Sobre genuflexos, tránsfugas y estrategas

Un esfuerzo para la imaginación

26/04/2004
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  • Opinión
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Los temas, al acercarse las elecciones internas y sus correlativas, las nacionales, que se realizarán en junio y en octubre de este año, parecen enmarañarse cada día más. Es que las elecciones en esta ocasión pueden determinar un cambio dramático en la correlación de fuerzas y, con ello producirse, una modificación gigantesca en el funcionamiento del Estado. ¿Se imagina el lector a un personaje tan singular como el ex presidente Julio María Sanguinetti sin la posibilidad de influenciar en decisiones del gobierno, u otro, como Luis Alberto Lacalle, sin tener tras de si el reaseguro de cientos de altos funcionarios enquistados en lugares clave de la administración que, de una manera u otra, respondan a sus intereses? Es posible que los partidos blanco y colorado, centros indiscutidos de poder durante todo un siglo, deban abandonar su situación de preeminencia dentro de la administración, siendo sustituidos sus hombres de confianza ("particular confianza" como precisa la jerga política a que estamos acostumbrados los uruguayos), por toda un grupo de jerarcas nuevos que, evidentemente, tendrán un perfil, posiblemente, más técnico que quienes ocupan los cargos hoy al frente de las diversas reparticiones del Estado. Los uruguayos deberíamos hacer un esfuerzo de imaginación, para plantearnos un escenario distinto al actual, en que las personas que sean designadas al frente de las empresas públicas, por ejemplo, respondan rigurosamente a lineamientos de una política económica que busque el desarrollo productivo y que vean, con reparos críticos, otros planteamientos provenientes de acuerdos con organismos multinacionales de crédito. En definitiva, qué no digan "amen" a los mismos. Sabemos que, de acuerdo a lo acordado con el Banco Mundial, en las próximas semanas se producirá otro aumento de tarifas públicas, pese que para la Oficina de Planeamiento y Presupuesto es hoy más difícil (en pleno año electoral), imponer la decisión a los directorios de las empresas públicas que, obviamente, también tienen "su corazoncito" y, de alguna manera, se niegan o son presionados por sus correligionarios, para que las antipopulares decisiones se posterguen lo más posible. Pretenden, claro, mantener un nivel "relativamente competitivo" en las encuestas que cada sector mira, cada día, con mayor atención. ¿Qué ocurrirá si se produce el dramático cambio de partidos en la conducción del Estado? Obviamente las decisiones tendrán otra cadencia y la propia metodología de poder, cambiará de manera dramática, por cuanto – es evidente – que los centros de las decisiones trascendentes estarán en otras manos. Los candidatos a protagonizar legislaturas, fracasados en ese intento, no serán designados, cambiándose a esos personajes, seguramente por técnicos, que pese a una presunta inexperiencia en la conducción de la cosa pública, pueden tener una orientación más adecuada teniendo primeramente en cuenta los intereses de la comunidad. Es evidente, además, que el camino a recorrer está lleno de obstáculos y nuestro análisis prospectivo está basado en una visión influida en encuestas que, por contradictorias, hacen dudar de su idoneidad técnica. Las cifras y los lugares de los distintos sectores muestran diferencias tan agudas pero, de insolente preponderancia en la atención de los políticos, que por esa característica de poco sirven para valorar en lo "fino" el presente de la opinión y el futuro electoral de los uruguayos. Sin embargo todas coinciden en que el Encuentro Progresista – Frente Amplio, encabeza claramente las preferencias y que los viejos partidos tradicionales profundizan su crisis, paralizados en un mar de algas que fueron creciendo y aprisionando a los políticos blancos y colorados. Una situación que ha determinado que mayoritariamente hayan tenido que ajustar su discurso electoral a las formas y los contenidos de la centro izquierda. La excepción todavía competitiva, es la del herrerismo que, encabezado por Luis Alberto Lacalle, sigue pregonando un