El anatema del Pentagono contra el populismo
15/10/2004
- Opinión
El anatema del «populismo radical» lanzado por el Pentágono
contra la selva sudamericana, contiene una significación
negativa que evoca fenomenologías políticas del pasado, sin
ofrecer ninguna referencia fundada a lo que está ocurriendo en
la actualidad. ¿Qué tienen en común Chávez, Lula, Kirchner,
Tabaré Vázquez en Uruguay, los bolivianos Evo Morales y Felipe
Quispe, la CONAIE del Ecuador, el subcomandante Marcos y López
Obrador? ¿Y qué tienen que ver todos ellos con el «populismo»?
"...una amenaza emergente, mejor caracterizada como populismo
radical, en el que se amenaza el proceso democrático al
reducirse - en lugar de aumentarse - los derechos
individuales" (generale James Hill - Comandante US Southern
Command)
El anatema del «populismo radical» lanzado por el Pentágono
contra la selva sudamericana, contiene una significación
negativa que evoca fenomenologías políticas del pasado, sin
ofrecer ninguna referencia fundada a lo que está ocurriendo en
la actualidad. Nada concreto que ayude a enmarcar
correctamente los acontecimientos en Venezuela, Brasil y
Argentina de los tres últimos años.
Dejemos de lado, por lo tanto, estas estigmatizaciones
indispensables para las campañas de propaganda con alto
contenido de maniqueísmo, directamente inspiradas en los
manuales de la guerra psicológica.
¿Qué tienen en común Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez en
Uruguay, los bolivianos Evo Morales y Felipe Quispe, la CONAIE
del Ecuador, el subcomandante Marcos y López Obrador? ¿Y qué
tienen que ver todos ellos con el «populismo»?
Según Laclau, el populismo es un fenómeno ideológico que apela
directamente al pueblo –y no a una clase específica- en un
contexto de profunda crisis de las instituciones y los
valores, de escepticismo o profundo rechazo del status quo,
partidos sin credibilidad o en caída libre. Despolitización
aguda, sobre todo entre los jóvenes, grupos dirigentes
deslegitimados o abiertamente repudiados, dificultades para
identificar diferencias claramente apreciables entre oposición
y gobierno.
En este contexto surgieron líderes de tipo carismático que -
moviendo la antipolítica y el antipartidismo- hicieron uso del
término «pueblo» en contraposición al bloque hegemónico que
detentaba el poder que -por estas latitudes- son las
oligarquías, con las que Washington tiene un «feeling» de tipo
telepático.
No se trata de nuevos ejercicios de retórica demagógica –que
no llamarían la atención del Comando Sur de Estados Unidos-
sino de la «...interpelación popular-democrática como fórmula
sintética antagonista respecto a la ideología dominante»
(Laclau).
El «populismo» latinoamericano real lo constituyeron
concretamente aquellos movimientos populares y nacionalistas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial: Perón en Argentina,
el MNR en Bolivia, la Guatemala de Arbenz, tal vez el gobierno
de Goulart en Brasil(1). Ninguna de estas experiencias murió
de muerte natural, sino gracias a invasiones y golpes de
estado que se repitieron y perduraron hasta los años '80.
Indistintamente, la razón ideológica común del post-
«populismo» fue el libre mercado. Liquidaron las propiedades
estatales en los sectores minero, energético, agrícola y de
las comunicaciones así como cualquier vestigio de prestaciones
sociales.
Tras la larga noche, la vuelta a la «democracia» fue la
continuación de la misma terapia sin dictadores, y coincidió
con la culminación del impacto destructivo del neoliberalismo:
narco-economía, el 70 % de los asalariados trabajan en negro,
precarios, sin tierra, prófugos, emigrantes, ambulantes,
recoge-cartones etc.
¿Sorprende que en una encuesta más del 65 % de los
latinoamericanos declaren no estar encantados con la
democracia?
