36 horas de masacre y El Alto no se rinde
11/10/2003
- Opinión
Treinta y seis horas de bala y metralla, a lo largo y ancho de sus
calles y avenidas, no han podido doblegar al pueblo de El Alto, el
más pobre y rebelde de la castigada Bolivia.
De pie, miles y miles de vecinos, organizados por cuadras y barrios,
enfrentan con piedra y palo a las tanquetas y militares carapintadas
que disparan a todo lo que se mueve. La masacre, iniciada a las 7 de
la mañana del sábado, se sigue prolongando aún ya entrada la noche
del domingo.
En este día y medio de batalla, por decidir el destino del gas y el
petróleo y la suerte del Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, ha
cobrado ya más de una veintena de muertos a bala (por lo menos 18 en
este domingo) y más de un centenar y medio de heridos, casi todos
ellos de la población civil de 800 mil almas.
Los nombres de los fallecidos y heridos, difundidos por valerosos
periodistas de radioemisoras locales, no deja lugar a dudas: los
caídos son aymaras, hombres y mujeres humildes, hombres y mujeres de
pueblo.
"Ya no podemos contar los muertos, están disparando a todos. La gente
está muriendo por falta de auxilio, ya no hay medicamentos", dice el
reportero de la cadena Erbol que implora que lleguen recursos, dinero
y sangre para que los heridos no se mueran en los centros médicos de
Río Seco.
En carta abierta a Sánchez de Lozada, la Asamblea de Derechos Humanos
y la Federación de Periodistas no dejan lugar a dudas: "diversos
medios de comunicación han confirmado el uso de armas de grueso
calibre, incluidas ametralladoras pesadas, en contra del pueblo
boliviano. Ya no podemos hablar de enfrentamiento sino de una
verdadera masacre".
Los pedidos de auxilio se multiplican desde otras zonas por las ondas
de radio WaynaTambo, por la Pachamama y otras emisoras que reciben la
solidaridad de los que luchan en las polvorientas calles de la
ciudad, ubicada a cuatro mil metros de altura, casi a un palmo de un
cielo que no se apiada de los pobres.
"Pido en nombre de Dios que ya no disparen contra el pueblo", dice en
vano el padrecito Wilson de Villa Ingenio, a través de Erbol.
En el Hospital Juan XXIII, los médicos y enfermeras reciben con
lágrimas a los heridos. "Por favor, ya no más muertes", llora una
auxiliar.
Más y más heridos, más y más muertos en la zona Los Andes y en Río
Seco, donde ya no hay perdón para el gobierno neoliberal.
"El Alto de pie, nunca de rodillas", gritan varios jovenzuelos en la
Plaza Ballivián y el eco se multiplica en la Ceja, en Villa Tunari,
en Santiago II, en Río Seco y en la avenida Juan Pablo II, donde la
vida se apaga más rápido que en Roma.
Como en todas las zonas de El Alto, en la Ceja, en el inicio de la
autopista que la vincula con la ciudad de La Paz, los enfrentamientos
también son intensos. En los cerros, los vecinos se defienden con
piedra y hondas del ataque de los militares que protegen los
cisternas, cargados de gasolina, que paulatinamente van entrando a la
sede de gobierno, semiparalizada por la falta de combustible y el
temor e ira que se apoderan de los paceños ante la descomunal
masacre, propia de las dictaduras más sangrientas que tenga memoria
Bolivia.
Hasta el cierre de este despacho, el sangriento operativo de
reabastecimiento de gasolina y gas para La Paz había sido
parcialmente alcanzado, aunque a costa de mucha sangre. En cambio, el
otro objetivo gubernamental, como era controlar y someter a los
rebeldes alteños, ahogándolos en sangre y metralla, era un rotundo
fracaso.
Lo mismo que las negociaciones para pacificar el país que inútilmente
intentaba abrir hasta la tarde de hoy la Asamblea de Derechos Humanos
y la Federación de Trabajadores de La Prensa. Estas instituciones
acusan al Gobierno de no querer negociar.
Con las sombras de la noche, aumentan los rumores sobre nuevas
incursiones armadas de grupos de élite del Ejército, de mayores
medidas represivas contra los alteños y contra la prensa libre, que
informa y no calla, como muchos hoy en Bolivia.
Pero eso no parece importar demasiado a estas alturas. Colgados de
los cerros, plantados en las calles y esquinas de la ciudad de El
Alto y apostados en las laderas que cobijan a La Paz, los rebeldes de
la piedra y la honda creen que con el nuevo día estarán derrumbando a
pulso la inequidad y el genocidio.
El Alto, octubre 12, 2003, Hrs. 19:00.
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