El nuevo imperialismo y América Latina
28/04/2004
- Opinión
Los gobiernos "progresistas" del continente, y muy en particular
los de Argentina y Brasil, se enfrentan al dilema de promover el
viraje de sus economías "abiertas" -dependientes de las
exportaciones y vulnerables a los caprichos del capital
financiero- hacia las necesidades de sus pueblos.
Parece un lugar común, sólidamente instalado entre gobernantes,
asesores, economistas, dirigentes políticos y hasta en buena parte
de la opinión pública, que es imprescindible el crecimiento
económico para mejorar la situación de los más pobres. Parte de
ese crecimiento vendría de la mano del aumento de las
exportaciones, que redundaría en una mejora de las cuentas
nacionales, de la recaudación del Estado y, finalmente, en una
situación de bonanza económica se produciría un "derrame" de
ingresos hacia los trabajadores.
Silvio Pereira, nuevo secretario general del Partido de los
Trabajadores (PT) de Brasil, señaló recientemente que la
vulnerabilidad internacional del país le impide al gobierno de
Luis Inazio Lula da Silva "realizar todos los sueños que
queríamos"(1) . La "vulnerabilidad" se ha convertido en una excusa
para seguir aplicando políticas que -aunque parezca un juego de
palabras- profundizan la vulnerabilidad. Para superarla, Brasil
pagó en marzo 1.400 millones de dólares al FMI en concepto de
amortizaciones de la deuda externa. Pero ese mismo mes, la deuda
externa de Brasil creció en 1.323 millones de dólares. Así
funciona la dichosa vulnerabilidad.
Desde los gobiernos progresistas y de izquierda se asegura que una
de las formas de superar la vulnerabilidad, y por lo tanto la
dependencia, sería mejorar la inserción de los países de la región
en el escenario internacional, ya sea a través de la integración
regional (Mercosur), la negociación de acuerdos comerciales con
otros países del Sur (siguiendo el camino del G-20) y la firma de
acuerdos con los países desarrollados (por ejemplo entre el
Mercosur y la Unión Europea), pero también a través de acuerdos
como el Alca "light" que mantienen la apertura del mercado de
Estados Unidos a las exportaciones latinoamericanas. Como recordó
George W. Bush, la mayor parte de las importaciones de Estados
Unidos provienen de América Latina, y los países del sur no pueden
hoy prescindir de las exportaciones hacia el norte.
Sin embargo, esos lugares comunes entre nuestros dirigentes de
izquierda hacen agua por varios costados. La alternativa no parece
ser la de promover una quimérica mejora a corto plazo de la
desventajosa inserción internacional, sino invertir el orden de
nuestras prioridades, reorientando los esfuerzos (desde el aparato
productivo hasta la cultura y los medios de comunicación) hacia el
interior de nuestros países: potenciando el mercado interno a
través de una redistribución de la riqueza, invirtiendo en
educación, salud, en autosuficiencia alimentaria, entre otros. No
se trata, solamente, de una opción asentada en convicciones
éticas, sino que es la única forma de sobrevivir en medio de la
ofensiva del llamdo "nuevo imperialismo".
Las nuevas-viejas formas de acumulación
La razón de ser del capitalismo es la acumulación, proceso que
termina produciendo "excedentes" de capital y de mano de obra.
Estos excedentes impiden o dificultan la continuidad del proceso
de acumulación y sólo pueden resolverse mediante la destrucción o
degradación del trabajo y el traslado de capital a otras áreas o
regiones para evitar su devaluación. Teóricamente, existiría la
posibilidad de promover la distribución a través del llamado
"gasto social" (para las elites todo lo social es un gasto, una
suerte de "despilfarro") para continuar así el ciclo de
acumulación sobre nuevas bases. Pero desde hace por lo menos un
siglo, las burguesías se han negado a tomar ese camino y pusieron
el grito en el cielo, primero en Gran Bretaña y Europa y luego en
los Estados Unidos, ante lo que consideran una pérdida de sus
privilegios y sólo aspiran a la reducción de los impuestos.
Nada de esto es nuevo. Sin embargo, como señala David Harvey en
"El nuevo imperialismo", los anteriores equilibrios del
capitalismo se han roto a favor de las viejas formas de
acumulación, que reaparecen bajo nuevas modalidades a las que
denomina "acumulación mediante desposesión"(2) . Se trata de modos
similares a los que Marx llamó "acumulación originaria" de capital
y que nunca fue abandonada por la burguesía, pero que ahora
retorna de la mano de la decadencia de los Estados Unidos y parece
ser un sello distintivo del capitalismo en su período de
decadencia. En efecto, la hegemonía económica de Estados Unidos se
vino abajo hacia 1970, ante la competencia de Europa y Japón que
comenzaron a tener sus propios excedentes de capital, o crisis de
sobreacumulación. En ese momento, "se hizo difícil mantener los
controles sobre el capital al inundarse los mercados con los
dólares americanos excedentes"; para hacer frente a la amenaza
económica de sus competidores, Estados Unidos promovió recentrar
el poder económico en el complejo Wall Street-Reserva Federal-FMI.
En suma, amenazados en el terreno de la producción, los Estados
Unidos contraatacaron asentando su hegemonía sobre las
finanzas"(3) .
