Carta abierta a las ONGD: Removamos nuestras propias aguas
11/07/2003
- Opinión
Soy trabajador y además militante de una ONGD. Escribo desde la
convicción de que aun habiendo fracasado la llamada cooperación
para el desarrollo, hay un espacio para la acción de las ONGD
desde principios y valores progresistas y de izquierda que debemos
defender. Como sabemos, en redes y movimientos sociales
alternativos se ha extendido el pensamiento crítico sobre el papel
de las ONGD en tanto que expresión de un fenómeno generalizado.
Entre las críticas la más radical señala a las ONGD como
instrumento político, económico y mediático de los gobiernos que
tratan de incluirnos en sus estrategias de dominio. Numerosas
críticas ponen el acento en cómo las ONGD actúan para aliviar la
pobreza, como un ejército humanitario, sin combatir sus causas
estructurales. Otras denuncian la creación en países del Sur de
estructuras clientelares, subordinadas, que terminan sustituyendo
a los movimientos sociales por burocracias. También son severas
las críticas que afirman que las ONGD juegan o jugamos un papel
sustitutivo del Estado de acuerdo con los planes neoliberales.
Hace tiempo que considero legítimos estos señalamientos en lo que
tienen de diagnóstico general, aun cuando son muy poco precisos. Y
como quiera que estoy lejos de asumir una posición corporativista
es asunto de cada ONGD saber qué y cuánto le toca de estas
críticas. Ciertamente, no es difícil compartir las críticas, sobre
todo si se tiene conciencia que no es casual que en tiempos de
ataques tan duros al Estado social vivamos una cierta apoteosis de
las ONGD, del mismo modo que es un hecho probado que para los
grandes donantes el "desarrollo" está vinculado a un enfoque
neoliberal de megaproyectos y tratados de libre comercio y de
ninguna manera a las prácticas solidarias. Sin embargo, las
críticas a las ONGD pecan de generalistas. No puede obviarse el
hecho de que hay ONGD netamente comprometidas con procesos
sociales transformadores, cuyas actividades se orientan a generar
organización popular y experiencias autogestionarias. Valga el
siguiente símil: cuando hago una crítica general a la política
occidental y a los partidos políticos –muchos de ellos
subvencionados por cuotas electorales y presupuestos estatales-,
hago seguidamente una distinción entre fuerzas políticas. No todas
son iguales. Yo al menos, no deduzco de la crítica general la
conclusión de que es mejor una forma de gobierno sin partidos. Se
puede extender el ejemplo al universo de los sindicatos.
He dicho al comienzo de esta carta que hay un espacio para las
ONGD que tienen vocación social y política desde claves
progresistas y de izquierda. Hoy día, ello supone algo más que
superar toda tentación asistencialista. Es necesario superar
asimismo la práctica de los proyectos aislados sin conexión con
estrategias sociales en un ámbito territorial. Una cooperación que
pretenda ser alternativa debe dotarse de un enfoque que contemple
su carácter integral, una dimensión de territorio y la búsqueda de
la complementariedad de actores. Es necesario politizar nuestra
acción y hacer de ella una palanca de sinergias en la lucha por
los cambios estructurales en todas las esferas. Hasta el proyecto
más pequeño puede ser muy interesante siempre que cumpla la
condición de ser una aportación a estrategias más amplias,
económicas y democráticas, de género y ambientales. Pero no es
este el tema central de esta carta. Lo dicho hasta aquí es tan
sólo una manera de afirmar que mi posición no es la de alguien
situado fuera de las ONGD, sino al contrario la de quien cree que
en su accionar hay una oportunidad de solidaridad internacional
que debemos preservar y podemos mejorar. Veamos pues de qué trato
en este texto.
