¿Es desatinado hablar de default?
En el crepúsculo de la oscuridad
16/01/2003
- Opinión
El camino emprendido por el gobierno de Jorge Batlle en torno al manejo de la
economía tuvo en su momento el beneplácito de los organismos de crédito, el que
hoy está caducando. Para que ello fuera posible, seguramente la mayoría de las
medidas fueron consensuadas en nerviosas llamadas telefónicas y viajes
realizados entre Montevideo y Washington, extremos que ya hoy no alcanzan. El
fracaso de esos mecanismos, habituales en el mundo, puede sorprender. Pero hay
que tener en cuenta que a su caducidad formal se sumó la torpeza de su
aplicación criolla, demostrada en los nefastos resultados obtenidos. El gobierno
ha demostrado demasiada incapacidad, la que es insoportable hasta para quienes
aplican los lineamientos establecidos en el Consenso de Washington y hacen todo
lo posible para que EEUU licue su déficit a partir del endeudamiento de países
como Uruguay
Nuestro país tiene un lugar señalado luego del caso argentino que es uno de los
más graves en materia de empobrecimiento. Allí, recordemos, se verificó otro
paradigmático fracaso del modelo neoliberal, donde la aplicación del capitalismo
en su fase más salvaje llevó a un país potencialmente rico, de 36 millones de
habitantes altamente capacitados para emprender las mayores y más difíciles
empresas, a introducirse en una crisis pocas veces vista en el continente.
Argentina en su momento (1950) tuvo un PBI superior a la mitad del total del
continente sudamericano, incluido Brasil, por lo que medir su actual situación
es estudiar uno de los desplomes económicos más brutales de la historia
económica.
Uruguay, verdadero vergel de campos fértiles para la agricultura y la ganadería,
poseedor también de una industria en su momento competitiva y servicios que, vía
las empresas públicas creadas por el batllismo, fueron los de mayor nivel en el
continente, por el mismo camino que Argentina llegó a destruir diez mil millones
de dólares de riqueza en tan sólo un año de desplome de la crisis. Tras los dos
países estuvo la aplicación, torpezas mediante, del mismo modelo.
Este vergel, en su momento también un ejemplo de modernidad, llegó
paulatinamente -- luego de un bochornoso período dictatorial-- a submundos de
degradación política e institucional, con niveles de corrupción impensables, con
una devastación económica que se acentúa, determinada por un gobierno que sigue
empobreciendo a la gente dejando un tendal de desocupados, multiplicando el
costo de los servicios, sin -- globalmente-- adoptar medidas para reactivar la
actividad productiva que continúa en su marco recesivo.
Es la culminación de una crisis espejo a la de Argentina, que era previsible
desde hace mucho tiempo y sirvió para que comprendiéramos la existencia también
de algunas diferencias. Enfrente no existe la posibilidad de recuperar la
transferencia de riqueza que las empresas públicas, en manos de capitales
extranjeros --en razón de una evidente lógica económica--, realizan hacia sus
casas matrices. Además los sucesivos gobiernos argentinos, desde la salida de la
dictadura hasta el del presidente De La Rúa, influidos en los valores impuestos
por el modelo, son un ejemplo de irresponsabilidad, derroche y corrupción, sin
reducir un ápice el gasto público (igual que en Uruguay) ni impulsar en ningún
caso políticas de reactivación económica (igual que en Uruguay), ni tampoco
emprendiendo proyectos que no fueran financiados por dinero venido del exterior
(igual que en Uruguay), incrementando en todos los casos la deuda externa.
En otros planos Uruguay es un fiel reflejo de lo ocurrido en el país de
enfrente, pero con una diferencia muy importante que debemos valorar: la
existencia todavía en manos de los uruguayos de empresas públicas que trasladan
anualmente al Tesoro Nacional parte de sus ganancias, con lo que el déficit aún
es manejable, pese a que ya es evidente que aquí también está por precipitarse,
vía default, el fin del modelo.
Empresas públicas que también viven los mismos problemas del ineficiente Estado
uruguayo, las que están en manos de políticos fracasados, que obtienen sus
ganancias no por una eficiente administración y la calidad de sus servicios,
sino por "venderle" a un mercado mayoritariamente cautivo, producto de la
existencia de monopolios anacrónicos. Sin embargo en ese marco tan uruguayo,
esas mismas empresas juegan un papel de fundamental importancia para ir
deteniendo el desplome del modelo, vía transferencia de recursos que obtienen
expoliando a la población consumidora.
Todos los síntomas de la enfermedad llevan a la misma y trágica conclusión sin
que, en ninguna oportunidad, desde el gobierno se planteen ideas, iniciativas o
proyectos destinados a reactivar la economía. Trasladan siempre el costo del
superlativo derroche del Estado (¿cómo definir lo hecho con los bancos?), el de
las AFAP, el de la transferencia de recursos a los especuladores vía venta de
reservas, el de los contratos de obra y servicios, el de una burocracia pesada e
ineficiente, el clientelismo, la politiquería, la evasión impositiva, el
contrabando masivo --que no se persigue-- mientras se decomisa la carga de
"quileros" en la frontera.
Y para volver al mayor desatino, la utilización de las pocas reservas existentes
en el Banco Central y del dinero que se contaba para cumplir con el Presupuesto
Nacional (a lo que se sumó más endeudamiento) para tratar de parar una corrida
bancaria que tuvo un fundamento estructural: el achicamiento del sistema
financiero por la destrucción del mercado argentino. Acción irresponsable, si
las hay, en la que quedó en juego hasta la base monetaria sobre la que se
sustenta nuestro peso, elemento técnico que está seguramente contenido en muchas
de las indecisiones del actual equipo económico. ¿Qué dirán los técnicos del FMI
al respecto?
A nadie del gobierno se le ocurre proponer ser más eficiente, crecer, para así
bajar impuestos y hacer más competitiva la producción; tampoco sostener el
salario para modificar positivamente la orientación del consumo, para impulsar
con un mayor nivel de compra la multiplicación de bienes y servicios, superando
así, vía recaudación, los gravísimos problemas de caja del Estado nacional, a
punto de no tener recursos para pagar las jubilaciones. Un camino que mejoraría
la dramática situación de la gente, elemento con aspectos éticos sin el cual la
economía está condenada y la nación, el Uruguay, debería ser repensada, pues los
habitantes de este pequeño país no podemos seguir siendo víctimas de un orden
internacional totalmente perverso. ¿Tiene sentido una nación con esas
características?
Todo el esfuerzo que hace hoy el gobierno está encaminado a reducir el déficit
vía caída del salario y las jubilaciones, aumentando a mansalva las tarifas
públicas, como si ello fuera económicamente posible. El efecto será que la
población en su conjunto sea más pobre. El "camino" se pagará con más recesión
y, obviamente, con mayor déficit fiscal. Por ello hablar de default no es para
nada desatinado. Medir el tiempo que durará el crepúsculo previo a la noche es
la tarea ordenada a los técnicos del FMI que están visitando Montevideo. En
definitiva saben que el país tocó fondo y que aquí el negocio de licuar déficit
de la mayor economía del mundo está llegando a su fin.
* Carlos Santiago, Periodista, editor del suplemento Bitácora.
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