El imperio, la campaña electoral, el 11-M y el 11-D. Carta a Monseñor Romero
16/03/2004
- Opinión
Querido Monseñor:
Veinticuatro años después de tu martirio y doce después de los
acuerdos de paz las cosas siguen mal, a veces muy mal. Mucha gente
está harta de la injusticia, la corrupción y la mentira. En tiempo
de elecciones estamos hartos de la desvergüenza. Y los pobres están
hartos de la pobreza y de tener que emigrar.
¿No hay solución, Monseñor? Quiero hablarte de estas cosas con la
esperanza de escuchar alguna palabra tuya que traiga luz y ánimo
para trabajar.
El imperio
Es lo más grave. La palabra parecía muerta, pero la realidad la ha
resucitado. Hoy no basta con hablar de opresión y de capitalismo.
Hay que hablar de imperialismo, y de "imperialismo norteamericano",
que, con Bush, se ha hecho inocultable: imponer su poderío sobre
todo el planeta, a través de todo, comercio injusto, información
mentirosa, guerra cruel e irrespeto impúdico de los derechos
humanos.
El imperialismo nos llega con el servilismo político de los
gobernantes, pero en el día a día penetra de forma más profunda con
la seducción e imposición de la "cultura norteamericana", the
american way of life: el individualismo, como forma suprema de ser y
el éxito como verificación última del sentido de la vida, como lo
mejor que ha producido la historia. Y a la inversa, comunidad,
compasión y servicio son productos culturales secundarios. Insistir
en ello no es "políticamente correcto". La igualdad de la
revolución francesa, y nada digamos la fraternidad del evangelio,
están obsoletos. De Irak no cuentan los iraquíes, y de Africa no
cuenta nada.
Este imperialismo es antievangélico, y por ello para el cristianismo
la primera exigencia es combatirlo, proclamar -y vivir- la "cultura
de Jesús". Y como, además, se pretende que comamos, bebamos,
cantemos y nos divirtamos, como ocurre en el imperio, hay que
defender el "nacionalismo" bien entendido: la defensa de la bondad
de la creación de Dios, en diferentes pueblos, tradiciones, culturas
y religiones.
El imperialismo, además, nos confronta con otro problema, que es de
siempre, pero que hoy se ha acentuado. En Asia y Africa,
"cristianismo" ha sido sinónimo de "occidente", con beneméritas
excepciones. Pues bien, en el mundo actual, más de mil millones de
seres humanos, los pueblos musulmanes, ven en Bush, a la vez, la
expresión de occidente y la expresión del cristianismo. Con ello,
la misión, no como proselitismo, sino como diálogo, se hace muy
difícil. ¿Quién les convence de que no hay que identificar las dos
cosas si el imperio, Bush y su grupo, aparecen orando al Dios de
Jesús y desoyen a los cristianos que se les oponen, incluido Juan
Pablo II?
Monseñor, tú nos enseñaste a desenmascarar a los ídolos y les
pusiste nombre: la absolutización del capital, de la doctrina de la
seguridad nacional y también, aunque en sí fuesen buenas, de las
organizaciones populares, cuando todo lo subordinaban a ellas. A
estos ídolos hay que añadir hoy el del imperio, esa forma de generar
víctimas, lenta o violentamente, por imposición irredenta.
Conclusión. "Sólo Dios es Dios", no lo es ni el césar ni el
imperio, como Jesús vino a decir a Pilatos. Equivocarse en eso, en
forma creyente o secularizada, tiene gravísimas consecuencias, como
lo vemos a diario en el mundo. Bien lo dijiste:
Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con
Dios. Por eso tenemos tantos ególatras, tantos orgullosos,
tantos hombres pagados de sí mismos, adoradores de los falsos
dioses. No se han encontrado con el verdadero Dios y por eso
no han encontrado su verdadera grandeza (10 de febrero, 1980).
La campaña electoral
La campaña electoral ha mostrado que la política está por los
suelos. Muchos gritos y agresiones al adversario, a veces hasta
físicos, y pocos argumentos. Muchas promesas y pocos programas y
medios de llevarlos a cabo. Entonces nos vienen a la mente unas
palabras tuyas: "Oyendo ciertos discursos de estos días de carácter
político, yo no encontraba ninguna idea constructiva... Ideas
serenas para construir el bien del país" (13 enero, 1980). Y nada
digamos de pedir perdón por los errores en el pasado y de propósito
de enmienda. Apelar a la austeridad, generosidad e incluso al
sacrificio no se hace por no perder votos, pero sin ello no hay
solución.