Creo que en el mundo de las ONGD, también en las progresistas y de
izquierda, hay una cierta confusión. Una dificultad para re-
situarse ante los considerables cambios que estamos viviendo en el
campo de las relaciones internacionales, dentro del cual somos
actores transnacionales. Se está produciendo un cambio de época
que amenaza a las libertades individuales y colectivas. Sobre la
globalización neoliberal que constituye la forma del capitalismo
de los últimos veinte años, se ha montado en los últimos tiempos
una tentación totalitaria de la mano de la política exterior de
Estados Unidos –vinculada estrechamente a sus intereses
nacionales-. Esta política, aunque estaba diseñada hace ya tiempo
encontró su mejor oportunidad el 11 de septiembre. Los atentados
de Nueva York fueron el pretexto para el restablecimiento del
miedo a escala global, apoyándose en el terrorismo internacional,
al que se presenta como un enemigo difuso y poderoso que actúa
fuera del sistema de las relaciones internacionales y que, por
consiguiente, requiere ser combatido con medidas excepcionales
ajenas al derecho y a las convenciones sobre derechos humanos.
Estas medidas son por excelencia militaristas y policiales, y se
proyectan con fuerza en intervenciones neocoloniales, en la guerra
permanente contra las amenazas a la civilización liberal, en la
escalada del estado penal y en ataques sociales.
En este escenario de excepción, los esquemas de seguridad,
contrainsurgentes, encuentran un caldo de cultivo a su favor de
extraordinaria importancia práctica. El ambiente de excitación en
pro de la seguridad alcanza ya a la Unión Europea que siempre se
ha resistido a compartir la lógica norteamericana. Hoy día, la UE
acepta de facto lo que Robert Keagan viene pidiendo: el liderazgo
estadounidense en lo que respecta al orden mundial, aun cuando
siga siendo una potencia competidora en los mercados. El papel de
aliado-subordinado es asumido por quien posee un 10% de la
capacidad militar que tiene la potencia más poderosa de la Tierra.
Pienso que, de acuerdo con lo dicho, hay hechos y políticas que
tienen su nombre, pero a muchas ONG (D) les cuesta aceptarlo.
Pongamos como ejemplo el Plan Colombia. Es un plan netamente
contrainsurgente. No contiene una vocación negociadora. No
contempla una cultura del diálogo para la resolución de un
conflicto tan largo como doloroso. El Plan Colombia contempla
involucrar a la UE para darle una mayor dotación económica y un
más amplio respaldo internacional. La esencia de este plan es su
carácter unilateral, excluyente del contrario. Su filosofía se
inscribe en la trilogía de la doctrina de la guerra de baja
intensidad: seguridad, buen gobierno y progreso. Lo que traducido
a la práctica quiere decir prioridad a la lucha contrainsurgente,
y reformas sociales para ganar el corazón y el estómago de la
población para una política de confrontación, no de
reconciliación. Es este apartado de la estrategia contrainsurgente
la que arrastra a una cantidad de ONG (D) a moverse en el
pantanoso terreno de la interlocución, de la búsqueda de un
espacio de negociación, en la creencia –fuera de todo sentido
común- de que es posible humanizar la acción del gobierno
colombiano y de sus partenariados internacionales; ¿también de
Estados Unidos?
La mar es el mar y recibe el nombre de mar. No tiene vuelta de
hoja. ¿Por qué a veces cuesta tanto calificar y nombrar
apropiadamente hechos y políticas?
¿Tiene sentido negociar un plan contrainsurgente? ¿En que
principios éticos y políticos podrían basarse ONG (D) progresistas
y de izquierda para hacer algo así? En ocasiones me encuentro con
razonamientos sumamente tristes y derrotistas: "Al igual que
cuando llueve nada podemos hacer por evitarlo, hay políticas que
de todos modos van a seguir adelante y no hay otro remedio que
entrar en la dinámica de negociarla para que al menos sea menos
traumática". Este es un punto de vista poco interesante. Nada
importante ha cambiado para bien con este tipo de pensamiento. ¿Se
trata acaso de negociar que el machaque a la población sea del 85
ó 90 por ciento en lugar del cien por cien? Siempre es mejor la
oposición neta a lo que se considera un mal para los pueblos; al
menos una posición así puede aspirar a encarnarse y hacerse
movimiento, y este último puede convertirse en un actor decisivo
para cambios profundos. Al contrario, desde la negociación, casi
siempre ilusoria e irreal, de lo que no debe ser objeto de
negociación, jamás se construye un movimiento. Esta es la gran
diferencia.
