Foro Social Mundial: Caminar lento para llegar lejos
29/01/2004
- Opinión
Antes, durante y después del IV Foro Social Mundial
realizado en Mumbai, surgieron voces que apuestan a que
no haya "más de lo mismo" y proponen caminos para superar
la dispersión y la repetición de debates, en la búsqueda
de mayor eficacia para el movimiento altermundialista.
Después de cuatro exitosas ediciones, medidas las más de
las veces por su impacto mediático y por la cantidad de
asistentes, parece evidente que el Foro Social Mundial
(FSM) ha ganado su lugar en el mundo. Logró desplazar del
centro de atención nada menos que al Foro Económico de
Davos y es hoy un punto de referencia ineludible no sólo
para los críticos del neoliberalismo, sino también para
funcionarios gubernamentales, empresarios y economistas
de todo y el mundo. El éxito conseguido en tan poco
tiempo, impone una pregunta: ¿y ahora qué? En el seno del
foro se vienen procesando debates acerca de qué caminos
seguir en el futuro inmediato, y las respuestas no son
unánimes.
El líder campesino francés, José Bové, sostiene que aún
"no logramos ser incluidos en el proceso de decisión
internacional al mismo nivel que los estados y el poder
económico" y que "es importante que encontremos los
medios para que nuestro espacio, nuestro aporte, sea
reconocido incluso a nivel institucional, lo que podría
incluso implicar sentarse a comer con el mismo diablo"
(1). Bernard Cassen, de ATTAC-Francia, va más lejos aún.
Sostiene que el formato actual del foro no puede
mantenerse, ya que debe influenciar "en las políticas
nacionales, continentales e internacionales". Cree que el
movimiento corre el riesgo de caer en la "impotencia
política". En su opinión, "así como el liberalismo 'hace'
sistema en todos los niveles", el altermundialismo
debería "colocar en acción un mínimo de medidas
coherentes entre sí, 'haciendo" sistema y proyecto" (2).
La demanda es "producir algo", que se resume en conseguir
cambios en las políticas oficiales.
El italiano Ricardo Petrella, sostuvo antes del foro que
el movimiento "no se está empeñando en construir la
alianza estratégica necesaria para la realización de
algunos objetivos", y critica la falta de "una estrategia
común" (3). Piensa que deberíamos dar una "batalla"
contra la pérdida de credibilidad de los parlamentos
nacionales y promover la participación ciudadana a nivel
comunal y regional.
Hay muchos otros que abundan en la misma dirección. El
sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos recae
también en una concepción simétrica respecto del sistema
hegemónico, cuando afirma que "hay dos globalizaciones en
marcha, una de la sociedad civil y otra del sistema
neoliberal, que algún día tendrán que negociar un
contrato que promueva un mundo mejor y más justo" (4).
¿Hace falta un programa?
Hasta ahora, el Foro Social Mundial y los foros
regionales fueron definidos no como una organziación sino
como un espacio para el intercambio, el debate y la
discusión y para erigir propuestas alternativas, fomentar
la movilización y apoyar las redes y organizaciones
nacionales y continentales en lucha contra el modelo
dominante. Este camino parece ahora insuficiente para una
parte considerable de los integrantes del foro.
Sin embargo, debe señalarse que este camino aún no ha
sido recorrido en todas sus posibilidades. La dinámica de
la movilización social, como apunta la proclama de la
Asamblea de Movimientos Sociales realizada en Mumbai,
debe intensificarse y ampliarse a todos los continentes.
El paso dado en India es importante, pero insuficiente.
Zonas enteras del planeta, como China, aún carecen de un
movimiento social autónomo. Otras, como los Estados
Unidos, registran "retrasos" como consecuencia de la
política terrorista -interior y exterior- de la
adminsitración Bush, que ha conseguido éxitos notables en
su empeño por reducir el movimiento nacido en Seattle a
su mínima expresión. Menciono apenas dos talones de
Aquiles del "movimiento de movimientos", en dos de los
países más importantes del actual sistema-mundo.
Pero la situación actual es algo más compleja y no se
resuelve sólo impusando la movilización, sino abordando
el problema de los gobiernos llamados "progresistas" y de
la actitud hacia los organismos internacionales. Unos y
otros tienen interés en el Foro Social Mundial. El
presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, señaló a
comienzos de enero que el Foro Social es "muy oportuno"
para abordar los problemas de la pobreza y la exclusión
social que "están en la raíz de los problemas que
padecemos hoy día". En su opinión, el FSM "puede ayudar a
renovar una agenda global orientada hacia el desarrollo",
para abordar el problema del sida, el cambio climático,
la contamianción y el suministro de agua potable, así
como la "instrucción primaria" que deben recibir todos
los niños del mundo. Wolfensohn aspira a que estos
problemas sean abordados por los gobiernos al msimo nivel
que las pensiones, la salud y el desempleo, "para modelar
el mundo en el que viven nuestros niños".
Resulta evidente que la fuerza que ha adquirido el
movimiento altermundialista no puede ser despachada sin
atención tanto por los gobiernos "progresistas" como por
los organismos responsables de la globalización del
capital. El mundo está cambiando de forma acelerada y las
elites han tomado buena nota de ello. Estos cambios le
imponen al movimiento superar por lo menos tres problemas
que pueden introducirse por la ventana, y que ya tuvieron
su impacto en otros movimientos anteriores, en particular
en el movimiento obrero.