Quizás en muchas de estas cosas no haya muchas diferencias entre los
partidos, pero la derecha ha hecho un alarde de desvergüenza que
pensábamos superada. No apela a la esperanza -la inmensa reserva de
los pobres-, sino al miedo. Dicen: si gana la izquierda volverán
los secuestros; los salvadoreños en Estados Unidos no podrán enviar
remesas; la educación -así la presentan contradiciendo la realidad-
será tan pobre como en Cuba. Del miedo y el terror que produjo su
fundador y varios de sus predecesores nada dicen.
Y para un creyente da dolor cómo la derecha mete a Dios en su
propaganda. Es hipócrita invocar a Dios como aval del éxito futuro.
Es cínico que ese Dios no exija hacer examen de conciencia de quince
años de gobierno tan favorable para las minorías en abundancia y tan
perjudicial para las mayorías en penuria. Y es indignante -si
ganan-, ofrecer a Dios como el gran tesoro para el país sin decir
una palabra de cómo era Dios para Jesús.
Y por supuesto, nada dicen de tantos salvadoreños y salvadoreñas,
con Monseñor Romero a la cabeza, que se parecieron a Jesús en vida y
murieron en cruz como Jesús a manos de ejércitos y escuadrones de la
muerte. Nada dicen de ti, Monseñor. En público te silencian, y en
privado te siguen teniendo un miedo patológico. Tu palabra les
sigue sacudiendo. También les iluminaría, pero no se dejan sacudir
ni iluminar. No les queda otra solución que autoengañarse y
tergiversarte.
Hablan de Dios, y no les importa nada lo que dicen de él. Qué poco
entienden lo que dijiste un 9 de septiembre de 1979: "Si es
verdadera palabra de Dios lleva algo explosivo y no muchos la
quieren llevar. Si fuera dinamita muerta, ya nadie tendría miedo".
Ni te escucharon ni te escuchan, y por eso hablan de Dios mal y sin
pudor. Y ojalá todos tengamos esto en cuenta: los sacerdotes en
nuestras homilías, los profesores de teología en nuestras clases, y
ciertamente los candidatos en campaña. No se puede manosear a Dios
ni quitarle fuerza y vigor. Cuando buscamos votos, dejemos a Dios
en paz, y si en serio queremos hablar de él, sobre todo los
políticos, anunciémosle como "un Dios de los pobres".
La contrapartida es que política es "servicio", y en nuestro mundo
tiene que ser servicio a los pobres".La derecha no sabe nada de eso,
en la izquierda puede haber algo más, pero en todos es difícil
encontrar una vocación de servicio que supere el egoísmo personal y
de partido.
Es sabido que la palabra "política", puede ser usada en el sentido
aristotélico de procurar el bien común en la vida pública, y puede
ser usada en el sentido pos-maquiavélico de pugnar por el poder del
Estado. En general, lo segundo prima sobre lo primero. Qué
extemporáneas suenan hoy las palabras del papa Pío XI: la política
es la formas más elevada de la caridad. Y qué chocantes son las
palabras de los exegetas cuando dicen que la religión de Jesús
estaba centrada en el reino de Dios y pretendía configurar la vida
del pueblo; por eso era una religión política. No post-maquiavélicamente se entiende. Y por cierto, buena falta le hace
también a la Iglesia meterse en política en este sentido.
"Si es cristiano no cambie por nada el proyecto del reino de
Dios y trate de reflejarlo y ser sal de la tierra y luz del
mundo ... En las diversas coyunturas políticas lo que interesa
es el pueblo pobre" (10 y 17 de febrero, 1980).
El 11-M y el 11-D
Al terminar esta carta ha ocurrido la barbarie de Madrid. Nos queda
lejos, pero nos toca muy de cerca. 200 muertos, gente sencilla
trabajadora, entre ellos 13 latinoamericanos que se ganaban la vida
lejos de sus países. Como cuando lo de las torres de Nueva York, la
solidaridad de la gente ha sido ejemplar con los muertos y heridos.
En protesta, once millones de españoles se lanzaron a la calle en un
espectáculo impresionante de repudio y de solidaridad. Después
estalló el escándalo político: del atentado se responsabilizó un
grupo islámico en venganza por el apoyo vergonzante del gobierno
español a Bush en la guerra de Irak, aun cuando el 90 por ciento de
los españoles estaban en contra de la guerra. El gobierno hizo lo
posible por ocultarlo, y en otro acto memorable muchos españoles
salieron a la calle para protestar por la mentira. El gobierno
perdió las elecciones, y los españoles han escrito una bella página
de solidaridad con los que sufren y de dignidad ante el poder.