Esta es la gran diferencia, también, cuando abordamos la cuestión
de los Tratados de Libre Comercio y megaproyectos como el Plan
Puebla Panamá. Hay asuntos que no son negociables por partida
doble: no deben serlo porque no debemos mercadear sobre cómo dar
luz verde a planes neoliberales que destruyen el tejido social,
las economías pequeñas y populares, la agricultura y el empleo, y
lesionan gravemente la soberanía de los pueblos y las naciones; y
simplemente no son negociables porque nunca las grandes
corporaciones, los organismos financieros y los gobiernos como
EEUU van a ceder en lo fundamental alrrededor de una mesa: sólo el
movimiento social y sus luchas puede torcerles el brazo.
Me asombra que algunas ONGD se asombren de cómo los gobiernos
centroamericanos no toman en cuenta los graves perjuicios de la
liberalización de sus economías, tomando en cuenta datos tan
aplastantes como son los de una economía mexicana gran perdedora
del Tratado que mantiene con EEUU y Canadá. ¿Por qué los gobiernos
centroamericanos van a ser sensibles a los razonamientos de las
ONGD? ¿Es que acaso son gobiernos nacionales, es decir con
conciencia y vocación de país? Los gobiernos centroamericanos
responden a los intereses de grupos selectos, privilegiados, a los
que sí les favorece unos tratados profundamente lesivos para los
pueblos. Entonces no queda otra que llamar de nuevo a las cosas
por su nombre y tratar el problema de acuerdo con su naturaleza.
Entiéndase lo que quiero decir: no veo mal que las ONGD se dirijan
a sus gobiernos y les pidan cuentas en la medida en que son
formalmente elegidos en las urnas y deben regirse por la
Constitución; que les exijan cambios en sus políticas; que exijan
asimismo espacios de discusión públicos y nunca secretos. Veo bien
que las ONGD aprovechen sus relaciones con los gobiernos para
poner en entredicho sus políticas, para denunciarlas. E incluso
veo bien que aquello que se pueda mejorar se mejore. La cuestión
entonces no tiene que ver con la dicotomía reformas/revolución,
propuestas/protestas. Yo sería tonto si situara aquí el centro del
problema. Pero creo también que hay que elegir bien los campos de
relación con gobiernos y organismos multilaterales. Como ya he
dicho, no todo puede ser objeto de negociación. NO al ALCA quiere
decir que no se negocia.
Por otra parte, hay ONGD que contemplan la lucha en todos los
espacios, incluso las relaciones con los gobiernos, con el
objetivo claro de contribuir a crear un movimiento social, de
lucha por y para el cambio; hay otras ONGD que hacen del cabildeo
su estrategia y ponen en primer plano el situarse –a veces en
competencia- en la primera fila de la interlocución, sea con
gobiernos, sea con organismos como el Bando Mundial y el BID,
desconsiderando el movimiento social popular.
Recuerdo la experiencia del post-Micht como algo muy de lamentar.
La Declaración de Estocolmo de los países donantes fue el
pistoletazo de salida de una carrera de parte de la llamada
sociedad civil centroamericana por situarse en las primeras filas
de la interlocución. Se fabricó un ambiente que no se apoyaba en
la realidad. Muchas ONGD pusieron toda su fuerza en obtener de los
gobiernos y de los donantes un espacio de diálogo, difuminando de
sus prácticas respuestas tal vez más idóneas. Y no es que fuera
negativo intentar conquistar ese espacio; lo negativo fue por un
lado la escasa conciencia anticipadora acerca de lo que se venía
venir y el carácter bastante unilateral de los esfuerzos. En
Madrid ocurrió lo que cualquier observador objetivo pudo prever:
los donantes y los gobiernos hicieron un diseño de la ayuda que
priorizó el desembarco de empresas y medidas de liberalización.
