoluta a través de un discurso y una práctica renovados. La vía
insurreccional, planteada desde diferentes sectores minoritarios,
carece de base social, de manera que los hechos de violencia
política, en una sociedad sin razones para guerra civil alguna,
son mero terrorismo. Y no deja de ser sorprendente que antiguos
Presidentes de Venezuela hagan llamados al terrorismo y no sean
desmentidos por sus amigos europeos por otro lado, supuestamente
comprometidos en la lucha contra el terror. Como en otras
ocasiones, si robas con un barco eres un pirata y si lo haces con
una flota, un emperador.
Esto no implica que el malestar de muchos venezolanos no sea real,
si bien sus razones difícilmente pueden asumirse desde principios
democráticos. Una buena parte de esos cuatro millones de personas
que han votado contra el Presidente Chávez expresan la misma
sensación que tendrían algunos europeos si de pronto millones de
inmigrantes, hasta el momento invisibles, ocuparan sus calles, sus
tiendas, sus cines y teatros, sus parques y sus recursos públicos.
Con la pequeña diferencia de que en Venezuela no se trata de
inmigrantes, sino de ciudadanos que no solamente poseen los mismos
derechos sino que traen en la agenda política una deuda social
atrasada que quieren cobrar con urgencia. Una deuda que nunca
pareció importar a los que hoy prefieren una Venezuela rota antes
que una Venezuela chavista.
Pero si los xenófobos tendrían dificultades para explicar su
postura ¿qu posibilidades les cabe a los que quieren negar a sus
propios compatriotas los mismos beneficios que a ellos les asiste
de vivir en sociedad? Una parte de Venezuela vive encerrada en la
cárcel de sus palabras. Para ellos, sólo existe la Venezuela que
refleja su cotidianeidad. Por eso han sido incapaces de entender
que aunque el Si haya ganado abrumadoramente en las laderas de San
Ignacio, lo mismo le ha ocurrido al No en Catia, en Petare o en el
23 de enero. Aún no entienden que Caracas no es todo Venezuela,
que Porlamar no es todo Margarita ni Valencia todo Barquisimeto.
Ni siquiera el Este de la capital es igual al Norte, al Sur o al
Oeste donde nunca han llegado la prosperidad ni los beneficios del
petróleo. Mientras que la Venezuela rica desplegaba sus carteles
del Si en el glamour de las televisiones, un país interior
silencioso desplegaba su manto de carteles rojos con el No
adornando las humildes fachadas de los ranchitos. Una Venezuela no
menos real pero que desaparece del ángulo de visión de los
venezolanos en el extranjero, convencidos de que su país es el que
le muestran los medios de comunicación y el círculo
autoreferenciado en el que se mueven.
El grado de incomprensión del país real por parte de algunos
venezolanos es proverbial. En Reflexiones desde mi depresión, el
columnista Adolfo P. Salguerio, del diario El Universal,
preguntaba sin ironía a sus lectores si, tras la derrota, se iban
a mudar a Florida. Como si esa emigración de lujo estuviera al
alcance de cualquier bolsillo. La globalización neoliberal no es
simplemente un problema del Norte contra el Sur. Es un problema de
las élites del Norte y del Sur contra los globalizados de todos
los países.
Mientras esperábamos en una terminal del aeropuerto de Maiquetía
al avión militar que nos llevaría al Estado de Anzoátegui, donde
nos correspondía realizar la observación electoral, tuvimos la
ocasión de hablar con catorce personas que habían llegado desde
Miami en tres jets privados para votar. De ellas, sólo una dudaba
de la victoria del Sí, aún impresionada por la movilización del
chavismo en la manifestación de la semana anterior en Caracas.
Todos los demás insistían en que no conocían a nadie que fuera a
votar No. Y en un silogismo imposible, eso significaba que el Sí
tenía asegurada la victoria. El día anterior, un profesor de la
Universidad Central de Venezuela se esforzaba en hacérmelo
entender: "¡Esto es una dictadura!" Cuando le pregunt que cómo es
que en esa dictadura había partidos políticos y elecciones, que
cómo era posible que el grueso de los medios de comunicación
estuviera en manos de la oposición, que cómo se explicaba que los
empresarios podían hacer paros patronales sin ir a la cárcel o,
sorprendentemente, que se podía insultar diariamente al Presidente
del Gobierno sin represalias. Y siguió guardando silencio cuando
le interrogué acerca de la falta de libertad en un país donde los
Ministros se sometías constantemente a ruedas de prensa o donde,
en definitiva, él podía decir en cualquier medio que vivía en una
dictadura.