El "populismo" util
En el esquema interpretativo de Laclau tienen cabida también
los episodios de Menem en Argentina y Fujimori en Perú. En el
primer caso, el caricaturesco personaje no tuvo ningún reparo
en dejar de lado el Parlamento y transferir el proceso de toma
de decisiones a una dirección tecnocrática en la sombra.
Ménem gobernó y privatizó a golpe de decreto de urgencia,
«...nada menos que 309 veces en 4 años; le puso un bozal a la
justicia, se lanzó contra los jueces, los fiscales y otros
funcionarios con los que no congeniaba, y relegó el poder
legislativo a un nivel secundario; utilizó incluso el poder de
veto de los presupuestos...» (M. Novaro).
En Washington nadie se escandalizó, se acuñó el eufemismo
amable de «democracia delegada», justificando así la ilimitada
concentración de poder en una sola persona, que afirmaba
encarnar la soberanía. Obviamente, a sus ojos Menem, campeón
mundial de la privatización total, suscitaba gran entusiasmo.
El resto eran pecadillos veniales.
¿Será que existe un «populismo» bueno, liberal y tecnocrático
y otro negativo y radical?
En 1995, Fujimori se asegura la presidencia peruana,
comprometiéndose a derrotar a la guerrilla de «Sendero
luminoso» y resolver la crisis económica provocada por el
bloqueo económico, impuesto tras la moratoria de la deuda
externa de Alan García. Fujimori gobernó con mano dura,
contradiciendo las promesas electorales e ignorando las
instituciones que le resultaban incómodas (el parlamento, la
magistratura, los medios de comunicación) y violó los derechos
humanos con la excusa de garantizar la «gobernabilidad». De
este modo consiguió ofrecer Perú en bandeja de plata al FMI,
que fue el verdadero gobierno del país, mientras Fujimori se
dedicaba a la represión, el enriquecimiento personal y el
nepotismo.
También ésta fue tolerada como una «democracia delegada» (o
«protegida») hasta que el incauto gobernante tuvo la osadía de
traficar con una partida de armas para la guerrilla
colombiana. Le costó el puesto y el exilio, dejando espacio
para un ex-funcionario del Banco Mundial.
A éste le sirvió bien poco el doctorado en Stradford:
privatización de la electricidad pospuesta a causa de las
extendidas protestas populares.
¿Quizás existe un «populismo» de izquierdas y uno de derechas?
Uno que es inmoral porque propicia la intervención del Estado
en la economía para hacer frente a las demandas sociales. Y un
«populismo» ético, noble, que aplaude el protagonismo estatal
cuando lanza salvavidas a los banqueros tras una bancarrota,
cuando subvenciona la industria privada o la industria
armamentística.
El "populismo" reincontrado
La «amenaza emergente mejor caracterizada como populismo
radical» (general Hill), evidentemente no es imputable a un
grupo de líderes irresponsables; es más bien el resultado del
efecto acumulativo de las heridas inflingidas por el
neoliberalismo a aquellas sociedades a las que se les ha
impuesto íntegramente.
Nadie olvida que hasta los años '60 del siglo pasado Argentina
era la sexta economía mundial, y constituía para todos el
«granero del mundo». Qué extraño, coincide con la época dorada
del «populismo». Todavía en plena dictadura militar exportó
grano a la Unión Soviética a cambio de oro.
La Argentina de 2002, cuando la cólera popular echó en rápida
sucesión a varios presidentes, es la misma alumna predilecta
que el FMI indicaba como modelo que había que imitar a escala
continental. La ciencia-ficción de la paridad con el dólar y
una privatización de la que sólo se libró Patagonia, dejó un
país en el que las necesidades sociales primarias (pan,
ladrillos, escuelas) se satisficieron con la acción directa y
la autoorganización desde abajo, haciendo aflorar prácticas
mutualistas propias de los albores del movimiento socialista.
El desastre resultante dio lugar a la ocupación de fábricas y
a formas de autogestión cooperativa que siguen vigentes en la
actualidad, así como a amplias redes de trueque e intercambios
regulados por monedas alternativas. Se encontraron respuestas
prácticas a las necesidades primarias cuando el Estado y la
industria fracasaron.