Pero este nuevo centro de poder, que no sólo es capaz de controlar
las instituciones globales sino que ha modelado el dominio del
capital financiero en todo el orbe, "sólo puede operar de dicha
manera mientras el resto del mundo esté interconectado y
enganchado a un marco estructural de instituciones financieras y
gubernamentales"(4) . Este poder forzó la apertura de las
economías, paso necesario para procesar la "acumulación por
desposesión": expropiación de su material genético a poblaciones
enteras, privatización de los recursos naturales, mercantilización
de la cultura y la creatividad intelectual, privatizaciones de
empresas estatales y reprivatización de los derechos ganados en
luchas pasadas, succión de riquezas a través de la apropiación de
superávits de los países endeudados, entre los más destacados. En
América Latina, esta política se consumó con el saqueo de países
enteros, como le sucedió a Argentina durante el reinado de Carlos
Menem.
Esta forma de acumulación no sólo es similar, sino que contempla
métodos que nos retrotraen al "cercamiento" de los campos en la
Inglaterra de los albores del capitalismo. El debate acerca de si
la "acumulación originaria" es un proceso terminado o si siempre
coexistió con la forma dominante en períodos de expansión (la
reproducción ampliada), pero reaparece con fuerza en las
situaciones de crisis, no puede soslayar un dato fundamental: "El
equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación
por expansión de la reproducción ya se ha roto a favor de la
primera y es improbable que esta tendencia haga sino acentuarse,
constituyéndose en emblema del nuevo imperialismo", señala Harvey.
Esto es así sobre todo en este período de crisis "senil" del
capitalismo, como apunta Samir Amin. Pero, en paralelo, porque nos
encontramos ante una reubicación del centro de poder hacia el
sureste y este de Asia, convertido en el principal centro mundial
de producción de plusvalía. Dicho de otro modo, el centro imperial
estadounidense apuesta a una feroz "acumulación por desposesión"
(incautando por ejemplo los principales recursos petrolíferos
mundiales para prolongar su dominio) ante la pérdida de la
hegemonía económica y ante el riesgo de colapso financiero del
dólar.
Actualizar viejos debates
¿Qué tiene que ver lo anterior con las políticas de la izquierda
en América Latina? Como señala Harvey, punto en el que coinciden
todos los analistas de izquierda, el "nuevo imperialismo" sólo
puede funcionar si el mundo está interconectado. Aparece aquí un
debate planteado hace tiempo por Samir Amin acerca de la necesidad
de la "desconexión". Como el propio autor señala, quizá el término
elegido no haya sido el adecuado, a la vista del rechazo que
cosechó. En un reciente trabajo, Amin vuelve sobre el tema a
través del concepto de "desarrollo autocentrado" o "endógeno"(5) ,
que es el que transitaron los centros capitalistas.
Según el autor, un desarrollo de ese tipo supone contar con
instituciones financieras nacionales capaces de mantener su
autonomía frente a los fujos de capital transnacional, una
producción orientada básicamente hacia el mercado interno, el
control de los recursos naturales y de las tecnologías. Por el
contrario, el capitalismo dependiente está orientado hacia la
exportación y al consumo de importaciones por parte de las elites.
Esto ya no lo podrán hacer las inexistentes burguesías nacionales,
aniquiladas o cooptadas por la globalización. Podría ser tarea de
los gobiernos de izquierda, si comprendieran que el capitalismo -
en particular el norteamericano- atraviesa una etapa crítica de
decadencia. Para tomar ese rumbo hace falta, en primer lugar,
tener el coraje político suficiente como para enfrentar el
chantaje de la superpotencia y de sus centros financieros. En
segundo término, implica romper con ese puñado de grandes empresas
exportadoras de capital transnacionalizado, que son las verdaderas
beneficiarias de la "apertura" de nuestras economías. Eso implica,
inevitablemente, un conflicto interno de proporciones, que no
podrá ser evitado aún si se consolidaran los procesos de
integración regional. Apostar a un tránsito gradual, ordenado,
"sin rupturas y sin traumas" como sostiene el presidente del PT,
José Genoino, es o bien negarse al cambio o negarse a ver la
realidad(6) .
El imperialismo ya no funciona como antes de los cambios de los
70. Hasta ese momento, los países centrales exportaban capitales
hacia las perferias donde alentaban un desarrollo dependiente, y
retornaban a las metrópolis las ganancias extraídas al trabajo, en
general superiores a las inversiones iniciales. Ahora no es esa la
forma dominante. Los recursos que los países centrales bombean de
América Latina ya no son la contrapartida por inversiones sino el
resultado del simple y brutal robo que supone el pago de intereses
de la deuda externa. La forma fundamental de combatir al imperio
no puede ser ahora a través de la expropiación de las grandes
fábricas, como en los 60, sino mediante la ruptura con el capital
financiero y negándose al pago de la deuda. ¿Puede hacerse ésto de
forma gradual y ordenada?
Notas:
(1) Prensa Latina, Río de Janeiro, 26 de abril de 2004.
(2) David Harvey, "El nuevo imperialismo", Akal, Madrid, 2004.
(3) David Harvey, "El nuevo imperialismo: sobre reajustes espacio-
temporales y acumulación mediante desposesión", en revista Viento
Sur, España, www.vientosur.info.
(4) Idem.
(5) Samir Amin, "Más allá del capitalismo senil", Buenos Aires,
Paidós, 2003.
(6) José Genoino, "Un nuevo modelo de desarrollo", O Estado de Sao
Paulo, 24 de abril de 2004.
https://www.alainet.org/es/articulo/109833
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