Movimiento social y poder estatal: relaciones peligrosas
09/08/2004
- Opinión
El debate instalado por el neozapatismo sobre el poder estatal,
corre el riesgo de quedar en el terreno abstracto de los debates
ideológicos, si no se lo vincula con las experiencias concretas
de los movimientos antisistémicos. La historia reciente de
América Latina, permite avanzar sobre los resultados de la
apuesta estatalista, sobre todo en los países donde los
movimientos sociales participan en diversos espacios estatales.
Evaluar cómo ha influido en su fortaleza, capacidad de
movilización, unidad interna y credibilidad ante sus bases,
parece una fuente de aprendizajes para el conjunto de los
movimientos.
La participación del movimiento social ecuatoriano en el
gobierno de Lucio Gutiérrez, pese al escaso tiempo que algunos
de sus dirigentes permanecieron en cargos gubernamentales, puede
ser una buena ocasión para bajar a tierra el debate que proponen
los zapatistas. El movimiento ecuatoriano era quizá el más
potente del continente hasta comienzos del siglo: desde 1990, el
movimiento indígena aglutinado en la CONAIE fue capaz de
promover y organizar varios levantamientos nacionales, tejer
alianzas con amplios sectores populares, derrocar dos
presidentes, frenar la aplicación de medidas neoliberales y
crear una tupida red de contrapoderes, a escala local, regional
y hasta nacional, a caballo de las principales oleadas de
movilización social. Tras una década de intensa actividad
social, el Estado entró en crisis hacia enero de 2000, momento
clave para comprender el viraje político que redundó en el
triunfo de Gutiérrez y la participación del movimiento indígena
–la principal fuerza organizada del país- en el nuevo gobierno.
Esa notable capacidad contrasta vivamente con la situación
posterior a la retirada del Movimiento Pachakutik –brazo
político-electoral de la CONAIE- del gobierno de Gutiérrez, con
cuyo decisivo apoyo el coronel llegó al poder. La situación
actual está pautada por la división y la escasa capacidad de
movilización, el desgaste y la debilidad. No sólo han surgido
grietas entre dirigentes –alguno de los cuales siguen apoyando
al gobierno neoliberal- sino también entre organizaciones de la
sierra y la amazonía, y entre los dirigentes y las bases, luego
de la participación de varios líderes históricos en el gobierno.
Aunque estas divisiones no son nuevas, se registran en un
contexto de renovada capacidad del aparato estatal para
neutralizar y cooptar, toda vez que cuenta con el apoyo de
destacados dirigentes y hasta de sectores enteros del
movimiento. El panorama se ha vuelto realmente difícil, y no son
pocas las voces que hablan de "un punto de inflexión" (revista
Tintají No. 47) y hasta de un retroceso "de una década", del
principal movimiento ecuatoriano.
La situación opuesta es la que atraviesa el Movimiento Sin
Tierra de Brasil. Desde siempre mantuvo estrechas relaciones con
el Partido de los Trabajadores (PT) y apoyó la candidatura de
Lula, pero supo mantener distancias con el gobierno y
profundizar su autonomía. Los sin tierra –a diferencia de los
ecuatorianos- no participan con cuadros ni dirigentes en el
gobierno petista. En una reciente entrevista publicada por la
revista OSAL, Joao Pedro Stédile, principal dirigente del
movimiento, sostiene la tesis de que con el gobierno de Lula es
posible avanzar en la reforma agraria, ya que hay un cambio en
la relación de fuerzas del país, pero, advierte, este "es un
momento de acumulación de fuerzas". No menciona la posibilidad
de romper con el gobierno, pero en pocos meses el MST organizó
cientos de campamentos y ya hay 200 mil familias, un millón de
personas, acampadas en las orillas de las haciendas, presionando
sobre la tierra. Es la mayor cantidad de acampados en la
historia del movimiento. La reciente campaña "abril rojo", fue
una importante movilización nacional que incluyó 140 ocupaciones
de tierras, que fortaleció la autonomía del MST y cortó
cualquier pretensión de cooptación o subordinación al gobierno
de Lula.
Ahora el MST está empeñado en promover "un proceso de luchas
sociales y de movilización que provoque un reascenso del
movimiento de masas", para doblegar la política neoliberal del
gobierno. Para ello ya se ha puesto en pie la Coordinadora de
Movimientos Sociales, que convocará una jornada nacional de
movilización centrada en la desocupación, para el próximo 7 de
setiembre, día de los excluidos. Aunque no lo menciona de forma
explícita, el MST parece evaluar que la llegada al poder del PT
representa una derrota histórica para la izquierda, toda vez que
sostiene que "en Brasil tendremos que reconstruir una práctica
de izquierda", porque "en los últimos veinte años nos quedamos
solamente acumulando fuerzas en el terreno electoral e
institucional", concluye Stédile.
Ambas experiencias pueden servir como espejo para el conjunto de
los movimientos del continente. Pero son, a su vez, una buena
ocasión para enriquecer el debate sobre tomar o no tomar el
poder, acerca de las relaciones que deben mantener los
movimientos con los estados, y muy en particular, sobre la
participación en instancias y espacios estatales. Ponen en negro
sobre blanco, la importancia de la construcción de autonomía
como una práctica permanente; y de encontrar los espacios
físicos, territoriales, en los que ejercerla. El futuro de los
movimientos, y la posibilidad de revertir la crítica situación
que atraviesan los ecuatorianos, radica en la terca autonomía
que mantienen los espacios comunitarios de base.
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