En un contexto similar, donde no existe el pleno empleo, el
desempleo se propaga, es evidente que el territorio pasa a ser
el terreno principal de lucha. Esta es la experiencia de los
piqueteros: con los piquetes en las calles consiguen ser tanto
o más incisivos que con las imposibles huelgas.
El teatro de operaciones de la población rural brasileña del
Movimiento de los Sin Tierra es el territorio, y la lucha se
centra en el uso productivo que se debe asignar al suelo:
latifundios para los monocultivos transgénicos de las
multinacionales o pequeñas y medianas propiedades cooperativas
destinadas a la producción para el mercado interior.
Dependencia o soberanía alimentaria, seguir -o anular- con las
importaciones de la tecno-agricultura subvencionada del norte.
Para satisfacer necesidades sociales que son mayoritarias, el
interlocutor fundamental es el Estado, y el instrumento
organizador lo constituyen movimientos específicos y redes
horizontales que están reemplazando definitivamente a los
desacreditados partidos fundados en la delegación y la
representatividad total.
No se infravalora la cuestión del poder político y
legislativo, pero se opta por organizaciones comunitarias,
territoriales específicas, no totales.
En Ecuador, las organizaciones indígeno-campesinas y los
aliados de los movimientos populares urbanos se han retirado
de la coalición de gobierno, al ver que simplemente se seguía
con la política fondomonetarista de los gobiernos anteriores.
En Brasil, a pesar de la lentitud casi estática del gobierno
para iniciar una política nueva, los Sin Tierra han aumentado
la presión de base. La reforma agraria no está en el
horizonte, pero el MST presiona para obtener una cantidad
creciente de asignaciones y legalización de tierras. Por ahora
no van más allá, ni rompen con Lula, porque son conscientes de
la diferencia que existe entre gobernar (por otra parte sin
mayoría parlamentaria) y detentar el poder económico. Lula
tiene las manos atadas por los compromisos firmados por su
predecesor con el FMI, una semana antes de su despedida: una
minucia de 3.000 millones de dólares.
No se trata de un pacto táctico, sino de la confluencia en
torno a unos pocos objetivos estratégicos, que determina un
peculiar cruce entre los movimientos sociales y los gobiernos
del «populismo radical». Sobre todo cuando hay que reducir el
espacio de intromisión a la piratería de la autoridad
económica internacional (FMI y OMC).
Ello fue evidente en Cancún, donde desde el seno de la OMC
surgió un posicionamiento significativo de países (G22) que lo
bloqueó todo, sine die, hasta que la Unión Europea y los
Estados Unidos dejen de subvencionar sus industrias agrícolas.
En opinión de algunos, se trata de conseguir el máximo posible
de cambios radicales con el mínimo coste, es decir, evitando
la violencia fascista de la restauración, pero sin dar marcha
atrás.
La globalización ha deslegitimado los partidos -(el PT de
Lula, ¿en qué medida consigue representar incluso un 60 % de
mano de obra informal?)- ha acabado con muchas de las formas
que asumía el antagonismo social (las guerrillas, salvo en el
no-Estado colombiano), pero no ha conseguido desarticularlo y
aniquilarlo, hasta el punto de que éste se ha repropuesto con
vigor contra las residuales instituciones nacionales.
El "populismo" funcional
Lo que hay en juego son las cuestiones fundamentales, como el
uso que se debe hacer del petróleo, del gas, del agua y de la
tierra. En Bolivia se ha librado la «guerra del agua» y del
gas, en la que se han vuelto a poner en discusión contratos ya
firmados con las multinacionales y el estatus jurídico de los
yacimientos. Se han puesto en marcha fuerzas que hacen
tambalearse a los cimientos del poder interno e influyen en la
dinámica geopolítica regional.
