Batlle, el 19% y la "deuda" que se tiró como agua a un canasto
Keynes y una polémica que se mantiene
13/11/2002
- Opinión
Las últimas declaraciones del presidente del Banco Interamericano de
Desarrollo, Enrique Iglesias, son ilustrativas del nuevo pensamiento
económico que está comenzando a aparecer en algunos estamentos
críticos de los organismos internacionales de crédito, anteponiendo
una concepción ética a las demás alternativas Nuestro compatriota
afirmó que era correcto que el ministro de Economía argentino, Roberto
Lavagna, se negara a aceptar los planteos de políticas recesivas
planteadas por el FMI, que serían impracticables en una economía
empobrecida y que, además, perdería lo adelantado luego vórtice de
crisis por la que pasó ese país.
Se está verificando, obviamente, un cambio en las visiones. El FMI y
el Banco Mundial no solo han tenido que soportar los embates de
economistas como Joseph Stiglitz, que ha puesto en tela de juicio los
principios del sistema, sino algunos cambios en las correlaciones de
fuerzas políticas al frente de los países, como es el caso de Lula en
Brasil, que están determinado un necesario cambio de la estrategia
negociadora. Al más alto nivel de esta trabajando la idea de una
"responsabilidad moral" en los desequilibrios de los países pobres.
En "Bitácora" ( ) han aparecido trabajos
sobre ética y economía, de intelectuales tan importantes como Bernardo
Kliksberg, vinculado funcionalmente al BID, que sostiene que la sed de
ética en América Latina se manifiesta en la existencia de sociedades
en creciente proceso de democratización. Sociedades civiles cada vez
más movilizadas y participativas que están presionando por la
erradicación total de la corrupción buscando la transparencia y el
control social de la gestión estatal. Pero el pedido por la
transparencia no se limita al tema de la corrupción, va mucho más
allá. Se está exigiendo que la discusión sobre la economía vuelva a
incluir los planos éticos.
Se plantea que la región tiene desafíos abiertos inaplazables de alto
contenido ético, entre ellos: la extendida pobreza (cerca del 50% de
la población es pobre), la desprotección de los niños (60% e los
menores de 14 años están en pobreza), el deterioro de la familia (30%
de los hogares han quedado desarticulados bajo el embate de la
pobreza), la falta de oportunidades para los jóvenes (las tasa de
desocupación juvenil supera el 20%), las brechas en salud (18% de los
partos se producen sin asistencia médica), los altos niveles de
desigualdad considerados una causa central de la pobreza (el 10% más
rico tiene 84 veces el ingreso del 10% más pobre). Uruguay contribuye
en ese listado trágico, con el impactante 19 % de desocupación
abierta.
Todas estas situaciones violan convicciones éticas básicas de nuestras
sociedades.
En nota de primera página reciente, el New York Times (29/7/92), llama
la atención internacional sobre el extendido descontento que hoy
recorre América Latina. Señala que está fundado en hechos muy
concretos, la pobreza ha aumentado y la situación de las mayorías ha
desmejorado sensiblemente. El difundido periódico plantea que "los
sueños económicos, la aplicación de reformas y privatizaciones de
empresas públicas, se han transformado en desempleo y recesión".
Normalmente se asocia el tema ético, como exclusivamente ligado a la
lucha anticorrupción. Esta lucha fundamental que debe librarse hasta
las últimas consecuencias, es solamente una expresión primaria de lo
que implica la ética.
Cuando la población clama hoy por ética está pidiendo eso, pero
también mucho más. Esta exigiendo políticas económicas con rostro
humano, que estén guiadas por valores éticos y criterios de asignación
de los recursos escasos que se basen en prioridades definidas desde la
ética.
Esa situación se enfrenta a una contradicción, como decía los
marxistas, de ribetes antagónicos. Es un fenómeno que está surgiendo
en el marco del triunfo republicano en las elecciones parlamentarias
de EE.UU., afirmando a los "halcones" encabezados por George W. Bush,
que creen ciegamente que podrán aventar los problemas de la economía
doméstica iniciando una descomunal campaña bélica contra Irak, para lo
cual han puesto en marcha políticas destinadas a incrementar la
fabricación de insumos con ese fin.
Una especie de neokeynesianismo, en el cual el Estado norteamericano
coloca sus cuantiosos recursos en esa industria y las conexas. ¿Se
puede concebir una concepción más antiética, que desconoce el valor de
la vida humana? Un mecanismo ya experimentado en la primera etapa de
la cruzada contra los "agentes del mal", que llevó a abatir a un
gobierno despótico y medieval, pero sacrificando a uno de los pueblos
más miserables del mundo, el afgano.
Ahora el declive económico interno previsto es mayor y no bastará la
nueva rebaja de intereses, que están en el menor nivel de la historia,
para que esa economía de EE.UU. recomponga sus fuerzas. Bush y sus
halcones piensan que el camino sigue estando en el gasto militar, sin
que nadie – ni siquiera los timoratos demócratas – tengan algún
discurso alternativo.
