Hacia un mundo multilateral
Brasil, India y Sudáfrica: G3
18/06/2003
- Opinión
El acuerdo entre los
gobiernos de India, Brasil y Sudáfrica para impulsar el llamado
G3, bautizado por algunos como "el G7 de los pobres", supone el
más ambicioso viraje de largo aliento desde que hace casi medio
siglo se celebrara la Conferencia de Bandung.
La noticia pasó casi desapercibida. Demasiado a menudo, los
acontecimientos destinados a imprimir su impronta a lo largo del
tiempo ruedan por las redacciones para terminar perdidos entre
montañas de papeles. Esta vez, la noticia es de suma
importancia: los ministros de Relaciones Exteriores de Brasil
(Celson Amorim), Sudáfrica (Nkosazana Dlamini-Zuma y de India
(Yashwant Sinha), se reunieron hace dos semanas en Brasilia para
crear el Grupo de los Tres (G3).
La iniciativa partió del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva,
como parte de su estrategia para fortalecer la cooperación entre
los países en desarrollo y del Tercer Mundo. El objetivo del G 3
es estrechar la cooperación trilateral, estimular los
intercambios comerciales y unificar sus posiciones en los foros
internacionales. Aunque se trata de un proyecto embrionario, se
propone incluir al resto de los países del MERCOSUR y de la Unión
Aduanera de África Austral, y tiene como perspectiva incluir a
China y Rusia, lo que lo llevaría a convertirse en grupo de los
cinco.
Los tres cancilleres tuvieron cuidado en destacar que no se trata
de un alineamiento opuesto al G7: Amorim señaló que "no estamos
formando un club exclusivista" y enfatizó que "queremos hablar
con una única voz en los organismos multilaterales". No
obstante, decidieron crear la Comisión Trilateral Conjunta y
preparar una reunión de los presidentes de los tres países que
puede celebrarse antes de fin de año. Estos días, durante la
reunión del MERCOSUR en Asunción, India firmó un acuerdo para
llegar a la reducción de tarifas aduaneras en el comercio
bilateral, como ya hizo el MERCOSUR con Sudáfrica en 1998 al
firmar un acuerdo de preferencias tarifarias. Por otro lado, los
nuevos socios presionarán para que el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas incluya, entre sus miembros permanentes, a
representantes de países en desarrollo.
Digan lo que digan los cancilleres, el fortalecimiento de las
relaciones entre tres importantes países del Sur, significa un
duro desafío para el Norte, y muy en particular para la
diplomacia de Washington que desde la caída del bloque socialista
viene pugnando por un mundo unipolar.
Nuevo multilateralismo
Este nuevo empuje de los países de la periferia viene a
instalarse casi medio siglo después de la primera irrupción de
los países del Tercer Mundo en la arena internacional. En abril
de 1955, en Bandung, antigua capital de Indonesia, se reunía un
grupo de países de África y Asia –una gran parte de los cuales
acababa de conseguir la independencia– buscando reafirmar una
política propia, diferente de la de las grandes potencias.
La coyuntura internacional explicaba en buena medida el éxito de
la conferencia: había concluido la guerra de Corea y la de
Indochina, donde los franceses acababan de ser derrotados en la
histórica batalla de Dien Bien Phu. El viejo colonialismo había
sufrido golpes mortales y el nuevo imperialismo estadounidense
estaba siendo contenido por coreanos y chinos. Aunque se llegó a
algunos acuerdos importantes (respeto a la soberanía, no
agresión, no injerencia en los asuntos internos, reciprocidad y
coexistencia pacífica), lo más destacado es que fue la primera
vez que un amplio grupo de países del Tercer Mundo se reunía sin
la presencia de europeos, Estados Unidos y la Unión Soviética.
En suma, había nacido un nuevo actor en el escenario
internacional. Más aun, la conferencia coincidió con el comienzo
de la segunda oleada descolonizadora, la guerra en Argelia
entraba en su apogeo y poco después comenzaría la escalada
intervencionista en Vietnam, con lo que el movimiento de los
países del Tercer Mundo comenzó a ser un referente ineludible.