El primero de ellos es que la agenda de las elites no
debería modificar la agenda del movimiento social. Esta
ha sido hasta ahora una agenda propia, elaborada en base
a las necesidades internas consensuadas entre los
diferentes componentes del movimiento, aunque las
manifestaciones públicas más importantes (contra
reuniones de la OMC, contra la guerra), dieran la
imrpesión de que el movimiento se limitaba al rechazo de
las iniciativas de los poderosos. Es el engañoso efecto
que producen las grandes movilizaciones de cientos de
miles de personas, que tienden a visualizarse como la
verdadera potencia del movimiento, cuando en realidad
ella radica en su cotidianeidad -capilar y a menudo
subterránea- donde cristalizan los profundos cambios
culturales y sociales que su accionar permanente produce.
El segundo riesgo es el de las simetrías, que camina
parejo con la tentación de la institucionalización. El
director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet,
señaló la necesidad de pasar de la protesta a la
propuesta, codificándola en "un verdadero programa
alternativo" al que denomina el "Consenso de Porto
Alegre", que permitiría al movimiento "aglutinar un
númereo aún mayor de fuerzas sociales en vistas a
acelerar el cambio necesario" (5). La idea de oponer al
Consenso de Washington el Consenso de Porto Alegre,
encierra dos trampas: oponer a cada iniciativa de las
elites un contrapoder de similares o mayores dimensiones
supone hipotecar la autonomía, ya que ésta no se
construye en la oposición y el desafío sino en la
capacidad de construir un mundo diferente en el seno de
los movimientos. Por otro lado, las grandes
construcciones deben ser sostenidas por estructuras
también grandes, lo que contradice la opción hecha hasta
ahora por el movimiento, que ha optado por dotarse de
instancias flexibles, livianas y ágiles que no
cristalicen en burocracias que, la experiencia lo indica,
las más de las veces cuajan en nuevas clases dominantes.
El tercer problema está vinculado a la demanda de un
programa. Este es el riesgo de la unificación del
movimiento: un programa implica la unificación -
"codificación" en palabras de Ramonet- de la
multiplicidad de demandas, reclamos y propuestas de los
cientos, y quizá miles, de movimientos que confluyen en
el FSM. Implica, a su vez, que "alguien" unifica la
diversidad; ese mismo "alguien" debe en consecuencia
jerarquizar, incluir y excluir propuestas porque un
"progama" no puede ser una lista interminable de
exigencias. Hacer lo anerior sería tanto como matar el
Foro Social, un espacio que tercamente se niega a repetir
errores del pasado.
Visiones del mundo y del cambio
No debe perderse de vista que el FSM es el resultado de
la existencia de un movimiento altermundialista, y no al
revés. El éxito de la movilización de Seattle, a fines de
1999, creó las condiciones para una coordinación más o
menos permanente; pero el foro tiene sus antecedentes. El
primero y más importante fue el Encuentro contra el
Neoliberalismo y por la Humanidad realizado en Chiapas en
1996, que fue la forma de canalizar la simaptía mundial
que cosechó el alzamiento zapatista. Antes y después hubo
muchos encuentros regionales, continentales y mundiales
(de indios, de mujeres, de campesinos, de ambientalistas,
y muchos otros sectores), que fueron creando una
situación nueva que, finalmente, hizo posible la
convocatoria de 2000 en Porto Alegre.
Razonar al revés sería no ver que el movimiento no
depende de los grandes eventos sino de la resistencia y
la potencia del accionar cotidiano de los oprimidos, a lo
largo y ancho del planeta. Es bueno y necesario que los
movimientos intercambien experienicas y que, en
ocasiones, coordinen algunas acciones. Pero esa
coordinación, que puede servir para profundizar y mejorar
las experiencias locales, no puede resolver los problemas
mundiales existentes. Menos aún puede hacerlo actuando de
forma simétrica respecto de las elites y, mucho menos
aún, a través de un programa común o de la unificación
del movimiento.
Por el contrario, cabe apostar a potenciar más y más todo
lo que ya se viene haciendo, que será una buena forma de
"sobrecargar al sistema", exigiendo la democratización de
la toma de decisiones en cada lugar y la eliminación de
los bolsones de privilegios (6). Los viejos movimientos,
recuerda Wallerstein, creyeron que la estructura sería
más eficaz cuanto más centralizada y unificada estuviera.
Pero esa política los llevó por un camino que terminó por
alejarlos del objetivo de cambiar el mundo. Hoy sabemos,
después de siglo y medio de movimiento obrero, más de
ochenta años de "socialismo real" y una década de
zapatismo, que las formas organizativas no son neutrales:
pueden ayudarnos a expandir los movimientos
antisistémicos o a reconducirlos hacia el redil del
sistema.
1 Brecha, 22 de enero de 2004.
2 IPS, enero 2004.
3 Carta, Italia, No. 1, enero 2004.
4 IPS, 20 de enero de 2004.
5 La Voz de Galicia, 22 de enero de 2004.
6 Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Siglo
XXI, México, 1996, p. 248.
https://www.alainet.org/es/articulo/109315
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