Estos conflictos sociales persiguen objetivos dirigidos a
incrementar los derechos individuales -¡en lugar de
disminuirlos!- con elementos novedosos respecto al pasado. Son
una mezcla de reivindicaciones étnicas, nacionalistas,
antiliberales, antiimperialistas y ecologistas. Y tampoco
falta el componente de la lucha de clases: las élites internas
son enemigas acérrimas de la nueva hegemonía imperial (2).
Los derechos sociales de los bolivianos sólo podrán reforzarse
cuando los recursos naturales beneficien a la mayoría, es
decir, cuando existan los medios para satisfacer esos
derechos. En otras palabras, cuando tengan preferencia sobre
los intereses de las multinacionales. Mientras, será imposible
incluso erradicar el analfabetismo.
En la neolengua periodística, el término «populismo» se
utiliza como una fórmula que sintetiza paternalismo, demagogia
y autoritarismo. En realidad se convierte en «populismo
radical» aquello que incide -o vuelve a poner en discusión- el
esquema de redistribución de la renta nacional, o cuando
intenta rebelarse al «consenso de Washington».
No hay duda de que las condiciones de vida no podrán mejorar
mientras cualquier gobierno latinoamericano siga condenado a
desembolsar -por término medio- la mitad de la riqueza
producida al G7, por medio del FMI. Los «subdesarrollados» son
en realidad exportadores netos de capital, sale más dinero del
que se recibe: los desnutridos alimentan a los obesos.
La deuda externa es el nodo neurálgico en el que los
movimientos sociales confluyen con los gobiernos del
«populismo radical» y, al mismo tiempo, constituye también un
punto crítico de deflagración. Traducir en política el no al
fondomonetarismo, significa impedir que interfiera en temas
cruciales como los tipos de interés, el sistema fiscal, de
pensiones, sanitario y educativo.
Brasil y Argentina poseen un arma de 500 millones de dólares
de deuda externa, son grandes exportadores agrícolas,
productores de tecnología de complejidad media y -en el caso
brasileño- también armamento, incluida aviación militar. No
son fácilmente vulnerables a embargos o bloqueos comerciales.
La integridad del sistema financiero internacional está en sus
manos. La deuda es tal que ningún tipo de crecimiento de la
economía comporta un reflejo positivo en el nivel de vida, ya
que garantiza sólo el pago puntual al FMI. En otras palabras,
es impagable y tiene que haber negociaciones; el punto crítico
está cerca.
«Cuando una cierta cantidad de uranio enriquecido se une con
otra masa de uranio enriquecido de la misma calidad, se
produce la masa crítica. El punto en el que se inicia la
reacción en cadena. Si dos naciones se comportan del mismo
modo, es el fin del FMI. Otros se comportarán del mismo modo»
(Fidel Castro).
Ha sido en Venezuela donde han madurado las condiciones
óptimas, donde es más visible la trama de la coalición entre
redes sociales extendidas y diversificadas y entre éstas y un
gobierno que puede actuar basándose en nuevas reglas del
juego. Tal es la Constitución bolivariana aprobada en
referéndum.
Ningún otro país de la zona puede contar con un flujo
financiero comparable al generado por su petróleo y sus
materias primas, que ha permitido a Venezuela mantener a las
puertas al FMI. Y por tanto elaborar con autonomía la política
económica, fiscal, monetaria y agrícola. Y a pesar de ello
destina el 25 % del presupuesto al servicio de la deuda
externa.
«Aquí toman como pretexto cosas como el patriotismo y la
soberanía. Es hora de acabar con esto, ¡basta! Hay que
adaptarse a la realidad del mundo actual», decía indignado
Luis Giusti, líder del petróleo venezolano. Corría el 1998,
después él y todos los que pensaban como él sufrieron una dura
derrota. La mayoría no se «adaptaron», ellos tuvieron que
salir de escena, marcando el declive de una clase dirigente y
de un modelo económico neocolonial.
En la actualidad, L. Giusti es consejero estratégico de Bush
para política energética. Gracias a arcaísmos como el
«patriotismo y la soberanía», se ha consolidado un nuevo
bloque social hegemónico que -no sólo financia con el petróleo
la extensión del derecho a la educación, la salud y las
prestaciones sociales- sino que también instaura un nuevo
esquema de desarrollo endógeno, volcado hacia el interior, y
lo protege. El proteccionismo ha dejado de ser un monopolio
del norte industrializado.
