En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo. Carta a Monseñor Romero
24/03/2003
- Opinión
Querido Monseñor:
Con estas palabras, que todavía producen escalofríos, terminaste tu última
homilía en catedral para "pedir, rogar, ordenar: cese la represión". Las
palabras han hecho historia y son tan actuales como entonces. Hoy, mirando
a 23 millones de iraquíes, que han sufrido opresiones internas, guerras y
embargos, angustias y miedos, dirías: "Cesen los bombardeos, cese la
guerra, cese la hipocresía, cese la mentira".
No te hicieron caso ayer ni te harían caso hoy, pero tus palabras no fueron
en vano. Nos dejan la herencia de invocar, a Dios y al pueblo sufriente,
como algo último, lo que no admite apelación. Y eso es muy necesario
porque en nuestro mundo no existe un referente último para apelar sin
apelación. No lo es Naciones Unidas, ni la Unión Europea. No tienen
capacidad para gestionar la paz, y además no tienen, en definitiva, la
voluntad de poner la paz como algo realmente último por encima de sus
propios interesas. Algunos países que se oponían a la guerra ya empiezan a
considerar como "el mal mayor" otra cosa: el debilitamiento de dichas
instituciones o el retroceso en la construcción de la gran Europa. Lo que
pudiera ser el último referente es egoísta. El sufrimiento en Irak, como
en Afganistán, en la martirizada y silenciada Africa , a la que están
expoliando hasta del agua, vuelve a su lugar natural: un lejano horizonte
sin semblante. Y algo parecido ocurre cuando se apela a la democracia, la
libertad, la legalidad internacional.
Lo que se tiene realmente por último es la seguridad propia -no la del
vecino-, el buen vivir de los países de abundancia, no el sufrimiento de
las víctimas, el petróleo, la hegemonía y control policial, el reparto
interesado del planeta, no la familia humana.
Ante todo eso es bueno recordar que lo último sólo es Dios, y no cualquier
Dios, sino aquel de quien decías: "la gloria de Dios es que el pobre viva".
Y ante ese Dios no hay apelación, como lo acaba de recordar Juan Pablo II:
"quien desencadene la guerra deberá rendir cuentas a Dios". Y ante ese
Dios, ahora que tanto se discute quién está por la paz y quién no, bueno
será recordar estas otras palabras tuyas teologales: "quienes cierran las
vías pacíficas son los idólatras de la riqueza", los que tienen por dios al
dinero.
Monseñor, tú hablabas de Dios con credibilidad y sin usar su nombre en
vano. Pero para quien no baste la apelación "en nombre de Dios",
recordemos cómo continuaste: "y en nombre de este sufrido pueblo cuyos
lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos". Hoy sigue siendo
absolutamente necesario invocar y hacer central el sufrimiento de millones
de seres humanos, lo que no suele ocurrir ni siquiera en guerra. El modo
como la CNN, por ejemplo, cubrió los primeros días de guerra. era
insultante para las víctimas. Se mencionaban números de soldados y armas,
se hablaba de la lista de los "aliados", de los portentosos avances de la
tecnología de guerra... Pero no se comunicaba el sufrimiento de hombres,
mujeres y niños. Con el mismo profesionalismo se pudiera haber
retransmitido un partido de futbol -y sin ocultar las preferencias. No
hablaba así Jesús de Nazaret al contar la parábola del rico Epulón y el
pobre Lázaro, o la del samaritano que atiende a la víctima. Habremos
avanzado en libertad de expresión -aun con las trampas de siempre- pero no
en voluntad de verdad y en compasión. Esto vive de otra savia.
Hace una semana, el 14 de marzo, unas hermanas dominicas iraquíes han hecho
un llamamiento a Bush y al pueblo norteamericano para que cese la crueldad.
Y no lo han hecho en el distanciado lenguaje de los políticos y los medios.
Esto dicen:
"El presidente Bush defiende los derechos de los animales.
¿Acaso tenemos nosotros menos valor que los animales? ¿Por qué
el pueblo americano tiene el derecho a vivir en paz a salvo y
en prosperidad? ¿Acaso su vida es más valiosa que la vida de
otras personas, por ejemplo la del pueblo iraquí? No nos hemos
repuesto todavía de la guerra del Golfo, ¿cómo podemos
enfrentar los efectos de una nueva guerra?".
Religiosas como éstas, o como las salesianas que se quedaron en Timor del
Este en 1999 cuando embajadores y miembros de Naciones Unidas abandonaron
el país durante la invasión de Indonesia, son las que hablan "en nombre de
nuestro sufrido pueblo". Razón tenía el congresista Joe Moakley. Cuando
quería informarse sobre la situación de los países del tercer mundo no
acudía al Departamento de Estado, sino que hablaba con las religiosas del
lugar.
Una última cosa, Monseñor. Nunca te redujiste a condenar la injusticia y
la barbarie, sino que nos animaste a construir y trabajar en defensa del
pobre. En tu última homilía, poco antes de antes de caer asesinado,
dijiste con gran sencillez: "todos podemos hacer algo".
En estos días ha habido mucho trabajo y mucho amor. No se recuerdan tales
manifestaciones masivas en todo el mundo en contra de la guerra, estudios
laboriosos sobre derecho internacional, análisis económicos, militares,
políticos religiosos, sobre los antecedentes de la crisis... No se
recuerda un ecumenismo mayor entre iglesias cristianas y otras religiones.
Por primera vez en la historia, prácticamente todas las iglesias de Estados
Unidos y sus jerarquías han condenado unánimemente la guerra.
Por razones éticas y para que se cumpla con la legalidad internacional Juan
Pablo II y el Consejo Mundial de Iglesias han condenado una guerra
preventiva, pero sobre todo han insistido en que no se puede golpear
todavía más a un pueblo tan sufrido en los últimos 20 años. Es el
argumento máximo: el amor, la defensa y la misericordia ante el sufrimiento
de las víctimas. Han puesto en el centro de la realidad el sufrimiento y
la compasión. Algunos, de los que deciden la suerte de las naciones, han
abandonado Iraq, porque puede peligrar su vida y fortuna. Otros han ido a
Bagdad para defender a los pobres, con sus propias vidas, de la barbarie de
la guerra. Son la gente de compasión.
Hasta el día de hoy nadie ha tenido una compasión mayor que ustedes los
mártires. Es cierto que aquí en nuestro país siguen siendo ignorados y
enterrados por algunos impenitentes. Los que te mataron, Monseñor, y sus
allegados todavía no han pedido perdón, ni siquiera han bajado un poco la
cabeza con humildad para pedir disculpas al pueblo salvadoreño, sino que
siguen hablando y actuando, como si nada hubiera pasado. Es el mysterium
iniquitatis. Pero ustedes, los mártires, siguen vivos como quienes han
sido compasivos hasta el final. Son quienes mejor ponen en el centro de la
realidad y de nuestra vidas a Jesús de Nazaret .
En estos días he estado leyendo escritos de Ernesto Sábato, patriarca
latinoamericano de liberación y de derechos humanos. Creo que te gustará
oír lo que dice sobre nosotros, los seres humanos, en estos momentos de
nuestra historia. "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán
aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos
perdido".
Esto es lo que quería decirte Monseñor. Interpélennos ustedes los mártires
-en nombre de Dios y en nombre del sufrimiento de los pobres- a la
misericordia, a la justicia, a recuperar la humanidad perdida. Entonces sí
caminaremos hacia la paz y florecerá un mundo humano. Ojalá el año
entrante podamos contarte cómo es ese mundo nuevo entre nosotros.
https://www.alainet.org/es/articulo/107149
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