Las ONGD que habían apostado por la negociación quedaron mal
paradas. Pero aún, los pueblos quedaron mal parados. El caso es
que en los últimos años se han multiplicado la puesta en marcha de
alianzas y redes que tienen como objetivo la interlocución con los
organismos multilaterales y los gobiernos. Pienso que sería mejor
que la centralidad de su acción estuviera orientada a fortalecer
el movimiento popular y la negociación fuera una herramienta
supeditada. Pero esto último parece ser lo propio de una
modernidad agotada; lo postmoderno propone otro lenguaje, otras
maneras y otras prácticas.
Siguiendo este hilo quiero avanzar un poco más. Hoy, el Plan
Puebla Panamá es una amenaza. El ALCA no digamos. Estos artefactos
económicos y políticos, son una bomba de relojería en contra de
los procesos de integración regionales. La Integración
centroamericana que sueño como un escenario social y un proyecto
político democrático está siendo raptada por los puestos de mando
de grandes corporaciones y por la capacidad de fagocitación de
Estados Unidos. ¿Qué unión centroamericana puede ser aquella que
esté hipotecada al PPP y al ALCA? No será la de la soberanía
nacional y regional. No será la Centroamérica social. No será la
unión de los pueblos. ¿No es verdad que la región, como la región
andina, como la que conforma el MERCOSUR, requieren de estrategias
económicas autocentradas y no dependientes? El movimiento social
alternativo, las organizaciones populares, incluso fuerzas
políticas lo ven con la misma claridad. ¿No deberíamos las ONGD
ponernos al servicio del movimiento, acompañando sus procesos de
reflexión y debate, sus luchas? Y, sin embargo, ¿por qué hay ONGD
que se consideran progresistas e incluso de izquierda más
preocupadas de negociar los tratados y megaproyectos? Sí, hay ONGD
que ponen todos sus desvelos en lograr que los gobiernos y
organismos multilaterales les habiliten espacios de consulta, de
diálogo. Si logran negociar eso es lo máximo. Sin embargo, los
límites de una negociación en asuntos tan estratégicos son
extraordinarios; nada de lo esencial es negociable. Justo aquí
rescato el sentido de lo que anteriormente he señalado como una
tentación totalitaria, como una regresión en el plano democrático.
¿Cree alguien de buena fe que el "ambiente" autoritario no tiene
su propia expresión en los nuevos planes del neoliberalismo? La
tiene. Y ello se manifiesta en el adelgazamiento de los espacios
de consulta, en los secretismos con que la UE y los países
centroamericanos y andinos negocian nuevos acuerdos de asociación.
Seríamos ingenuos si pensáramos que en los asuntos de guerra y
control de las materias primas el verticalismo es total y en
cambio los tratados de libre comercio son espacios abiertos a la
llamada sociedad civil.
Me coloco pues en el plano de una llama de atención. No en una
posición dogmática, cerrada, algo que no encajaría con mi
alineamiento en una "conciencia de la incertidumbre" que rechaza
verdades categóricas. Insisto aunque pueda parecer paradójico:
está bien cabildear y dialogar con gobiernos y organismos
multilaterales, eligiendo bien los campos. Mi desacuerdo tiene que
ver con las filosofías y las prácticas que hacen de la
interlocución el centro de la estrategia. Por el contrario, pienso
que es bueno tener un grado de desconfianza respecto de lo que
pueden dar de sí diálogos y negociaciones con aparatos –sean
gobiernos o el BID- que aspiran descaradamente a cooptarnos con
recursos importantes. No se trata de una posición defensiva, es
algo de sentido común. El centro de nuestra atención debiera estar
en otra parte, como diré a continuación.