perfil de derecha destinado a aglutinar tras de si a un sector que, de fracasar en su intento, no tendría expresión electoral explícita. ¿En qué quedará la tradicional genuflexión, para manejar un ejemplo extremo, del diario El País, que ha estado aliado siempre a la derecha y ha sido cómplice de todos los gobiernos sacando como contrapartida una enorme cantidad de créditos que terminan como regalías, ondas de radio y televisión, incluso algunas en su momento de carácter monopólico? Es bueno imaginar como quedará la cintura de los jerarcas de esa publicación, al cambiar en los hechos la dirección de la reverencia. Sin embargo tememos, porque lo que mandan son los intereses, que estos señores se revelen, escandalicen y incluso se propongan caminos poco democráticos – como los que ellos transitaron cuando apoyaron a la dictadura militar – para tratar de conservar privilegios que a esta altura parecen un bien adquirido pero que en esencia, son inadmisibles. ¿Y que harán los tránsfugas? Aquellos que a la salida de la dictadura, ardores juveniles mediante, trabajaron por la democracia y que luego, paulatinamente asumieron el discurso de la derecha, expresándose en negro sobre blanco, en radio y televisión o en cuanta tribuna que se les abriera, en contra los intereses de la gente. Por supuesto no nos referimos a quienes, de alguna manera, modificaron su pensamiento ante los nuevos tiempos, sintieron en carne propia las frustraciones de un mundo que se derrumbó. Cambiar es bueno en una sociedad de valores permanentes pero de fluidas concepciones y alternativas históricas. Lo malo es cambiar los objetivos profundos de la existencia, valorando solamente lo material y abandonando ideales que, más que ello, deberían basarse en inalterables concepciones éticas. ¿Qué harán esos tristes personajes que, como ellos mismos han afirmado, se niegan a compartir en mismo techo con periodistas de otros medios y que se definen semana a semana como defensores de un statu quo? Por supuesto – lo veremos en conjunto – muchos de ellos, porque lo han hecho antes, irán variando su discurso para justificar primero y luego apoyar lo que ahora merece los rayos y centellas de una continua diatriba. Por supuesto que estas líneas las escribimos antes de la aparición semanario de la derecha, pero no es muy difícil imaginar las palabras que dedicaran a las últimas convulsiones que se produjeron en el Encuentro Progresista – Frente Amplio, como consecuencia de desinteligencias entre el discurso y la oportunidad. Por supuesto que en sus comentarios no valorarán el fondo del asunto, sumándose simplemente a lo que hacen otros, que hablan de mentiras y ordinariez, cuando son ellos los responsables de que cientos de miles de uruguayos vivan por debajo de la línea de la pobreza. Vivimos en un Uruguay fluido, en el cual al desencanto que vive la mayoría de la población se suma la metodología electoral de la derecha, con sus ingredientes tradicionales. Un discurso parecido al del sector que encabeza las encuestas, la agresión concertada contra los dirigentes de ese mismo sector mayoritario, a lo que agregan ingredientes del terror, el de siempre. En la oportunidad están tratando de oponer al Encuentro Progresista – Frente Amplio con las Fuerzas Armadas, intentando consolidar una ficticia solidaridad entre quienes se encuentran en actividad y algunos personajes, verdaderas excrecencias del pasado, que siguen suspirando con nostalgia por el período en que, sin control, mataron y torturaron, secuestrando a niños, siempre encubriendo su accionar con lo establecido por la Doctrina de la Seguridad Nacional, verdadero compendio de la cobardía. Los militares hoy en actividad saben muy bien. Buena parte de la problemática que siguen sufriendo en una sociedad que los rechaza, se debe a la actuación que le cupo a las fuerzas armadas en aquel período trágico que demostró que el único mecanismo que tienen los pueblos para dirimir sus diferencias está en la democracia. Sabemos, por último, que muchos de los que tratan de recrear hoy los fantasmas del pasado, fueron los primeros en violentarla. Y punto. * Carlos Santiago. Periodista.
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