En Anzoátegui, llegamos directamente desde el aeropuerto a
Barcelona, sede del Consejo Nacional Electoral Regional, donde
sorpresivamente un gran gentío iba agolpándose en la puerta.
Varios cientos de personas, coreando consignas del chavismo,
exigían su derecho al voto. El Gobierno, su Gobierno, les había
dejado, por un error de información, fuera de juego. Tenían el
documento electoral con el colegio que les correspondía y, sin
embargo, al ir a ejercer el voto no aparecían en ese centro sino
en otros lugares de votación a muchos kilómetros de distancia.
"Queremos votar", gritaban sin cesar. La inmensa mayoría se había
levantado a las tres de la madrugada del domingo (los seguidores
del Presidente hicieron sonar por todos los pueblos y ciudades una
diana a esa hora para que la gente se pusiera en marcha) y la
práctica totalidad había hecho su trayectoria a pie para cumplir
con su derecho al voto. Nos sorprendía a los observadores
españoles, después de la triste participación en las elecciones al
Parlamento Europeo, tanto deseo de votar por todas partes.
Muchas personas, con la humildad cosida a su ropa vieja, pedían a
los observadores ayuda para que su derecho pudiera ser ejercido.
Pero sólo éramos observadores. Algunos jóvenes que votaban por vez
primera gritaban que nadie les iba a quitar ese derecho. Ancianas
que acababan de aprender a leer nos enseñaban la hoja arrugada,
sudada por las horas de caminata, donde aparecía el colegio
fantasma que les habían asignado. Gente con la rabia en el rostro
repetía que el pasado no iba a regresar. Cómo no acordarse de
Walter Benjamin, pidiendo memoria para los orígenes
revolucionarios del voto con el fin de evitar la degeneración de
los Parlamentos. Sobre el polvo y el sol de Anzoátegui, al igual
que en los cuatro puntos cardinales del país, el voto se vivió
como lo que es y Europa ha olvidado: uno de los pasos esenciales
del proceso emancipador de la Ilustración.
Un corolario psicoanalítico y bolivariano
Qu duda cabe que los cuatro millones de votos obtenidos por la
oposición son muchos votos. Pero seis millones son más. Es una
simple cuestión de aritmética, aunque ahí no se agote el problema.
Escribió Lacan que "El loco no es sólo un mendigo que cree ser un
rey; también es un rey que cree ser un rey. La locura representa
la eliminación de la distancia entre lo simbólico y lo real". El
símbolo exclusivo de una Venezuela blanca, europea, pudiente y
cultivada sólo existe en los medios de comunicación. Es hora de
que esa inmensa minoría que perdió las elecciones se enfrente al
país real representado por la inmensa mayoría que ha ratificado en
su puesto al Presidente Chávez. Mejor enfrentar un vacío que
agitar el fantasma de un referente sin contenido. Los vacíos, al
fin y al cabo, son por lo común una oportunidad.
Son más los venezolanos que el domingo fueron a votar caminando
que los que tomaron un avión para ejercer ese derecho. Quizás
convendría recordar las palabras de Simón Bolivar en su discurso
ante el Congreso de Angostura en 1819: "Tengamos presente que
nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que
más bien es un compuesto de África y de América que una emanación
de Europa". Cuanto antes lo entiendan los que viven en el
ensimismamiento de una gran mentira, antes podrán ponerse manos a
la obra apenas empezada de escribir Venezuela y que, por vez
primera, en su nombre quepan todos.
* Juan Carlos Monedero es Profesor de Ciencias Políticas
(Universidad Complutense de Madrid). Observador Internacional
en el Referéndum Revocatorio del 15 de agosto en Venezuela.
https://www.alainet.org/es/active/7084
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