Hace unos pocos días una amiga –directora de una conocida ONG
francesa- escribía sus impresiones sobre un reciente viaje a
Nicaragua. Sus palabras, de alarma, ponían énfasis en el retroceso
de los derechos económicos, sociales y culturales, y a ellas
agregaba una reflexión sobre el escaso impacto de la cooperación
en el campo de la conciencia social. Mi amiga tiene razón. Pero el
asunto estriba en que no es suficiente la reflexión y debate sobre
los DESC en el marco de foros, seminarios, talleres y encuentros.
Hace falta que la idea se encarne en movimiento: construir el
movimiento social popular. Es necesario que las estrategias de
cooperación se articulen a una perspectiva de lo nacional y de lo
regional, impulsando banderas amplias que puedan serlo de las
mayorías. Por ejemplo el impulso de una Carta Social de
Centroamérica, o de Mesoamérica, como un programa capaz de reunir
fuerza social y de convertise en expresión política. Las ONGD
progresistas y de izquierda haríamos bien en dedicar más energías
al fortalecimiento del movimiento, contemplando el cabildeo como
una herramienta subordinada.
Pronto Cancún nos presenta a las ONGD una nueva prueba. También en
este punto se expresan ya dos corrientes de opinión en los
movimientos sociales: la que propone luchar por una reforma de la
OMC y la que afirma que semejante artefacto deber ser abolido por
otro organismo, dependiente de Naciones Unidas por ejemplo. Las
dos posiciones alegan razones. No pienso ni siento que haya que
ver en ello una exclusión mutua, aunque personalmente no creo que
el monstruo pueda ser reformado. Acepto la diversidad de espacios
y de posiciones. El problema está en otra parte: se trate de la
vía reformista o de la más radical ¿dónde está la fuerza social
para avanzar en cualquiera de las dos vías? Ni una propuesta debe
centrarse en el cabildeo ni la otra en el discurso ideológico.
Ambas tienen una tarea común: construir movimiento. Un movimiento
en los centros de producción, en las universidades, en los
barrios, en las instituciones, en las calles.
Ultimamente observo las carreras de ONGD y de alianzas y redes por
cubrir agendas de cabildeo. Son agendas que con frecuencia nos
marcan los ritmos y los temas, sacándonos de otras prioridades.
Son agendas circulares en las que una reunión convoca la siguiente
y así sucesivamente. No estoy en contra del cabildeo, como ya he
dicho. Pero no perdamos la perspectiva. No dejemos a un lado
nuestra propia agenda que nos invita a levantar alianzas con el
movimiento popular y en otro plano a pensar, discutir y mejorar
nuestra propia cooperación para que de verdad sea alternativa.
Debemos examinar qué lugar ocupamos las ONGD progresistas y de
izquierda en el mundo que se está dibujando, en las regiones y
países donde trabajamos. Es urgente una auto-evaluación. Es
necesario huir siempre de la autosatisfacción y de la conformidad.
Hemos de politizarnos más y politizar más nuestras acciones:
ayudar a construir nuevos habitat socio-políticos es una
prioridad. No olvidemos que al igual que las plantas y los
animales necesitan de un habitat para crecer, nuestros proyectos
requieren de un habitat para su sostenibilidad; un habitat en el
que unas instituciones regeneradas y una democracia más plena den
lugar a un escenario en el que la cooperación no sea como echar
sopa a un plato lleno de agujeros.
Vivimos un tiempo en el que los grandes modelos están en crisis.
Tiempo de búsqueda y de experimentación. Pero algunos criterios
debemos tener claros. Espero haber animado a la identificación de
algunos esos criterios que como ideas-fuerza deben estar presentes
en nuestra cooperación.
En San Sebastián a 12 de Julio de 2003
https://www.alainet.org/es/articulo/107883?language=es
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