La inversión de los conceptos
Cuando se trata de dirimir la relación de los países con la economía
mundial, o como en el caso de nuestro país, cuando se plantea una
situación tan complicada como la de la creciente indefensión de
quienes han contraído obligaciones en dólares, surge generalmente un
silogismo aterrador: "El deudor tiene la culpa.", lo que se une al
"respeto por los contratos", aunque todos sepamos que si se utilizara
un mecanismo de análisis adecuado, esa sentencia muchas veces se
invertiría.
Muchos hemos experimentado y pagado los llamados "intereses sobre
intereses", mecanismos usurarios deleznables. A nivel de la deuda
externa ocurre algo similar: muchos países ya han pagado largamente
sus préstamos, pero es tal la ferocidad del acreedor, que se considera
que todavía se debe el capital aportado, muchas veces, en simples
transferencias de asientos contables, o derechos de giro, o como se
quiera llamar.
Ese pensamiento es tan fuerte y está tan arraigada que los sucesivos
planes de ajuste recesivo se han enunciado y aplicado sin necesidad de
explicar o justificar su sustento ético y político.
Si la economía uruguaya es deudora, el país es culpable y, para un
gobierno como el de Batlle, ello significa afirmar sin discusión que
se deben "honrar" los compromisos externos, sacrificando a la gente,
destruyendo el sistema productivo, vaciando al país de jóvenes, aunque
la deuda contraída solo sirviera para que fuera fagocitada por un
sistema financiero en retirada, rapaz e ineficiente.
A nivel internacional y a medida en que se perciben los síntomas de
una peligrosa recesión internacional, un creciente número de
economistas está pasándose al bando de los que advierten sobre el
riesgo de insistir en políticas de restricción del gasto cuando la
economía se desacelera.
El camino recesivo ya no es de recibo para muchos, como es el caso de
Enrique Iglesias, y menos las políticas como la aplicada por el
gobierno de Batlle, jugando irresponsablemente a la pobreza, están
comenzando a ser cuestionadas hasta en los manuales de algunos de los
organismos multinacionales de crédito.
En relación a Uruguay esos organismos seguramente se preguntarán:
¿Cómo haremos para cobrar el dinero prestado, más de 11 mil millones
de dólares, a un país en continúa recesión, que podrá hacer frente a
los servicios de la deuda en los años 2002 y 2003, siempre y cuando no
hayan desaparecido los dólares prestados con este fin? ¿Qué pasará en
el 2005, año en que se deberán pagar más de 2.300 millones de dólares?
Deuda externa que se incrementó brutalmente en el año que corre en más
de cuatro mil millones de dólares y que luego de los torpes juegos
"malabares" de Bensión y Batlle, no ha servido para crear un solo
puesto de trabajo, para reactivar una sola rama de la economía y para
estampar ese desolador 19% de desocupación abierta en las planillas
realizadas por la Dirección de Estadística.
La concepción de Keynes
Ante este panorama es bueno recordar el debate que se concretó en 1944
en la conferencia de Bretón Woods, momento en que se creó el FMI y en
el que Keynes, quizás el mayor economista del siglo XX, y el
representante de los intereses norteamericanos, el secretario del
Tesoro White, polemizaron sobre la formas de reactivar un mundo que
vivía el retroceso producido por la segunda guerra mundial, recobra
vigencia.
Con toda su autoridad científica y ética, Keynes sostuvo que debía
impulsarse la reconstrucción del mundo, con mucha liberalidad en el
otorgamiento de créditos y la creación de recursos financieros nuevos,
lo que facilitaría a los países deudores la recuperación de sus
economías. White, con todo el peso político del poder norteamericano,
propició una simple administración de la economía internacional, con
recursos financieros ajustados y muy pocas oportunidades para los
países endeudados. Estados Unidos se estaba cobrando el premio
económico por su intervención en la guerra: se quedaría con el control
de la economía mundial.
¿Este no es un buen antecedente para interpretar lo que está
ocurriendo hoy? ¿No hay similitudes reales entre la posición de uno y
otro frente al panorama actual en este mundo globalizado?
Pero, las cosas se tienden a aclarar. Mientras el gobierno argentino
concentra todos sus esfuerzos en cerrar un nuevo acuerdo con el FMI,
cada vez más economistas, desde los mismos círculos de Washington,
lanzan críticas contra el organismo. Mark Weisbrot, codirector del
Center for Economic and Policy Research, de Washington, opina que es
hora de que el gobierno argentino empiece a considerar la posibilidad
"de dejar de lado al FMI para construir el crecimiento económico por
sus propios medios". Sostiene que el FMI y el Banco Mundial, "fueron
incapaces de producir un crecimiento sostenido", negándose ahora a
"admitir sus errores y continúan culpando a la Argentina y a los
argentinos por ello".
Concepción a la que, desde el otro lado del río, se le hizo coro.
* Carlos Santiago, secretario de redacción de Bitácora.
https://www.alainet.org/es/articulo/106563
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