Pero, aunque la urgencia de las cosas lo haga comprensible, todavía
falta algo importante que ojalá se haga realidad, sobre todo a nivel
europeo. En Europa, aunque sea desde la tragedia, dicen que ya
están a la altura de Estados Unidos. Allí, hubo un 11-S, atentado
en las torres de Nueva York, y ahora un 11-M, atentado en los trenes
de Madrid. Ambas fechas han entrado en la historia universal, pero
no así otras. ¿Qué pasa con el 11-S de Chile, con el asesinato de
Allende y la masacre en el palacio de la Moneda, tras la cual estaba
Estados Unidos? Y sobre todo ¿qué pasa con el 11-D? Ese día, el 11
de diciembre de 1981, alrededor de mil personas fueron asesinadas en
El Mozote, divididas en tres grupos: los hombres fueron encerrados
en la Iglesia, las mujeres en un casa, y los niños, unos 170, con
una edad media de seis años, en otra casa cercana a la de las
mujeres, de modo que éstas podían "escuchar" -algunos dicen
"reconocer"- el llanto de su hijos cuando les daban muerte. Todas y
todos fueron asesinados. Los asesinos eran miembros del batallón
Atlacatl, entrenado por los norteamericanos, y el mismo que asesinó
a los jesuitas, a Julia Elba y Celina, el 16 de noviembre de 1989.
Pues bien, el mundo, tampoco el mundo occidental democrático,
reaccionó. La embajada de Estados Unidos dijo no saber nada de
muertos en El Mozote, y cuando los muertos fueron inocultables, dijo
que se debió tratar de un enfrentamiento. No hubo reconocimiento de
las víctimas y entierro digno, y por supuesto no hubo
manifestaciones en contra del terrorismo del batallón Atlacatl,
terrorismo de Estado, ni pudo haberlo. La televisión -perdónesenos
la ironía- no mostró nada. Y salir a la calle a protestar hubiese
significado poner en juego la propia vida. Las cosas cambiaron, y
años después, sí se ha reconocido la masacre y enterrado a los
muertos. Los familiares los recuerdan -y celebran- todos los años.
Y han hecho un sencillo monumento con estas palabras: "Ellos no han
muerto. Están con nosotros, con ustedes y con la humanidad entera".
Fechado en El Mozote, 11 de diciembre, de 1991.
Si alguno de los familiares y amigos de las víctimas del 11-M de
Madrid lee estas páginas, comprenderá que con ellas nos hacemos muy
solidarios de su dolor, porque en El Salvador lo hemos vivido en
carne viva. Y les ofrecemos con mucha humildad consuelo, apoyo y
también la esperanza del "ellos no han muerto". Y les pedimos con
todo respeto que unan su dolor al de todas las víctimas -más allá de
las de Europa y las de Estados Unidos-, las víctimas de Colombia, de
El Congo, de Bangladesh...
Los políticos europeos hablan ahora de repensar la "seguridad
europea". Y es comprensible. (Ya dicen que la seguridad de los
juegos olímpicos de Atenas estará en manos de la OTAN). Pero Europa
tiene otra tarea más importante y más decisiva, para ellos y para
todos: repensarse no sólo desde su seguridad amenazada, sino desde
la solidaridad con las víctimas de todo el mundo. Más que una
Europa unida, proclive al eurocentrismo, es decir, al egoísmo, lo
que se necesita es una internacional de todas las víctimas, con su
dolor, y de todos los solidarios y solidarias, con su entrega. La
internacional de todos los días 11- en cualquier parte del mundo,
sobre todo en los lugares en que las víctimas -por hambre y por
balas- se cuentan por millones.
De nuevo, mucho dolor, mucho respeto y mucho cariño a las víctimas
de Madrid. No se trata de ir mas allá del 11-M, pues cada dolor es
inintercambiable, pero sí se puede ubicarlo en el dolor más grande
de la familia humana. Y también en su esperanza.
Monseñor, todas estas cosas, políticas y humanas, ocurren en
Cuaresma. Es tiempo de desierto, lugar de tentación y de reflexión.
Y también lugar del encuentro silencioso con Dios. Ahí resuenan sus
palabras: "partirás tu pan con el que tiene hambre". Y hoy resuenan
también tus palabras políticas: "Un cristiano que se solidariza con
la parte opresora, no es verdadero cristiano" (16 de septiembre,
1979). "Lo que marca para nuestra Iglesia los límites de la
dimensión política de la fe es precisamente el mundo de los
pobres... Según les vaya a ellos, al pueblo pobre, la Iglesia irá
apoyando desde su especificidad de Iglesia, uno u otro proyecto
político, apoyar aquello que beneficie al pobre, así como también
denunciar todo aquello que sea un mal para el pueblo" (17 de
febrero, 1980).
https://www.alainet.org/es/active/5805
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