Dos millones de hectáreas de tierras sin cultivar han sido
asignadas a pequeños propietarios y cooperativas, consiguiendo
en menos de dos años dejar de importar arroz y maíz. Esto es
posible sólo porque se frenan los monopolios, con el control
cambiario y un sistema de autorización de las importaciones.
Mientras México, por ejemplo, llegado a la«modernidad» de un
tratado de libre comercio con los Estados unidos, es el único
país petrolífero en el que las mayores entradas en la divisa
preciada son las generadas por los emigrados (14.000 millones
de dólares), y ha empezado a importar maíz.
El "populismo" estrategico
Washington pasó -sin éxito- al camino de los hechos contra
Venezuela, con un golpe y un cierre patronal - sabotaje de la
industria petrolífera. No pueden aceptar el nuevo protagonismo
de la OPEP, ni el empuje realizado por Mercosur tras el
ingreso de Caracas.
Repugna la venta de petróleo a Argentina a cambio de alimentos
y bienes tecnológicos. No gusta este modelo de intercambio (ni
la diversificación de los socios) que se podría extender a
todos los aliados estratégicos, porque reduce la cantidad de
dólares en circulación.
Por supuesto, no ven con buenos ojos que la revolución
bolivariana no esté desarmada: cuentan con fuerzas armadas
fieles a la Constitución, incorporadas al nuevo proyecto de
país, y con un papel promotor que va más allá de la esfera
militar. No es una casta cerrada y hostil hacia la sociedad,
sino más bien su expresión representativa que refleja sus
anhelos.
Son estas cosas concretas, tangibles, y la suma de fenómenos
sociales convergentes que se repiten en la geografía
continental los que han provocado el derrumbe del ALCA. Esta
es la razón de la hostilidad del Pentágono quien, para
contrastar la insidiosa complejidad de una fuerza
multidimensional, intenta ahora construir un escudo
ideológico: la doctrina del «populismo radical».
Esta, en efecto, es de cortas miras y no va más allá de la
equivalencia con el pretexto de los «derechos humanos»
utilizado para hacer la guerra contra Yugoslavia.
sin embargo, si lo miramos bien, en el ultimátum de Ramboullet
que precedió a los bombardeos de Belgrado sólo se habla del
derecho a la libertad de tránsito en todo el territorio
yugoslavo para las tropas de la OTAN, y que Kosovo debía
transformarse en una economía de mercado.
En el momento histórico en que los Estados Unidos intentan
extender la aplicación de la «doctrina Monroe» (3) desde el
continente americano a todo el planeta, en América Latina se
están recorriendo senderos que alejan del dogma liberal y son
una crítica práctica de la nueva hegemonía unipolar.
* Tito Pulsinelli, colaborador de "Radio Onda d'URTO" de
Brescia - Italia escribe para Selvas.org análisis sobre la
geopolítica del continente latinoamericano.
Notas.
1 - A diferencia del nacionalismo europeo que fue
expansionista y colonialista, este tiene como denominador
común la oposición unificadora a la interminable cadena de
invasiones y golpes de estado programados por Washington.
2 - «En América Latina, la resistencia al neoliberalismo
conjuga el componente cultural con el nivel social y
nacional... Esta constelación (zapatistas, piqueteros,
cocaleros, bolivarianos, Sintierra etc. NdR) ofrece al frente
de la resistencia un repertorio de tácticas, acciones y un
potencial estratégico superior al de otras partes del mundo»,
Perry Anderson «Nueva hegemonía mundial», CLACSO Libros.
3 - Prioridad absoluta de los intereses nacionales USA en el
espacio continental, concebido como el «patio» de casa.
Tradución de Coral Barrachina - de Traduttori per la Pace
https://www.alainet.org/es/articulo/110793?language=en
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