El renovado empuje del nacionalismo árabe fue una de las
principales consecuencias de Bandung, y de las más explosivas
para el dominio estadounidense. El encuentro de Bandung cuajó en
1962 en el Movimiento de Países No Alineados, formalizado en la
Conferencia de Belgrado, en la que tuvieron destacado papel el
hindú Jawaharlal Nehru, el egipcio Gamal Abdel Nasser, el
indonesio Ahmed Sukarno, el ghanés Kwame Nkrumah y el anfitrión
Josip Broz Tito.
Con los años, la mayoría de los gobiernos de los países
representados en Bandung y en Belgrado fueron ocupados por
fuerzas autodefinidas como de liberación nacional o socialistas.
Salvo honrosas excepciones, los noveles regímenes defraudaron las
expectativas de sus pueblos: naufragaron como consecuencia de la
presión imperial –combinación de intercambio desigual,
neocolonialismo y presión política–, no pudieron encarar vastas
transformaciones económcias que mejoraran la situación de las
poblaciones más pobres, y a menudo cayeron en enfrentamientos y
hasta guerras intestinas o derivaron hacia la corrupción y el
nepotismo.
Nuevos rumbos
De aquel vital movimiento, poco queda en pie. Ni siquiera el "no
alineamiento", que el secretario de Defensa estadounidense John
Foster Dulles consideraba "inmoral". Sin embargo, los problemas
del mundo, medio siglo después, se han agravado: una sola
superpotencia pretende dominar el planeta. De ahí que cualquier
tendencia que busque evadir el unilateralismo actual, resulte
positiva. De ahí que la iniciativa del G 3 sea tan importante,
sobre todo si se tiene en cuenta su vocación de unir a los países
del Sur.
Debe reconocerse, no obstante, que la iniciativa de Lula viene de
atrás. Comenzó durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso
y tiene en la burguesía brasileña su principal protagonista. En
el mes de mayo, China se convirtió en el segundo destino de las
exportaciones brasileñas después de Estados Unidos. Entre 2000 y
fines de 2002, fueron a China 21 misiones comerciales brasileñas
y Brasilia recibió en ese período 24 misiones comerciales chinas.
En mayo de este año las exportaciones de Brasil a China crecieron
un 375 por ciento con respecto a tres años atrás, en su mayor
parte hierro y derivados de la soja. Aun así, las exportaciones
brasileñas a los países del Tercer Mundo son todavía muy bajas en
comparación con las dirigidas a Europa y Estados Unidos. Sin
embargo, crecen sin cesar: hacia India crecieron en el lapso
indicado un 143 por ciento, hacia Sudáfrica se duplicaron y hacia
Senegal crecieron un 485 por ciento.
Para los países de América Latina, los caminos abiertos por
Brasil pueden ser un toque de atención y una esperanza. El
fortalecimiento del MERCOSUR, su ampliación hacia otros países
como Perú y Venezuela, la inclusión de México y Cuba en formas de
relacionamiento Sur-Sur representan una alternativa al dominio de
las multinacionales con base en Estados Unidos. La victoriosa
batalla contra las multinacionales farmacéuticas, en la que los
países del G 3 tuvieron un papel decisivo, y que se saldó con su
adopción de los medicamentos genéricos, abren grietas en el
dominio de los poderosos.
Entiéndase: no se trata, en este caso, de una batalla por la
emancipación, tarea que no corresponde a los estados sino a las
sociedades civiles. Se trata, mucho más modestamente, de torcer
el brazo al dominio imperial de Washington. Es, sin embargo, una
tarea de primer orden: está en juego la supervivencia de la
humanidad. Aunque esa supervivencia pase, como lo indica la
política del PT en Brasil, por una alianza puntual y temporal con
burguesías como la brasileña, la nueva burguesía negra de
Sudáfrica o la no tan nueva burguesía hindú. En este punto, y
así lo han comprendido numerosos movimientos de los tres
continentes, se trata de ganar tiempo para deshacer el nudo que
nos aprieta el cuello. Lo que no supone, como viene a mostrarlo
el Movimiento de los Sin Tierra, cruzarse de brazos.
* Raúl Zibechi , periodista uruguayo, flamante ganador del Premio
Latinoamericano de Periodismo José Martí 2003.
https://www.alainet.org/es/articulo/107740
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