Lo que se le olvida a la oposición política, raza y clase en la V República

16/12/2002
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  • Opinión
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Desde la campaña electoral de 1998 hasta nuestros días, la oposición política ha utilizado una gran cantidad de adjetivos con el fin de descalificar al actual presidente de la república. Expresiones que tratan de ridiculizar al primer mandatario por su ideología, sus modos, estilos y hasta su temperamento han abundado en los medios de comunicación social. Un furibundo desprecio de raza y clase parece resumir los ataques de esta oposición que, paradójicamente, se ha convertido en víctima de sus propios epítetos, por la imagen desfavorable que viene proyectando de sí misma ante una mayoría siempre necesaria para sus objetivos de alcanzar el poder por la vía electoral, claro está. En la dimensión étnica "Indio, macaco y bembón", pueden ser algunas de las expresiones más ilustrativas de ese desprecio racial del que ha hecho gala la oposición. Lo que se le ha olvidado es que la mayoría de los venezolanos comportamos por lo menos una de esas características y al intentar una descalificación política por esa vía, está agrediendo el sentimiento de buena parte de la población, pues aquí "el que no ha cargado guayuco a tocado tambor". En contraposición, la población está recibiendo y elaborando una imagen de la oposición como de "catiritos y blanquitos" que desprecian a esos sectores populares llenos de "indios, macacos y bembones". A ese racismo visceral se le agrega un clasismo nunca antes visto. Desde hace años las capas medias y altas de nuestra sociedad vienen refiriéndose a las personas de los estratos más bajos como "tierruos y chabacanos", denotando con ello la falta o carencia de unos modos, gustos y costumbres propios de quienes se consideran y se proyectan también a sí mismos como "educados, finos y delicados". Calificativos clasistas éstos que tampoco le ha mezquinado la oposición al presidente de la república. En una dimensión distinta a la racial y de clase, aunque si asociada indirectamente, la oposición no deja ingenuamente de reforzar una imagen del presidente como un ser emocional, ridículo y peleón, olvidándosele que se trata de un estilo históricamente reclamado por aquellos pobres y excluidos, cansados de las imposturas protocolares de la majestuosidad "puntofijista"; porque en la imaginería popular si algún pobretón mágicamente saltara a la primera magistratura del país la ejercería con igual o mayor irreverencia que la exhibida por el presidente. Políticamente, las banderas con que llegara Chávez a la presidencia y la venta que hace a cada rato de un gobierno revolucionario, han puesto en el mismo carril pero en dirección contraria a los sectores que se identifican como oposición, quienes lo acusan de comunista y dictador la mayoría de las veces. Con muy poca creatividad la oposición no ha hecho más que emular formulescamente los discursos y modos de la oposición anticastrista del exilio cubano, sin darse cuenta, al parecer, que de esa manera está exaltando y reforzando los valores por los que la mayoría de la población venezolana llevara al barinés a la silla presidencial, me refiero a las promesas de justicia e igualdad. Y lo que es más importante aún, que esa imagen de "revolucionario" es la que hace que este gobierno se quede anclado en los elevados niveles de popularidad que exhibe, en consecuencia, mal trata la oposición de enfrentarlo mientras más refuerza ese posicionamiento político que lo diferencia, como él hábilmente ha querido, de la IV República. Pobre será la popularidad del presidente cuando ya no pueda ser identificado como ese "despreciable" Juan Charrasqueado, revolucionario y comunista. Un articulista cuyo nombre no recuerdo escribió que cuando el expresidente Clinton besaba viejitas y sacaba dientes en barrios pobres de los Estado Unidos se trataba de una acción social, pero cuando similar labor la ejecutaba un presidente latinoamericano se llamaba populismo. Chávez ha logrado un acercamiento a los estratos populares confundiéndose sin asco de clase o raza entre los más pobres, habilidad y disposición anímica de la que están muy distantes los sectores de oposición. Como corolario de estas tácticas discursivas tenemos una oposición de catiritos y blancos criollos que con sus modos educados, finos y delicados está cada vez más ajena y asqueada de una población que, en su mayoría, tiene mucho de ese indio, macaco, negro y bembón, de ese chusma, tierruo y chabacano que se funden y resumen en la persona del presidente. Mucha Yuleisi y mucho vallenato, mucha salsa y mucho tambor le falta a esta oposición.
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